Meteorologico anunciara tifones y lluvias torrenciales en toda la zona del Caribe, como denunciaba Jones desde su sillon de hemiplejico. ?Supersticiosos! ?Ignorantes! ?Analfabetas! aullaba el pobre hombre, pero nadie le hizo ni el menor caso. Este prodigio logro lo que no habian conseguido los frailes de la Mision ni las Hermanitas de la Caridad: mi madre se acerco a Dios porque lo visualizo sentado en su trono celestial burlandose suavemente de la humanidad y penso que debia ser muy diferente al temible patriarca de los libros de religion. Tal vez una manifestacion de su sentido del humor consistia en mantenernos confundidos, sin revelarnos jamas sus planes y propositos. Cada vez que recordabamos el diluvio milagroso, nos moriamos de la risa.

El mundo limitaba con las rejas del jardin. Adentro el tiempo se regia por normas caprichosas; en media hora yo podia dar seis vueltas alrededor del globo terraqueo y un fulgor de luna en el patio podia llenarme los pensamientos de una semana. La luz y la sombra determinaban cambios fundamentales en la naturaleza de los objetos; los libros, quietos durante el dia, se abrian por la noche para que salieran los personajes a vagar por los salones y vivir sus aventuras, los embalsamados, tan humildes y discretos cuando el sol de la manana entraba por las ventanas, en la penumbra de la tarde se mutaban en piedras y en la oscuridad crecian al tamano de gigantes. El espacio se estiraba y se encogia segun mi voluntad; el hueco bajo la escala contenia un sistema planetario y el cielo visto desde la claraboya del atico era solo un palido circulo de vidrio. Una palabra mia y ?chas! se transformaba la realidad.

En esa mansion al pie del cerro, creci libre y segura. No tenia contacto alguno con otros ninos y no estaba acostumbrada a tratar con desconocidos, porque no se recibian visitas excepto un hombre de traje y sombrero negros, un religioso protestante con una Biblia bajo el brazo, con la cual amargo los ultimos anos del Profesor Jones. Yo le temia mucho mas que al patron.

2

Ocho anos antes de que yo naciera, el mismo dia que murio el Benefactor como un abuelo inocente en su cama, en una aldea al norte de Austria vino al mundo un nino a quien llamaron Rolf. Era el ultimo hijo de Lukas Carle, el maestro mas temido del liceo. Los castigos corporales formaban parte de la educacion escolar, la letra con sangre entra sostenian la sabiduria popular y la teoria docente, de modo que ningun padre en su sano juicio habria reclamado por esta medida. Pero cuando Carle le quebro las manos a un muchacho, la direccion del establecimiento le prohibio el uso de la palmeta, porque era evidente que al empezar a golpear, un vertigo de lujuria lo descontrolaba. Para vengarse, sus alumnos perseguian a su hijo Jochen y si lograban atraparlo lo molian a punetazos. El nino crecio huyendo de las pandillas, negando su apellido, escondido como vastago de verdugo.

Lukas Carle habia impuesto en su hogar la misma ley del miedo implantada en el colegio. A su mujer lo unia un matrimonio de conveniencia, el amor no entraba para nada en sus planes, lo consideraba apenas tolerable en argumentos literarios o musicales, pero impropio en la vida cotidiana. Se casaron sin haber tenido ocasion de conocerse en profundidad y ella comenzo a odiarlo desde su primera noche de bodas. Para Lukas Carle, su esposa era una criatura inferior, mas cercana a los animales que al hombre, unico ser inteligente de la Creacion. Aunque en teoria la mujer era un ser digno de compasion, en la practica la suya lograba sacarlo de quicio.

Cuando llego al pueblo, despues de mucho andar, desplazado de su lugar de origen por la Primera Guerra Mundial, tenia cerca de veinticinco anos, un diploma de maestro y dinero para sobrevivir una semana. Antes que nada busco trabajo y en seguida una esposa, escogiendo la suya porque le gustaron el aire de terror que se insinuaba de pronto en sus ojos y sus caderas amplias, que le parecieron condicion necesaria para engendrar hijos varones y realizar las tareas mas pesadas de la casa. Tambien influyeron en su decision dos hectareas de terreno, media docena de animales y una pequena renta que la joven habia heredado de su padre, todo lo cual paso a su bolsillo, como legitimo administrador de los bienes conyugales.

A Lukas Carle le gustaban los zapatos femeninos con tacones muy altos y los preferia de charol rojo. En sus viajes a la ciudad le pagaba a una prostituta para que caminara desnuda sin mas adorno que aquel incomodo calzado, mientras el, vestido de pies a cabeza, con abrigo y sombrero, sentado en una silla como un alto dignatario, alcanzaba un gozo indescriptible ante la vista de esas nalgas en lo posible abundantes, blancas, con hoyuelos, balanceandose al dar cada paso. No la tocaba, por supuesto. Jamas lo hacia, pues tenia el prurito de la higiene. Como sus medios no le permitian darse esos lujos con la frecuencia deseable, compro unos alegres botines franceses, que mantenia escondidos en la parte mas inaccesible del armario. De vez en cuando encerraba a sus hijos bajo llave, colocaba sus discos a todo volumen y llamaba a su mujer. Ella habia aprendido a percibir los cambios de humor de su marido y podia adivinar antes que el mismo lo supiera, cuando se sentia con deseos de martirizarla. Entonces comenzaba a temblar con antelacion, la vajilla se le caia de las manos y se rompia contra el suelo.

Carle no toleraba el ruido en su casa, bastante tengo con soportar a los alumnos en el liceo, decia. Sus hijos aprendieron a no llorar ni reir en su presencia, a moverse como sombras y hablar en susurros, y fue tanta la destreza que desarrollaron para pasar inadvertidos, que a veces la madre creia ver a traves de ellos y se aterraba ante la posibilidad de que se volvieran transparentes. El maestro estaba convencido de que las leyes de la genetica le habian jugado una mala pasada. Sus hijos resultaron un completo fracaso. Jochen era lento y torpe, pesimo estudiante, se dormia en clase, se orinaba en la cama, no servia para ninguno de los proyectos trazados para el. De Katharina preferia no hablar. La pequena era imbecil. De una cosa estaba seguro: no habia taras congenitas en su estirpe, de modo que el no era responsable de esa pobre enferma, quien sabe si era en realidad hija suya, no se debia meter las manos al fuego por la fidelidad de nadie y menos de la propia mujer; por fortuna Katharina habia nacido con un agujero en el corazon y el medico pronostico que no viviria mucho. Mejor asi.

Ante el poco exito obtenido con sus dos hijos, Lukas Carle no se alegro con el tercer embarazo de su mujer, pero cuando nacio un nino grande, rosado, de ojos grises muy abiertos y manos firmes, se sintio reconfortado. Tal vez ese era el vastago que habia deseado siempre, un verdadero Carle. Debia impedir que su madre lo echara a perder, nada tan peligroso como una mujer para corromper una buena semilla de varon. No lo vistas con ropa de lana, para que se acostumbre al frio y se haga fuerte, dejalo en la oscuridad, asi no tendra nunca miedo, no lo cargues en brazos, no importa que llore hasta ponerse morado, eso es bueno para desarrollar los pulmones, ordenaba, pero a espaldas del marido la madre arropaba a su nino, le daba doble racion de leche, lo arrullaba y le cantaba canciones de cuna. Este sistema de ponerle y quitarle la ropa, de golpearlo y mimarlo sin razon aparente, de encerrarlo en un armario oscuro y despues consolarlo a besos, hubiera sumido a cualquier criatura en la demencia, pero Rolf Carle tuvo suerte, pues no solo nacio con una fortaleza mental capaz de resistir lo que hubiera destrozado a otros, sino que se desato la Segunda Guerra Mundial y su padre se enrolo en el Ejercito, librandolo asi de su presencia. La guerra fue el periodo mas feliz de su infancia.

Mientras en America del Sur se acumulaban los embalsamados en la casa del Profesor Jones y copulaba un mordido de serpiente engendrando a una nina a quien su madre llamo Eva para darle deseos de vivir, en Europa la realidad tampoco era de tamano natural. La guerra sumia al mundo en la confusion y el espanto. Cuando la chiquilla andaba sujeta a las faldas de su madre, al otro lado del Atlantico se firmaba la paz sobre un continente en ruinas. Entretanto a este lado del mar pocos perdian el sueno por esas violencias remotas. Bastante ocupados estaban con las violencias propias.

Al crecer, Rolf Carle resulto observador, orgulloso y tenaz, con cierta inclinacion romantica que lo abochornaba como un signo de debilidad. En esa epoca de exaltacion guerrera, el jugaba con sus companeros a las trincheras y a los aviones derribados, pero en secreto se conmovia con los brotes de cada primavera, las flores en el verano, el oro del otono y la triste blancura del invierno. En cada estacion salia a caminar por los bosques para recolectar hojas e insectos que estudiaba bajo una lupa. Arrancaba paginas a sus cuadernos para escribir versos, que luego ocultaba en los huecos de los arboles o bajo las piedras, con la ilusion inconfesable de que alguien los hallara. Jamas hablo de eso con nadie.

El muchacho tenia diez anos la tarde que lo llevaron a enterrar a los muertos. Ese dia estaba contento, porque su hermano Jochen habia atrapado una liebre y el olor del guiso cocinandose a fuego lento, adobado en vinagre y romero, ocupaba toda la casa. Hacia mucho tiempo que no sentia ese aroma de comida y el placer anticipado le producia tanta ansiedad, que solo la severa educacion recibida le impedia levantar la tapa y meter una cuchara en la olla. Ese era tambien el dia de hornear. Le gustaba ver a su madre inclinada sobre la enorme mesa de la cocina, los brazos hundidos en la masa, moviendose cadenciosa al ritmo de hacer pan. Sobaba los

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