lo ocurrido, y especialmente lo que despues debia ocurrir, se escurria en la bruma.

El Consejo de Gobierno tampoco aclaro, en ninguno de sus comunicados, las circunstancias que habian envuelto a un hecho tan asombroso. Lejos de esta preocupacion sus actuaciones se dirigieron al restablecimiento de la normalidad. No hubo decreto alguno que diera por acabada la Campana de Purificacion, pero tacitamente se resolvio que, estando ya purificada la ciudad, dejaban de tener sentido las acciones emprendidas hasta entonces. En consecuencia cesaron las concentraciones en el Palacio de Deportes y las marchas nocturnas, debilitandose rapidamente la ocupacion multitudinaria de las calles. Entretanto se emprendieron las medidas destinadas a restaurar el anterior aspecto de la ciudad y a lo largo de varias semanas numerosas brigadas de limpieza retiraron los escombros que se amontonaban en todas partes. Cada dia se anunciaban nuevos progresos en el restablecimiento del orden, de manera que a finales de otono, un ano despues del estallido de la crisis, pudo decidirse que la ciudad habia renacido sin que se apreciara en su piel rasguno alguno.

Tambien la poblacion, adecuandose al cambio de escena, se sintio involucrada en este renacimiento. El despertar, tras la pesadilla, vino acompanado de una inicial ansiedad y, a la manera de los que acaban de salir de un mal sueno, hubo cierta propension a indagar sobre cuales habian sido sus causas y que significado podia otorgarsele. Pronto, sin embargo, el alivio fue mas poderoso que la curiosidad y como si se siguiera un consejo unanime se prefirio el camino del olvido. Lo acaecido durante el ano anterior acabo siendo algo que debia ser eludido a toda costa, adiestramiento que a fuerza de practicarse convirtio al olvido en un componente casi espontaneo de la vida colectiva. La amnesia, que abria una ancha brecha en la memoria inmediata, incrementaba, por anadidura, la necesidad de taponar el terrible hueco con una apariencia de continuidad. Y asi pudo verificarse que la mayoria de los ciudadanos estaba dispuesta a anular un ano entero de su existencia con tal de recuperar la sensacion de que todo, dejado atras el sueno, podia seguir siendo como antes. No fue un hecho traumatico: acomodarse a un estado que, de nuevo, se tenia por definitivo era considerablemente mas facil que vivir en otro regido, de continuo, por la anomalia.

El abandono de la provisionalidad fue un proceso paulatino, discreto en su ejecucion aunque drastico en sus consecuencias. De igual modo en que la instauracion de lo excepcional habia supuesto la absorcion de organismos extranos, su desmantelamiento comportaba que estos fueran expulsados. Aquello que habia sido beneficioso, o asi se habia creido, ahora se observaba como superfluo, cuando no directamente nocivo. Esta inversion de valores se produjo naturalmente, sin apenas oposicion: el retorno a la bonanza desterraba instantaneamente a los protagonistas de la tempestad. Las luces que habian brillado en medio de la turbulencia fueron extinguiendose una tras otra, como si volvieran a aquel subsuelo del que, bruscamente, habian surgido. Ya no se necesitaban milagros o profecias. Los portaestandartes del bien resultaban molestos cuando el mal habia desaparecido. La poblacion se hizo sorda a sus palabras y ellos, irremediablemente, enmudecieron.

Ni siquiera Ruben, el Maestro, pudo sustraerse al vaiven de los influjos y su estrella se eclipso con mayor celeridad, todavia, de la que tuvo cuando, en su ascenso, se habia apoderado del firmamento de la ciudad. El silencio que cayo sobre el resumio, en buena medida, las exigencias emanadas de la necesidad de olvido. Durante un par de semanas Ruben aun mantuvo sus sesiones de la antigua Academia de Ciencias. Sin embargo, la afluencia de publico se vio continuamente mermada. Tambien los seguidores que le habian sido mas fieles se alejaron de el, en particular los que detentaban una elevada posicion social. Al poco tiempo las reuniones eran escualidas copias de lo que habian sido en su momento de esplendor. El gran prestidigitador apenas tenia espectadores y su magia, que hechizara a tantos, se diluia ante un auditorio que habia dado la espalda a los magos. Con el imparable fracaso se produjo, al fin, el cierre del local. De inmediato se supo que los miembros de la Academia de Ciencias consideraron indigno el uso que se hacia de su vieja sede y reclamaron que esta les fuera devuelta. Alguno de ellos propuso, ademas, que se celebrara alli una asamblea solemne para desagraviar a la ciencia de las vejaciones que se habian cometido en su recinto.

Paralelamente Ruben se vio apartado de su puesto de consultor que tanta influencia le habia proporcionado en los ultimos meses. De acuerdo con lo que contaba Felix Penalba a quien quisiera oirlo, nadie le destituyo sino que simplemente se revoco un cargo que nunca habia existido antes y que, con toda probabilidad, nunca existiria de nuevo. Cancelada la provisionalidad de nada servian ya las atribuciones provisionales: el propio Penalba se aplicaba con jactancia este precepto al indicar que el censor que, debido a las circunstancias, el habia sido dejaba paso al amante de la libertad que era. Ruben, pese a sus reconocidas dotes de transformista, no tuvo tantas facilidades para cambiar de piel. Una vez que se le hubieron agradecido los servicios prestados, el Consejo de Gobierno le advirtio que la ciudad requeria en adelante tranquilidad. A la amabilidad le siguio la indiferencia y, casi de inmediato, la suspicacia. De Maestro adulado y cubierto de lisonjas a intrigante tratado con escarnio, Ruben comprobo que las puertas del poder se habian cerrado para el. Su tiempo estaba agotado y sus amigos, huyendo de el en desbandada, trataban de evitar su misma suerte.

Tras la caida en desgracia solo tuvo una fugaz aparicion cuando le contrato el empresario de un cabaret del barrio portuario. A lo largo de una semana Ruben intento recrear sus exitos multitudinarios ante unos cuantos espectadores aburridos. Los asistentes, a la salida, comentaban que habia perdido todas sus habilidades y los que, a la semana siguiente, quisieron corroborarlo se encontraron con que el cabaret habia cambiado de cartel. Nada mas se supo de el, y al diluirse en la misma oscuridad de la que habia partido pronto se le considero como una creacion del sueno que nada tenia que ver con el recuperado mundo de la realidad.

La suposicion de que la ciudad habia vivido durante un ano bajo los efectos de un monstruoso sueno se impuso de un modo tan inmediato, y tan generalizado, que los propios ciudadanos se comunicaban los sintomas de sopor que aun les embargaban. Sus reflejos eran lentos, sus mentes estaban entumecidas, fruto, segun se apresuraban a asumir, del brusco retorno al estado de vigilia. Lo que, conseguido este retorno, quedaba atras, no era negado de manera taxativa, como si jamas se hubiera dado, pero si, en cambio, empezaba a imaginarse a la manera de un paisaje ficticio, de un espejismo al que se hubieran rendido y del que, al fin, se habian desembarazado. Entrevistas asi las cosas se hizo arduo retener las vicisitudes vividas bajo la fijacion del espejismo. Al igual que las formas de este, todo lo que habia ocurrido en su interior aparecia distorsionado con imagenes volubles y absurdas metamorfosis. El mundo de la realidad se vengaba de los mundos fantasmagoricos que le habian acechado relegandolos a ser sombras sin consistencia. El propio mal, la semilla que al germinar habia puesto en marcha los mecanismos de la pesadilla, fue arrojado a las sombras exteriores y, con el, todos aquellos que fueron marcados por su estigma. Los exanimes, una vez desaparecidos de la realidad, desaparecieron de las conciencias e incluso el termino que les designaba, pintoresco primero e infamante despues, fue borrado del vocabulario. Nadie tuvo la tentacion de contar las bajas que se habian producido en el censo de la ciudad.

A Victor Ribera, observador minucioso de los hechos que parecian adjudicarse a un sueno, le costaba entender los efectos anestesicos que ahora se arrogaba la realidad. Contemplaba la caja repleta de rollos fotograficos sin revelar, capturas de un tiempo que quiza pronto se declararia inexistente, y el mismo, en ciertos instantes, estaba imbuido por la duda de que aquellos carretes no contuvieran sino instantaneas tomadas al vacio. Tal vez, habitante sin saberlo del espejismo, habia disparado su camara hacia innumerables simulacros, burlandose estos de la credulidad de su ojo. A pesar de esto no se atrevio a encerrarse en el laboratorio para salir de dudas. Habian cambiado las razones para mantener esta actitud, sustituyendo la perplejidad a la repulsion: antes, a lo largo del ultimo ano, le repelia mostrar a la luz lo que consideraba obsceno mientras ahora temia que, simplemente, no hubiera nada que mostrar, fuera de sus propios fantasmas. Con el paso de las semanas se encontro con que tambien el, como los demas, se inclinaba a callar.

Arias le llamo una tarde desapacible de diciembre. Queria, dijo, que hablaran. Por un momento Victor albergo la esperanza de que el perro callejero utilizara su crudeza proverbial para referirse al cambio de situacion. Pero Arias ni siquiera lo menciono. Desde el dia anterior estaba jubilado y este era su unico tema de conversacion. Le tendio a Victor un sobre que contenia un diploma de la Asociacion de Periodistas.

– Me lo dieron ayer en una pequena ceremonia que hicimos en el salon de actos de la Asociacion. Habia otros veinte viejos como yo a los que tambien jubilaban.

Victor pensaba que en cualquier instante Arias bromearia contra las injusticias de que era objeto. Sin embargo, para su sorpresa, el veterano periodista estaba bastante satisfecho y se extendio en detalles del acto, elogiando el clima de camaraderia en el que se habia desarrollado. Luego hurgo en el bolsillo de su americana hasta extraer un estuche granate en el que figuraba sobreimpreso el rotulo de El Progreso. Tambien el adversario directo de Arias habia perdido, repentinamente, su anterior belicosidad. Le enseno con orgullo una medalla plateada en la que se reconocia que la suya habia sido toda una vida al servicio de la informacion.

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