facil, tiene buen juicio.
– ?Es llorona?
– No lloro ni cuando enterramos a su madre, que en paz descanse.
– Se quedara a prueba por un mes, determino la patrona y salio sin despedirse.
La Madrina me dio las ultimas recomendaciones: no seas insolente, cuidado con romper algo, no tomes agua por la tarde porque vas a mojar la cama, portate bien y obedece.
Inicio un movimiento para besarme, pero cambio de idea y me hizo una caricia torpe en la cabeza, dio media vuelta y se fue por la puerta de servicio pisando firme, pero yo me di cuenta que estaba triste. Siempre habiamos estado juntas, era la primera vez que nos separabamos. Me quede en el mismo sitio con la vista fija en la pared. La cocinera acabo de freir unas rebanadas de platano, me tomo por los hombros y me instalo en una silla, luego se sento a mi lado y sonrio.
– Asi que tu eres la nueva sirvienta… Bueno, pajarito, come; y me puso un plato por delante. A mi me dicen Elvira, naci en el litoral, el dia que fue domingo 29 de mayo, pero del ano no me acuerdo. Lo que he hecho en mi vida es puro trabajar y por lo que veo ese tambien ha de ser tu camino. Tengo mis manas y mis costumbres, pero nos vamos a llevar bien si no eres atrevida, porque yo siempre quise conocer nietos, pero Dios me hizo tan pobre que ni familia me dio.
Ese dia comenzo una nueva vida para mi. La casa donde me emplearon estaba llena de muebles, cuadros, estatuillas, helechos con columnas de marmol, pero esos adornos no lograban ocultar el musgo que crecia en las canerias, las paredes manchadas de humedad, el polvo de anos acumulado bajo las camas y detras de los armarios, todo me parecia sucio, muy diferente a la mansion del Profesor Jones, quien antes del ataque cerebral se arrastraba por el suelo para pasar el dedo por los rincones. Olia a melones podridos y a pesar de las persianas cerradas para atajar el sol, hacia un calor sofocante. Los propietarios eran una pareja de hermanos solterones, la dona del relicario y un gordo sexagenario, con una gran nariz pulposa, sembrada de huecos y tatuada con un arabesco de venas azules. Elvira me conto que la dona habia pasado buena parte de su vida en una notaria, escribiendo en silencio y juntando las ganas de gritar que solo ahora, jubilada y en su casa, podia satisfacer. Todo el dia daba ordenes con voz atiplada, apuntando con un indice perentorio, incansable en su afan de hostigamiento, enojada con el mundo y con ella misma. Su hermano se limitaba a leer el periodico y la gacetilla hipica, beber, dormitar en una mecedora del corredor y pasearse en pijama, arrastrando las zapatillas por las baldosas y rascandose la entrepierna. Al anochecer despertaba de la modorra diurna, se vestia y salia a jugar domino en los cafes, asi cada tarde menos el domingo que iba al hipodromo a perder lo ganado en la semana. Tambien vivian alli una mucama de huesos grandes y cerebro de canario, que trabajaba desde la madrugada hasta la noche y durante la siesta desaparecia en la pieza del solteron; la cocinera, los gatos y un papagayo taciturno y medio desplumado.
La patrona le ordeno a Elvira que me banara con jabon desinfectante y quemara toda mi ropa. No me corto al rape el cabello, como se hacia entonces con las ninas de servicio para evitar los piojos, porque su hermano se lo impidio. El hombre de la nariz de fresa hablaba con suavidad, sonreia con frecuencia y a mi me resultaba simpatico aun cuando estaba borracho. Se compadecio de mi angustia ante las tijeras y logro salvar la melena que mi madre tanto cepillaba. Es extrano, no puedo recordar su nombre… En esa casa yo usaba un delantal fabricado por la dona en su maquina de coser e iba descalza. Despues del primer mes a prueba, me explicaron que debia trabajar mas, porque ahora ganaba un sueldo. Nunca lo vi, lo cobraba mi Madrina cada quince dias. Al comienzo aguardaba sus visitas con impaciencia y apenas aparecia me colgaba de su vestido rogandole que me llevara con ella, pero despues me acostumbre, me arrime a Elvira y me hice amiga de los gatos y del pajaro. Cuando la patrona me lavo la boca con bicarbonato para quitarme el habito de mascullar entre dientes, deje de hablar con mi madre en voz alta pero segui haciendolo en secreto. Habia mucho que hacer, esa casa parecia una maldita carabela encallada, a pesar de la escoba y el cepillo, nunca se terminaba de limpiar esa floracion imprecisa que avanzaba por los muros. La comida no era variada ni abundante, pero Elvira escondia las sobras de los amos y me las daba al desayuno, porque habia escuchado por la radio que es bueno empezar la jornada con el estomago repleto, para que te aproveche en los sesos y algun dia seas instruida, pajarito, me decia. A la solterona no se le escapaba detalle alguno, hoy lavaras los patios con creolina, acuerdate de planchar las servilletas y cuidado con quemarlas, tienes que limpiar los vidrios con papel de periodico y vinagre y cuando termines vienes para ensenarte a lustrar los zapatos del senor. Yo obedecia sin apuro, porque descubri pronto que si haraganeaba con prudencia, podia pasar el dia sin hacer casi nada. La dona del relicario comenzaba a impartir instrucciones desde que se levantaba en la madrugada, luciendo desde esa hora la ropa negra de sus lutos sobrepuestos, su relicario y su complejo peinado, pero se enredaba en sus propias ordenes y era facil enganarla. El patron se interesaba muy poco en los asuntos domesticos, vivia ocupado con las carreras de caballos, estudiando los antepasados de las bestias, calculando la ley de probabilidades y bebiendo para consolarse de sus fracasos en las apuestas. A veces su nariz se ponia como una berenjena y entonces me llamaba para que lo ayudara a meterse en la cama y escondiera las botellas vacias. Por su parte la mucama no tenia interes alguno en relacionarse con nadie, mucho menos conmigo. Solo Elvira se ocupaba de mi, me obligaba a comer, me ensenaba los oficios de la casa, me aliviaba de las tareas mas pesadas. Pasabamos horas conversando y contandonos cuentos. En esa epoca comenzaron algunas de sus excentricidades, como el odio irracional contra los extranjeros de pelo rubio y las cucarachas, a las cuales combatia con todas las armas a su alcance, desde cal viva hasta escobazos. En cambio no dijo nada cuando descubrio que yo le ponia comida a los ratones y cuidaba las crias para que no las devoraran los gatos. Temia morir en la inopia y acabar con sus huesos en una fosa comun y para evitar esa humillacion postuma adquirio un feretro a credito, que mantenia en su pieza, usandolo como armario para guardar sus cachivaches. Era un cajon de madera ordinaria, oloroso a pegamento de carpintero, forrado en raso blanco con cintas celestes, provisto de una pequena almohada. De vez en cuando yo obtenia el privilegio de acostarme dentro y cerrar la tapa, mientras Elvira fingia un llanto inconsolable y entre sollozos recitaba mis hipoteticas virtudes, ay, Dios Santisimo, por que te llevaste de mi lado al pajarito, tan buena, tan limpia y ordenada, yo la quiero mas que si fuera mi propia nieta, haz un milagro, devuelvemela Senor. El juego duraba hasta que la mucama perdia el control y comenzaba a aullar.
Los dias transcurrian iguales para mi, excepto el jueves, cuya proximidad calculaba en el almanaque de la cocina. Toda la semana esperaba el momento de cruzar la reja del jardin y partir al mercado. Elvira me colocaba mis zapatillas de goma, me cambiaba el delantal, me peinaba con una cola en la nuca y me daba un centavo para comprar un piruli de azucar casi invulnerable al diente humano, tenido de brillantes colores, que se podia lamer durante horas sin mermar su tamano. Ese dulce me alcanzaba para seis o siete noches de intenso placer y para muchas chupadas vertiginosas entre dos pesadas faenas. La patrona marchaba delante apretando su cartera, abran los ojos, no se distraigan, no se alejen de mi lado, esto esta lleno de pillos, nos advertia. Avanzaba con paso decidido observando, palpando, regateando, estos precios son un escandalo, a la carcel debieran ir a parar los especuladores. Yo caminaba detras de la mucama, una bolsa en cada mano y mi piruli en el bolsillo. Observaba a la gente tratando de adivinar sus vidas y secretos, sus virtudes y aventuras. Regresaba a la casa con los ojos ardientes y el corazon de fiesta, corria a la cocina y mientras ayudaba a Elvira a descargar, la aturdia con historias de zanahorias y pimientos encantados, que al caer en la sopa se transformaban en principes y princesas y salian dando saltos entre las cacerolas, con ramas de perejil enredadas en las coronas y chorreando caldo de sus ropajes reales.
– ?Ssht… viene la dona! Agarra la escoba, pajarito.
Durante la siesta, cuando el silencio y la quietud se aduenaban de la casa, yo abandonaba mis tareas para ir al comedor, donde colgaba un gran cuadro de marco dorado, ventana abierta a un horizonte marino, olas, rocas, cielo brumoso y gaviotas.
Me quedaba de pie, con las manos en la espalda y los ojos clavados en ese irresistible paisaje de agua, la cabeza perdida en viajes infinitos, en sirenas, delfines y mantarrayas que alguna vez surgieron de la fantasia de mi madre o de los libros del Profesor Jones. Entre tantos cuentos que ella me conto, yo preferia aquellos donde figuraba el mar, porque me incitaban a sonar con islas remotas, vastas ciudades sumergidas, caminos oceanicos para la navegacion de los peces. Estoy segura de que tenemos un antepasado marinero, sugeria mi madre cada vez que yo le pedia otra de esas historias y asi nacio por fin la leyenda del abuelo holandes. Ante ese cuadro, yo recuperaba la emocion de antano, cuando me instalaba junto a ella para oirla hablar o cuando la acompanaba en los trajines de la casa, siempre cerca para oler su aroma tenue de trapo, lejia y almidon.
– ?Que haces aqui! me zarandeaba la patrona si me descubria. ?No tienes nada que hacer? ?Este cuadro no es