para ti!
Deduje que las pinturas se gastan, el color se mete por los ojos de quien las mira y asi van destinendo hasta desaparecer.
– No, hija, como se te ocurre esa estupidez, no se gastan. Ven aqui, dame un beso en la nariz y te dejo ver el mar. Dame otro y te doy una moneda, pero no se lo digas a mi hermana, ella no entiende, ?te da asco mi nariz? Y el patron se escondia conmigo detras de los helechos para esa caricia clandestina.
Me habian asignado una hamaca que se colgaba en la cocina para pasar la noche, pero cuando todos se acostaban me escabullia hasta el cuarto de servicio y me deslizaba en el camastro que compartian la mucama y la cocinera, una hacia la cabecera y la otra hacia los pies. Me enrollaba junto a Elvira y le ofrecia un cuento a cambio de que me permitiera quedarme con ella.
– Esta bien, cuentame ese del hombre que perdio la cabeza por amor.
– Ese se me olvido, pero se me ocurre otro de animales.
– Seguro tu madre tenia el vientre muy liquido para darte esa inventiva que tienes para contar historias, pajarito.
Me acuerdo muy bien, era un dia lluvioso, habia un olor raro, a melones podridos, orines de los gatos y un vaho caliente que venia de la calle, un olor que llenaba la casa, tan fuerte que se podia agarrar con los dedos. Yo estaba en el comedor viajando por mar. No escuche los pasos de mi patrona y al sentir su garra en el cuello, la sorpresa me devolvio de muy lejos en un instante, paralizandome en la incertidumbre de no saber donde me encontraba.
– ?Otra vez aqui? ?Anda a hacer tu trabajo! ?Para que crees que te pago?
– Ya termine, donita…
La patrona tomo el jarron del aparador y le dio vuelta desparramando al suelo el agua sucia y las flores ya marchitas.
– Limpia -me ordeno.
Desaparecieron el mar, las rocas envueltas en bruma, la roja trenza de mis nostalgias, los muebles del comedor y solo vi aquellas flores sobre las baldosas, inflandose, moviendose, cobrando vida, y esa mujer con su torre de rizos y el medallon al cuello. Un no monumental me crecio por dentro, ahogandome, lo senti brotar en un grito profundo y lo vi estrellarse contra el rostro empolvado de la patrona. No me dolio su bofeton en la mejilla, porque mucho antes la rabia me habia ocupado por completo y ya llevaba el impulso de saltarle encima, lanzarla al suelo, aranarle la cara, agarrarla del cabello y tirar con todas mis fuerzas. Y entonces cedio el rodete, se desmoronaron los rizos, se desprendio el mono y toda esa masa de cabellos asperos quedo en mis manos como un zorrillo agonizante. Aterrorizada, comprendi que le habia arrancado el cuero cabelludo. Sali disparada, cruce la casa, atravese el jardin sin saber donde ponia los pies y me lance a la calle. En pocos instantes la lluvia tibia del verano me empapo, y cuando me vi toda mojada me detuve. Me sacudi de las manos el peludo trofeo y lo deje caer al borde de la acera, donde el agua de la alcantarilla lo arrastro navegando con la basura. Me quede varios minutos observando ese naufragio de pelos que se iba tristemente sin rumbo, convencida de que habia llegado al limite de mi destino, segura de que no tendria donde esconderme despues del crimen cometido. Deje atras las calles del vecindario, pase el sitio del mercado de los jueves, abandone la zona residencial de las casas cerradas a la hora de la siesta y segui caminando. La lluvia se detuvo y el sol de las cuatro evaporo la humedad del asfalto, envolviendo todo en un velo pegajoso. Gente, trafico, ruido, mucho ruido, construcciones donde rugian maquinas amarillas de proporciones gigantes, golpes de herramientas, frenazos de vehiculos, cornetas, pregones de vendedores callejeros. Un vago olor de pantano y de fritangas emanaba de las cafeterias y me acorde que era la hora de la merienda, me dio hambre, pero no llevaba dinero y en la fuga habia dejado atras los restos del piruli semanal. Calcule que llevaba varias horas dando vueltas. Todo me parecia asombroso. En esos anos la ciudad no era el desastre irremediable que es ahora, pero ya estaba creciendo deforme, como un tumor maligno, agredida por una arquitectura demencial, mezcla de todos los estilos, palacetes de marmol italiano, ranchos tejanos, mansiones Tudor, rascacielos de acero, residencias en forma de buque, de mausoleo, de salon de te japones, de cabana alpina y de torta de novia con pastillaje de yeso. Me senti aturdida.
Al atardecer llegue a una plaza orillada de ceibas, arboles solemnes que vigilan el lugar desde la Guerra de Independencia, coronada por una estatua ecuestre del Padre de la Patria en bronce, con la bandera en una mano y las riendas en la otra, humillado por tanta caca de paloma y tanto desencanto historico. En una esquina vi a un campesino vestido de blanco con sombrero de paja y alpargatas, rodeado de curiosos. Me acerque a verlo. Hablaba cantadito y por unas monedas cambiaba el tema y continuaba improvisando versos sin pausa ni vacilacion, de acuerdo a los pedidos de cada cliente. Trate de imitarlo en voz baja y descubri que haciendo rimas es mas facil recordar las historias, porque el cuento baila con su propia musica. Me quede escuchando hasta que el hombre recogio las propinas y se fue. Por un rato me entretuve buscando palabras que sonaran parecidas, era una buena forma de recordar las ideas, asi podria repetirle los cuentos a Elvira. Al pensar en ella me vino a la mente el olor de cebolla frita y entonces me di cuenta de mi situacion y senti una cosa fria en la espalda. Volvi a ver el mono de mi patrona flotando en la acequia como un cadaver de rabipelado y las profecias que mas de una vez me hiciera la Madrina me martillaron los oidos: mala, nina mala, acabaras en la carcel, asi se empieza, desobedeciendo y faltando el respeto y despues terminas tras las rejas, te lo digo yo, ese sera tu fin. Me sente al borde de la pileta a mirar los peces de colores y los nenufares agobiados por el clima.
– ?Que te pasa? Era un muchacho de ojos oscuros, vestido con un pantalon de dril y una camisa muy grande para el.
– Me van a meter presa.
– ?Cuantos anos tienes?
– Nueve, mas o menos.
– Entonces no tienes derecho a ir a la carcel. Eres menor de edad.
– Le arranque el pellejo de la cabeza a mi patrona.
– ?Como?
– De un tiron.
Se instalo a mi lado observandome de reojo y escarbandose la mugre de las unas con un cortaplumas.
– Me llamo Huberto Naranjo, ?y tu?
– Eva Luna. ?Quieres ser mi amigo?
– Yo no ando con mujeres. Pero se quedo y hasta tarde estuvimos mostrandonos cicatrices, intercambiando confidencias, conociendonos, iniciando asi la larga relacion que nos conduciria despues por los caminos de la amistad y el amor.
Desde que pudo tenerse en sus dos pies, Huberto Naranjo vivio en la calle, primero lustrando zapatos y repartiendo periodicos y despues manteniendose con insignificantes transacciones y raterias. Poseia una habilidad natural para engatusar a los incautos y tuve ocasion de apreciar su talento en la pileta de la plaza. Atraia a los transeuntes a gritos hasta juntar una pequena multitud de funcionarios publicos, jubilados, poetas y algunos guardias apostados alli para impedir que alguien cometiera la irreverencia de pasar sin chaqueta delante de la estatua ecuestre. La apuesta consistia en agarrar un pez de la fuente, introduciendo medio cuerpo al agua, manoteando entre las raices de las plantas acuaticas y alcanzando a ciegas el fondo resbaloso. Huberto le habia cortado la cola a uno y el pobre bicho solo podia nadar en circulos como un trompo o permanecer inmovil bajo un nenufar, donde el lo cogia de un zarpazo.
Mientras Huberto enarbolaba triunfante su pescado, los demas pagaban las perdidas con las mangas y la dignidad empapadas. Otra forma de ganar unas monedas consistia en adivinar cual era la tapita marcada entre tres que el movia a toda velocidad sobre un trozo de tela desplegado en el suelo. Podia quitarle el reloj a un transeunte en menos de dos segundos y hacerlo desaparecer en el aire en igual tiempo. Unos anos mas tarde, vestido como un cruce de vaquero y charro mexicano, venderia desde atornilladores robados hasta camisas dadas de baja en los remates de las fabricas. A los dieciseis anos seria jefe de una pandilla, temido y respetado, controlaria varios carritos de mani tostado, salchichas y jugo de cana, seria el heroe del barrio de las putas y la pesadilla de la Guardia, hasta que otros afanes lo llevarian a la montana. Pero eso fue mucho despues. Cuando lo encontre por primera vez todavia era un nino, pero si yo lo hubiera observado con mas atencion, tal vez habria vislumbrado al hombre que llegaria a ser, porque ya entonces tenia los punos decididos y el corazon ardiente. Hay que ser bien macho, decia Naranjo. Era su muletilla, basada en unos atributos masculinos que en nada diferian de los de otros muchachos, pero que el ponia a prueba midiendose el pene con un metro de costurera o