Montoya.

– Muy buenas -le costaba hablar, estaba fatigado-. Mi hermana, y mi madre y mi familia, estan bien, todos. Han vuelto a la casa.

– A Malaga -sonrio el Textil-. Es paisano mio, Montoya. ?Donde andas, Sintorita? Que parece que te han dado noticias de luto. Como se ha quedado.

Sonrio Sintora, y se inclino para acabar de leer las palabras de su madre, la despedida, los deseos de reunirse, de salud y de tener noticias suyas. Doblo el papel con cuidado, lo metio en el sobre y lo dejo sobre la mesa, justo cuando el cabo Sole Vera llegaba del mostrador con unas botellas de vino bajo el brazo.

– Cabo Sole. A nuestro paisano tambien le ha traido el teniente buenas noticias buenas -senalo a Sintora el Textil a la par que cogia una botella.

Me miro el cabo preguntandome solo con la vista y al ver como yo afirmaba sonrio ensenando los dientes, grandes y parejos. Me puso un vaso delante y me dio con la mano, con la nicotina amarilla de los dedos, en la cara. Vamos a beber por los tuyos y por los mios.

– Al cabo le han dicho en la carta que ha tenido una hija -senalo con el indice el Textil al cabo Sole Vera, mi padre.

Levantaron los brazos los hombres y yo con ellos, pero yo los veia desde muy lejos, como si estuviese en el mismo lugar en el que se habia escrito aquella carta que yo tenia a mi lado, en la mesa. Y desde alli, desde aquella habitacion de la que yo conocia el olor y la luz y que estaba a mas de quinientos kilometros, me parecia ver al cabo Sole Vera, abrazando a Ansaura, el Gitano, al teniente Villegas estrechando entre los brazos al cabo, el vino derramandose del vaso del Textil, su cicatriz moviendose lenta como en un sueno, y Doblas con la mirada y la sonrisa, sus dientes de oro y de metales extranos, observandolo todo. Volvia a ver al mago, a Enrique Montoya, besando en la mejilla al cabo, a la cantante Salome Quesada con una pluma verde y larga asomandole del pelo, al enano Visente y al musico Martinez, al faquir con su cara de tristeza, su bigote guardado en cualquier bolsillo, y me di cuenta de que en ese momento no habria querido estar en aquel lugar a mas de quinientos kilometros, en la casa donde se habia escrito esa carta que acariciaba, la letra de mi madre, entre mis dedos. No habria querido estar ni alli ni en otro lugar que no fuese aquella casa perdida en medio de una ciudad sitiada por la guerra, al lado de aquella gente que se movia muy despacio ante mi mirada, al lado de artistas fracasados o de porvenir incierto, de mujeres con armas, con los hombres que lucharon.

– Y ademas tenemos la boda -empece a escuchar la voz aguada del Textil.

– ?Boda? -pregunto alguien.

– La Ferrallista y el enano Torpedo Miera, la leche que mamaron, dicen que se casan.

El mundo en fiesta y Montoya sin gato y perseguido por la desgrasia, sin querer ofenderlo, tendre que haser cornudo al Torpedo Miera, estaba diciendo Enrique Montoya, pero el sonido y las voces volvieron a quedar en suspenso cuando aparecio Corrons. Cruzo su vista conmigo, vino el viento de los arboles, y palmeo al cabo Sole Vera en un hombro, sus parpados descolgados y aquellas olas picudas que le formaban las crestas del pelo. Acepto Un vaso que alguien le ofrecio, y sin beber se acerco todavia mas al cabo. Aproximando sus labios de piedra al oido de Sole le hizo llegar un susurro. Senti el frio de los arboles y entre ellos volvia ver la figura de Serena avanzando en la noche. Y no quise estar en ningun otro lugar de la tierra.

En aquellos cuadernos que Gustavo Sintora fue escribiendo, algunos fragmentos quiza durante la guerra y la mayor parte de ellos muchos anos despues, cuenta que al dia siguiente acompano a Enrique Montoya a entregar uno de los rehenes que Corrons y sus hombres tenian presos en la casa del Marques. Aquella tambien fue la primera entrega que realizo el propio Montoya, que casi nunca hacia de conductor y en las ocasiones anteriores ni siquiera habia ido como acompanante de Ansaura o del cabo Sole Vera, que ese dia debian llevar a Ballesteros, a otro novillero al que le decian el Hijo de Lenin y a sus cuadrillas a torear en un pueblo de Madrid.

Recogieron a Corrons cerca de la Puerta de Toledo. Era muy temprano y mas alla de la Puerta se oia el trabajo de los artilleros. Corrons tenia la mirada agria y se subio a la cabina protestando del frio. Al sentarse, por entre los botones de la chaqueta, se le vio la culata de una pistola, metida en la cintura, y al frotarse las manos para darse calor, dice Sintora que hubo un momento en el que pudo percibir el olor que la noche anterior tenia Serena Vergara, un aroma parecido al de la hierba recien cortada, algo mas dulce, y que durante un segundo cruzo por la cabina del camion, muriendo rapidamente entre la peste de la gasolina y la combustion del motor.

Ni Montoya ni Sintora se apearon del camion al llegar a la casa del Marques. Se quedaron abajo, esperando a Corrons.

– Te lo digo, Sintora, de esta gente nada mas que salvaba de los cocodrilos a Sebastian Hidalgo, tu oculista, el mejor falsificador que ha habido en el mundo. Los demas, paredon y mierda, decia Montoya viendo al Marques asomado a la unica ventana de la casa que estaba sin tapiar, justo en el momento en el que Corrons aparecia en la escalinata de la entrada.

Les hizo una senal con la cabeza. Saltaron al suelo y fueron a la parte trasera del camion. Y solo cuando quitaron las correas del toldo y acabaron de bajar la puerta de atras, volvio a entrar Corrons en el portal. Salio un momento despues. Llevaba del brazo a la mujer mayor que Sintora habia visto el dia que estuvo dentro de la casa. Tenia el pelo revuelto, canoso, y llevaba las mismas ropas de hombre que Sintora le habia visto el primer dia. Uno de los primos de Sintora, Armando, Asdrubal o Amadeo, o probablemente el Sordomudo, asomo detras de ella, mirando a las ventanas vecinas y con la boca de un fusil empujando la espalda encorvada de la mujer. Tenia los ojos de agua, claros, quiza habia llorado, y de la nariz le manaba un hilo de sangre.

– No queria salir -explico Corrons mientras se sacaba un cigarro de la boca y lo aplastaba contra el suelo- y mi primo le ha dado con la mano. Solo rozarla. Las beatas y las putas tienen la sangre facil.

Del portal salio otro de aquellos hombres repetidos que, con el Sordomudo, Corrons y la mujer subio a la parte trasera. En la ventana que antes ocupaba el antiguo dueno de la casa estaba ahora otro de los hombres, podria decirse que el mismo que acababa de entrar en el camion detras de Corrons y el Sordomudo.

Cuenta Sintora que no hablaron de Corrons ni de la mujer que llevaban detras, sino de la noche anterior, y del cabo Sole Vera. Y alli, primero en la voz de Enrique Montoya y luego en el cuaderno de Sintora, quedo reproducido un retazo de la vida de mi padre, un fragmento mas, igual a los que a lo largo de mi infancia y juventud oi:

– Disen que el cabo Sole siempre estuvo metido en todos los lios, en la agitasion sosial. Siempre al lado de un hermano sindicalista, solo que el, el cabo, sin estar afiliado nunca a ninguna parte. Yo creo que la mitad de las veses para divertirse, como disen que hasia en su barrio, montando teatros y resitales. El lado gososo de la vida. Habia nasido en otra parte, en Alicante o por ahi, pero vivia en Malaga. Hasia negosios, dise que no queria trabajar para nadie. Escupia en las fotos de los patrones. Estuvo un tiempo ayudando a un primo suyo a sacar contrabando del puerto. Me perese que fue entonses cuando conosio a Doblas. Alquilo una tienda, despues un camion, hombre emprendedor el amigo Sole, y empeso a transportar madera por no se que montes de por alli, de Andalusia. Luego vino la cosa esta de los maricones del alsamiento. El asunto belico.

Cuenta Sintora que pasaron cerca del Puente de los Franceses y que a pesar de que a lo lejos oyeron disparos, Enrique Montoya, con su cabeza grande, el pelo enmaranado en ondas, ni siquiera aparto la vista del frente:

– La guerra se lo puso todo al reves al cabo, que no era cabo ni nunca quiso ser cabo. A saber que habria sido de cada uno sin la guerra. Aunque estuviesemos como estabamos habriamos cambiado, pero no tanto, no seriamos los que eramos, pero tampoco esto que ahora somos, Sintora. A lo mejor sin la guerra nunca habriamos llegado a ser quienes de verdad eramos, quienes somos. Nuestra esensia. Pero habria sido mejor, yo no me habria tenido que pasear con ningun torero y estaria en mi ofisina de seguros, poniendo sellos, que es lo que mas me gusta en el mundo. Mas que nada, Sintora, fijate, poner sellos. El sonido que hase.

Con mirada de falsa ensonacion, levanto Montoya una mano del volante, muy despacio, y con el puno cerrado simulo que daba un golpe sobre una mesa imaginaria:

– Unos papeles escritos a maquina, un tampon empapado en tinta y tu, ahi, pum, pam, marcandolos como si fuera ganado, dosiles los papeles, sumisos, resibiendo, agradesidos, pam, pum. El cabo, nada mas empesar las bombas, se caso. He visto su foto, muy joven, cara de inosente, mas bien guapa, hija de un sosialista, un practicante tuerto. Se llama Libertad, nombre con complicasiones. La vida marital que le disen les duro poco, porque en cuanto Sole vio que la guerra de verdad era guerra, se apunto a los carabineros. Doblas con el, claro, ?tu lo has visto? Su sombra. Fueron de los primeros en llegar destinados a la Casona, yo casi a la par. Luego Ansaura, el Gitano. El teniente ya estaba, de organisador de este puterio. Disen que en Malaga, en no se que cafe

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