demostrando la presion del chorro de orina, como supe mucho mas tarde cuando el mismo se burlaba de esos metodos. Para entonces alguien le habia informado que el tamano de aquello no es prueba irrefutable de virilidad. De todos modos, sus ideas sobre la hombria estaban arraigadas desde la infancia y todo lo que experimento despues, todas las batallas y las pasiones, todos los encuentros y los debates, todas las rebeliones y las derrotas, no bastaron para hacerlo cambiar de opinion.

Al anochecer salimos en busca de comida por los restaurantes del barrio. Sentados en un callejon estrecho frente a la puerta trasera de una cocineria, compartimos una pizza humeante que Huberto le cambio al mozo por una tarjeta postal donde sonreia una rubia de senos saltones. Despues recorrimos un laberinto de patios, cruzando cercos y violando propiedades ajenas, hasta llegar a un estacionamiento de coches.

Nos deslizamos por una claraboya de ventilacion para evitar al gordo que vigilaba la entrada y nos escabullimos hacia el ultimo sotano. En un rincon oscuro entre dos columnas, Huberto habia improvisado un nido de papel de periodicos para acomodarse cuando no conseguia un lugar mas acogedor. Alli instalados nos dispusimos a pasar la noche echados lado a lado en la penumbra, envueltos en el olor del aceite de motor y el monoxido de carbono que impregnaba el ambiente con un tufo de transatlantico. Me acurruque entre los papeles y le ofreci un cuento en pago de tantas y tan finas atenciones.

– Esta bien, acepto el, algo desconcertado porque creo que no habia oido en su vida algo que semejara remotamente a un cuento.

– ?De que lo quieres?

– De bandidos, dijo, por decir algo.

Invoque algunos episodios de las novelas de la radio, letras de rancheras y otros ingredientes de mi invencion y me largue de inmediato con la historia de una doncella enamorada de un bandolero, un verdadero chacal que resolvia a balazos hasta los menores contratiempos, sembrando la region de viudas y huerfanos. La joven no perdia la esperanza de redimirlo con la fuerza de su pasion y la dulzura de su caracter y asi, mientras el andaba practicando sus fechorias, ella recogia a los mismos huerfanos producidos por las insaciables pistolas del malvado. Su aparicion en la casa era como un viento del infierno, entraba pateando puertas y lanzando tiros al aire; de rodillas ella le suplicaba que se arrepintiera de sus crueldades, pero el se burlaba con unas tremendas risotadas que estremecian las paredes y helaban la sangre. ?Que hay, guapa? preguntaba a gritos mientras las criaturas aterrorizadas se escondian en el

armario. ?Como estan los chiquillos? y abria la puerta del mueble para sacarlos de las orejas y tomarles las medidas. ?Aja! los veo muy crecidos, pero no te preocupes, que en un santiamen voy al pueblo y te hago otros huerfanitos para tu coleccion. Y asi transcurrieron los anos y siguieron aumentando las bocas que alimentar, hasta que un dia la novia, cansada de tanto abuso, comprendio la inutilidad de seguir esperando la redencion del bandido y se sacudio la bondad. Se hizo la permanente, se compro un vestido rojo y convirtio su casa en un lugar de fiesta y diversion, donde se podian tomar los mas sabrosos helados y la mejor leche malteada, jugar toda clase de juegos, bailar y cantar. Los ninos se divertian mucho atendiendo a la clientela, se acabaron las penurias y miserias y la mujer estaba tan contenta, que olvido los desaires de antano. Las cosas iban muy bien; pero las habladurias llegaron a oidos del chacal y una noche aparecio como de costumbre, golpeando las puertas, disparando al techo y preguntando por los ninos. Se llevo una sorpresa. Nadie se echo a temblar en su presencia, nadie salio corriendo en direccion al armario, la joven no se precipito a sus pies para implorar compasion. Todos continuaron alegremente en sus ocupaciones, unos sirviendo helados, otros tocando la bateria y los tambores y ella bailando mambo sobre una mesa con un esplendoroso sombrero decorado con frutas tropicales. Entonces el bandido, furioso y humillado, se fue con sus pistolas a buscar otra novia que le tuviera miedo y colorin colorado, este cuento se ha terminado.

Huberto Naranjo me escucho hasta el final.

– Esa es una historia idiota… Esta bien, quiero ser tu amigo, dijo.

Vagamos por la ciudad durante un par de dias. Me enseno las ventajas de la calle y algunos trucos para sobrevivir: escapa de la autoridad, porque si te agarran estas jodida, para robar en los autobuses colocate atras y aprovecha cuando abran la puerta para meter la mano y saltar afuera, la mejor comida se consigue a media manana entre los desperdicios del Mercado Central y a media tarde en los botaderos de los hoteles y restaurantes. Siguiendolo en sus correrias, experimente por primera vez la borrachera de la libertad, esa mezcla de ansiosa exaltacion y vertigo de muerte que a partir de entonces me ronda en suenos con tal nitidez que es como vivirla despierta. Pero a la tercera noche durmiendo a la intemperie, cansada y sucia, tuve un arrebato de nostalgia. Pense primero en Elvira, lamentando no poder regresar al lugar del crimen, y despues en mi madre y quise recuperar su trenza y ver de nuevo al puma embalsamado. Entonces le pedi a Huberto Naranjo que me ayudara a encontrar a la Madrina.

– ?Para que? ?No estamos bien asi? Eres una tonta.

No atine a explicarle mis razones, pero insisti mucho y por fin el se resigno a colaborar, despues de advertirme que me arrepentiria todos los dias de mi vida. Conocia bien la ciudad, se movilizaba colgado de las pisaderas o los parachoques de los buses y por mis vagas indicaciones y mediante su habilidad para ubicarse, llego a la ladera de una colina donde se amontonaban ranchos levantados con materiales de desecho, cartones, planchas de cinc, ladrillos, neumaticos usados. Era igual en apariencia a otros barrios, pero lo reconoci de inmediato por el basural extendido a lo largo y ancho de los barrancos del cerro. Alli vaciaban su carga de inmundicias los camiones municipales y vistos desde arriba, brillaban con la fosforescencia verdiazul de las moscas.

– ?Esa es la casa de mi Madrina! chille al vislumbrar de lejos las tablas pintadas de anil, donde solo habia estado un par de veces, pero recordaba bien porque era lo mas parecido que tenia a un hogar.

El rancho estaba cerrado y una vecina grito desde el otro lado de la calle que esperaramos, porque la Madrina andaba de compras en el abasto y regresaba pronto. Habia llegado el instante de despedirnos y Huberto Naranjo, con las mejillas rojas, extendio la mano para estrechar la mia. Le eche los brazos al cuello, pero el me dio un empujon y casi me tira de espaldas. Yo lo sujete con todas mis fuerzas por la camisa y le plante un beso que iba destinado a la boca, pero le cayo en medio de la nariz. Huberto echo a trotar cerro abajo, sin mirar hacia atras, mientras yo me sentaba en la puerta a cantar.

La Madrina no demoro mucho en volver. La vi subir el cerro por la calle torcida, con un paquete en los brazos, sudando por el esfuerzo, grande y gorda, ataviada con una bata color limon. La llame a gritos y corri a su encuentro, pero no me dio tiempo de explicar lo ocurrido, ya lo sabia por la patrona, que le habia informado mi desaparicion y el imperdonable agravio recibido. Me levanto en vilo y me introdujo en el rancho. El contraste entre el mediodia afuera y la oscuridad del interior me dejo ciega y no alcance a acomodar la vision, porque de un cachetazo vole por el aire y aterrice en el suelo.

La Madrina me golpeo hasta que vinieron los vecinos. Despues me curaron con sal.

Cuatro dias mas tarde fui conducida de regreso a mi empleo. El hombre de la nariz de fresa me dio una palmadita carinosa en la mejilla y aprovecho un descuido de los demas para decirme que estaba contento de verme, me habia echado de menos, dijo. La dona del relicario me recibio sentada en una silla de la sala, severa como un juez, pero me parecio que se habia reducido a la mitad, parecia una vieja muneca de trapo vestida de luto. No tenia la cabeza calva envuelta en vendajes enrojecidos, como yo esperaba, lucia la torre de crespos y duros rodetes, de otro color, pero intacta. Maravillada, procure encontrar una explicacion para ese formidable milagro, sin prestar atencion a la perorata de la patrona ni a los pellizcos de la Madrina. Lo unico comprensible de la reprimenda fue que a partir de ese dia trabajaria el doble, asi no tendria tiempo para perder en contemplaciones artisticas, y la reja del jardin permanecia con llave para impedirme otra fuga.

– Yo le domare el caracter, aseguro la patrona.

– A golpes cualquiera entiende, agrego mi Madrina.

– Mira al suelo cuando te dirijo la palabra, mocosa. Tienes los ojos endemoniados y yo no te voy a permitir insolencias, ?me has comprendido? me advirtio la dona.

La mire fijamente sin parpadear, luego di media vuelta con la cabeza muy alta y me fui a la cocina, donde Elvira me esperaba espiando la conversacion a traves de la puerta.

– Ay, pajarito… Ven aqui para ponerte compresas en los magullones. ?No te habran roto un hueso?

La solterona no volvio a maltratarme y como nunca menciono el cabello perdido, acabe considerando ese asunto como una pesadilla que se filtro en la casa por alguna rendija. Tampoco me prohibio mirar el cuadro, porque seguramente adivino que, de ser necesario, yo le habria hecho frente a mordiscos. Para mi esa marina

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