ombligo, que, para ser bien franca, no sabria muy bien donde colocar. A su manera, mi Madrina me tenia afecto y si no alcanzo a demostrarmelo fue porque creyo necesario formarme en el rigor y porque perdio la razon temprano. En esos tiempos no era la ruina que hoy es; era una morena arrogante de senos generosos, cintura partida y caderas opulentas, como una mesa bajo las faldas. Cuando salia a la calle los hombres se volvian a su paso, le gritaban piropos groseros, intentaban darle pellizcones y ella no escabullia las nalgas, pero retribuia con un carterazo contundente, que te has figurado negro insolente, y se reia para lucir su diente de oro. Se banaba todas las noches de pie en una batea, echandose agua con una jarra y restregandose con un trapo jabonado, se cambiaba la blusa dos veces al dia, se rociaba con agua de rosas, se lavaba el cabello con huevo y se cepillaba los dientes con sal para sacarles brillo. Tenia un olor fuerte y dulzon que toda el agua de rosas y el jabon no lograban mitigar, un olor que me gustaba mucho porque me recordaba la leche asada. A la hora del bano yo la ayudaba echandole agua por la espalda, extasiada ante ese cuerpo oscuro, de pezones morados, el pubis sombreado por un vello rizado, las nalgas mullidas como el sillon de cuero capitone donde languidecia el Profesor Jones. Se acariciaba con el trapo y sonreia, orgullosa de la abundancia de sus carnes. Caminaba con gracia desafiante, muy erguida, al ritmo de una musica secreta que llevaba por dentro. Todo lo demas en ella era tosco, hasta la risa y el llanto. Se enojaba sin pretexto y lanzaba manotazos al aire, palmadas al vuelo que si aterrizaban sobre mi tenian el efecto de un canonazo. De ese modo, sin mala intencion, me revento un oido. A pesar de las momias, por las cuales jamas sintio la menor simpatia, sirvio como cocinera del doctor durante muchos anos, ganando un sueldo miserable y gastandolo en su mayor parte en tabaco y ron. Se hizo cargo de mi porque habia adquirido un deber, mas sagrado que los lazos de sangre, quien descuida a un ahijado no tiene perdon, es peor que abandonar a un hijo, decia, mi obligacion es criarte buena, limpia y trabajadora, porque de eso me pediran cuentas el dia del Juicio Final. Mi madre no creia en pecados congenitos y por lo tanto no habia considerado necesario bautizarme, pero ella insistio con una tenacidad sin grietas. Esta bien, si eso le da placer, comadre, haga lo que le de la gana, pero no le cambie el nombre que escogi para ella, acepto finalmente Consuelo. La mulata paso tres meses sin fumar ni beber para ahorrar unas monedas y el dia senalado me compro un vestido de organza color fresa, puso un lazo en los cuatro pelos miserables que coronaban mi cabeza, me rocio con su agua de rosas y me llevo en brazos a la iglesia. Tengo una foto de mi bautizo, me veo como un alegre paquete de cumpleanos. Como no le quedaba dinero, cambio el servicio por un aseo completo del templo, desde barrer los pisos hasta limpiar los ornamentos con creta y pasar cera a los bancos de madera. Asi es como fui bautizada con toda pompa y ceremonia, como nina rica.
– De no ser por mi, todavia estarias mora. Los inocentes que mueren sin sacramento se van al limbo y de ahi no salen mas, me recordaba siempre mi Madrina. Otra en mi lugar te habria vendido. Es facil colocar a las muchachas de ojos claros, dicen que los gringos las compran y se las llevan a su pais, pero yo le hice una promesa a tu madre y si no la cumplo me voy a cocinar en las cacerolas del infierno.
Para ella los limites entre el bien y el mal eran muy precisos y estaba dispuesta a preservarme del vicio a fuerza de golpes, unico metodo que conocia, porque asi la habian educado. La idea de que el juego o la ternura fueran buenos para los ninos es un descubrimiento moderno, a ella jamas se le paso por la mente. Trato de ensenarme a trabajar apresurada, sin perdida de tiempo en ensonaciones, le molestaban el animo distraido y el paso lento, queria verme correr cuando recibia una orden. Tienes la cabeza llena de humo y las pantorrillas de arena, decia y me friccionaba las piernas con Emulsion de Scott un tonico baratisimo pero de gran prestigio, fabricado con aceite de higado de bacalao, que segun la propaganda era comparable a la piedra filosofal de la medicacion reconstituyente.
El cerebro de la Madrina estaba algo trastocado a causa del ron. Creia en los santos catolicos, en otros de origen africano y en varios mas de su invencion. En su cuarto habia levantado un pequeno altar, donde se alineaban junto al agua bendita, los fetiches del vudu, la fotografia de su difunto padre y un busto que ella creia de San Cristobal, pero despues yo descubri que era de Beethoven, aunque jamas la he sacado de su error, porque es el mas milagroso de su altar. Hablaba todo el tiempo con sus deidades en un tono coloquial y altanero, pidiendoles favores de poca monta, y mas tarde, cuando se aficiono al telefono, las llamaba al cielo, interpretando el zumbido del aparato como la respuesta en parabola de sus divinos interlocutores. De ese modo recibia instrucciones de la corte celestial, aun para los asuntos mas triviales. Era devota de San Benito, un rubio guapo y parrandero a quien las mujeres no dejaban en paz, que se coloco en el humo del brasero para quedar chamuscado como un leno y solo entonces pudo adorar a Dios y hacer sus prodigios tranquilo, sin esa cuelga de lujuriosas prendidas de su tunica. A el le rezaba para aliviar la borrachera. Era experta en tormentos y muertes horrorosas, conocia el fin de cuanto martir y virgen figuraba en el santoral catolico y estaba siempre lista para contarmelo. Yo la escuchaba con morboso terror y cada vez solicitaba nuevos detalles. El suplicio de Santa Lucia era mi favorito, queria oirlo a cada rato con todos los pormenores: por que Lucia rechazo al emperador enamorado de ella, como le arrancaron los ojos, si era cierto que esas pupilas lanzaron una mirada de luz desde la bandeja de plata donde reposaban como dos huevos solitarios, dejando ciego al emperador, mientras a ella le salian dos esplendidos ojos azules, mucho mas bonitos que los originales.
La fe de mi pobre Madrina era inconmovible y ninguna desgracia posterior pudo abatirla. Hace poco, cuando vino por aqui el Papa, consegui autorizacion para sacarla del sanatorio, porque habria sido una lastima que se perdiera al Pontifice con su habito blanco y su cruz de oro, predicando sus convicciones indemostrables, en perfecto espanol o en dialecto de indios, segun fuera la ocasion. Al verlo avanzar en su acuario de vidrio blindado por las calles recien pintadas, entre flores, vitores, banderines y guardaespaldas, mi Madrina, ya muy anciana, cayo de rodillas, persuadida de que el Profeta Elias andaba en viaje de turismo. Temi que la muchedumbre la aplastara y quise llevarmela de alli, pero ella no se movio hasta que le compre un pelo del Papa como reliquia. En esos dias mucha gente se volvio buena, algunos prometieron perdonar las deudas y no mencionar la lucha de clases o los anticonceptivos para no dar motivos de tristeza al Santo Padre, pero la verdad es que yo no me entusiasme con el insigne visitante, porque no guardaba buenos recuerdos de la religion. Un domingo de mi ninez la Madrina me llevo a la parroquia y me arrodillo en una cabina de madera con cortinas, yo tenia los dedos torpes y no podia cruzarlos como me habia ensenado. A traves de una rejilla me llego un aliento fuerte, dime tus pecados, me ordeno y al punto se me olvidaron todos los que habia inventado, no supe que responder, apurada trate de pensar en alguno, aunque fuera venial, pero ni el mas insignificante acudio a mi mente.
– ?Te tocas el cuerpo con las manos?
– Si…
– ?A menudo, hija?
– Todos los dias.
– ?Todos los dias! ?Cuantas veces?
– No llevo la cuenta… muchas veces…
– ?Esa es una ofensa gravisima a los ojos de Dios!
– No sabia, padre. ?Y si me pongo guantes, tambien es pecado?
– ?Guantes! ?Pero que dices, insensata! ?Te burlas de mi?
– No, no… murmure aterrada, calculando que de todos modos seria bien dificil lavarme la cara, cepillarme los dientes o rascarme con guantes.
– Promete que no volveras a hacer eso. La pureza y la inocencia son las mejores virtudes de una nina. Rezaras quinientas Ave Marias de penitencia para que Dios te perdone.
– No puedo, padre, conteste porque sabia contar solo hasta veinte.
– ?Como que no puedes! rugio el sacerdote y una lluvia de saliva atraveso el confesionario y me cayo encima.
Sali corriendo, pero la Madrina me cogio al vuelo y me retuvo por una oreja mientras hablaba con el cura sobre la conveniencia de ponerme a trabajar, antes que se me torciera aun mas el caracter y se me acabara de ofuscar el alma.
Despues de la muerte de mi madre, llego la hora del Profesor Jones. Murio de vejez, desilusionado del mundo y de su propia sabiduria, pero juraria que murio en paz. Ante la imposibilidad de embalsamarse a si mismo y permanecer dignamente entre sus muebles ingleses y sus libros, dejo instrucciones en el testamento para que sus restos fueran enviados a su distante ciudad natal, porque no deseaba terminar en el cementerio local, cubierto de polvo ajeno, bajo un sol inclemente y en promiscuidad con vaya uno a saber que clase de gentuza, como decia. Agonizo bajo el ventilador de su dormitorio, cocinado en el sudor de la paralisis, sin mas compania que el religioso de la Biblia y yo. Perdi las ultimas briznas del miedo que el me inspiraba cuando comprendi que no podia moverse sin ayuda y cuando le cambio la voz de trueno por un inacabable jadeo de moribundo.