– Blasi me recibio en su despacho -subrayo Arias-. Estuvo muy amable y me dijo que no me preocupara. Que si me aburria se lo hiciera saber porque ya habia previsto que en el futuro, si yo queria, podria hacer ciertos trabajos de colaboracion. Despues me dieron una comida de despedida. Eramos muchos, y esto me gusto. Blasi no pudo asistir pero se disculpo y envio un mensaje de adhesion.
Por primera vez Victor veia a Arias notablemente contento. Ademas, tenia planes. Deseaba, ahora que tendria tiempo, hacer reformas en su casa que, segun afirmo, estaba inhabitable. Compraria plantas y, en particular, mas pajaros, pues el que tenia necesitaba compania. Quiza compraria asimismo un perro, a ser posible un buen pastor aleman, aunque le hacia dudar el reducido tamano de su piso. Lo que era seguro es que escribiria un libro. Esta habia sido una ilusion secreta que siempre habia ido aplazando por demasiados compromisos o por simple pereza. El libro seria una cronica popular de la ciudad tal como era en la juventud de Arias. A pesar de que trataria de los mas diversos aspectos ya habia decidido dedicar un capitulo importante a los grandes combates de boxeo. El ultimo de los planes del recien jubilado era tambien el mas inesperado:
– Fijate, he pensado en casarme otra vez. Es una idea que me ha entrado en la cabeza y no logro sacarmela. ?Te parece buena o mala?
– Buena -le contesto Victor-. Pero ?ya sabes con quien?
– No -dijo con cierta turbacion Arias-. No lo se. Ahora tendre mucho tiempo para averiguarlo.
Tener mucho tiempo: no solo Arias, debido a la jubilacion, sino, por lo que podia deducir Victor, la mayoria de los moradores de aquella ciudad habia llegado a la conclusion de que el ano desvanecido debia redundar en una generosa ampliacion del tiempo que estaba por venir. Todo ocurria como si se hubieran evaporado doce meses, pero al unisono, en inconfesable compensacion, como si fuera obligado recuperarlos con creces mediante una actividad desaforada. Al igual que Arias, todo el mundo tenia abundantes planes, lo cual, sin embargo, mas que considerarse una novedad, se observaba como una continuacion logica de lo que siempre habia sido. Y asi una de las condiciones imprescindibles de la vuelta a la normalidad era descubrir que, en ultima instancia, esta nunca se habia interrumpido.
Se reanudaron, por tanto, para Victor Ribera las propuestas profesionales sin que en ningun caso, los que las hacian, aludieran al hecho de que se trataba, efectivamente, de una reanudacion. Tal como era corriente antes, le pidieron reportajes fotograficos y en su contestador automatico se grabaron las llamadas de revistas y periodicos que requerian sus servicios. Tambien Salvador Blasi le dejo un largo mensaje grabado en el que con un tono desenfadado y cordial le sugeria una serie de retratos de los cien principales personajes de la ciudad que tuvieran, segun enfatizaba con cierta sorna, un fuerte relieve psicologico.
– De las que hacen epoca.
Victor, tras escuchar los nombres propuestos, sugirio el de Ruben. Lo hizo provocativamente, casi sin pensarlo. Tuvo que repetirlo un par de veces, porque la primera Samper hizo caso omiso de la sugerencia. Luego, sin que su voz se inmutara, le contesto:
– Pero Victor, se trataria de que fueran hombres con proyeccion de futuro.
Los conjurados para el olvido cerraban filas de modo que no quedara abierta ninguna fisura. Era tanta, aparentemente, su coherencia que ni siquiera dejaban entrever que se esforzaban en olvidar. Sin embargo, no se podia acusar a uno u otro, por separado, de premeditacion pues todos ellos formaban parte, como moleculas obedientes, de un movimiento general que desplazaba a la conciencia en ese sentido. Tambien Victor Ribera se veia como una de estas moleculas, dependiente por entero de las demas, con la diferencia, quiza, de no lograr alejar la perplejidad que esto le causaba. Las ventajas de la amnesia, que percibia claramente, chocaban con la dificultad que representaba gozar de ellas con impunidad. Y no, segun creia, por escrupulos morales sino por falta de conviccion.
Max Bertran, imperturbable como le gustaba presentarse siempre, opinaba que ni los escrupulos ni la conviccion tenian, en aquel momento, utilidad alguna. Bertran era, en cierto modo, un caso aparte: lo suyo, en lugar de olvidar, se reducia mas bien a ignorar, y dado que apenas se habia adherido a las pasiones del ano maldito no tenia, tampoco, que desembarazarse de ellas. Su misantropia jocosa le mantenia al margen de sobresaltos, al tiempo que le hacia conservar su peculiar humor que muchos, no sin razon, calificaban de cinismo. Era sincero a su modo cuando aseguraba que no se habia sentido afectado por lo que venia ocurriendo en la ciudad. Pese a los cambios de vestuario para el la comedia era siempre la misma.
– Mira, ya se que han pasado muchas cosas desde hace un ano. Por ejemplo, se que un dia nos levantamos y nos encontramos con unos tipos que se habian vuelto idiotas, o locos, o lo que sea, y que estos tipos crecieron como moscas, sin que nunca supieramos por que. Se que luego se han esfumado, sin que sepamos como. Se que hemos estado rodeados de brujos y delincuentes, y no solo no le hemos puesto remedio sino que nos ha gustado. Tambien se que cuando debiamos hablar hemos callado y que hemos cerrado los ojos ante cualquier mentira que nos hayan vendido, y que ademas todos hemos mentido descaradamente. Por otra parte, algunas cosas, tal vez las mas importantes, ni las se ni las sabre nunca. Pero no pienso obsesionarme con esto y tampoco tu tendrias que hacerlo.
Max Bertran permanecio mas serio de lo habitual, casi airado, al expresar su particular balance. Luego, no obstante, recobro su buen humor y estuvo burlandose de los personajes recomendados por Blasi y Samper para el reportaje fotografico que le habia sido ofrecido a Victor. En su clarificacion los pavos reales se alternaban con los reptiles, intercalando, de vez en cuando, distintas especies de aves rapaces. Esto le sirvio para sacar conclusiones:
– Como ves todo sigue igual. Si quieres que te diga la verdad, creo que en el fondo tienen razon los que insinuan que no ha pasado nada: no ha pasado nada que no estuviera pasando hace un ano, y mucho antes.
Victor recibio el telegrama que le anunciaba la muerte de David Aldrey la noche del solsticio de invierno. El texto era escueto: solo anadia que la ceremonia funebre se celebraria, a la manana siguiente, en el Tanatorio Municipal. Lo firmaba Maria Aldrey. Se mantuvo mucho rato sentado frente al pedazo de papel azul que habia dejado sobre su mesa de trabajo. No sintio dolor o, si lo sentia, ese dolor se habia agazapado tras la impotencia que significaba no poder hacer nada por alterar aquel texto. No admitia variaciones ni interpretaciones. Era exacto como un dardo que despues de recorrer oceanos enteros se clavara certeramente en el grano de arena escogido como diana. Las palabras, en todas las ocasiones, podian ser retorcidas y alisadas, podian ser despedazadas para ser recompuestas, luego, con mayor o menor arbitrariedad. Su materia apenas era mas consistente que la gelatina. Pero las palabras encerradas en aquel texto poseian la dureza cortante del acero.
Unicamente en un segundo momento, cuando desvio la atencion de las palabras mismas, y de la inutilidad de oponerseles, Victor estuvo en condiciones de pensar en la muerte de David. Y de pronto le parecio un error, un error anunciado desde largo tiempo atras, desde que su amigo, situado como los demas ante la encrucijada, habia elegido el camino contrario a la supervivencia. Aldrey se empeno en solitario en una lucha contra el absurdo que no tenia salida. Quiso permanecer en un punto fijo mientras, a su alrededor, el torbellino lo removia todo incesantemente y, al final, cuando todo en apariencia volvio, de nuevo, a su sitio, el resulto el unico desplazado.
Enseguida se avergonzo de juzgar a David como si fuera un extrano, preguntandose si realmente le echaria en falta. Por su memoria se sucedieron, desgranados, fragmentos de las conversaciones sostenidas durante tantos anos y se dio cuenta de que, en buena medida, eran una cronica de si mismo. Nunca creyo que hubiera intimidad en su relacion con David, cuando menos en el sentido habitual que se le otorgaba a este termino, pero ahora percibia que, en otro sentido, esa intimidad, aunque intermitente y discreta, si existia. Y ello no dejaba de sorprenderle al rememorar unos dialogos en los que en muy contadas ocasiones habia estado presente la confidencia personal. Ambos la rehuian, quiza por un pudor gratuito, quiza porque ya desde el inicio adivinaron que era mejor excluirla. Solo en los ultimos tiempos parecia que esta actitud iba a variar, especialmente desde el instante en que David tuvo conciencia de su fracaso. Hizo, entonces, diversos amagos para que su relacion fuera diferente. Sin embargo ya le obsesionaba que, como en las demas cosas, fuera demasiado tarde. David siempre habia cargado con el caparazon y opto por refugiarse en el definitivamente. Prefirio el silencio al absurdo, pero cuando tomo esta decision sabia que, antes o despues, seria aplastado. Fue, se dijo Victor, un rasgo mas del coraje que le caracterizaba.