otra se quedaba atras, paralizada.

Felix preferia la noche, las estrellas de la ventana y una cierta quietud mas en armonia con el estado de Julia y con el suyo propio. Por el dia, el ajetreo del pasillo, la entrada y salida constante de personal de la habitacion, la claridad incitando a la actividad creaban un contraste tan fuerte con Julia siempre dormida que era dificil soportarlo. Entonces habia momentos en que se producia la revelacion de que no habia nada que hacer. Uno se quedaba contemplando su figura estancada en el lago de luz y tenia la sensacion de que solo quedaba esperar que el sol colapsara y que todo acabara de una vez. ?Y en Tucson? ?Serian las cosas diferentes en la clinica blanca y silenciosa?

Pero las revelaciones nunca vienen solas. Camino hacia la ventana bordeando la otra cama vacia con una capacidad sobrehumana para comprender las verdaderas intenciones del doctor Romano, que consistian ni mas ni menos que en deshacerse de Julia. Para que enganarse, era un caso perdido y Romano no sabia como quitarselo de encima. Felix comprendia la situacion porque el mismo en su trabajo se encontraba en estos apuros, digamos que con mas de una calle cortada. Pero incluso las calles cortadas ofrecen posibilidades. Puertas que se pueden forzar, ventanas a las que trepar por la fachada, tuberias por las que ascender al tejado. Era cuestion de no dejarse acobardar y fijarse bien en todo lo que hay, de no consentir que los nervios dejen pasar por alto algun detalle por insignificante que parezca.

Julia

Anduvieron de la puerta de la discoteca al parking observandose de reojo.

– ?Donde esta el coche? -pregunto Oscar mirando el cielo hacia la Osa Mayor.

Julia camino unos pasos y se apoyo en el capo.

– No es nada del otro mundo -lo reviso con movimientos de mecanico-. Por lo menos, tiene cinco anos.

– Tiene dos -dijo Julia.

– Como si tiene uno. No creo que te de mas de los tres mil euros que te dije.

Puso la pesada mano del reloj y el anillo en la ventanilla del conductor.

– ?Vamos?

– Hay un problema -contesto Julia-. No tiene apenas gasolina.

– Y no tienes dinero -anadio el-. Esta bien. Iremos a la gasolinera y en cuanto el jefe te pague me lo devuelves.

– ?Y si no lo compra?

– Entonces tendras que devolverlo de todas formas.

Julia le dejo conducir hasta la gasolinera. Mientras el comprobaba que se llenaba el deposito hasta la mitad, ella considero la posibilidad de llevarlo ella hasta la casa, pero tambien penso que si tenia las manos ocupadas con el volante estaria en inferioridad de condiciones. Fue un pensamiento repentino que tenia que ver con el hecho de que se estaban alejando del pueblo y se dirigia con un extrano a algun sitio que no conocia, lo que suponia un riesgo.

Pasaron el faro y subieron por una carretera llena de curvas bordeando el abismo que la montana iba dejando abajo. Al principio Julia se agarraba con miedo al asiento y luego se dejo llevar. Necesitaba descansar un momento de tanto estar alerta. Lo unico que podria suceder era que se precipitaran abajo, y entonces todo terminaria. Incluso de dia daba la impresion de que los arboles, los coches y los chales con sus pergolas y sus piscinas bajaban rodando desde los montes que circundan la costa y que hacen que el mar sea mas profundo aun.

Atravesaban la nada en una nave con los motores en silencio. El brazo de Oscar no era musculoso ni tenia nada especial y no se entendia por que le gustaba ir ensenandolo. A Julia le molesto oir su voz preguntandole si estaba casada. Sus movimientos iban dirigidos a ponerle la mano en el muslo y preferiria asegurarse de no ser rechazado. Julia le dijo de mala gana que ya le habia contado en el super que no encontraba a su marido y a su hijo.

– ?Y eso es verdad? La gente que roba cuenta muchas mentiras para salirse con la suya.

De pronto se abrio un hueco de luz amarillenta en la oscuridad, que se iba agrandando segun se acercaban a el. Oscar pulso un pequeno mando a distancia, y unas verjas se abrieron. Los faros del coche trazaron una semicircunferencia sobre plantas olorosas. Abrio la puerta de entrada y pasaron a un enorme salon separado del universo por una larga pared de cristal.

– Vendra ahora. Me dijo que le esperasemos. Tenia un asunto que atender en La Felicidad. ?Quieres tomar algo?

– No creo que alguien con esta casa necesite mi coche.

– Es su negocio. Exportar, importar. Ya sabes. A veces hace cosas por capricho.

Oscar se sirvio una ginebra azul y se recosto en un sillon cuadrado de piel blanca con las piernas abiertas en plan comodo, pero la realidad era que no pegaba con el salon. La casa debia de costar como minimo treinta o cuarenta millones de euros y tenia la sensacion de haberla visto antes. Desde luego no recordaba haber estado nunca en esta o en otra igual, pero mas o menos sabia donde se encontraban los dormitorios. Se dirigio sin titubear al bano de invitados. Puede que fuera una de esas casas particulares que salen en las revistas. Las paredes estaban cubiertas con ceramica antigua y el lavabo era de cristal grueso, sobre el que habia una planta verde. Se estaba bien alli.

Al salir, le dijo a Oscar que haria tiempo dando una vuelta por el jardin y le pidio un cigarrillo para filmarselo bajo la luna.

– No te pierdas por ahi -le dijo el alargandole el cigarrillo ya encendido-, y entierra la colilla.

Julia no fumo hasta que estuvo fuera, entonces absorbio una gran bocanada que le lleno la garganta, el pecho y la cabeza de humo, aunque le desagrado notar el filtro humedo de la saliva de Oscar. Oscar lo habia chupado demasiado pensando quiza que a ella le gustaria. No era lo que se dice fumadora, ni se acordaba de fumar por lo general, pero ahora le venia bien esta pequena barrera entre el universo y ella, entre el jardin y ella, incluso se habia mareado un poco probablemente por fumar con el estomago vacio. Habia comprobado que tenia el estomago mas sensible que el resto de la gente y que no podia seguir su ritmo, pero ahora le daba igual.

Por mucho que se internase entre arboles y flores nunca llegaba a una valla, a un limite del jardin. Todo en esta casa era de dimensiones olimpicas. El mantenimiento de tanto terreno debia de costar otra fortuna. Seria muy bonito que Tito creciese en un jardin asi, seguramente se le podria construir una casita en un arbol, por supuesto un arbol solido y fuerte. Un nino deberia tener todas las cosas que ya no se pueden disfrutar de mayores. Fue hacia la piscina, que parecia fundirse con el mar. Abajo sonaban las olas, en la oscuridad mas absoluta. Sin embargo, debajo del agua iluminada y transparente habia letras que no podia leer por mucho que lo intentase. Las letras ondeaban como peces. Se pregunto si pondria Marcus.

– Banate si quieres -dijo una voz a su espalda que le resultaba conocida. Mas aun, sabia de quien era. Se volvio-. Hola -dijo el con las manos metidas en los bolsillos de la chaqueta.

Era una chaqueta ligera de lino que se habia puesto sobre la camisa que llevaba en la discoteca.

– No me digas que eres el dueno de La Felicidad… y de esta casa.

– Y que tu eres la que quiere vender un coche.

Parecia que de pronto todo encajaba. En medio de su jardin Marcus resultaba aun mejor que entre las sombras del local. Las rafagas ondulantes que desprendia la piscina le aclararon los ojos. Era muy dificil saber que pensaba este hombre, no porque fuera inexpresivo sino porque sus pensamientos eran completamente extranos para ella. Julia dirigio la vista hacia la casa.

– ?No tienes familia?

Durante un interminable instante parecio que no iba a contestar, como si hubiese pensado, ?a ti que te importa?, pero luego, para alivio de Julia, cambio de opinion.

– Ahora estoy solo.

– Yo tambien estoy sola ahora -dijo Julia sin necesidad puesto que el no le habia preguntado. Desde que vivia con Felix habia comprendido la importancia de saber retener y controlar la informacion por banal que fuera. Por la boca muere el pez, se dijo.

Marcus le presto mas atencion. Una atencion que la intimido. Lo mas probable era que acabasen en la cama. Claro que… podria irse ahora mismo, poner alguna excusa y marcharse, pero ?adonde? Al menos esto era algo.

Marcus echo a andar hacia las cristaleras. Oscar los miraba desde dentro con el vaso en la mano del

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