Pero Madrid fue creciendo. Se fue complicando, haciendose un laberinto cuando entraron por sus calles y llegaron a la Casona. Alli Sintora se sintio mas lejos de Serena Vergara de lo que lo habia estado en todo el viaje, los metros que lo separaban de ella en el comedor o en el taller, se multiplicaban por miles de kilometros, y lo que en el pueblo aquel habia percibido como algo que podria alcanzar, entonces le parecia un sueno imposible. Ya ni siquiera estaba el consuelo de los ojos, ni las sonrisas, desaparecidas despues de que el se quedara parado en ellas. Ya no estaban aquellas miradas de calor que se habian tornado esquivas en los ojos de Serena Vergara y que apenas duraban un instante en la suya.

Y asi fue como un atardecer, cuando ya empezaba a caer la noche y un aguanieve flotaba en el aire, Gustavo Sintora, quiza precisamente impulsado por lo huidizo de aquellas miradas, por esa fugacidad tras la que no acababa de saber que se ocultaba, dejo en la cantina a sus companeros de destacamento, a la Ferrallista y al enano aquel con el que se besaba, al teniente Villegas y a la cantante Salome Quesada. Se quedo Sintora caminando entre los arboles abandonados del jardin, guarecido bajo sus ramas desnudas y envuelto en un capote raido.

Sin saber si la estaba esperando ni que haria cuando viese a Serena Vergara, quiza deseando en lo hondo de si que no apareciese, Sintora andaba de un lado a otro con lentitud, yendo de la verja del jardin al canizo de los camiones y volviendo bajo los arboles. Al cerrarse la noche hubo grupos de mujeres saliendo, rumor de voces que se acercaban. Paso, sin verlo, andando con la dificultad de las piernas zambas, el enano Visente, y luego fueron saliendo mujeres aisladas. Desde los arboles apenas se oia ya el ruido de las maquinas, que entonces figuraban un tren perdiendose en la lejania, cada vez mas debil.

Estaba Sintora girando alrededor de uno de aquellos arboles cuando la vio. Primero reconocio el abrigo color remolacha, oscurecido por la noche, y luego a ella, que ya casi estaba a su lado. Salio rapido de detras del arbol y ella, ya demasiado cerca, se sobresalto al ver aparecer su sombra. Primero abrio los ojos, fue a dar un paso atras, luego se paro y vino una sonrisa. Eres tu, dijo aliviada. Pero al instante la sonrisa se hizo fria, desaparecio como si nunca hubiese existido:

– ?Que haces aqui?

Y Sintora no contesto. Ella lo sabia. Yo se lo estaba diciendo con mi silencio y ella me lo estaba diciendo con sus ojos. Lo sabia. Y me senti como si hubiera llegado a un lugar remoto y conocido despues de un viaje muy largo, de muchos anos. Supe que habia nacido para estar alli.

– Vete para adentro -le senalo Serena con los ojos la Casona, las luces de las ventanas-. Vete.

Empezo a andar deprisa y Sintora se fue a su lado. Caminaron unos metros, callados.

– Yo -dijo el.

Y Serena Vergara se detuvo, con brusquedad. Se cerro con ambas manos las solapas del abrigo:

– Tu, que.

– Yo, si tu estas enfrente, si tu estas cerca de mi, todo cambia.

– Tu eres un nino. Y no sabes nada.

– Soy un hombre. Los ninos no van a la guerra.

– Los hombres y la guerra. Ninos jugando a matarse.

– Los ninos no van a la guerra y si van o la hacen da igual. No te escondas en las palabras. Soy, siento como un hombre, como muchos, como muchos hombres no han sentido nunca.

– Nos van a ver -Serena miro hacia las luces de la Casona, a la puerta oscura del taller. Volvio a andar. Sintora a su lado-. Vete.

– Se lo que estoy diciendo. Y tambien se lo que te falta, lo que no tienes.

– Tu -acelero mas el paso Serena Vergara, torcio la cabeza, casi fingio que sonreia.

– Yo.

– Tu lo sabes.

Avanzo mas rapido Sintora y se detuvo delante de ella. Acababan de doblar la verja de la Casona:

– Yo no quiero nada, solo queria decirtelo, que lo supieras. Que supieras que soy como esos arboles en medio del invierno, aguantando la lluvia y el frio, sin hojas -le empanaba la lluvia las gafas a Gustavo Sintora, y del flequillo, revuelto y humedo, le caia una gota como si de verdad fuera un arbol y el agua resbalara mansa por su corteza-. Que estoy vacio y lejos de todo, mas lejos y mas vacio porque tu existes, y estas lejos. -Se miraron-. Queria decirtelo, que lo supieras. Aunque se que ya lo sabias.

– Y tu, ?sabes que estoy casada, y que debo de tener quince o veinte anos mas que tu? -lo miro extranada, Serena-. ?De donde sales tu, ahora?

El agua caia sobre la llama y la hacia blanda, el viento oscilaba y las brasas se volvian esponja. Un calor que no llegaba, y de los ojos y por la cara le caia lluvia como si le llorase la piel, y seguia mirandome. Mirando mi silencio y como yo la miraba bajo el viento y los arboles que se estremecian dentro de mis huesos.

– Anda, vete. Vete. Estas -nego con la cabeza-, estas empapado -extendio la mano Serena, casi le rozo el cuello del capote, viejo y mojado, pero la mano hizo un dibujo lento en la noche y volvio a ella, a su cuerpo-. Vete y olvidate de todo.

– No te olvides tu -dijo Sintora, y se quedo alli, en la entrada de la Casona, con un temblor que no venia solo del frio, sino de lo hondo de su cuerpo.

Y solo cuando vio perderse la silueta de Serena Vergara en la oscuridad, su abrigo y sus pasos, se puso el en movimiento, y muy despacio, crujiendo sus pies en la grava del jardin, se acerco a la Casona, a aquel rumor que ya desde la puerta le resultaba conocido y le traia el olor rancio del tabaco, un tufo de humedades y ropa sucia que se mezclaba con vino derramado y que llevaba asociado un vocerio en el que se cruzaban notas perdidas de musica, risas y el conato de alguna discusion.

– Mira, la leche que mamaste. No sabia yo que eras tu de Malaga -lo recibio Paco Textil, con su gorra de vaina echada sobre la frente y la cicatriz bailandole al compas de la borrachera-. La leche que mamo. Que yo, yo, este pedazo de cuerpo, soy de Ronda, y uno de Sanidad, que se llama Juanito Mares, tambien. De Ronda.

De Malaga, la leche que mamo, repitio el Textil, entonces a Enrique Montoya, mientras le entregaba una carta a Sintora. Cogio el joven soldado el sobre, cuajado de matasellos y de tintas despintadas, arrugado por los bordes. Y en medio de el reconocio la letra torpe y temblorosa de su madre.

– ?Y esto?

– El teniente Villegas te la ha procurado. ?Que tu te crees? El teniente Viguellas nunca se descuida de los suyos. De Malaga -lo senalaba el Textil-. Miralo, Montoya, al nino.

– Ha llegado el correo de la Cruz Roja. La ha traido el teniente Villegas para ti. A mi se me ha muerto un gato que se llamaba Perro. Seguro que se lo han comido los vesinos. Mi abuela, que nunca se va a morir, le desia Gato. Por provocar, provecta, coja falsa, la vieja -le explico Enrique Montoya mostrandole un sobre arrugado que volvio a meterse en un bolsillo del chaqueton-. A ella nunca se la van a comer los vesinos, ni nadie. A mi abuela. El mono de nueve vueltas, el caracter de noventa y nueve.

– La leche que mamaste tu tambien, Montoya -se reia el Textil, llorando.

– Me voy a ir a Fransia y se va a venir conmigo. Es inmortal la vieja. Para mi hoy todo son desgrasias.

Se apresuro Sintora a abrir el sobre. Mancho de agua la carta y se corrio la tinta de las primeras lineas. Se quito el capote, y bajo el le quedaron manchas de humedad. Entre los borrones del agua, Sintora leyo algunas palabras sueltas. Estoy viva, todos, en la carretera, perdidos, de saver de ti. Y siguiendo la letra picuda y temblorosa, ya donde el agua no habia emborronado la tinta, Sintora fue entendiendo que su familia habia regresado a Malaga y que a el y a su hermana pequena los dieron por muertos. «Pero undia por la manana que estava lloviendo unhombre grande llamo a la puerta y dijo que venia de la carretera de Almeria y que en esa se abia encontrado a unanina que estava llorando porque abia perdido a su hermano en el bonbardeo y el se la abia llebado. Cuando los italianos llegaron dando pan y diciendo que no iban a matar anadie el se volvio a Malaga y se trajo a la nina, que la tenia en la esquina con una hermana sulla. Era el hombre calvo grande y llorava de ver como la nina se me abrazo a la falda y llorava, y decia tunombre Gustavo.»

Se recosto Sintora contra el respaldo de madera de la silla y miro a la gente que deambulaba por la Casona, el humo, las risas, el faquir Ramirez y el mago Perez Estrada. Senti ganas de levantarme y abrazarlo, al faquir, porque era maravilloso atravesarse el cuerpo con punzones y vencer el dolor, senti ganas de acercarme al mago y decirle que nunca se cansara de sacar palomas blancas de todos los rincones y de todos los muertos, porque el vuelo de las palomas llegaria a alguna parte, porque el vuelo lleva al vuelo.

– Son buenas las notisias, Sintorita, o pasa algo de gravedad -lo miraba con las cejas levantadas

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