?Alberto!

Lo llame sin mover los labios, y el lo oyo sin oir. Volvio la cabeza hacia mi.

Aun seguia siendo el. Los mismos ojos, la misma boca. Salio del coche con unos vaqueros azul oscuro, una camisa de cuadros y un jersey por los hombros. Me alegro ver que no se habia puesto la chupa que le regalo Frida. Se paro ante mi, yo continue sentada en la moto.

Pelo castano claro sin peinar, frente y nariz rojas del viento y el sol. No era ninguna belleza. La cartera le asomaba por un bolsillo de atras y llevaba desatado uno de los nauticos.

– Llevas desatado el cordon.

Lo miro sin hacer caso ni intentar agacharse para anudarlo.

– ?Adonde vas? -dijo como si nos acabasemos de ver hacia cinco minutos.

– A ti que te importa.

– Si te lo pregunto es porque me importa.

Estaba a unos metros de la casa y no habia sido capaz de entrar a verme. Me dolia tanto que ya no le queria.

– No lo creo -dije-. Hare como que no te he visto.

El ultimo orgullo que me quedaba me impidio llamarle cerdo.

– Y yo hare como que no he salido del coche, ?verdad?

– Tu sabras. Parece que tienes muy claro lo que tienes que hacer y lo que no.

– Si, lo tengo claro. Y tu tambien deberias tenerlo, pero prefieres actuar a lo loco, sin medir las consecuencias.

– Siempre me estas amenazando.

– Estas amenazada, pero no soy yo quien te amenaza. Te dije que te fueras, que dejases esto.

Me gustaba mucho, queria que fuese el padre mi hijo, y tambien sabia que el dia que dejase de gustarme lo odiaria.

– Todos me decis lo mismo, que me marche, pero ?adonde?

– ?Todos? ?Quien mas te dice que te marches?

– Es una manera de hablar. No puedo marcharme, me atan mas cosas aqui que en cualquier otra parte.

– Anda, vamos a dar una vuelta en la moto -dijo subiendose detras de mi.

– ?Adonde quieres ir?

– Vamos al Faro, hay una vista muy bonita desde alli.

Fue entonces cuando me acorde de Julian, que precisamente me estaria esperando en el Faro.

– ?Al Faro? ?Estas seguro? ?No prefieres ir a la playa o al puerto?

– El Faro es un lugar mas tranquilo. Ademas hay un enorme acantilado y podre tirarte desde alli. Nadie podra encontrarte, es mentira eso de que el mar devuelve todo lo que se traga.

Ya habia puesto en marcha la moto. Hacia viento y con la velocidad el viento se reforzaba. Tire hacia el Faro, no podia disimular que conocia bien el camino, casi podria hacerlo con los ojos cerrados. Sin embargo, iba todo lo despacio que podia, me encantaba sentir a Alberto detras. Me quitaba el viento, me protegia, era imposible que se le pasara por la cabeza hacerme algo malo. Me parecia que todo el tiempo en que no habia estado con el habia sido tiempo perdido, tiempo de tanteo.

Al llegar a la explanada donde no habia mas remedio que aparcar, vi el coche de Julian, que estaria en la heladeria y que tal vez me habria visto llegar desde la ventana. Podria decirle a Alberto que tenia que ir al bano y que me esperara un momento y aprovechar para hacerle alguna sena a Julian, pero no queria perder ni un minuto de estar con el, asi que deje que Julian se aburriese y acabara marchandose o que hiciese lo que quisiera. Desde luego lo que no pensaba hacer era estropear este momento que me habia venido a las manos cuando menos lo esperaba.

Pasamos entre las palmeras salvajes, pisando cantos y pequenas rocas, hasta casi el precipicio. El mar arrancaba desde alli inmenso, azul en su mayor parte y verde en algunos trozos, al fondo se juntaba con el cielo. Solo estabamos nosotros.

– Parece mentira -dijo refiriendose al espectaculo que teniamos delante, o a nosotros dos, o a la vida en general.

«Parece mentira» fueron dos palabras maravillosas. Me cogio por los hombros y luego me beso. Fue un beso conocido, un beso esperado. Me supo mejor que la primera vez porque ya no habia sorpresa, solo el placer de su suavidad, de su calidez. Senti su sexo contra mi y se retiro.

– Ahora no puede ser -dijo.

Yo le cogi una mano entre las mias. Era tirando a cuadrada y con dedos fuertes, algo insignificante en aquella grandiosa belleza del mar y el cielo, pero lo unico realmente importante y capaz de darle sentido a la vida.

– ?Y que hay de tu marido?

– No estoy casada.

– Bueno, del padre de tu hijo -dijo escurriendo su mano de entre las mias y metiendola en el bolsillo para sacar una cajetilla. Se encendio un pitillo.

– No tenemos relaciones. No estaba segura de quererle.

– ?Y el te queria a ti?

– Creo que si. Lo siento por el.

De pronto se volvio de espaldas al mar.

– Tengo que volver. Este sera nuestro sitio.

No quise preguntarle por esa chica con la que se le habia visto en la playa. Tampoco quise preguntarle por Frida. La otra seria la chica de la playa y yo seria la chica del Faro. No quise estropear mi momento, mi oportunidad y mi rato de felicidad.

En la explanada ya no estaba el coche de Julian. Me preguntaba si nos habria visto. Me habria gustado que nos viese para luego poder hablar de esto con el, para poder alargar de alguna manera estas sensaciones. Quiza me habia dejado un recado debajo de la piedra C, pero ahora no podia comprobarlo.

Condujo Alberto, yo me sente atras y me abrace a el.

Julian

Mi espera merecio la pena, al final, cuando iba a tirar la toalla y volver al hotel, vi salir a Sebastian acompanado de Martin y la Anguila.

Sebastian tenia mi estatura mas o menos aunque no era tan enjuto como yo. Tenia un porte elegante. Llevaba un abrigo negro hasta media pierna con las solapas subidas y una bufanda anudada de manera artistica. Bajaron despacio, aguantando el ritmo de Sebastian, hasta el acantilado v entraron en el restaurante acristalado sobre el mar en que ya lo habia visto con Alice. Se les veia desde fuera comiendo ostras y bebiendo champan. Hablaban y a veces se reian. Me situe junto a un coche y saque la minicamara del bolsillo y les hice una foto. En algun momento me parecio que la Anguila miraba hacia mi, luego volvio de nuevo la cabeza hacia Sebastian.

Regrese contento. Cada vez estaba mas cerca de Sebastian y de alguna manera queria celebrarlo con Sandra y me dirigi a nuestra cita en el Faro mas contento de lo normal.

Se retrasaba, y espere sentado junto a la ventana de siempre. Esta vez me pedi una coca-cola light y la camarera de siempre la puso en la mesa con un golpe seco. Me estaba acostumbrando a que me tratara mal. A pesar de lo que se cree, uno puede llegar a amoldarse con facilidad a la tirania y al despotismo de los demas, si no que se lo digan a los pueblos que aclaman a sus dictadores y torturadores. Y a mi se me estaba haciendo familiar la brusquedad de esta energumena.

Me bebia la coca-cola despacio para que me durara porque a Sandra tendria que pagarle un zumo y un trozo de tarta y mi cuenta estaba ya bajo minimos. No queria fundirme todos los ahorros en el hotel Costa Azul y en este local, debia dejar algo por si surgia alguna emergencia y, sobre todo, debia pensar en el futuro de mi hija. Y ojala que hubiese podido pagar el tentempie de Sandra porque no me habria sentido tan mal como me senti al verla con la Anguila recostada sobre su hombro y contemplando el mar terriblemente azul y romantico.

Los vi llegar en la moto de Sandra y aparcar fuera del campo de vision de la ventana. Al rato, al ver que no entraban, pague y sali, fui hasta nuestro banco y los vi entre las palmeras de cara al mar, los vi besandose, y en

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