percibido un indicio de brisa, un halito de frescor, Andrea, Chiqui y Martin decidieron ir a tierra.

Martin salto al muelle y luego retrocedio para dar la mano a Andrea en un gesto casi mecanico, seguro de que ella le seguia y de que agarrada con una mano al estay de popa alargaria la otra para tomar la suya temblando por el vertigo pero apaciguada al mismo tiempo por su propia sumision y por la ayuda que el le prestaba.

Chiqui, en cambio camino con seguridad y casi con indiferencia por la pasarela, sin evitar en absoluto mirar el agua oscura y maloliente a la que, estaba segura, ni iba a caer ni queria echarse, como habia explicado el primer dia Andrea de si misma. Luego los tres caminaron por el muelle y la plazoleta, despacio, para no alborotar el calor inerte de la tarde.

Al pasar frente a la antigua lonja, un atrio sostenido por melladas columnas de marmol con los mostradores del pescado conservando aun el orden circular y las mesas laterales arrimadas a las paredes, se detuvieron y entraron. Olia a pescado seco y a sebo. Resonaron las voces en la boveda vacia y se arrastraban las palabras, desprendidas de sus ecos, por la superficie marmorea de los antiguos mostradores. Una golondrina desbarato el silencio y fue a esconderse en su nido en la viga mas alta.

Al hacerse a la oscuridad descubrieron en un rincon un hombre sentado en el suelo, apoyada la espalda en una columna y la cabeza doblada sobre el pecho. Estaba inmovil envuelto en un trapo y los pies descalzos asomaban por debajo. Junto a el, desplegado sobre las losas, un pano oscuro mostraba una coleccion de objetos diversos. Andrea y Chiqui se acercaron a curiosear: un pequeno cajon con postales amarillentas de la isla en epocas de antiguos esplendores, cartones cortados a mano con zarcillos, aros, cuentas de colores, collares, cajas de cerillas y una caja de carton llena de cintas elasticas de todos los colores.

– ?Que son esas cintas? -pregunto Chiqui y levanto la cabeza sorprendida por el cercano eco de sus propias palabras.

– ?Que son esas cintas? -repitio en voz mas baja.

El hombre se desperezo y sin mostrar intencion ninguna de incorporarse, levanto hacia ellos la cabeza un poco ladeada y les miro con un solo ojo: el otro, mucho mayor, estaba fijo e inmovil, era blanco y lo mantenia abierto sin ningun rubor. Luego tomo una cinta con la mano y con gestos les indico que era una cinta para sostener las gafas.

– ?Tan corta? -pregunto Chiqui, que solo habia visto los largos cordones que utilizaban Leonardus y Andrea.

– Estas son para navegar, se mantienen fijas las gafas aunque te zarandee el temporal. Son las que utilizan los marinos -dijo Andrea y se volvio sonriendo hacia Martin.

– No tengo este modelo -anadio-, debe de ser el unico que me falta. -Volvio a sonreir y mirandole como si se refiriera a un secreto que compartian escogio una de color azul, y mientras el intentaba descubrir el precio de la compra en dolares que el hombre le reclamaba, saco las gafas oscuras de la cesta y comenzo a pasar las varillas en los ribetes que formaban los extremos de la cinta.

Nunca habia logrado saber hasta que punto necesitaba las gafas porque podia estar durante horas sin ellas y en cambio de repente era incapaz de continuar lo que estaba haciendo si no las encontraba. Y aunque preguntaba siempre si alguien las habia visto bien es cierto que jamas esperaba una respuesta. Tal vez por eso creyo entender desde el principio que no eran sino un pretexto para dar por terminada una conversacion que habia comenzado a aburrirle o para cambiar de grupo cuando queria estar en otra parte, a veces precisamente donde se encontraba el. Pero a medida que fueron pasando los anos era cada vez mas evidente que las necesitaba, sobre todo de noche, aunque siguiera sin llevarlas y las perdiera y las buscara despues, pero en contra de lo que podia parecer no para esconder su miopia sino porque no habia acabado de convencerse a si misma de cuanto las necesitaba.

Desde que le habia dejado solo en la terraza aquel primer dia, deshaciendo la figura languida a la que el habria querido contar su historia, no podia recordar las veces que se habia repetido la escena. Y cuando aquel mismo verano, exactamente el viernes de la semana siguiente, volvio a la casa de la playa con Federico, que habia sido emplazado de nuevo por Sebastian, le llevo una cinta azul con dos arandelas para sujetar a las varillas de las gafas y poder llevarlas colgadas del cuello.

La habia guardado en el bolsillo del pantalon y tenia la mano dispuesta para darsela en el momento en que pudieran quedarse solos en la terraza como habia ocurrido la semana anterior. Habia imaginado ese encuentro desde el instante en que ella acudio a la puerta por la tarde a despedirse de ellos a toda prisa porque Federico tenia que estar temprano en la ciudad esa noche, y aunque a lo largo de la semana desde su repentina soledad habia aguzado el oido para descifrar las palabras que pronuncio al darle la mano y el habia perdido entonces, o para confirmar las que no habia sido capaz de creer que habia oido, no estaba seguro de que ella hubiera susurrado exactamente, vuelve pronto por favor. Quiza si habia dicho vuelve pronto y lo que no habia comprendido fuera por favor, lo cual le llevaba a suponer que ella, de un modo u otro, le estaria esperando, aunque tampoco ese convencimiento servia para tranquilizarle sino todo lo contrario: le temblaba la mano en el bolsillo y le fallaba la voz cada vez que intentaba hablar. Pero habia pensado tanto en la forma en que ocurriria, quiza para que no le traicionara la timidez y el nerviosismo, que estaba seguro de que en cuanto llegaran a la casa Federico y Sebastian se enfrascarian en sus papeles, y entonces el saldria a la terraza y desde la sombra del toldo, en una posicion entre indolente y abstraida de la que habia previsto incluso el detalle de como iba a apoyar la mano en el barandal, se echaria el pelo hacia atras igual que le habia visto hacer a ella y, como si saliera de las profundidades de su ensimismamiento, levantaria la mano con una cierta sorpresa pero con absoluta naturalidad en cuanto ella dejara de nadar y le llamara a gritos haciendo bocina con las manos:

– ?Eh, Martin, eh! -La estaba oyendo.

Pero casi nunca ocurren los hechos como los habiamos imaginado porque la situacion sobre la que montamos nuestras previsiones responde a elaboradas fabulaciones que se fundamentan solo en la fantasia y nunca tenemos en cuenta el deseo y el anhelo que cambian el sentido y ocultan o enmascaran a su conveniencia lo esencial y lo palmario. Y aventuramos un quimerico devenir partiendo de premisas casuales, parciales y siempre inexactas, y despues achacamos al destino o la fatalidad la falacia de nuestro vaticinio.

No aparecio durante el dia y el, que seguia estrujando la cinta en el bolsillo, cuando creyo que su impaciencia habia llegado al limite y que ya no podria resistir un minuto mas sin saber a que atenerse, a pesar de que no se oia el mas leve chapoteo y de que ya era noche cerrada senalo un punto invisible en el mar y pregunto en el tono mas natural que le permitio su voz deshecha por los cigarrillos que no habia dejado de fumar en todo el dia: «?No es Andrea la que llega por aquella parte?».

– No -respondio Sebastian y levanto extranado la cabeza hacia la terraza-. Andrea ha ido a la montana a recoger a los ninos, que han pasado unos dias con los padres de Carlos. Llegaran manana -dijo-, y Carlos con ellos, supongo. Carlos es su marido, tu le conoces… -y se dirigio a Federico para acabar de contarle sobre Carlos lo que el ya no fue capaz de oir.

En las quimeras y suenos de la semana, en sus reminiscencias y conjeturas, en la construccion de los futuros utopicos y las biografias que le habian ocupado tanto tiempo, en los proyectos que habia de realizar y los obstaculos que habia de vencer, en las escenas imaginadas, edulcoradas, perfeccionadas, reales casi de puro vivirlas y revivirlas a todas horas, lo unico que no habia previsto era unos ninos y un marido.

Siguio mirando fijamente la oscuridad del mar y se dedico a revisar una a una las luces de tope de las barcas fondeadas para tranquilizar asi su confusion y salir del desconcierto, del mismo modo que la persona irritable, consciente del rapto de furor que esta por asomar, cuenta hasta diez antes de hablar para darse a si misma el tiempo necesario de recobrar la calma y a la situacion sus verdaderas dimensiones.

La cinta azul permanecio en el bolsillo, pero como si el conocimiento de esa nueva circunstancia le hubiera desarmado y tranquilizado a un tiempo dejo de estrujarla y casi la olvido. Y cuando a la manana siguiente tumbado solo en la playa se preguntaba con una cierta melancolia que sentido tenia ahora el curso intensivo de natacion al que se habia apuntado y al que ya habia asistido con terror todos los dias de la semana para intentar aprender antes de que ella pudiera darse cuenta de que apenas sabia nadar, olvido tambien que podia llegar precisamente en aquel momento. Y asi fue. Irrumpieron en la playa por la puerta por la que ella habia desaparecido el sabado anterior dos ninos desnudos de unos cuatro o cinco anos, tan rubios y tan iguales que se quedo absorto mirando sus gestos repetidos, el mismo color pajizo de los cabellos, la misma forma de andar dando tumbos por las piedras, la misma mirada fija en el al principio y luego, y con el mismo gesto de indiferencia, igual movimiento de sus hombros antes de darse ambos la vuelta para chapotear en la casi imperceptible rompiente de las olas. Y no habia tenido siquiera tiempo de reconvertir la situacion para adjudicarles

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