Martin, sin responder, agarro la mano de Andrea y ascendio de nuevo por el camino, torcio decidido a la derecha, luego a la izquierda y fue metiendose por calles intrincadas, silenciosas y destruidas.

– ?Adonde vamos? -interrumpio Chiqui-. ?Por que no volvemos?

– Sigamos, por ahi -dijo Martin tirando de la mano de Andrea.

– No quiero seguir -dijo ella y fue a reunirse con Chiqui que se habia detenido y estaba sentada en un poyo-, hace demasiado calor.

– Id si quereis -y le solto la mano.

Ella le miro con suspicacia.

– ?Que dices? -y se sento a su vez.

– Que volvais al barco. Yo ire luego.

– Pero ?donde vas a ir?

– A dar un paseo.

– Ire contigo -dijo entonces. Habia determinacion en su voz y a punto estuvo de levantarse pero se dejo llevar del enojo que produce ese sentimiento de exclusion que nace con el indicio y no se movio.

– Ven pues -dijo el sin mirarla.

Pero lo dijo por decir, porque lo unico que queria en este momento era que le dejaran solo para deshacer el camino e ir en busca de la muchacha del sombrero que habia visto desde el Albatros. Aunque entonces se habia deshecho en la distancia cegada por el sol y no habia podido ajustarla a la oculta imagen de su recuerdo bien podia ser la misma que la del patio de la parra. No era la cola de caballo sino algo mas perenne, el aire, el gesto, la forma de apoyarse solo por los hombros, tal vez con el resto del cuerpo separado de la pared, lo que le habia sumergido otra vez en aquella historia que habia dejado inconclusa. Quiza no hay historias inconclusas, se dijo, de un modo u otro debieron de cerrarse sin que nos dieramos cuenta. Pero ahora, saltando el tiempo de silencio, de olvido, un tiempo intermitente que solo existe con la reminiscencia, se levantaba precisa y cierta como entonces dejando el otro tiempo, el real, el que le habia acompanado hasta ahora, destenido y lejano y ya no le fuera permitido asirse a el, ni atender a los cantos que desde alli lo llamaban, como si no reconociera la voz de Andrea y nada significara lo que le estaba diciendo.

Entonces aparecio la vieja. Debia de haberles seguido durante un trecho y al detenerse les habia adelantado y comenzaba a subir la cuesta. No parecia importarle el calor. Caminaba vacilando sobre las piedras pero su cuerpo enjuto mantenia una estabilidad precaria al ritmo de sus saltos deslavazados que sin embargo ejecutaba con primor y sin miedo, y se acompanaba con una cantinela monotona, como si recitara una retahila de encargos que no quisiera olvidar, acoplada a su propio y deteriorado compas.

– Yo no quiero continuar, me voy -dijo Chiqui, se levanto e inicio el descenso.

– Sigamos a la mujer -dijo Martin-, veamos a donde va.

– Que mas da donde vaya, yo me voy, estoy agotada -dijo Chiqui.

Andrea se levanto tambien y la alcanzo, y Martin, que a pesar de todo habia decidido seguirlas, cuando oyo el tono de conminacion solapada de su voz que tan bien conocia en el que habia advertido ya el matiz de menosprecio -dejalo, ya vendra- pronunciado deliberadamente en voz mas alta para que el lo oyera, dio la vuelta y se dirigio hacia el camino que ascendia por el promontorio y acoplandose al paso de la mujer la siguio en la distancia para no delatarse.

IV

El camino ascendia abruptamente y la calzada se deshacia en piedras descarnadas y reguerones que la escasez de lluvias y la ausencia de caminantes habia dejado seca y dura como el firme del muelle. Habia en el aire un denso y dulzon olor a madreselva. No corria un soplo de brisa.

La mujer ronroneaba al avanzar sin acusar el calor que pesaba como plomo. Martin se detuvo un momento a tomar aliento y distancia con la vieja, porque se habia desorientado otra vez. A sus pies la bahia estaba sumida en la penumbra y en el puerto apenas habia mas claridad que el breve arco de vacilantes farolas en esa bruma de calor sobre el asfalto y el mar. La tenue luz en lo alto del mastil acusaba contra el perfil borroso del pueblo el leve estremecimiento de las ondas lentas y todavia lejanas de dos barcas de pesca que se acercaban trepidando. Del otro lado de la bahia la elemental central electrica lanzaba su estribillo metalico y perezoso y en algun lugar cercano ladro un perro sobre el canto de la mujer que se alejaba cuesta arriba. Cualquier movimiento se convierte en un signo o una senal cuando se acerca un cambio, penso, y dejo de mirar la bahia y la siguio y le parecio que se adentraban en el pueblo por su parte mas alta aunque volvio ella a descender por caminos y calles medio destruidas aun y a ascender de nuevo como se camina por un laberinto conocido dando rodeos a veces, o yendo en una direccion que contradice la anterior con la misma seguridad que si la guiara un objetivo que solo ella era capaz de reconocer, sin dejar de canturrear y sin cambiar el ritmo ni detenerse ni aminorar la marcha ni sofocarse. Habian llegado a un camino entre muros, restos de casas quiza, no destruidas ni reconstruido el deterioro del tiempo, supervivientes de todas las catastrofes, que cedian a ambos lados como si antes de caer hubieran decidido encontrarse en algun lugar del infinito. Habia oscurecido y la franja de cielo tenia ahora un tono marino. El callejon se hizo mas estrecho aun y torcio la mujer en un recodo y el tras ella sin saber ni preguntarse por que la seguia y sin poder ni querer detenerse, cuando tras sus pasos -tan cerca estaba que de haber atendido a algo mas que a su propia cantinela y al impulso que la guiaba habria reparado en el aunque no fuera mas que por las pisadas o por la piedra que se desprendia de tanto en tanto bajo sus pies y rodaba camino abajo dando tumbos descontrolados pero firmes, como sus propios pasos resonaban en la angostura de la calle incrementados por la incandescencia de los muros o quiza por el silencio tan denso que ya no perforaba el ronquido de las barcas ni el estribillo de la central- le sobresalto un ladrido casi a la altura de los hombros. Un perro le miraba con ferocidad, a el, no a la vieja que paso por su lado sin verle antes de entrar en un diminuto huerto por una puerta de tela metalica que chirrio sobre los ladridos. No habia salida por ese lado y cuando el perro salto cerrandole el paso por la espalda, Martin agarro una piedra del suelo y se la tiro con tal fuerza al hocico que el animal vacilo y quedo inmovil. Pero solo el instante que precisaba para recobrar fuerzas y atacar. Se encogio sobre las patas traseras, tomo impulso y como si le hubiera catapultado una ballesta describio un arco que habia de acabar en el. Aun pudo verle los ojos inyectados en sangre y las fauces abiertas y apenas si le alcanzo a cubrirse la cara con el brazo cuando, paralizado de espanto, y aturdido por el golpe del animal, tropezo y fue a dar al suelo. El perro sin darle tregua ni dejar de ladrar embistio de nuevo y aunque Martin pateaba y se defendia, en un momento le hubo cerrado la boca sobre la pantorrilla y la sacudia con tal obstinacion que no lograba apartarlo de ella. Entonces, cegado por el dolor y el panico agarro del suelo otra piedra y con una furia mucho mas intensa de lo que le permitia el dolor, el miedo y la posicion en que se encontraba, le golpeo la cabeza con tan feroz insistencia que el animal aturdido distendio las fauces, permanecio un minuto inmovil con los ijares temblando y los ojos en llamas y reanudo los ladridos mas enfurecido aun, dispuesto a echarsele encima otra vez. Pero antes de que iniciara la embestida Martin alcanzo un pedrusco afilado como un estilete, se incorporo para acercarse mas y con la fuerza del terror lo clavo sin mirar a donde en el mismo momento que el perro se lanzaba contra el. Tocado por segunda vez en el hocico, el animal se tambaleo y cayo gimiendo al suelo. La retirada estaba libre, pero en lugar de salir huyendo como habia deseado un minuto antes, se levanto, se encaramo a un muro entre dos ruinas o casas deshabitadas, que importaba ahora, donde aun sin estar herido el perro nunca le habria alcanzado e impulsado por la inercia del terror primero, como la persona que ha comido con tal apremio que no le ha dado tiempo al hambre a disiparse, arranco las piedras saledizas sin reparar en que el mismo se heria las manos y las lanzo impenitente y con sana una tras otra contra el animal, arrastrado por una violencia que por desconocida ni atino a controlar, hasta que el perro, echado en el suelo, ciego por la sangre que le cubria los ojos y sin animo para ladrar ya, recibio la carga de proyectiles sin defenderse, ni apartarse, ni siquiera saber de donde procedian, y habiendo quiza olvidado por el dolor como habia comenzado todo aquello, apoyo la cabeza contra el suelo y dejo de gemir. No fue su silencio ni la conviccion de que ya no podia atacarle sino el temblor de sus brazos y del cuerpo entero accionado por los latidos de cansancio y excitacion de su propio corazon lo que le hizo detenerse. Salto del muro y comenzo a caminar, mas por huir de la oscuridad viscosa y humeda como si en ella fuera a dejar esa parte de si mismo que acababa de manifestarse que por encontrar un lugar con un poco mas de luz y comprobar la herida de la pierna. Y al detenerse en lo alto de la pendiente obligado por el dolor, se volvio aun a contemplar el perro que emitia de vez en cuando un aullido desmayado, casi un balido, en la nube de polvo que flotaba en la

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