edificios contiguos apenas se adivinaba el azul borroso de calina y humedad. Pero el seguia dia y noche descubriendo los recovecos de su historia en unos parametros que nadie sino el habria reconocido. Y en su entusiasmo le parecio que estaba aprendiendo a conocerse. La memoria es endeble cuando se trata del dolor, del amor y de las obsesiones. ?Como se vive, se decia entonces, sin un guion a medio escribir? ?De que materia son los deseos que nos hacen continuar?
Fue por aquellos dias cuando conocio a Katas. Durante meses se habian encontrado en el ascensor. Ella salia siempre en el piso 14 y a pesar de que permanecia como los demas con los ojos fijos en las luces que marcaban el paso de las plantas, se dio cuenta de que le veia quiza por la casi imperceptible turbacion con que cambiaba de un brazo a otro los libros o por el encuentro fugaz de sus miradas cuando iniciaba la salida del ascensor. Tenia el pelo largo y lacio que llevaba recogido en una cola de caballo, y vestia siempre faldas floreadas y sandalias de ermitano. Andaba cargada con libros y carpetas y ese dia, ademas, con una bolsa de papel atiborrada de comida. Cuando el ascensor llego al piso 14 fue a salir y por no chocar con la guitarra de otro vecino dio un traspies y todos los libros cayeron al suelo. El chico de la guitarra aguanto estoicamente la puerta mientras el la ayudaba a recogerlos y no se dio cuenta de que en el momento en que la seguia para darselos se habia cerrado la puerta y el ascensor habia seguido sin el. Dijo ella con un ligero acento extranjero que no reconocio: «Gracias, me llamo Katas», y alargo una mano por debajo de los paquetes. La dejo en la puerta del apartamento 147 y aunque no acepto la invitacion a entrar, a punto estuvo aquella noche de volver sobre sus pasos para decirle que habia cambiado de opinion.
Al dia siguiente supo mas de ella por el portero de noche, un hispano con el que coincidia a veces en la puerta cuando el calor le sacaba de su apartamento. Era griega, le dijo, habia llegado a Nueva York hacia unos anos para estudiar medicina y al final del trimestre, es decir en Navidades, volveria a Grecia. Osiris, el hispano, al que se lo habia preguntado venciendo su repugnancia a iniciar conversaciones, lo sabia porque la chica ya lo habia comunicado al administrador. Y anadio con su cantinela nasal: «Ella esta todas las tardes en la biblioteca del barrio, esa de ahi enfrente. Yo te lo digo a ti por si tu quieres encontrarla».
Durante varias semanas quiso ir a la biblioteca pero no pudo. Trabajaba hasta muy tarde y cuando llegaba ya habian cerrado.
Un dia al volver del trabajo salio del ascensor en el piso 15 y torcio por el pasillo sin mirar al frente, ocupado en buscar la llave del apartamento en el fondo de la bolsa. Cuando ya iba a ponerla en el cerrojo acuciado por una presencia en la que no habia reparado, levanto la vista y alli estaba Andrea, apoyada en la pared, a medio metro escaso de distancia, sonriendo divertida y emocionada ella misma por la sorpresa que habia preparado.
– No has cambiado, no has cambiado nada -le decia, tan cerca su cara de la de ella que de no haber estado los ojos fijos en esa motita casi invisible que habia descubierto junto a la ceja habria visto su rostro borroso como en un sueno-. No has cambiado nada -repetia y deslizaba el dedo por la frente, los parpados y las mejillas concentrado en el contacto, casi sin verla, como resbalan las yemas del ciego sobre los contornos y las superficies para descubrir los secretos que estan vedados a los videntes. Apenas pudo hablar de otra cosa hasta el amanecer, demasiado obsesionado el pensamiento y la avidez por una presencia que habia deseado durante meses, y cuando lo hizo no atendio a las razones que ella le daba -este viaje es solo un parentesis, una sorpresa que no significa nada-, porque le parecia que ella misma y su llegada desmentian la veracidad de sus palabras y de sus propositos, y sin querer oirla insistio en ofrecerle de nuevo y con mas vigor aun, su vida, su tiempo, su cuerpo y su alma, y se entretuvo incluso en anticiparle como podria ser la vida de ambos en Nueva York seguro de transmitirle su entusiasmo y vehemencia. Porque ahora que la tenia tan cerca, en el lugar idoneo, el perfecto, el que le habia sido destinado desde siempre, no cabia imaginar como habia de ser de otro modo.
Hacia las diez de la manana, sin embargo, ella comenzo a recoger su ropa porque salia hacia Mexico dentro de un par de horas con Leonardus y dos de sus socios en un viaje de prospeccion, dijo, estan cambiando las cosas en Espana, anadio, con la llegada de la democracia y hay que estar preparado. Andaba con prisa, pero aun le quedo tiempo para recordarle que esa escala en Nueva York no habia de hacerle concebir otras esperanzas que, insistio, no tendrian fundamento alguno.
– Sin embargo tu me quieres.
– Ya lo sabes -respondio ella-, pero no hay solucion para nosotros. La vida es asi, no le pidas mas de lo que puede darte -y sonreia como entonces como el dia, un ano antes -un ano ya- que se habia presentado en la casa de la plaza de Tetuan donde el vivia con una hermana de su padre, para rematar la larga discusion que habian tenido la noche anterior y darle a conocer un veredicto cuya urgencia y brutalidad no pudo comprender.
– Pero ?por que tengo que irme? ?Que me estas queriendo decir? -pregunto el entonces.
– Federico ha desaparecido, bien lo sabes. La policia lo busca. La productora sin el no funciona. Tienes una oportunidad en Nueva York con ese contrato que te ofrecen a traves de Leonardus. ?O prefieres quedarte en Barcelona sin trabajo, expuesto a que la policia te encuentre? Sabes que te estan buscando.
Era cierto que desde hacia una semana la puerta de la productora estaba sellada por orden judicial, que hacia varios meses que nadie habia cobrado y no se tenian noticias de Federico, pero nunca se le habia ocurrido relacionar esos hechos con la politica.
– ?Por que habrian de buscarme? -le pregunto-. Si lo hicieran ya me habrian encontrado, nada mas facil.
– Se lo que me digo -respondio Andrea que a todas luces tenia prisa, y saco del bolso una cartera con el billete, una lista de direcciones de Nueva York y el contrato del piso que habia alquilado para el por un ano entero en la calle 14 con la Segunda Avenida -. Y tampoco nosotros tenemos futuro -dijo con dulzura.
Pero el casi no la oyo porque lo unico que le interesaba en ese momento ella no estaba dispuesta a aportarlo.
Bajaron juntos en el ascensor y salieron a la calle.
– Siempre te estare esperando -juro aun en el ultimo minuto sin darse cuenta cabal de que desaparecia en el taxi perdido en la circulacion hasta que, consciente de que habia salido solo con la llave, volvio a casa. El apartamento tenia un olor distinto ahora y estaba mas vacio que durante todos esos meses y su trabajo, su vida en Nueva York y el mismo, de pronto carecian de sentido.
Llamo al plato e invento la excusa de una caida, como habia hecho ella en tantas ocasiones aquel primer ano en Barcelona, y se tumbo en la cama revuelta. Tenia el dia libre y no sabia muy bien que hacer. Daba vueltas y mas vueltas a cada uno de los gestos de ella, a sus palabras que repetia incansablemente hasta agotarlas y gastarlas y lograr que se vaciaran de sentido, y hacia las tres de la tarde ni el aroma que su cuerpo habia dejado flotando en el aire ni el temblor decreciente de sus manos eran mas que otra imagen fugaz que anadir al bagaje que la memoria arrastraba consigo desde que tomo el avion aquella manana de junio en Barcelona.
Salio de nuevo y se fue al japones de la calle 16. Comio lo que no habia comido en dos semanas y se tomo dos
La vio inmediatamente con la cabeza inclinada sobre los libros, jugando distraidamente con un mechon del flequillo. Tomo una revista y fue a sentarse casi frente a ella. Hasta mucho rato despues, al levantar la vista quizas atraida por el reclamo de su mirada, no le vio; le sonrio con timidez pero sin sorpresa y volvio a su libro. Cuando se levanto para irse el la siguio y una vez en la puerta la invito a tomar un cafe. Ella acepto. El no tomo un cafe sino una cerveza y luego otra y mientras la tarde se adormilaba sobre los rascacielos y el rosa del crepusculo tenia el cielo brumoso y espeso de la ciudad, le conto la misma version de su vida que habia querido contar un par de anos atras a Andrea, sin prisas porque nadie les esperaba ahora y porque posiblemente tampoco el estaba tan impaciente como el dia que la conocio en la playa, ni tan ansioso como cada uno de los instantes que estuvo con ella aquel verano y el invierno que le siguio hasta que se fue, y aun despues. Y porque estaba seguro tambien de que en aquel mundo de cemento, ruidos y excesos, hablar con calma de su infancia en la lejana aldea escondida entre trigales resultaria cuando menos una historia mucho mas exotica. Comenzo casi de la misma forma, como hacemos todos afianzando la version oficial de nuestra propia vida, esa version que acabamos creyendo y a partir de la cual elaboramos un dictamen sobre nosotros mismos que a toda costa queremos que acepten los demas:
– Me llamo Martin Ures -le dijo en un ingles que a pesar de haber mejorado seguia siendo elemental- y soy espanol. -Ella asintio como si ya lo supiera-. Soy de Ures, provincia de Guadalajara, en el centro de Espana y estoy muy orgulloso de llevar el nombre de mi aldea.
Cenaron aquella noche en un restaurante del Village y pasearon hasta el amanecer. Al dia siguiente, tal como habian convenido, Katas aparecio en su apartamento para recoger su bolsa y llevarla a la lavanderia junto con la de ella. Martin fue por la tarde a buscarla a la biblioteca y le pidio que le acompanara al rodaje del otro lado del