reemprendido mi vida. Pero el, rutinario, ha tipificado mi caso como un simple ejemplo de regresion libidinosa.
Todavia disponia de tiempo para llamar a su mujer y hacer unas compras en la
– ?Que tal se esta vendiendo este? -pregunto Gilabert a la cajera.
– Bastante bien, lo compran para regalar.
Al encaminarse a llamar por telefono vio a Sandra comodamente instalada en uno de los sillones de la sala en la que no tardarian en embarcar para San Juan de Puerto Rico. Llevaba unas gafas oscuras y una falda verde loro que le daban un aspecto algo comprometedor. Para sus adentros, Gilabert penso que algunas mujeres estan mejor desnudas, en su estado natural. Abrio la bolsa de mano y comprobo, una vez mas, que llevaba el pasaporte, los billetes y los
Descolgo el telefono y marco. Primero hablo con su secretaria y despues con Flores. En el despacho tambien habia contado lo del congreso de editores, sabiendo a ciencia cierta que Flores no se lo creeria. Pero le daba igual, total, era un empleado con el que a partir de ahora guardaria mas las formas (ni siquiera le transmitio su entusiasmo por haber visto el libro de los castillos de Cataluna tan bien situado en la mesa central del quiosco). Luego llamo a su mujer. La nina ya llevaba varios dias con su madre y la fiebre y lo de la faringitis obstrusiva era ya un episodio preterito sin importancia. En el bar, frente a la repentina inspiracion provocada por un segundo cafe, extrajo de la bolsa de mano su libreta de notas y escribio: «La novela podria comenzar en el aeropuerto, con el viaje a Puerto Rico de Luis y Teresa. En una sucesion de
Ayer por la noche, Silvia me planteo que no podemos continuar en esta incomunicacion absoluta en la que vivimos. Se acerco con un cafe con leche y se sento muy seria junto al sofa en el que yo me hallaba tendido (debajo de la humedad del techo, aprendida de memoria) pensando en la Galvez y en el inexistente Gilabert. Enteramente desprovisto de argumentos -y hasta de palabras-, tuve que improvisar unas desconsoladas llantinas que no tardaron en enternecerla y en conseguir que se acercara a acariciar mi escaso bagaje capilar. Entonces me dijo que ha pensado en irse a vivir unos dias con Ana, como para probar. Con dramatismo, de rodillas y abrazandola con fuerza, le pedi que tuviera un poco de paciencia, que no me dejara en esta situacion de soledad y desamparo, de fobias reiteradas «que me podrian llevar incluso al suicidio». Llorando, me contesto que ella tambien tiene que pensar en si misma, que ya le ha dado muchas oportunidades a nuestra relacion y que se encuentra inmersa en un desequilibrio emocional que casi le impide trabajar. Sin otros recursos, le sugeri visitar al terapeuta de parejas al que me habia negado a ir anteriormente, le dije que podriamos replantear en serio la posibilidad de adoptar un nino, le hable de organizar un viaje a la India, pero ella se mantuvo en su firme decision de separarse unos dias de mi. Al no encontrar otra salida, abri la ventana para encaramarme y ensayar unos inverosimiles ademanes suicidas que ella, sin embargo, no tardo en creer. Con el miedo en los ojos, corrio hacia la ventana y me tiro de la mano. Me desplome entonces en sus brazos y nos besamos con desesperacion. Luego nos desvestimos y, despues de hacer el amor (la cuarta vez en un mismo dia para mi convaleciente y heroico pene), nos dormimos abrazados en una intensa efusion de lagrimas y suspiros.
Vuelve otra vez el piadoso Gilabert para tratar de aliviar mi soledad. Me recibe en medio de la noche con un farol de papel chino que tiene el color de la luna. El chisporroteo de luciernagas voladoras se confunde con las estrellas de un firmamento intimo e infinito. Erramos durante horas sobre una vasta llanura que no nos concede un solo objeto referencial. La sed y el temor de la sed hacen que esa dilacion nos resulte mas insoportable en la garganta y en la piel. Una luz siempre lejana se transforma por fin en una ciudad prodiga en simetrias, muros y frontispicios. Sin contemplaciones, mendigamos y luego robamos el agua y la comida a una sin par Dulcinea tosca, ebria y maloliente que nos increpa guarecida bajo una ridicula celada. Comemos y bebemos como comen y abrevan las bestias, y luego exhalamos unos pedos y unos eructos descomunales que resuenan escandalosamente en el silencio de la noche. En nuestra rudeza, nos sentimos mucho mas valerosos y convencidos que antes.
– ?Que sucede, por que esta usted llorando?
– Sancho, presiento que esta sera la ultima jornada que pasaremos juntos. Me produce una tristeza infinita el pensar que seguramente ya no nos volveremos a ver nunca mas.
– Pero no diga tonterias -exclamo alzando los brazos-, seguro que nos volveremos a ver, tal vez en otra obra de nuestro autor, o quiza en la segunda parte de esta misma novela en la que nos hallamos. Ademas, piense que es posible que vivamos mas alla de nuestros dias, pues cada lector que abra nuestro libro y nos lea, nos estara confiriendo una forma de inmortalidad.
– Sancho, amigo, agradezco tus esfuerzos por hacerme creer que mi vida no ha sido ilusoria, pero la verdad es que me encuentro muy viejo y fatigado. Presiento que hoy mismo morire.
Llorando, descabalgamos de los animales y nos damos un fuerte abrazo. Entonces, un dios me inspira para recordar estas imborrables palabras de Cervantes:
– ?Ay! No se muera vuestra merced senor mio, sino tome mi consejo, y viva muchos anos; porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin mas ni mas, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolia. Mire no sea perezoso, sino levantese desa cama, y vamonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado; quiza tras de alguna mata hallaremos a la senora Dulcinea desencantada, que no haya mas que ver. [34]
El caracter universal de mis palabras ha reanimado sorprendentemente a Gilabert, quien me dice muriendose de risa que volvamos a montar en nuestras bestias y que partamos ahora mismo en busca de nuevas aventuras.
Durante todo el tiempo que el sol tarda en calentar el aire, cruzamos una montana por un sendero que sube y baja entre vertiginosos precipicios de piedra. Cuando el sol esta ya alto, parece vencernos el hambre y la sed, pero proseguimos a pesar del hambre y la sed y del color cada vez mas blanco de las lenguas de nuestros animales. Al llegar abajo, ha regresado la noche. Tras un matorral, encontramos el quieto perfil de un nino que lee la
– Muchacho -le digo con voz paternal-, te vas a quedar ciego si continuas leyendo a la luz de la luna.