parece retorcerse en una ultima exhalacion de muerte.

– Maestro, antes de que nos marchemos de este lago, dejeme deleitarme viendo el padecimiento de este reprobo.

Virgilio me concede ese tiempo perverso y luego proseguimos elevandonos por un desfiladero que no aminora en nada el tufo ni los quejidos procedentes de abajo. Cruzamos dos nuevos valles y, al llegar a un sendero de polvo, observo un arbusto de cuyas ramas surgen juntas sangre y palabras.

– Es Pier della Vigna, pesimo poeta y protonotario de Federico II -me advierte mi maestro mirando la planta con desden.

Junto a Pier della Vigna, reconozco a Ugolino royendo infinitamente la nuca de Ruggieri degli Ubaldini. Cuando levanta la cara para descansar, aprovecha para secarse la boca sanguinaria con los pelos del pecador. Asqueados por esta imagen, proseguimos nuestro camino, mi guia primero y yo despues, hasta llegar a una fuente de lava. Cuando se gira, mi maestro ya no es Virgilio, ni don Quijote, sino simplemente Gilabert.

– Lopez -me dice con nuevas lagrimas en los ojos-, hemos sonado con las dos mayores amistades de la literatura, la de don Quijote y Sancho y la de Virgilio y Dante; pero ahora se acerca el fin y la realidad nos sera hostil, Lopez, ya lo veras, muy hostil.

Cuando voy a abrazarlo, Gilabert desaparece entre mis manos. Angustiado y perdido, vago entonces por el desconsuelo infinito que se extiende en una vasta altiplanicie. Despues, arribo a unos pasadizos laberinticos y me demoro subiendo unas interminables escaleras que, finalmente, me permiten ver el cielo. Por ese inmenso agujero salgo de nuevo a contemplar las estrellas de mi soledad…

El tercer dry martini de Boadas habia sido inevitable teniendo en cuenta el crescendo de la conversacion: esa magia entre la ficcion, el juego y la inmoralidad, ese pliegue impecable en la falda de Teresa, esa risa desatada que se estaba convirtiendo en animosa complicidad, ese pequeno tributo de irresponsabilidad que el alcohol iba agregando al aire… Cuando ella se introdujo en el taxi que tomaron en las Ramblas, Luis observo sus torpes movimientos, su embriaguez. En el coche, reanudaron un dialogo plagado de extranos personajes inventados por ellos esa misma noche: la calle Tuset no era ya el destino que les permitiria cenar en el Giardinetto, sino el punto en el que se hallaba el apartamento de un supuesto amigo que se habia arruinado jugando al bingo despues de que su mujer se fugara con un millonario. El taxista participaba en la conversacion postulando descabelladas teorias psicologicas sobre los ludopatas.

– Mire, el alcohol, el vicio, el juego y los celos son cosas que siempre van juntas.

– Si, es el caso de nuestro amigo -respondio Luis como jugando a no reirse.

Llegaron a la calle Tuset y, una vez se despidieron del taxista, Teresa no pudo evitar la risotada que habia estado conteniendo durante el trayecto. Entraron en el restaurante. Como no habian reservado mesa, tendrian que esperar media hora de pie en la barra. Pidieron otro dry martini.

Primero la tanteo acariciandole una mano con el dedo indice y, al ver que ella no respondia apartandola, Luis aproximo su boca a la suya con ademan de besarla. Lo hizo durante un rato y, luego, sin dejar de acariciarla, la miro con el deseo que sucede a la conciencia de saber que una mujer esta ya en las redes.

– Teresa, eres un encanto.

– Tu tambien, Luis.

– Sabes, podriamos fugarnos juntos…

– Si, venga, ?adonde?

– Al Caribe; a la Republica Dominicana.

– A mi me gustaria conocer Puerto Rico.

– Pues vamos a Puerto Rico. ?Nos vamos ahora mismo?

– Si.

Aunque mecido en la torpeza del alcohol, Luis comenzo a calcular el desenlace de la noche. Podrian ir a casa de ella o al apartamento en el que Antonio se encerraba para escribir. Un hotel resultaria mas frio, pero les alejaria mas de Antonio, de esa fantasmal presencia que se interponia ahora entre los dos. Penso un momento en su hermano, en la previa relacion que habria mantenido con la mujer que ahora le atraia de una forma tan enigmatica. Solo la ginebra le permitia gozar de la situacion sin cuestionarla.

– Es curioso, siento ganas de escribir todo lo que me esta ocurriendo desde que Antonio murio.

– Ya empiezas como el -dijo ella con fingida seriedad-. No me digas que a ti tambien te va a dar por escribir una novela, y que tambien te vas a poner paranoico. Mira que salgo corriendo. Con el pobre Antonio ya tuve bastante…

– Aunque, pensandolo bien -dijo Luis tras dar un buen trago a la bebida-, podria basarme en los hechos y componer unos personajes y una trama completamente distinta. Podria comenzar con un premio, con la muerte del ganador… y terminar con la fuga del hermano del ganador con la amante del ganador. Una fuga a Puerto Rico…

– Si, eso seria una trama completamente distinta a la real… ?Y como describiras este beso en tu novela?

Volvieron a besarse. A Luis le parecio que alguien le reconocia en el otro lado de la barra, pero no le importo.

– El personaje de Gilabert podria ir sustituyendo al de mi hermano; por fin, la ficcion iria eclipsando a la realidad.

– Seria una enfermiza experiencia literaria -dijo ella cada vez mas animada-, aunque, de alguna forma, tendria sentido, porque Antonio, sin conseguir trascender su inmediatez, escribio una realidad que paso como ficcion; mientras que tu podrias hacer justo lo contrario…

– ?Como lo contrario?

– Si, porque podrias, partiendo de «su realidad», elaborar una ficcion y presentarla en forma de realidad, como unas memorias reales de tu hermano, de un hermano completamente inventado por ti que pasaria por real… ?Donde podria yo presentar eso en un premio de memorias…?

– No seas mala -agrego el con voz pastosa.

– Ademas, por primera vez en la historia de la literatura, un hermano continuaria la novela de otro…

– Claro, y, finalmente, tu, sin decirme nada, en lugar de presentar esas memorias a un premio de memorias, las presentarias a un premio de novela al que yo asisto y muero al conocer el fallo del jurado… ?Te sugiero un titulo cojonudo para ese best seller?

– ?Cual?

– La asesina de los Lopez.

– No seas malo -repitio Teresa.

Desde que Silvia amenazo con abandonarme durante unos dias (y a pesar del insignificante intento reconciliatorio que fue el acto sexual de aquella noche) la situacion en casa se ha hecho insostenible. Llego tarde, como siempre cansado, y todo se me convierte en una prueba que tengo que superar. Nuestras conversaciones son mas forzadas y artificiales que nunca, y los silencios se hacen tensos e insoportables. Pero yo permanezco sin poder decidir nada, agarrado a esta injustificable continuidad plagada de contradicciones y de angustias. Ayer mismo me dio una fobia en el metro que me obligo a estirarme de forma espectacular en el suelo. Solo logre levantarme cuando adverti que el revisor (un tio enorme con un bigote a lo Nietzsche) tenia intencion de aplicarme el boca a boca. Esta noche tenemos lo del premio Gracian de novela. No me apetece nada asistir. Volvere a envidiar al ganador, a odiarle, a desearle la muerte. Pensare, otro que ha conseguido ser alguien, que ha podido escapar de este doloroso anonimato que me hace vivir infeliz. No, no me apetece nada asistir. «Hacer acto de presencia», ?que frase hecha tan reveladora! Un tipo tan desequilibrado como yo, ya no es capaz de hacer ningun «acto de presencia». Me siento un personaje literario y no un ser real.

Para mi, el otro es el, mi hermano, Antonio. Yo, con mi despacho en el banco, con mis hipotecas, con mis creditos de deposito, con mis cuentas corrientes al 9 por ciento, con mi secretaria y con mi jefe, lo imagino sentado frente a este mismo ordenador en el que ahora escribo, definitivamente anclado en su inmediatez, en su intrascendencia, en su fracaso. Para mi, el otro es el, Antonio. El, que habia sido el supuesto sonador, el profesor de literatura, el creador. El, que me habia recriminado mi falsedad, mi comercio, mi corbata. Ahora lo pienso con todo el perfil de su derrota, de su inutilidad, de su muerte, incapaz de fabular, de narrar, de sobrepasar el preciso limite frontal de esta pared del fondo, de esta muralla inmensa en la que debio rebotar su torpe cabeza una y otra vez, pensando en ese quimerico Gilabert que no llego a ser otra cosa que un nombre

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