estabamos acostumbrando a sentarnos en el mismo banco, entre enanas palmeras salvajes que crecian espontaneamente y que estaba prohibido arrancar, y entre piedras rocosas. El mar enfrente nos servia para quedarnos callados de vez en cuando.

Julian ya estaba alli. Siempre llevaba la misma chaqueta azul claro porque seguramente cuando decidio venir aqui no imaginaba que se iba a quedar tanto tiempo. Habia anadido un panuelo al cuello, que junto con el sombrero panama le daba un aire de pelicula italiana, pero a no tardar tendria que comprarse algo de mas abrigo. Me pregunto como me encontraba. Entonces no pude aguantar mas y le conte lo de la noche en que habia visto a Fred con el uniforme nazi y que habia estado buscandolo por los armarios de la casa, pero que no lo habia encontrado y que dudaba si no se trataria de un disfraz.

– Puedo asegurarte que no. Si pudieran, lo llevarian puesto todo el dia. Y si pudieran, vallarian un trozo de terreno, el mas pedregoso y donde la tierra estuviera mas seca, y nos meterian a todos alli y nos maltratarian y nos matarian para usar nuestros huesos, dientes, piel y pelo y para imponerse como seres superiores.

?Y quien era Julian? ?Seria este su verdadero nombre? ?Por que tenia que confiar mas en el que en Karin y Fred? ?Y si estaba un poco loco? Aunque tambien era cierto que yo no les habia mencionado nada del uniforme a ninguno de los dos. No tenia ninguna prueba de que fuese autentico y aun asi habia evitado mencionarlo. El instinto me habia dicho que no debia incomodarlos y obligarlos a darme una explicacion.

– Ellos no se sienten culpables -dijo Julian-. No he conocido jamas a ninguno que haya mostrado ningun tipo de arrepentimiento. Piensan que son victimas de un mundo que ha cambiado y que no les comprende. De alguna manera -anadio cabizbajo- su falta de sentimiento de culpa ha puesto a salvo a muchos de ellos, tambien a Fredrik y Karin. Se han librado, han logrado sobrevivir muy bien. Seguramente en la intimidad continuan alimentando sus fantasias de superioridad.

Se me quedo mirando para comprobar mi reaccion, pero no tuve ninguna, no habia visto en ellos ningun indicio real de que se sintiesen nazis, solo sospechas.

– ?Y si tuvieses razon, que quieres que haga yo? Ya te he contado lo poco que se.

– Nada. No quiero que hagas nada. Quiero avisarte para que te alejes a tiempo. Si te enredas mas con ellos no vas a salir bien parada. Ellos siempre ganan…, hasta ahora. No voy a tener compasion.

?Que no iba a tener compasion? ?Pero que pretenderia hacer este flaco anciano disfrazado de italiano? ?Y que hacia yo escuchandole? ?Como se puede comprobar si alguien tiene demencia senil?

– ?Y si me diese por hacer algo, que tendria que hacer?

Se quedo contemplando el mar, mas bajo que nosotros y que se apretaba contra el horizonte en un profundo azul.

– La cruz de oro. Si encontrases la cruz de oro saldriamos de dudas. Mejor dicho, saldrias tu, porque cuando vine aqui yo ya sabia quien era el.

– Necesito pensarlo -dije.

Me resistia a creer que Fred y Karin fuesen nazis. Los nazis eran seres incomprensibles. Lo ultimo que se me habria pasado por la cabeza en esta vida es que fuese a conocer a uno. Los habia visto en peliculas y en documentales y siempre me habian parecido irreales. Los uniformes, las botas, los estandartes, las muchedumbres con los brazos en alto, la raza aria, la cruz gamada, tanta y tan retorcida maldad. Era asombroso que la gente, personas con cerebro, se los hubiesen tomado en serio y les hubiesen dejado hacer todo lo que hicieron.

– Te lo repito una vez mas, no deberias hacerlo. No te dejes intimidar por ellos y no te dejes explotar por mi. Tu no deberias estar en esta historia. Deberias estar con un chico que te quiera, con alguien que te haga feliz. No malgastes tu vida.

– No se como no se malgasta la vida.

– Siendo feliz, estando contenta, disfrutando de la vida. Enamorate.

– Me gustaria mucho, pero no es tan facil.

– ?Y el padre de tu hijo?

– ?Santi? A veces lo echo de menos, pero no tanto como lo echaria de menos si estuviese enamorada.

– ?Sabes una cosa?, el enamoramiento pasa.

El resto del tiempo estuvimos hablando de mis sentimientos. Se notaba que el habia querido mucho a su Raquel, por lo que tenia que haber existido de verdad. Asi que le pregunte como supo que la queria, que habia sentido para saberlo. La pregunta lo desconcerto y se quedo pensativo un momento.

– Porque a veces me hacia volar -dijo.

Me dijo que si necesitaba hablar con el, vendria pasado manana a ese mismo sitio a las cuatro de la tarde.

Julian

Asi que Otto vivia en el numero 50 con una mujer llamada Alice con pinta de pies a cabeza de guardiana de campo. Conocia esa mirada helada, era muy parecida a la de Use Coch, famosa entre todos nosotros por sus colecciones de piel humana tatuada. Me repugnaba casi mas que Otto, aunque no mas que Karin y Fredrik. Y el que se llevaba la palma de la repugnancia era Heim, el hombre con el cerebro mas podrido que haya pisado este planeta y que ahora acaparaba el cincuenta por ciento de mi atencion. Llene de notas los dos cuadernos que habia traido de Buenos Aires y tuve que ir a una papeleria a comprar otros dos. Si a mi me ocurria algo o si no era capaz de cazarlos de alguna manera, queria que quedase constancia de estos dias y de los desvelos del pobre Salva, de los mios y tambien los de Sandra, porque Sandra se merecia que alguien le dijera a su hijo la clase de madre que tenia. Para hablar de Sandra decia «Ella» por si los cuadernos caian en otras manos, y tendria que pensar muy bien a quien se los enviaria si las cosas se ponian mal, porque no queria que toda esta investigacion desapareciera como habia sucedido con la de Salva. El problema de ser viejo es que nadie te toma en serio. Se nos considera anclados en el pasado e incapaces de comprender el presente y seguramente por eso habian tirado los papeles de Salva. Tambien anotaba lo que me iba gastando. Queria que mi hija comprendiera que no me habia gastado el dinero en caprichos sino en gasolina, el alquiler del coche, el alquiler de la suite al precio de una modesta habitacion, ropa de abrigo, cuadernos, liquido para limpiar las lentillas, el menu de mediodia del bar y unas monedas para la lavanderia, con las que me evitaba los precios de lavado y planchado del hotel. Me habia traido bastantes medicamentos pero en caso de que se me acabasen tendria que ir al hospital y explicar mi situacion, porque eran demasiado caros.

La lavanderia estaba dos calles mas arriba del hotel y mientras esperaba aprovechaba para redactar mis informes. Iba alli cuando ya no me quedaba ni un solo calcetin ni un solo calzoncillo. Las camisas a veces me las lavaba yo mismo usando los frasquitos de gel de la habitacion y las colgaba de la barra del bano bien estiradas en la percha para no tener que plancharlas. A veces tambien me sentaba un poco en la terraza a escribir y me tapaba con una manta, de forma que respiraba bien y no tenia frio. Me habia ido acostumbrando tanto a esta habitacion, a esta terraza, a montar en el coche y vigilar a los carcamales nazis que no se me ocurria que otra cosa podria hacer que no fuera esta. Parecia que todo esto lo habian preparado al milimetro Salva y Raquel desde algun lugar lejano de mi mente para que le encontrara sentido a lo que me quedaba de vida.

Ahora tambien habia anadido al anterior itinerario la casa del difunto Anton Wolf. Estaba escondida tirando hacia el interior, donde se habian restaurado y modernizado casas de huerta conservando el aire rustico. Solo tuve que ir al registro de la propiedad para averiguar la direccion. Estaba a nombre de Elfe.

No era facil dar con ella, habia que meterse por un camino de tierra y yo lo hice con total descaro, como si me hubiese perdido. Antes de entrar en la propiedad ya estaba ladrando un perro. Me dispuse a girar, para dejar el morro apuntando al sendero, en la puerta de la casa, rodeada de un jardin tan silvestre que parecia campo. Lo hice despacio para darle tiempo a Elfe a salir. Bajo una pergola habia dos coches, uno flamante y otro viejo.

Era una mujer en las ultimas. Los ojos se le habian empequenecido de llorar y tenia el pelo sucio y sin peinar. En otro momento de la historia de la humanidad me habria dado pena. Su dolor me inspiraba curiosidad, podria ser el dolor de haberlo tenido todo y ahora estar dejando de tenerlo. Le acerco el agua al perro y luego vino a mi.

– Disculpe -dije-. Creo que me he confundido, busco…

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