deshice como pude del contacto de su mano en la mia y subi deprisa para que nadie volviera a retenerme.

De buena gana habria echado el cerrojo a la puerta, pero no habia cerrojo. De pronto me di cuenta de que habia cerrojos en todas las habitaciones menos en esta. Me duche para ahuyentar los labios de Alice de mi pelo y luego saque el camison de debajo de la almohada y como siempre lo arroje sobre el sillon. Me puse la camiseta de dormir, encendi la lamparita y cogi de una pequena estanteria una novela rosa de Karin en noruego con las tapas manoseadas. Abajo sonaba barullo, la musica, las voces, la puerta de la calle que se abria y se cerraba cuando alguien se marchaba, los coches arrancando. Las indescifrables paginas de la novela me adormecian, pasaba la vista por una historia que estaba sucediendo ante mis ojos sin entenderla. Apague la luz y me tape hasta el cuello, no me molestaban los ruidos, ocurrian en otro mundo, un mundo lejano de gente extrana.

No me desperte hasta que la luz entro por la ventana, atravesando las cortinas, ante la ausencia de persianas en toda la casa. Fue un despertar pensativo, habia sonado suenos raros, pesados, habia sentido las caras de Fred y Karin observandome y tambien la de Alice. Y la de Alice era la que mas nerviosa me habia puesto. Y arrastre este nerviosismo durante todo el dia.

Baje a las nueve mientras ellos todavia dormian. Frida ya estaba recogiendo los desperdicios de la fiesta con su habitual sigilo. De hecho no la vi, la intui por el buen olor y el brillo que empezaban a aflorar de los muebles y el suelo. Me estaba preparando el desayuno cuando su voz me sobresalto.

– Hoy no podre arreglar tu cuarto. Tengo mucha faena aqui abajo.

– No importa -dije-. Luego hare la cama.

Frida sacaba copas y mas copas del lavavajillas y todas juntas sobre la encimera de la cocina producian un efecto luminoso e intenso que casi me hipnotizo.

Tenia frio. Habia refrescado mucho y el sol ya no era suficiente, deberia comprarme botas cerradas y calcetines y tambien un anorak. En la entrada habia un armario empotrado con impermeables colgados, paraguas, chaquetas y calzado de batalla para salir al jardin y andar por la playa. Me puse unas deportivas gastadas de Karin. Me iban un numero grande, pero no importaba, no queria acatarrarme en mi estado. Y tambien cogi una chaqueta de lana con los bolsillos caidos de tanto como Karin habia metido las manos. Me la abroche bien y arranque la moto, el todoterreno era demasiado aparatoso para aparcarlo y ademas no me atrevia a llevarmelo sin el permiso de Karin, tenia la impresion de que algo habia cambiado por la noche y que ya no nos encontrabamos en la misma sintonia.

El viento se colaba entre los puntos de la chaqueta de lana y me helaba los huesos. Parecia que la maldita carretera de curvas no iba a terminar nunca. Aparque cerca del hotel de Julian, queria contarle lo del perro y sobre todo queria hablar con alguien que no fuese de la Hermandad. La Hermandad, alguien habia pronunciado esta palabra y era la que mejor le cuadraba a la tribu en la que habia ido a caer sin proponermelo.

El conserje, un hombre con una peca bastante grande en la mejilla derecha, me dijo que Julian habia salido a dar una vuelta. Me pregunte por donde me gustaria a mi dar una vuelta a esas horas y me dirigi al puerto. Andando, la chaqueta me molestaba, asi que me la quite y me la eche por los hombros y entonces empece a tiritar. Recorri el puerto buscando con la mirada a Julian hasta que descubri un sombrero blanco junto a los catamaranes y barcos de vela.

– Hola -dije.

A Julian no le sorprendio verme.

– Estoy absorbiendo vitamina D. ?Quieres una poca? -dijo haciendome sitio en el poyete en que estaba sentado.

Estornude y me puse la chaqueta de nuevo.

Julian

No dormi bien a pesar de que me tome un sedante. Me lo tome porque no tenia la conciencia tranquila y sabia que en algun momento de la noche, bien en suenos o despierto, apareceria Raquel con sus reproches. Mi mujer no habria consentido que metiera a esta chica en un asunto tan retorcido sin su consentimiento. Me habria prohibido que la utilizara. Me habria dicho que me habia vuelto como ellos, que me habia contaminado con su maldad. Por suerte Sandra estaba aqui sentada junto a mi, pero los remordimientos me impedian mirarla a los ojos. Le pregunte como se encontraba con la vista puesta en el balanceo del Estrella, el barco de Heim, a lo lejos.

– Bien -dijo, y a continuacion me conto mas o menos lo que yo habia imaginado que ocurriria con el dichoso perro.

– No lo entiendo -dijo ella-. Tienen tanto jardin y la casa es tan grande que un perro no podria molestarles, les haria compania, les protegeria. Y luego esta Frida, que podria darle de comer. Me quede desfondada con la reaccion de Karin.

– Lo siento -dije sintiendolo de verdad, arrepintiendome sinceramente, pero sin confesarle que los perros de esa raza eran los que Fred y Karin utilizaban en el campo de concentracion para aterrorizar a los prisioneros (era uno de sus rasgos mas conocidos e identificativos, por lo que su reaccion me confirmaba que sin duda alguna eran ellos) y los que mataron entre los dos cuando entraron los aliados y tuvieron que salir huyendo. Seis perros de raza, fuertes y asesinos como sus duenos, quedaron tumbados en el suelo con un tiro en la cabeza, como si fueran las sombras de Fredrik y Karin. No se lo conte a Sandra porque necesitaba un poco mas de su inocencia.

Y me senti mucho mas cerdo y miserable cuando me confeso que estaba nerviosa porque le iban a hacer una ecografia para saber el sexo de su hijo. Tenia los dedos de las manos entrelazados, en ambos dedos corazon llevaba anillos grandes. El sol le caia sobre los mechones rojos, los tenia mas largos que cuando la conoci en la casita, aunque cortados de forma desigual, que era la moda de los jovenes. Brillaba el pequeno pendiente de la nariz. Era tan hermosa y natural, a pesar de todo lo que se ponia, que pense que no merecia estar a su lado, no merecia hablarle ni mirar sus ojos verdosos. No merecia que me sonriera ni que me considerara un semejante. Aunque estabamos juntos yo pertenecia a un planeta distinto, yo habia pertenecido a la fuerza a un pasado sin perdon. Tambien podia sentarme junto a una rosa de rojos petalos aterciopelados y junto a una roca o bajo una estrella fulgurante y no por eso eramos lo mismo. Me dijo que en el fondo tenia la sensacion de traicionar a su madre si le permitia a Karin vivir este momento con ella. Sandra tenia unos problemas morales tan bellamente ingenuos que daban ganas de abrazarla y de protegerla en una burbuja de cristal.

– Puedo ir contigo, si quieres. Yo no soy una mujer, no traicionaras a tu madre. Se lo que son esas cosas. Tengo una hija y tu podrias ser mi nieta.

No tendria que haber dicho esto, ?habria tratado a mi propia nieta como a ella?, ?la habria expuesto asi?

– Si, creo que eres la persona que quiero que venga conmigo-dijo.

Hasta la hora de la consulta fuimos a la calle comercial porque queria comprarse calzado de invierno. Se compro unas botas negras hasta el tobillo con suela de goma, seis pares de calcetines en oferta y un anorak chubasquero amplio. Se puso unos calcetines, las botas, el anorak y metio en una bolsa las deportivas y la chaqueta de lana que llevaba. Yo me compre un chaqueton tres cuartos al gusto de Sandra.

– Ahora ya podemos ir a la eco -dijo.

Con las botas era tan alta como yo. Iba andando por la calle como una reina y a mi me gustaba ir a su lado. De vez en cuando estornudaba como si hubiese cogido un resfriado. El viento venia del mar y arrastraba algunas gotas frias.

Al llegar a la clinica, nos sentamos en la sala de espera hasta que la llamaron. No me levante, le dije que aguardaria alli. Fue ella quien me pidio que la acompanara, y no es que me sintiera incomodo, es que era consciente de que estaba en una situacion que no me correspondia, no me lo merecia, y no me creia capaz de darle el apoyo que necesitaba.

Entramos en una habitacion muy pequena donde apenas cabiamos Sandra tendida en la camilla, la medica sentada en una silla giratoria junto a ella y yo en un rincon sujetando la bolsa de las zapatillas y el jersey y la mochila de Sandra y encima de todo ello mi sombrero.

– Es un nino -dijo la medica.

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