En esa casa cerrada al mundo, donde la muerte habia instalado sus cuarteles desde que el doctor inicio sus experimentos, yo vagaba sin vigilancia. La disciplina de los empleados se relajo apenas el Profesor no pudo salir de su habitacion para amonestarlos desde su silla de ruedas y agobiarlos con ordenes contradictorias. Vi como en cada salida se llevaban los cubiertos de plata, las alfombras, los cuadros y hasta los frascos de cristal donde el sabio guardaba sus formulas. Ya nadie servia la mesa del patron con manteles almidonados y reluciente vajilla, nadie encendia las lamparas de lagrimas ni le alcanzaba su pipa. Mi Madrina dejo de preocuparse de la cocina y salia del paso con platanos asados, arroz y pescado frito en todas las comidas. Los demas abandonaron sus labores de aseo y la mugre y la humedad avanzaron por las paredes y los suelos de madera. El jardin no habia sido atendido desde el accidente con la surucucu varios anos atras y como resultado de tanta desidia una vegetacion agresiva estaba a punto de devorar la casa e invadir la acera. Los sirvientes dormian siesta, salian a pasear a todas horas, bebian demasiado ron y pasaban el dia con una radio encendida donde atronaban los boleros, las cumbias y las rancheras. El infeliz Profesor que en sus tiempos de salud no toleraba mas que sus discos de musica clasica, sufria lo indecible con la bullaranga y en vano se colgaba de la campanilla para llamar a sus empleados, nadie acudia. Mi Madrina solo subia a su pieza cuando estaba dormido para rociarlo con agua bendita sustraida de la iglesia porque le parecia una maldad muy grande dejarlo morir sin sacramentos, como un pordiosero.
La manana en que una de las mucamas abrio la puerta al pastor protestante vestida solo con sosten y calzon porque arreciaba el calor, sospeche que el relajo habia alcanzado su cima y ya no habia razon para mantenerme a prudente distancia del amo. Desde ese momento empece a visitarlo con frecuencia, al principio atisbando desde el umbral y poco a poco invadiendo la habitacion, hasta terminar jugando sobre su cama. Pasaba horas junto al anciano tratando de comunicarme con el, hasta que logre entender sus murmullos de hemiplejico extranjero. Cuando yo estaba a su lado, el Profesor parecia olvidar por algunos momentos la humillacion de su agonia y los tormentos de la inmovilidad. Yo sacaba los libros de los anaqueles sagrados y los sostenia delante de el, para que pudiera leerlos. Algunos estaban escritos en latin, pero me los traducia, aparentemente encantado de tenerme como alumna y lamentando en voz alta no haberse dado cuenta antes de que yo vivia en su casa. Tal vez nunca habia tocado a un nino y descubrio demasiado tarde que tenia vocacion de abuelo.
– ?De donde salio esta criatura? preguntaba masticando el aire. ?Sera mi hija, mi nieta o una alucinacion de mi cerebro enfermo? Es morena, pero tiene los ojos parecidos a los mios… Ven aqui, chiquilla, para mirarte de cerca.
El no podia relacionarme con Consuelo, aunque recordaba bien a la mujer que lo sirvio durante mas de veinte anos y que en una ocasion se inflara como un zepelin, una fuerte indigestion. A menudo me hablaba de ella, seguro de que sus ultimos momentos habrian sido diferentes si la hubiera tenido junto a su cama. Ella no lo habria traicionado, decia.
Yo le introducia motas de algodon en las orejas para que no enloqueciera con las canciones y novelas de la radio, lo lavaba y le ponia toallas dobladas bajo el cuerpo, para evitar que empapara de orines el colchon, le ventilaba la habitacion y le daba en la boca una papilla de bebe. Ese viejito de barba de plata era mi muneco. Un dia le escuche decirle al pastor que yo era mas importante para el que todos los logros cientificos obtenidos hasta entonces. Le dije algunas mentiras: que tenia una familia numerosa esperandolo en su tierra, que era abuelo de varios nietos y que poseia un jardin lleno de flores. En la biblioteca habia un puma embalsamado, uno de los primeros experimentos del sabio con el liquido prodigioso. Lo arrastre hasta su habitacion, se lo eche a los pies de la cama y le anuncie que era su perro regalon, ?acaso no se acordaba de el? La pobre bestia estaba triste.
– Anote en mi testamento, pastor. Deseo que esta nina sea mi heredera universal. Todo sera de ella cuando yo muera, logro decir en su media lengua al religioso que lo visitaba casi todos los dias, arruinandole el gusto de su propia muerte con amenazas de eternidad.
La Madrina me instalo un camastro junto a la cama del moribundo. Una manana el enfermo amanecio mas palido y cansado que otras veces, no acepto el cafe con leche que trate de darle, en cambio se dejo lavar, peinar la barba, mudar el camison y rociar con colonia. Estuvo hasta el mediodia recostado en sus almohadones, callado, con los ojos puestos en la ventana. Rechazo la papilla del almuerzo y cuando lo acomode para la siesta, me pidio que me echara a su lado en silencio. Estabamos los dos durmiendo apaciblemente cuando se le apago la vida.
El pastor llego al atardecer y se hizo cargo de todas las disposiciones. Enviar el cuerpo a su pais de origen resultaba poco practico, sobre todo si no habia nadie interesado en recibirlo, de modo que ignoro las instrucciones y lo hizo enterrar sin grandes ceremonias. Solo los sirvientes asistimos a ese triste sepelio, porque el prestigio del Profesor Jones se habia diluido, sobrepasado por los nuevos adelantos de la ciencia, y nadie se molesto en acompanarlo al camposanto, a pesar de que la noticia fue publicada en la prensa. Despues de tantos anos de encierro, pocos se acordaban de el y cuando algun estudiante de medicina lo nombraba era para burlarse de sus garrotazos para estimular la inteligencia, sus insectos para combatir el cancer y su liquido para preservar cadaveres.
Al desaparecer el patron, el mundo donde yo habia vivido se desmorono. El pastor realizo el inventario de los bienes y dispuso de ellos, partiendo de la base de que el sabio habia perdido el juicio en los ultimos tiempos y no estaba en capacidad de tomar decisiones. Todo fue a parar a su iglesia, menos el puma del cual no quise despedirme, porque lo habia cabalgado desde mi primera infancia y de tanto decirle al enfermo que se trataba de un perro termine creyendolo. Cuando los cargadores intentaron colocarlo en el camion de la mudanza, arme una pataleta aparatosa, y al verme echar espuma por la boca y lanzar alaridos, el presbitero prefirio ceder. Supongo que tampoco el animal era de alguna utilidad para alguien, de modo que pude guardarlo. Fue imposible vender la casa, porque nadie quiso comprarla. Estaba senalada por el estigma de los experimentos del Profesor Jones y acabo abandonada. Todavia existe. Con el paso de los anos se convirtio en una mansion de terror, donde los muchachos prueban su hombria pasando alli la noche entre crujidos de puertas, carreras de ratones y sollozos de animas. Las momias del laboratorio fueron trasladadas a la Facultad de Medicina, donde estuvieron arrumbadas en un sotano durante un largo periodo, hasta que de subito renacio la avidez por descubrir la formula secreta del doctor y tres generaciones de estudiantes se dedicaron a arrancarles trozos y pasarlas por diversas maquinas, hasta reducirlas a un picadillo indigno.
El pastor despidio a los empleados y cerro la casa. Asi fue como sali del lugar donde habia nacido, cargando al puma por las patas de atras, mientras mi Madrina lo llevaba por las delanteras.
– Ya estas crecida y no puedo mantenerte. Ahora vas a trabajar, para ganarte la vida y hacerte fuerte, como debe ser, dijo la Madrina. Yo tenia siete anos.
La Madrina espero en la cocina, sentada sobre una silla de paja, la espalda recta, un bolso de plastico bordado de mostacillas en la falda, la mitad de los senos asomando por el escote de la blusa, los muslos rebasando el asiento. De pie a su lado, yo pasaba revista con el rabillo del ojo a los trastos de hierro, la nevera oxidada, los gatos echados bajo la mesa, el aparador con su rejilla donde se estrellaban las moscas. Habia dejado la casa del Profesor Jones hacia dos dias y aun no me sobreponia al desconcierto. En pocas horas me volvi arisca. No queria hablar con nadie. Me sentaba en un rincon con la cara oculta entre los brazos y entonces, tal como ahora, aparecia mi madre, fiel a la promesa de permanecer viva mientras la recordara. Entre las ollas de esa cocina ajena se afanaba una negra seca y ruda que nos observaba con desconfianza.
– ?Es hija suya la muchacha? pregunto.
– ?Como va a ser mia, no le esta viendo el color? replico mi Madrina.
– ?De quien es entonces?
– Es mi ahijada de bautizo. La traigo para trabajar.
Se abrio la puerta y entro la duena de la casa, una mujer pequena, con un complejo peinado de rodetes y rizos acartonados, vestida de luto riguroso y con un relicario grande y dorado como una medalla de embajador colgado al cuello.
– Acercate para mirarte, me ordeno, pero yo estaba clavada al piso, no pude moverme y la Madrina tuvo que empujarme hacia delante para que la patrona me examinara: el cuero cabelludo por si tenia piojos, las unas en busca de las lineas transversales propias de los epilepticos, los dientes, las orejas, la piel, la firmeza de brazos y piernas. ?Tiene gusanos?
– No dona, esta limpia por dentro y por fuera.
– Esta flaca.
– Desde hace un tiempo le falla el apetito, pero no se preocupe, es animosa para el trabajo. Ella aprende