bicicleta, se inclino a recogerla y al hacerlo sintio una puntada en el pecho, larga y ardiente como una pena de amor. Se monto a horcajadas en el vehiculo y se alejo tan de prisa como pudo, doblado sobre el manubrio, con un gemido atravesado en la garganta.
Llego a la aldea pedaleando con tanta desesperacion, que su antiguo corazon de funcionario publico casi estalla. Alcanzo a dar la voz de alarma antes de desplomarse delante de la panaderia con un zumbido de avispero en el cerebro y un resplandor de espanto en las pupilas. Alli lo recogieron los panaderos y lo tendieron sobre la mesa de hacer pasteles, donde quedo acezando empolvado de harina, apuntando hacia el bosque con un indice y repitiendo que por fin Lukas Carle estaba en un patibulo, tal como debio estarlo mucho antes, bribon maldito bribon. Asi se entero el pueblo. La noticia se metio en las casas sobresaltando a los habitantes, quienes no habian sufrido tal conmocion desde el final de la guerra. Salieron todos a la calle a comentar el suceso, menos un grupo de cinco alumnos del ultimo ano del colegio, quienes hundieron las cabezas bajo sus almohadas fingiendo un sueno profundo.
Poco despues la policia saco de la cama al medico y al juez y partieron seguidos por varios vecinos en la direccion senalada por el dedo tembloroso del empleado del correo. Encontraron a Lukas Carle meciendose como un espantapajaros muy cerca del camino y entonces cayeron en cuenta de que nadie lo habia visto desde el viernes. Se necesitaron cuatro hombres para descolgarlo, porque el frio del bosque y la pesadumbre de la muerte lo habian vuelto monolitico. Al medico le basto una mirada para saber que antes de morir por asfixia, habia recibido un tremendo golpe en la nuca y a la policia le basto otra mirada para deducir que los unicos que podian dar una explicacion eran sus propios alumnos, con quienes salio al paseo anual del colegio.
– Traigan a los muchachos, ordeno el comandante.
– ?Para que? Este no es un espectaculo para ninos, replico el juez, cuyo nieto era alumno de la victima.
Pero no pudieron ignorarlos. En la breve investigacion realizada por la justicia local, mas por sentido del deber que por deseos autenticos de conocer la verdad, los alumnos fueron llamados a declarar. Dijeron que nada sabian. Fueron al bosque, como todos los anos en esa temporada, jugaron a la pelota, hicieron competencias de lucha libre, consumieron sus meriendas y luego se dispersaron con las cestas en todas direcciones para recolectar hongos silvestres. De acuerdo a las instrucciones recibidas, cuando comenzo a oscurecer se reunieron al borde del camino, a pesar de que el maestro no sono su silbato para llamarlos. Lo buscaron sin resultado, despues se sentaron a esperar y al caer la noche decidieron regresar al pueblo. No se les ocurrio informar a la policia porque supusieron que Lukas Carle habia vuelto a su casa o al colegio. Eso era todo.
No tenian ni la menor idea de como acabo sus dias colgado de la rama de aquel arbol.
Rolf Carle, vestido con el uniforme del liceo, los zapatos recien lustrados y la gorra metida hasta las orejas, camino con su madre a lo largo del corredor de la Prefectura. El joven tenia ese aire desgarbado y urgente de muchos adolescentes, era delgado, pecoso, de mirada atenta y manos delicadas. Los condujeron a una sala desnuda y fria, con los muros cubiertos por azulejos, en cuyo centro reposaba el cadaver en una camilla, iluminado por una luz blanca. La madre saco un panuelo de la manga y limpio cuidadosamente sus lentes. Cuando el forense levanto las sabanas, ella se inclino y durante un interminable minuto observo ese rostro deformado. Le hizo una sena a su hijo y el tambien se acerco a mirar, entonces ella bajo la vista y se tapo la cara con las manos para ocultar su alegria.
– Es mi marido, dijo por ultimo.
– Es mi padre, anadio Rolf Carle, tratando de mantener la voz serena.
– Lo siento mucho. Esto es muy desagradable para ustedes… balbuceo el medico sin entender la causa de su propio bochorno. Volvio a cubrir el cuerpo y los tres se quedaron de pie, en silencio, mirando desconcertados la silueta bajo la sabana. No he realizado la autopsia todavia, pero parece que se trata de un suicidio, en verdad lo lamento.
– Bueno, supongo que eso es todo, dijo la madre.
Rolf la tomo del brazo y salio con ella sin prisa. El eco de sus pasos en el suelo de cemento quedaria asociado en su recuerdo a un sentimiento de alivio y de paz.
– No fue un suicidio. A tu padre lo mataron tus companeros del liceo, afirmo la senora Carle al llegar a la casa.
– ?Como lo sabe, mama?
– Estoy segura y celebro que lo hicieran, porque si no lo habriamos tenido que hacer nosotros algun dia.
– No hable asi, por favor, murmuro Rolf espantado, porque siempre habia visto a su madre como una persona resignada y no imaginaba que en su corazon almacenara tanto rencor contra ese hombre. Creia que solo el lo odiaba. Ya todo paso, olvidese de esto.
– Al contrario, hijo, debemos recordarlo siempre, sonrio ella con una nueva expresion.
Los habitantes de la aldea se empecinaron tanto en borrar la muerte del Profesor Carle de la memoria colectiva, que si no fuera por los propios asesinos, casi lo consiguen. Pero los cinco muchachos habian reunido el coraje para ese crimen durante anos y no estaban dispuestos a callarse, pues presentian que esa seria la accion mas importante de sus vidas. No deseaban que se esfumara en la bruma de las cosas no dichas. En el entierro del maestro cantaron himnos con sus trajes de domingo, depositaron una corona de flores en nombre del colegio y mantuvieron la vista en el suelo, para que nadie los sorprendiera intercambiando miradas de complicidad. Las primeras dos semanas se quedaron mudos, esperando que una manana despertara el pueblo con la evidencia suficiente para mandarlos a la carcel. El miedo se les metio en el cuerpo y no los abandono por un tiempo, hasta que se decidieron ponerlo en palabras, para darle forma. La ocasion se les presento despues de un partido de futbol, en el vestuario de la cancha deportiva donde se aglomeraron los jugadores, mojados de sudor, excitados, quitandose la ropa entre bromas y empujones. Sin ponerse de acuerdo se demoraron en las duchas hasta que todos los demas se fueron y entonces, todavia desnudos, se colocaron delante del espejo y se observaron mutuamente, comprobando que ninguno de ellos tenia huellas visibles de lo ocurrido. Uno sonrio, disolviendo la sombra que los separaba y volvieron a ser los mismos de antes, se palmotearon, se abrazaron y jugaron como los ninos grandes que eran. Carle lo merecia, era una bestia, un psicopata, concluyeron. Repasaron los detalles y percibieron con asombro tal reguero de pistas que resultaba increible que no hubieran sido detenidos, entonces comprendieron su impunidad y supieron que nadie alzaria la voz para acusarlos. A cargo de cualquier investigacion estaria el comandante, padre de uno de ellos, en un juicio el abuelo de otro seria el juez y el jurado estaria compuesto por parientes y vecinos. Alli todos se conocian, estaban emparentados, nadie deseaba remover el fango de ese asesinato, ni siquiera la familia de Lukas Carle. En realidad sospechaban que su mujer y su hijo habian deseado por anos la desaparicion del padre y que el viento de alivio provocado por su muerte llego primero a su propia casa, barriendola de arriba abajo y dejandola limpia y fresca como nunca antes lo estuvo.
Los muchachos se propusieron mantener vivo el recuerdo de su hazana y lo lograron tan bien, que la historia paso de boca en boca, enaltecida por detalles agregados con posterioridad, hasta transformarla en un acto heroico. Formaron un club y se hermanaron con un juramento secreto. Se reunian algunas noches en los limites del bosque para conmemorar ese viernes unico en sus vidas, manteniendo alerta el recuerdo del piedrazo con el cual lo aturdieron, del nudo corredizo preparado de antemano, de la forma como treparon al arbol y pasaron el lazo por el cuello del maestro todavia desmayado, de como este abrio los ojos en el instante en que lo izaban y se retorcio en el aire con espasmos de agonia. Se identificaban con un circulo de tela blanca cosido en la manga izquierda de la chaqueta y pronto todo el pueblo adivino el significado de esa senal. Tambien lo supo Rolf Carle, dividido entre la gratitud por haber sido liberado de su torturador, la humillacion de llevar el apellido del ejecutado y la verguenza de no tener animo ni fuerza para vengarlo.
Rolf Carle comenzo a adelgazar. Cuando se llevaba la comida a la boca veia la cuchara transformada en la lengua de su padre, desde el fondo del plato y a traves de la sopa lo observaban los ojos despavoridos del muerto, el pan tenia el color de su piel. Por las noches temblaba de fiebre y en el dia inventaba pretextos para no salir de la casa, atormentado por la jaqueca, pero su madre lo obligaba a tragar alimentos y asistir a clases. Soporto veintiseis dias, pero la manana del dia veintisiete, cuando en el recreo aparecieron cinco de sus companeros con las mangas marcadas, tuvo un acceso de vomitos tan agudo, que el director del colegio se alarmo y pidio una ambulancia para mandarlo al hospital de la ciudad vecina, donde estuvo el resto de la semana echando el alma por la boca. Al verlo en ese estado, la senora Carle intuyo que los sintomas de su hijo no correspondian a una indigestion comun y corriente. El medico de la aldea, el mismo que lo vio nacer y extendio el certificado de defuncion de su padre, lo examino con atencion, le receto una serie de medicamentos y recomendo a la madre que no le hiciera mucho caso, pues Rolf era un muchacho sano y fuerte, la crisis de ansiedad pasaria y en poco tiempo estaria haciendo deportes y persiguiendo a las jovencitas. La senora Carle le administro los