Le pregunte por el entierro, y el me pregunto si habia habido alguna novedad en la casa en su ausencia. Le dije que no y note que se quedaba con ganas de saber que estaba haciendo por alli arriba, asi que le dije que me habia echado a descansar en mi cama y que ahora me sentia atontada y que me marchaba a dar una vuelta en la moto para despejarme.

Baje al pueblo y fui hasta el hotel de Julian. Recordaba que me habia dicho algo de que no fuese por alli, pero nunca me tomaba en serio esas cosas, me parecian exageradas, asi que aparque un momento, escribi una nota diciendole que le esperaba al dia siguiente a las cuatro en el Faro, pase al vestibulo, hice como que miraba un periodico, me escabulli hacia los ascensores, llegue a su habitacion y le meti la nota por debajo de la puerta. Sali como habia entrado, tratando de que no me viese nadie, pero no sabia si lo habria conseguido.

Julian

Al dia siguiente de lo del Nordic Club tuvimos entierro. Era nada mas ni nada menos que el de Anton Wolf, comandante de un batallon de las Waffen-SS, celebre por haber participado en la matanza de cuatrocientos civiles de un pueblo italiano, la mayoria mujeres y ninos. Seguramente Salva lo tenia localizado, pero yo no habia sido capaz de verlo, de nuevo se me escapaba uno de ellos delante de mis narices, aunque fuese para el otro mundo. Lo habia tenido ante los prismaticos y no lo habia reconocido, como si en el fondo estuviera olvidando mas de lo que creia. Estaba tan pendiente de lo que hacian Fredrik y Otto que Anton Wolf me paso desapercibido. Habia logrado escapar. Fue enterrado frente al mar.

A pesar del horror que creo en vida, su entierro estuvo rodeado de belleza, menos mal que no podia disfrutarla. Su mujer, Elfe, estaba alli llorando moderada y calladamente entre Karin y Alice, con caras de estar deseando que aquello terminara pronto. A saber por que lloraba Elfe. Si, Elfe, vosotros tambien moris, de nada ha servido tanta crueldad, total para que la vida haya pasado como un suspiro. Ya ni siquiera recuerdas bien las atrocidades que cometisteis. ?Recuerdas como teniamos que cavar nuestras propias fosas? ?Tu no sabias nada? Si, lo sabias y no te arrepientes porque creiais que teniais derecho. Tu tambien vas a morir, Elfe, nada ni nadie podra evitarlo.

Lo pense con todas mis fuerzas para que mi pensamiento le atravesara todas las neuronas que tuviera que atravesarle hasta que comprendiera. Y entonces, atraida por mi fuerza, miro hacia donde yo estaba, pero no podia verme porque me escondia detras de la lapida de un nino de ocho anos con un impresionante angel tallado en marmol, y empezo a llorar mas y mas fuerte, lo que no fue del agrado de sus hermanos arios, sobre todo cuando llego hasta el grupo un anciano de gran estatura, muy parecido a Fredrik, aunque con mas carne, y que andaba un poco inclinado hacia delante como si el motor de su cuerpo lo tuviera en la cabeza. Juraria que era Aribert Heim, el Carnicero de Mauthausen, el mismo que le acompanaba en el supermercado el dia que asuste a Fredrik, pero entonces no se me ocurrio pensar que aquel hombre tan gordo, tosco y descuidado tirando a sucio fuese el delgado y relamido Heim de antano. Daba la impresion de que junto a la boca tenia la famosa uve. Que pena, Salva, que no puedas compartir este momento conmigo y que no hayamos podido pensar juntos que hacer con ellos. Todos saludaron al Doctor Muerte con respeto, el tipo de respeto que encierra tambien un poco de asco. A Elfe la sacaron de alli entre dos y los demas volvieron a sus carrozas.

Ya no tenia nada que hacer alli, asi que cogi el mejor ramo de flores de la tumba de Wolf, se lo puse al nino de ocho anos y sali. Detras quedaba el angel de grandes alas y delante un mar gris con la forma del arco del cementerio. Y calle arriba Heim caminando pesadamente hacia el pueblo. Esto si que no me lo esperaba. Me clave las unas en la mano para que no me latiera el corazon mas de lo conveniente. Estaba siguiendo a un probable Heim. ?Y por que no? ?Que se sabia de su paradero? No habia certeza de si estaba muerto o vivo. Se suponia que vivia en Chile protegido por Waltraut, la hija que tuvo con una amante austriaca, o por la hija de esta, su nieta Natasha Diharce, en Vina del Mar. Pero ni esta hija ni los otros dos que vivian en Alemania habian reclamado el seguro de vida de un millon de dolares depositado en un banco aleman, la mejor prueba de que seguia vivo y riendose de todos nosotros. Tambien se decia que podria haber muerto en El Cairo y tambien habia indicios de que se ocultaba en una urbanizacion de Alicante.

Probablemente delante de mi, con pantalones vaqueros, un chubasquero y una gorra de marinero muy usada andaba ahora mismo tozudamente, como queriendo anclarse en la vida todo lo que pudiese, el Carnicero de Mauthausen. En aquel lugar que olia a carne quemada y donde los seres como Heim eran los senores de la vida y la muerte deje de creer en Dios o dejo de gustarme. Si el dios de los campos verdes, de los rios como el Danubio, de las estrellas y de las personas que te llenan de felicidad tambien era el dios de Heim, de las camaras de gas y de los que sienten placer haciendo sufrir a los demas, ese dios no me interesaba, se llamase como se llamase en las miles de religiones del mundo. Un dios de cuya energia salia el bien y el mal al mismo tiempo no me inspiraba confianza, asi que empece a vivir sin el esta vida que yo no habia pedido. Y ni en los peores momentos lo he invocado en mis pensamientos, y a todo el mundo le aconsejaria que pasara lo mas desapercibido posible ante el.

Iba tan deprisa que parecia que se iba a caer de bruces. Se dirigia al puerto, y yo necesitaba tener su cara a varios centimetros de la mia, verlo de frente, poder examinarle unos minutos sin llamar la atencion y sin hacerle sospechar. No podia dejarle marchar sin comprobar que fuera el. Asi que me sente en el suelo con dificultad y grite:

– Por favor, ?puede ayudarme?

Heim se volvio y dudo un segundo, pero al final me tendio la mano. Aquel verdugo me tendia la mano para ayudarme a levantarme, era increible. No lo hacia porque quisiera sino porque era lo que se esperaba de el en el ambiente en que ahora vivia, del mismo modo que en aquel otro ambiente amputaba brazos y piernas a los prisioneros sin anestesia y sin ser necesario y se entregaba a todo tipo de experimentos macabros. Me estaba ayudando a levantarme a mi, a un residente de aquella agradable urbanizacion de vacaciones llamada Mauthausen. Me costo incorporarme, en esto no estaba fingiendo, y el tuvo que agacharse un poco mas, y lo vi. Lo vi bien, la cicatriz en la comisura de la boca, los ojos claros y su mirada hacia dentro, hacia un mundo hecho a su imagen y semejanza.

Le di las gracias, y el no dijo nada, siguio su camino. Se levanto viento. El mar empezo a rugir. Se sujeto la gorra con la mano y luego se puso la capucha. Podia ir tras el con toda tranquilidad porque a no ser que se volviera completamente no podria verme. Se metio en un barco de madera muy bonito con el nombre de «Estrella» pintado en grandes letras verdes. Seguramente era el nombre que tenia cuando lo compro y no lo borro para poner otro. Nuevas vidas, nuevos nombres, nuevas costumbres, pero la misma alma. Heim, nunca cambiaras, le dije con el pensamiento.

Que descubrimiento, quiza deberia llamar a algun antiguo amigo de Memoria y Accion y contarselo todo, aunque me temia que cuando reaccionaran fuera ya demasiado tarde y, sobre todo, que lo echaran a perder por la sencilla razon de que no se puede poner a alguien al corriente, en un momento, de un sinfin de pequenos detalles que habia que tener en cuenta para mantenerse en la frecuencia de este grupo. Porque se trataba de un grupo organizado.

Tampoco sabia si debia mencionarselo a Sandra. Tarde o temprano acabaria viendo a este inofensivo anciano en alguna de las reuniones del grupo y no seria muy recomendable para ella que el leyese en sus ojos que lo habia reconocido. Por su propia seguridad seria mejor mantenerla en la ignorancia.

Sandra

Fred y Karin daban por supuesto que cualquier nativo nacia sabiendo hacer una paella. Tuve que suplicarles que no me obligaran a cocinar porque no tenia ni idea, tuve que decirles que preferia la comida noruega a la espanola y que cualquier cosa que hiciesen ellos me la comeria, de modo que sin proponermelo me quite esa tarea de encima y, como mucho, me limitaba a meter los platos en el lavavajillas, momento en el que Karin se tumbaba en el sofa a ver la telenovela hasta que se dormia y Fred se metia en la salita-biblioteca. Yo aprovechaba para acudir a mis citas con Julian.

Llegue a las cuatro menos cinco al Faro, el sitio que estabamos fijando como lugar de encuentro. Nos

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