remedios puntualmente, pero como no viera ninguna mejoria, duplico las dosis por iniciativa propia.

Nada surtio efecto, el muchacho seguia sin apetito, atontado por el malestar. A la imagen del padre ahorcado se sumaba el recuerdo del dia en que fue a enterrar a los muertos en el campo de prisioneros. Katharina lo miraba insistente con sus ojos sosegados, lo seguia por la casa y por ultimo lo llevo de la mano y trato de meterse con el debajo de la mesa de la cocina, pero ambos estaban ya demasiado crecidos. Entonces se acurruco a su lado y comenzo a murmurar una de esas largas letanias de la infancia.

El jueves temprano entro su madre a despertarlo para ir al liceo y lo encontro volteado hacia la pared, palido y exhausto, con la decision evidente de morirse, porque ya no podia soportar el asedio de tantos fantasmas. Ella comprendio que se consumiria en el ardor de la culpa por haber deseado cometer el mismo ese crimen y, sin decir palabra, la senora Carle se dirigio al armario y empezo a hurgar. Encontro objetos perdidos desde hacia anos, ropa sin uso, juguetes de sus hijos, radiografias del cerebro de Katharina, la escopeta de Jochen. Alli estaban tambien los zapatos de charol rojo con tacones de estilete y se sorprendio de que evocaran en ella tan pocos rencores, ni siquiera tuvo el impulso de lanzarlos a la basura, los llevo a la chimenea y los coloco junto al retrato de su difunto marido, uno a cada lado, como un altar. Por fin dio con la bolsa de lona usada por Lukas Carle durante la guerra, un saco verde con firmes correas de cuero, y con la misma pulcritud excesiva con que ejecutaba todos los oficios de la casa y del campo, acomodo dentro del saco las ropas de su hijo menor, una fotografia suya el dia de su boda, una caja de carton forrada con seda donde guardaba un rizo de Katharina y un paquete de galletas de avena horneadas por ella el dia anterior.

– Vistete, hijo, te iras a America del Sur, anuncio con inconmovible decision.

De este modo Rolf Carle fue embarcado en un buque noruego que lo llevo al otro lado del mundo, muy lejos de sus pesadillas. Su madre viajo con el en tren hasta el puerto mas cercano, le compro un billete de tercera clase, envolvio el dinero sobrante en un panuelo junto con la direccion del tio Rupert y se lo cosio en el interior de los pantalones, con instrucciones de no quitarselos por ningun motivo. Hizo todo esto sin muestras de emocion y al despedirse le dio un beso rapido en la frente, tal como hacia cada manana cuando iba a la escuela.

– ?Cuanto tiempo estare lejos, mama?

– No lo se, Rolf.

– No debo irme, ahora yo soy el unico hombre de la familia, tengo que cuidar de usted.

– Yo estare bien. Te escribire.

– Katharina esta enferma, no puedo dejarla asi…

– Tu hermana no vivira mucho mas, siempre supimos que seria asi, es inutil preocuparse por ella. ?Que sucede? ?Estas llorando? No pareces hijo mio, Rolf, no tienes edad para comportarte como un chiquillo. Limpiate la nariz y sube a bordo antes que la gente comience a mirarnos.

– Me siento mal, mama, quiero vomitar.

– ?Te lo prohibo! No me hagas pasar una verguenza. Vamos, sube por esa pasarela, camina hacia la proa y quedate alli. No mires hacia atras. Adios, Rolf.

Pero el muchacho se escondio en la popa para observar el muelle y asi supo que ella no se movio de su lugar hasta que el barco se perdio en el horizonte. Guardo consigo la vision de su madre vestida de negro con su sombrero de fieltro y su cartera de falsa piel de cocodrilo, de pie, inmovil y solitaria, con la cara vuelta hacia el mar.

Rolf Carle navego casi un mes en la ultima cubierta del buque, entre refugiados, emigrantes y viajeros pobres, sin hablar una palabra con nadie por orgullo y timidez, oteando el oceano con tal determinacion, que llego al fondo de su propia tristeza y la agoto. Desde entonces no volvio a padecer aquella afliccion que por poco le induce a lanzarse al agua. A los doce dias de viaje el aire salado le devolvio el apetito y lo curo de los malos suenos, se le pasaron las nauseas y se intereso en los delfines sonrientes que acompanaban al barco por largos trechos. Cuando finalmente arribo a las costas de America del Sur habian vuelto los colores a sus mejillas. Se miro en el pequeno espejo del bano comun que compartia con los demas pasajeros de su clase y vio que su rostro ya no era el de un adolescente atormentado, sino el de un hombre. Le gusto la imagen de si mismo, respiro profundamente y sonrio por primera vez en mucho tiempo.

El buque detuvo sus maquinas en el muelle y los pasajeros descendieron por una pasarela. Sintiendose como un filibustero de las novelas de aventura, con el viento tibio agitandole el pelo y los ojos deslumbrados, Rolf Carle fue de los primeros en pisar tierra. Un puerto increible surgio ante su vista a la luz de la manana. De los cerros colgaban viviendas de todos colores, calles torcidas, ropa tendida, una prodiga vegetacion en todos los tonos de verde. El aire vibraba de pregones, de cantos de mujeres, de risas de ninos y gritos de papagayos, de olores, de una alegre concupiscencia y un calor humedo de cocineria. En el bullicio de cargadores, marineros y viajantes, entre fardos, maletas, curiosos y vendedores de chucherias, lo esperaban su tio Rupert con su esposa Burgel y sus dos hijas, unas doncellas macizas y rubicundas de quienes el joven se enamoro de inmediato. Rupert era un primo lejano de su madre, carpintero de oficio, gran bebedor de cerveza y amante de los perros. Habia llegado con su familia hasta ese confin del planeta huyendo de la guerra, porque no tenia vocacion de soldado, le parecio una estupidez dejarse matar por una bandera que consideraba solo un trapo amarrado a un palo. No tenia la menor inclinacion patriotica y cuando tuvo la certeza de que la guerra era inevitable, recordo a unos bisabuelos lejanos que muchos anos antes se embarcaron rumbo a America para fundar una colonia y decidio seguir sus pasos. Condujo a Rolf Carle directamente del barco a un pueblo de fantasia, preservado en una burbuja donde el tiempo se habia detenido y la geografia habia sido burlada. Alli la vida transcurria como en los Alpes durante el siglo diecinueve. Para el muchacho fue igual que meterse en una pelicula. No alcanzo a ver nada del pais y por varios meses creyo que no habia mucha diferencia entre el Caribe y las orillas del Danubio.

A mediados de mil ochocientos, un ilustre sudamericano dueno de tierras fertiles enclavadas en las montanas a poca distancia del mar y no muy lejos de la civilizacion, quiso poblarlas con colonos de buena cepa. Se fue a Europa, fleto un barco y corrio la voz entre los campesinos empobrecidos por las guerras y las pestes, de que al otro lado del Atlantico estaba esperandolos una utopia. Iban a construir una sociedad perfecta donde reinara la paz y la prosperidad, regulada por solidos principios cristianos, lejos de los vicios, las ambiciones y los misterios que habian castigado a la humanidad desde el comienzo de la civilizacion. Ochenta familias fueron seleccionadas de acuerdo a sus meritos y buenas intenciones, entre las cuales habia representantes de varios oficios artesanales, un maestro, un medico y un sacerdote, todos con sus instrumentos de trabajo y varios siglos de tradiciones y conocimientos a la espalda. Al pisar esas costas tropicales algunos se asustaron, convencidos de que jamas podrian habituarse a un lugar semejante, pero cambiaron de idea al ascender por un sendero hacia las cumbres de las montanas y encontrarse en el paraiso prometido, una region fresca y benigna, donde era posible cultivar las frutas y hortalizas de Europa y donde crecian tambien productos americanos. Alli construyeron una replica de sus aldeas de origen, con casas de vigas de madera, avisos con letras goticas, flores en macetas adornando las ventanas y una pequena iglesia donde colgaba la campana de bronce traida con ellos en el barco. Cerraron la entrada de la Colonia y bloquearon el camino, para que no fuera posible llegar o salir, y durante cien anos cumplieron los deseos del hombre que los llevo hasta ese lugar, viviendo de acuerdo a los preceptos de Dios. Pero el secreto de la utopia no pudo ocultarse indefinidamente y cuando la prensa publico la noticia se armo un escandalo. El Gobierno poco dispuesto a consentir que en el territorio existiera un poblado extranjero con sus propias leyes y costumbres, los obligo a abrir las puertas y dar paso a las autoridades nacionales, al turismo y al comercio. Al hacerlo encontraron una aldea donde no se hablaba espanol, todos eran rubios de ojos claros y una buena parte de los ninos habian nacido con taras a causa de los matrimonios consanguineos. Construyeron una carretera para unirla con la capital, convirtiendo la Colonia en el paseo preferido de las familias con automovil, que iban a comprar frutas invernales, miel, embutidos, pan casero y manteles bordados. Los colonos transformaron sus casas en restaurantes y albergues para los visitantes y algunos hoteles aceptaron parejas clandestinas, lo cual no correspondia exactamente a la idea del fundador de la comunidad, pero los tiempos cambian v era necesario modernizarse. Rupert llego alli cuando todavia era un recinto cerrado, pero se las arreglo para ser aceptado, despues de probar su estirpe europea y demostrar que era un hombre de bien. Cuando abrieron las comunicaciones con el mundo exterior, el fue uno de los primeros en comprender las ventajas de la nueva situacion. Dejo de fabricar muebles, porque ahora se podian comprar mejores y mas variados en la capital y se dedico a producir relojes cucu y a imitar juguetes antiguos pintados a mano para vender a los turistas. Tambien comenzo un negocio de perros de raza y una escuela para adiestrarlos, idea que aun no se le habia ocurrido a nadie en esas latitudes, pues hasta entonces los animales nacian y se reproducian de cualquier modo, sin apellidos, clubes, concursos, peluqueros o entrenamientos especiales. Pero pronto se supo que en alguna parte estaban de moda los pastores policiales y los ricos quisieron tener el suyo con documentos de garantia.

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