Quienes podian pagarlos, compraban sus bestias y los dejaban por una temporada en la escuela de Rupert, de donde regresaban caminando a dos patas, saludando con la mano, acarreando en el hocico el periodico y las pantuflas del amo y fingiendose muertos cuando recibian la orden en lengua extranjera.

El tio Rupert era propietario de un buen pedazo de terreno y una casa grande, acondicionada como pension, con muchos cuartos, toda de madera oscura construida y amueblada con sus propias manos al estilo Heidelberg, a pesar de que el nunca habia puesto los pies en esa ciudad. La copio de una revista. Su esposa cultivaba fresas y flores y tenia un gallinero del cual obtenia huevos para toda la aldea. Vivian de la crianza de perros, la venta de relojes y la atencion de turistas.

La existencia de Rolf Carle dio un vuelco. Habia terminado el colegio, en la Colonia no podia seguir estudiando y, por otra parte, su tio era partidario de ensenarle sus mismos oficios para que lo ayudara y tal vez lo heredara, pues no perdia la esperanza de verlo casado con una de sus hijas. Le tomo carino desde la primera mirada. Siempre quiso tener un descendiente varon y ese muchacho resulto tal como lo habia sonado, fuerte, de caracter noble y manos habiles, con el pelo rojizo, como, todos los hombres de su familia. Rolf aprendio con rapidez a manejar las herramientas de la carpinteria, armar los mecanismos de los relojes, cosechar fresas y atender a la clientela de la pension. Sus tios se dieron cuenta de que podian obtener todo de el si le hacian creer que la iniciativa era suya y apelaban a sus sentimientos.

– ?Que se puede hacer con el techo del gallinero, Rolf? Le preguntaba Burgel con un suspiro de impotencia.

– Echarle alquitran.

– Mis pobres gallinas se van a morir cuando empiecen las lluvias.

– Dejemelo a mi, tia, esto lo resuelvo en un minuto. Y ahi estaba el joven tres dias seguidos, revolviendo un caldero con brea, equilibrandose sobre el techo y explicandole a quien fuera pasando sus teorias sobre impermeabilizacion ante las miradas admirativas de sus primas y la sonrisa disimulada de Burgel.

Rolf quiso aprender la lengua del pais y no descanso hasta conseguir quien se la ensenara de forma metodica. Estaba dotado con buen oido para la musica y lo empleo en tocar el organo de la iglesia, lucirse ante los visitantes con un acordeon y asimilar el castellano con un amplio repertorio de palabrotas de uso cotidiano, a las que recurria solo en raras ocasiones, pero atesoraba como parte de su cultura. Ocupaba sus ratos libres en la lectura y en menos de un ano habia consumido todos los libros del pueblo, que pedia prestados y devolvia con puntualidad obsesiva.

Su buena memoria le permitia acumular informacion -casi siempre inutil e imposible de comprobar- para deslumbrar a la familia y a los vecinos. Era capaz de decir sin la menor vacilacion cuantos habitantes tenia Mauritania o el ancho del Canal de la Mancha en millas nauticas, en general porque lo recordaba, pero a veces porque lo inventaba al vuelo y lo aseguraba con tanta petulancia, que nadie osaba ponerlo en duda.

Aprendio algunos latinajos para salpicar sus peroratas, con los cuales adquirio un solido prestigio en esa pequena comunidad, aunque no siempre los usaba correctamente. De su madre habia recibido modales corteses y algo anticuados, que le sirvieron para conquistar la simpatia de todo el mundo, en particular de las mujeres, poco acostumbradas a esas finuras en un pais de gente ruda. Con su tia Burgel era especialmente galante, no por afectacion, sino porque en verdad la queria. Ella tenia la virtud de disipar sus angustias existenciales reduciendolas a esquemas tan simples, que mas tarde el se preguntaba como no se le habia ocurrido antes esa solucion. Cuando caia en el vicio de la nostalgia o se atormentaba por los males de la humanidad ella lo curaba con sus postres esplendidos y con sus bromas atropelladas. Fue la primera persona, aparte de Katharina, en abrazarlo sin motivo y sin permiso. Cada manana lo saludaba con besos sonoros y antes de dormir iba a acomodarle la cobija de la cama, atenciones que su madre nunca hizo, por pudor. Al primer vistazo Rolf parecia timido, se sonrojaba con facilidad y hablaba en tono bajo, pero en realidad era vanidoso y aun estaba en edad de creerse el eje del universo. Era mucho mas listo que la mayoria y el lo sabia, pero la inteligencia le alcanzaba para fingir cierta modestia.

Los domingos por la manana llegaban gentes de la ciudad a ver el espectaculo en la escuela de tio Rupert. Rolf los guiaba hasta un gran patio con pistas y obstaculos, donde los perros realizaban sus proezas ante los aplausos del publico. Ese dia se vendian algunos animales y el joven se despedia de ellos apesadumbrado, porque los habia criado desde su nacimiento y nada lo conmovia tanto como esas bestias. Se echaba en el jergon de las perras y dejaba que los cachorros lo olisquearan, le chuparan las orejas y se durmieran en sus brazos, conocia a cada uno por su nombre y hablaba con ellos en terminos de igualdad. Tenia hambre de afecto, pero como habia sido criado sin mimos, solo se atrevia a satisfacer esa carencia con los animales y fue necesario un largo aprendizaje para que pudiera abandonarse al contacto humano, primero al de Burgel y luego al de otros. El recuerdo de Katharina constituia su fuente secreta de ternura y a veces, en la oscuridad de su cuarto, ocultaba la cabeza bajo la sabana y lloraba pensando en ella.

No hablaba de su pasado por temor a suscitar compasion y porque no habia logrado ordenarlo en su mente. Los anos de infortunio junto a su padre eran un espejo roto en su memoria. Alardeaba de frialdad y pragmatismo, dos condiciones que le parecian sumamente viriles, pero en verdad era un incorregible sonador, el menor gesto de simpatia lo desarmaba, la injusticia lograba sublevarlo, padecia ese idealismo candoroso de la primera juventud, que no resiste el enfrentamiento con la grosera realidad del mundo. Una infancia de privaciones y terrores le dio sensibilidad para intuir el lado oculto de las cosas y de las personas, una clarividencia que se le presentaba de pronto como un fogonazo, pero sus pretensiones de racionalidad le impedian prestar atencion esos misteriosos avisos o seguir la conducta senalada por sus impulsos. Negaba sus emociones y por lo mismo estas lo volteaban en cualquier descuido. Tampoco admitia el reclamo de sus sentidos e intentaba controlar la parte de su naturaleza que se inclinaba hacia la molicie y el placer. Comprendio desde el principio que la Colonia era un sueno ingenuo donde se sumergio por casualidad, pero que la existencia estaba llena de asperezas y mas valia ponerse una coraza si pretendia sobrevivir. Sin embargo, quienes lo conocian podian ver que esa proteccion era de humo y un soplo la desbarataba. Iba por la vida con los sentimientos desnudos, tropezando con su orgullo y cayendo para volver a ponerse de pie.

La familia de Rupert eran gentes sencillas, animosas y glotonas. La comida revestia una importancia fundamental para ellos, sus vidas giraban en torno a los afanes de la cocina y la ceremonia de sentarse a la mesa. Todos eran gordos y no se resignaban a ver al sobrino tan delgado, a pesar de la preocupacion constante por alimentarlo. La tia Burgel habia creado un plato afrodisiaco que atraia a los turistas y mantenia a su marido siempre en llamas, mirenlo, parece un tractor, decia con su risa contagiosa de matrona satisfecha. La receta era simple: en una olla enorme freia bastante cebolla, tocino y tomate, sazonado con sal, pimienta en grano, ajos y cilantro. A eso le agregaba por capas trozos de carne de cerdo y de res, pollos deshuesados, habas, maiz, repollo, pimenton, pescado, almejas y langostinos, luego espolvoreaba un poco de azucar mascabada y vaciaba dentro cuatro jarros de cerveza. Antes de taparlo y cocinarlo a fuego suave, le arrojaba un manojo de hierbas cultivadas en los maceteros de su cocina. Ese era el momento crucial, pues nadie conocia la composicion de este ultimo alino y ella estaba decidida a llevarse el secreto a la tumba. El resultado era un guiso oscuro, que se extraia de la olla y se servia en el orden inverso en que se colocaron los ingredientes. Al final se presentaba el caldo en tazas y el efecto era un formidable calor en los huesos y una pasion lujuriosa en el alma. Los tios mataban varios cerdos al ano y preparaban los mejores embutidos del pueblo: jamones ahumados, longanizas, mortadela, enormes latas de grasa; compraban leche fresca en toneles para hacer crema, batir mantequilla y fabricar quesos. Desde el amanecer hasta la noche emanaban vapores fragantes de la cocina. En el patio encendian braseros de lena donde se colocaban las cacerolas de cobre con dulces de ciruela, de albaricoque y de fresa, con que acompanaban el desayuno de los visitantes. Con tanta vida entre ollas aromaticas, las dos primas olian a canela, clavo de olor, vainilla y limon. Por las noches Rolf se escabullia como una sombra hasta su habitacion para hundir la nariz en sus vestidos y aspirar esa fragancia dulce que llenaba su cabeza de pecados.

Las rutinas cambiaban durante los fines de semana. El jueves ventilaban las habitaciones, las adornaban con flores frescas y preparaban lena para las chimeneas, porque en las noches corria una brisa fria y a los huespedes les gustaba sentarse frente al fuego e imaginar que estaban en los Alpes. De viernes a domingo la casa se llenaba de clientes y la familia trabajaba desde el amanecer atendiendolos; la tia Burgel no salia de la cocina y las muchachas servian las mesas y hacian el aseo vestidas de fieltro bordado, medias blancas, delantales almidonados y peinadas con trenzas y cintas de colores, como las aldeanas de los cuentos germanicos.

Las cartas de la senora Carle demoraban cuatro meses y eran todas muy breves y casi iguales: Querido hijo, me encuentro bien, Katharina esta en el hospital, cuidate mucho y acuerdate de las cosas que te he ensenado

Вы читаете Eva Luna
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