gestos precisos, luego salio, cruzo el corredor y trato de abrir la puerta de la sala, pero estaba con el cerrojo pasado. Con la misma lentitud y precision empleada para colocar sus trampas o partir lena, levanto la pierna y de una patada certera hizo saltar los hierros. Rolf, en pijama y descalzo, habia seguido a su hermano, y al abrirse la puerta vio a su madre totalmente desnuda, encaramada en unos absurdos botines rojos de tacon alto. Lukas Carle les grito furioso que se retiraran de inmediato, pero Jochen avanzo, paso delante de la mesa, aparto a la mujer que intento detenerlo y se aproximo con tal determinacion, que el hombre retrocedio vacilante. El puno de Jochen dio en el rostro de su padre con la fuerza de un martillazo, lanzandolo por el aire sobre el aparador, que se desplomo con un estruendo de madera vuelta astillas y platos destrozados. Rolf observo el cuerpo inerte en el suelo, trago aire, fue a su cuarto, cogio una manta y volvio para cubrir a su madre.

– Adios, mama, dijo Jochen desde la puerta de la calle, sin atreverse a mirarla.

– Adios, hijo mio, murmuro ella, aliviada porque al menos uno de los suyos estaria a salvo.

Al dia siguiente Rolf doblo las bastillas de los pantalones largos de su hermano y se los puso para llevar a su padre al hospital, donde le acomodaron la mandibula en su sitio. Durante semanas no pudo hablar y hubo que alimentarlo con liquidos a traves de una pipeta. Con la partida de su hijo mayor, la senora Carle acabo de hundirse en el rencor y Rolf debio enfrentarse solo a ese hombre detestado y temido.

Katharina tenia la mirada de una ardilla y el alma libre de todo recuerdo. Era capaz de comer sola, avisar cuando necesitaba ir al excusado y correr a meterse bajo la mesa cuando llegaba su padre, pero eso fue todo lo que pudo aprender. Rolf buscaba pequenos tesoros para ofrecerle, un escarabajo, una piedra pulida, una nuez que abria con cuidado para extraer el fruto. Ella lo retribuia con una devocion total. Lo esperaba todo el dia y al escuchar sus pasos y ver su rostro inclinado entre las patas de las sillas, emitia un murmullo de gaviota. Pasaba horas bajo la gran mesa, inmovil, protegida por la tosca madera, hasta que su padre partia o se dormia y alguien la rescataba. Se acostumbro a vivir en su guarida, acechando las pisadas que se acercaban o alejaban. A veces no queria salir, aunque ya no hubiera peligro, entonces la madre le alcanzaba una escudilla y Rolf tomaba una cobija y se deslizaba bajo la mesa, para acurrucarse con ella a pasar la noche. A menudo, cuando Lukas Carle se sentaba a comer, sus piernas tocaban a sus hijos bajo la mesa, mudos, quietos, tomados de la mano, aislados en ese refugio, donde los sonidos, los olores y las presencias ajenas llegaban amortiguados por la ilusion de hallarse bajo el agua. Tanta vida pasaron los hermanos alli, que Rolf Carle guardo el recuerdo de la luz lechosa bajo el mantel y muchos anos mas tarde, al otro lado del mundo, desperto un dia llorando bajo el mosquitero blanco donde dormia con la mujer que amaba.

3

Una noche de Navidad, cuando yo tenia unos seis anos, mi madre se trago un hueso de pollo. El Profesor, siempre ensimismado en la insaciable codicia de poseer mas conocimientos, no se daba tiempo para esa fiesta y ninguna otra, pero cada ano los empleados de la casa celebraban la Nochebuena. En la cocina armaban un Nacimiento con toscas figuras de arcilla, cantaban villancicos y todos me hacian algun regalo. Con varios dias de anticipacion preparaban un guiso criollo que fue inventado por los esclavos de antano. En la epoca de la Colonia las familias pudientes se reunian el 24 de diciembre alrededor de una gran mesa. Las sobras del banquete de los amos iban a las escudillas de los sirvientes, quienes picaban todo, lo envolvian con masa de maiz y hojas de platano y lo hervian en grandes calderos, con tan delicioso resultado, que la receta perduro a traves de los siglos y aun se repite todos los anos, a pesar de que ya nadie dispone de los restos de la cena de los ricos y hay que cocinar cada ingrediente por separado, en una faena agotadora. En el ultimo patio de la casa los empleados del Profesor Jones criaban gallinas, pavos y un cerdo, que durante todo el ano engordaban para esa unica ocasion de francachela y comilona. Una semana antes comenzaban a meterle nueces y tragos de ron por el gaznate a las aves y a obligar al cerdo a beber litros de leche con azucar morena y especies, para que sus carnes estuvieran tiernas en el momento de cocinarse.

Mientras las mujeres ahumaban las hojas y preparaban las ollas y los braseros, los hombres mataban a los animales en una orgia de sangre, plumas y chillidos del puerco, hasta que todos quedaban borrachos de licor y muerte, hartos de probar trozos de carne, beber el caldo concentrado de todos esos manjares hervidos y cantar hasta desganitarse alabanzas al Nino Jesus con ritmo festivo, mientras en otra ala de la mansion el Profesor vivia un dia igual a los demas, sin darse ni cuenta que estabamos en Navidad. El hueso fatidico paso disimulado en la masa y mi madre no lo sintio hasta que se le clavo en la garganta. Al cabo de unas horas empezo a escupir sangre y tres dias mas tarde se apago sin aspavientos, tal como habia vivido. Yo estaba a su lado y no he olvidado ese momento, porque a partir de entonces he tenido que afinar mucho la percepcion para que ella no se me pierda entre las sombras inapelables donde van a parar los espiritus difusos.

Para no asustarme, se murio sin miedo. Tal vez la astilla de pollo le desgarro algo fundamental y se desangro por dentro, no lo se. Cuando comprendio que se le iba la vida, se encerro conmigo en nuestro cuarto del patio, para estar juntas hasta el final. Lentamente, para no apresurar la muerte, se lavo con agua y jabon para desprenderse del olor a almizcle que comenzaba a molestarla, peino su larga trenza, se vistio con una enagua blanca que habia cosido en las horas de la siesta y se acosto en el mismo jergon donde me concibio con un indio envenenado. Aunque no entendi en ese momento el significado de aquella ceremonia, la observe con tanta atencion, que aun recuerdo cada uno de sus gestos.

– La muerte no existe, hija. La gente solo se muere cuando la olvidan, me explico mi madre poco antes de partir. Si puedes recordarme, siempre estare contigo.

– Me acordare de ti, le prometi.

– Ahora, anda a llamar a tu Madrina.

Fui a buscar a la cocinera, esa mulata grande que me ayudo a nacer y a su debido tiempo me llevo a la pila del bautismo.

– Cuideme a la muchachita, comadre. A usted se la encargo, le pidio mi madre limpiandose discretamente el hilo de sangre que le corria por el menton. Luego me tomo de la mano y con los ojos me fue diciendo cuanto me queria, hasta que la mirada se le torno de niebla y la vida se le desprendio sin ruido. Por unos instantes parecio que algo translucido flotaba en el aire inmovil del cuarto, alumbrandolo con un resplandor azul y perfumandolo con un soplo de almizcle, pero en seguida todo volvio a ser cotidiano, el aire solo aire, la luz otra vez amarilla, el olor de nuevo simple olor de todos los dias. Tome su cara entre mis manos y se la movi llamandola mama, mama, abismada de ese silencio nuevo que se habia instalado entre las dos.

– Todo el mundo se muere, no es nada tan importante, dijo mi Madrina cortandole el cabello de tres tijeretazos, con la idea de venderlo mas tarde en una tienda de pelucas.

Vamos a sacarla de aqui antes de que el patron la descubra y me haga llevarla al laboratorio.

Recogi esa trenza larga, me la enrolle al cuello y me acurruque en un rincon con la cabeza entre las rodillas, sin lagrimas, porque no conocia aun la magnitud de mi perdida. Asi estuve horas, tal vez toda la noche, hasta que dos hombres entraron, envolvieron el cuerpo en la unica cobija de la cama y se lo llevaron sin comentarios. Entonces un vacio inclemente ocupo todo el espacio a mi alrededor.

Despues que partio el modesto carreton funerario, mi Madrina fue a buscarme. Tuvo que encender una cerilla para verme, porque el cuarto estaba en sombras, el bombillo de la lampara se habia quemado y el amanecer parecia detenido en el umbral de la puerta. Me encontro agazapada, un pequeno bulto en el suelo, y me llamo dos veces por mi nombre y apellido, para devolverme el sentido de la realidad, Eva Luna, Eva Luna. A la llama vacilante vi sus grandes pies dentro de las chancletas y el ruedo de su vestido de algodon, levante los ojos y encontre su mirada humeda. Me sonrio en el instante en que se extinguia el chispazo incierto del fosforo; despues senti que se inclinaba en la oscuridad, me cogia en sus gruesos brazos, me acomodaba en su regazo y empezaba a mecerme, arrullandome con un suave lamento africano para hacerme dormir.

– Si fueras hombre, irias a la escuela y despues a estudiar para abogado y asegurar el pan de mi vejez. Los picapleitos son los que mas ganan, saben enredar las cosas. A rio revuelto, ganancia para ellos, decia mi Madrina.

Sostenia que es mejor ser varon porque hasta el mas misero tiene su propia mujer a quien mandar, y anos mas tarde llegue a la conclusion de que tal vez tenia razon, aunque todavia no logro imaginarme a mi misma dentro de un cuerpo masculino, con pelos en la cara, con la tentacion de mandar y con algo incontrolable bajo el

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