tanta nieve sintetica por todas partes, que una semana despues todavia se metian los copos en el quirofano del Hospital Militar, a quinientos metros de distancia. Como no pudieron congelar el agua de la piscina, porque fallaron las maquinas traidas del norte y en vez de hielo se obtuvo una especie de vomito gelatinoso, optaron por echar a navegar dos cisnes tenidos de rosa que arrastraban penosamente una cinta con el nombre de la quinceanera en letras doradas. Para dar mas brillo a la fiesta fueron acarreados en avion dos miembros de la nobleza europea y una estrella de cine. A las doce de la noche bajaron a la festejada desde el techo del salon, sentada en un columpio en forma de trineo, cubierta de martas cibelinas, oscilando a cuatro metros de altura sobre las cabezas de los invitados, medio desmayada de calor y vertigo. Eso no lo vimos los curiosos apostados en los alrededores, pero aparecio en todas las revistas y nadie se sorprendio ante el milagro de un hotel capitalino sumergido en el clima del Artico, cosas aun mas pasmosas habian ocurrido en el territorio nacional. Nada me llamo la atencion, solo me interesaron unas enormes bateas repletas de nieve natural instaladas en la entrada de la fiesta para que la elegante concurrencia jugara a lanzar bolas y armar munecos, como habian oido que hacen en los frios de otras partes. Logre zafarme de Elvira, me escabulli entre los mesoneros y los guardias y me acerque a tomar ese tesoro en mis manos. Al principio crei que me quemaba y grite de susto, pero luego no pude soltarla, fascinada con el color de la luz atrapado en esa materia helada y porosa. Un vigilante estuvo a punto de cogerme, pero me agache y corri entre sus piernas llevandome la nieve apretada contra el pecho. Cuando desaparecio entre mis dedos como un hilo de agua, me senti burlada. Dias despues Elvira me regalo media esfera transparente, dentro de la cual habia una cabana y un pino, que al agitarse echaba a volar copos blancos. Para que tengas tu propio invierno, pajarito, me dijo.

Yo no estaba en edad de interesarme por la politica, pero Elvira me llenaba la mente de ideas subversivas para llevar la contra a los patrones.

– Corrompido esta todo en este pais, pajarito. Mucho gringo de pelo amarillo, digo yo, cualquier dia nos llevan la tierra para otra parte y nos encontramos sentados en el mar, eso digo.

La dona del relicario opinaba exactamente lo contrario.

– Mala suerte la nuestra, que nos descubrio Cristobal Colon en vez de un ingles; hay que traer gente animosa de buena raza, que se abra camino en la selva, siembre el llano, levante industrias. ?No se formaron asi los Estados Unidos? ?Y vean donde ha llegado ese pais!

Estaba de acuerdo con el General, quien abrio las fronteras a cuantos quisieron venir de Europa escapando de las miserias de la posguerra. Los inmigrantes llegaron por centenares con sus mujeres, hijos, abuelos y primos lejanos, con sus lenguas diversas, comidas tipicas, leyendas y fiestas de guardar, con su cargamento de nostalgias. Todo se lo trago de un bocado nuestra exuberante geografia. Tambien se permitio la entrada a unos pocos asiaticos, que una vez dentro se multiplicaron con asombrosa rapidez. Veinte anos mas tarde alguien noto que en cada esquina de la ciudad habia un restaurante con demonios colericos, lamparas de papel y techo de pagoda. Por esa epoca la prensa informo de un mozo chino que abandono la atencion de los clientes en el comedor, subio a la oficina y le amputo la cabeza y las manos a su patron con los cuchillos de la cocina, porque este no guardo el debido respeto a una norma religiosa y colgo la imagen de un dragon junto a la de un tigre. Durante la investigacion del caso se descubrio que todos los protagonistas de la tragedia eran inmigrantes ilegales. Cada pasaporte era usado un centenar de veces, porque si los funcionarios apenas podian adivinar el sexo de los orientales, mucho menos podian distinguir uno de otro en la fotografia del documento. Los extranjeros llegaron con animo de hacer fortuna y regresar a su lugar de origen, pero se quedaron. Sus descendientes olvidaron la lengua materna y los conquisto el aroma del cafe, el animo alegre y el encanto de un pueblo que aun no conocia la envidia. Muy pocos partieron a cultivar las haciendas regaladas por el Gobierno, porque faltaban caminos, escuelas, hospitales y sobraban pestes, mosquitos y bichos venenosos. Tierra adentro era el reino de los bandoleros, los contrabandistas y los soldados. Los inmigrantes se quedaron en las ciudades trabajando con ahinco y ahorrando cada centavo, ante la burla de los nacionales, que consideran el derroche y la generosidad como las mejores virtudes de cualquier persona decente.

– Yo no creo en maquinitas. Eso de copiar cosas de gringos es malo para el alma, sostenia Elvira escandalizada con el derroche de los nuevos ricos, que pretendian vivir como en las peliculas.

Los solterones no tenian acceso al dinero facil porque vivian de sus respectivas pensiones de jubilados, de modo que el despilfarro no entraba en la casa, pero podian apreciar como se extendia a su alrededor. Cada ciudadano quiso ser dueno de un automovil de magnate hasta que fue casi imposible circular por las calles atoradas de vehiculos. Cambiaron petroleo por telefonos en forma de canones, de conchas marinas, de odaliscas; importaron tanto plastico que las carreteras acabaron orilladas de una basura indestructible; por avion llegaban diariamente los huevos para el desayuno de la nacion, produciendose inmensas tortillas sobre el asfalto ardiente del aeropuerto, cada vez que al descargar se volteaban las cajas.

– El General tiene razon, aqui nadie se muere de hambre, estiras la mano y agarras un mango, por eso no hay progreso. Los paises frios son mas civilizados porque el clima obliga a la gente a trabajar, decia el patron echado a la sombra, abanicandose con el periodico y rascandose la barriga, y le escribio una carta al Ministerio de Fomento sugiriendo la posibilidad de traer un tempano polar a remolque, para machacarlo y lanzarlo desde el aire, a ver si cambiaba el clima y mejoraba la pereza ajena.

Mientras los duenos del poder robaban sin escrupulos, los ladrones de profesion o de necesidad apenas se atrevian a ejercer su oficio, porque el ojo de la policia estaba en todas partes. Asi se propago la idea de que solo una dictadura podia mantener el orden. La gente comun, para quien no alcanzaban los telefonos de fantasia, los calzones de plastico desechables o los huevos importados, siguio viviendo como siempre. Los dirigentes politicos estaban en el exilio, pero Elvira me decia que en silencio y a la sombra se gestaba en el pueblo la rabia necesaria para oponerse al regimen. Por su parte los patrones eran partidarios incondicionales del General y cuando la Guardia pasaba por las casas vendiendo su fotografia, ellos mostraban con orgullo la que ya colgaba en un sitio de honor del salon. Elvira cultivaba un odio absoluto por ese militar rechoncho y remoto con el cual jamas habia tenido ni el menor contacto, maldiciendolo y lanzandole mal de ojo cada vez que sacudia el retrato con el trapo de limpiar.

4

El dia que el cartero encontro el cuerpo de Lukas Carle, el bosque estaba recien lavado, humedo y brillante, del suelo se desprendia una emanacion intensa de hojas podridas y una palida bruma de otro planeta. Desde hacia cuarenta anos el hombre recorria en su bicicleta cada manana el mismo sendero. Pedaleando por alli se habia ganado el pan y habia sobrevivido incolume a dos guerras, la ocupacion, el hambre y muchos otros infortunios. Gracias a su oficio conocia a todos los habitantes de la zona por su nombre y apellido, tal como podia identificar cada arbol del bosque por su especie y su edad.

A primera vista, esa manana en nada se diferenciaba de otras, los mismos robles, hayas, castanos y abedules, el mismo musgo tierno y los hongos al pie de los troncos mayores, la misma brisa fragante y fria, las mismas sombras y parches de luz. Era un dia igual a todos y tal vez una persona con menos conocimiento de la naturaleza no habria notado las advertencias, pero el cartero iba en ascuas, con un cosquilleo en la piel, porque percibia signos que ningun otro ojo humano podria registrar. Imaginaba el bosque como una enorme bestia verde por cuyas venas corria una sangre mansa, un animal de animo tranquilo que ese dia estaba inquieto. Descendio de su vehiculo y husmeo la madrugada buscando las razones de su ansiedad. Era tan absoluto el silencio, que temio haberse quedado sordo. Solto la bicicleta en el suelo y dio un par de pasos fuera del camino para revisar los alrededores. No tuvo que buscarlo mas, alli estaba esperandolo, colgado de una rama a media altura, atado por el cuello con una gruesa cuerda. No necesito mirar el rostro del ahorcado para saber de quien se trataba. Conocia a Lukas Carle desde que llego al pueblo tiempo atras, venido nadie sabia de donde, de algun lugar de Francia tal vez, con sus baules de libros, su mapamundi y un diploma, para casarse con la muchacha mas bonita y agotarle la belleza en pocos meses. Lo reconocio por sus botines y su guardapolvo de maestro y tuvo la impresion de haber visto antes esa escena como si hubiera aguardado durante anos un desenlace asi para ese hombre. No sintio panico al principio, solo un impulso ironico, deseos de decirle yo te lo adverti, bribon. Tardo algunos segundos en medir el tamano de lo ocurrido y en ese instante crujio el arbol, el bulto dio un giro y los ojos sin esperanza del ahorcado se prendieron de los suyos. No pudo moverse. Estuvieron alli, mirandose los dos, el cartero y el padre de Rolf Carle, hasta que ya no tuvieron mas que decirse. Entonces el viejo reacciono. Retrocedio a buscar su

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