fue, que habia sido, la que arrastraba despreocupadamente su triunfo y exhibia la conviccion de que el mundo la adoraba y los dioses le habian concedido todos los dones de la tierra.

En la asfixia del aire las voces distintas habian perdido su significado. Le bullia la cabeza y le dolia la pierna. Con la mano todavia mojada intento secarse el sudor. La noche era humeda, pegajosa.

Por lo menos debe de haber cuarenta grados, penso.

Apoyo la cabeza en la pared y cerro los ojos. Desde esa zona oscura y resguardada en la que se habia refugiado se dispuso a esperar que se le secara el sudor y desaparecieran los rastros de lucha y de cansancio para reunirse con ellos, que ahora le parecian desconocidos, lejanos y vagos personajes de una historia que, de nuevo, apenas tenia que ver con la suya, cuyo reclamo sin embargo no le dejaba en paz desde que habia llegado a esta isla. En el cielo, invisibles y altos aun, iniciaron su graznido monocorde y uniforme los buitres. Estoy delirando, penso, los buitres no vuelan de noche, aunque todo parece posible en esa isla maldita. De pronto la idea de quedarse en ella un dia mas, de volver al reducto de los suyos, se le hizo tan insoportable que a la angustia se anadio el desconcierto porque no habia lugar a donde ir que no fuera el que ellos ocupaban. El mismo ahogo, la misma abrumadora conciencia de que el recorrido estaba ya trazado que vislumbro aquel dia, recien llegados de Nueva York, en que piso por primera vez la esplendida casa de la ciudad donde habrian de vivir, donde de hecho habian vivido desde entonces, siete anos ya, y donde todo parecia indicar que efectivamente seguirian viviendo. La vio tan definitiva, tan distinta a la retahila de pensiones, habitaciones o apartamentos amueblados que habia conocido desde que salio de su casa en Siguenza apenas cumplidos los diecisiete anos, que la imagen de su propio ataud saliendo por la puerta de ese inmenso recibidor aun vacio aparecio ante sus ojos todavia brillantes de excitacion y asombro a la vista de tanta magnificencia. De esa casa solo saldre cadaver, se dijo entonces atonito ante la certeza de una subita e incontestable premonicion. Porque miraba al frente y sabia exactamente lo que iba a ocurrir. Nada habia de alterar ese camino al que de una forma u otra se habia visto arrastrado, nada haria desviar el rail que el mismo no habia sabido eludir. Su vida de todos los dias, igual a si misma, no solo en esa minuscula parcela de su existencia, sino respecto del ancho e inmenso mundo que nunca habria de conocer y de los universos a los que se llega por otros derroteros. Vision fugaz pero lacerante que se desvanecio con los pasos de Leonardus y el taconeo de Andrea sobre el parquet y su eco en las habitaciones vacias colmadas del sol de la tarde primaveral de la ciudad y con el clamor de diapason de sus palabras, que amueblaban y disponian y se reproducian de pared en cristalera hasta perderse en la terraza atiborrada de grandes maceteros con plantas y arboles secos que habrian de reverdecer y crecer y dar sombra durante anos a una vida que, por una curiosa combinacion de hechos, les haria contemplar desde lejos la ciudad que ella habia dejado hacia apenas dos anos, y a la que el no habia tenido jamas la intencion de volver. En realidad nunca supo a cambio de que recibio Andrea ese piso, pero si se dio cuenta de que con la aceptacion se daba por concluida una relacion familiar con tal cumulo de secretos y tensiones que su explicacion y sus decisiones y las consecuencias que les siguieron se le habian escapado, quiza porque casaban tan mal con la primera version que le habia dado el dia que llego a Nueva York para quedarse con el. Le habia dicho entonces no solo que habia sido sincera con el rubio y civilizado marido que tanto la amaba, sino con la familia entera que habia aceptado con dolor pero con comprension una decision dictada por esa pasion tan perentoria que no atendia ni a la renuncia de los hijos ni a la de su rango privilegiado de princesa adorada y consentida, colmada de todos los ajuares y prebendas. Y el prestigio del que gozaba en la profesion parecia ratificar ese rango, por velada que fuera la sorna con que Federico insistia en que la libertad de que gozaba Andrea le venia de la mayoria de acciones que su marido poseia en el semanario donde ella trabajaba. Y quiza fuera cierto, porque durante el primer invierno habia entrado y salido cuando y como le convenia, a media manana o por la tarde, aunque siempre le llamaba con una urgencia que atribuia a su escaso tiempo. Entonces salia el a la puerta de la productora o de su casa en la plaza de Tetuan, y a los pocos minutos aparecia ella al volante de su coche.

Conocieron todos los meubles de la ciudad, hoteles de dia y de noche, sin luces, carteles, ni leyendas, cuyas fachadas de balcones cerrados o ciegos, deterioradas a veces, escondian un panal de habitaciones y pasillos silenciosos y lamparas de lagrimas que tintineaban a su paso. Los recorrian cogidos de la mano, haciendo muecas Andrea o imitando los andares del camarero que los precedia con la mirada baja, voces en sordina, timbres apagados en algun rincon del caseron cerrado que indicaba a la recepcion el deseo de salir de otra pareja. Eran habitaciones amplias y comodas, con un aspecto de lujo venido a menos, de morada de viejas damas, de antigualla exquisita y depauperada que daba al entorno la magia de un reducto secreto y olvidado. Una institucion que dejo a Martin sin aliento la primera vez que se vieron en la ciudad despues del verano y de los largos fines de semana de septiembre, cuando despues de haberse besado como adolescentes detras de una puerta en su oficina, Andrea lo tomo de la mano, cogio el bolso y bajo las escaleras arrastrandole hasta el garaje y sin mas explicacion que una sonrisa de connivencia le hizo subir al coche y atravesaron la ciudad a toda velocidad sin obedecer los semaforos ni los desaforados silbidos de los urbanos al Minimorris rojo que se escurria entre el trafico. Y al llegar a lo alto de una cuesta se metio en la boca oscura de un edificio, el coche se deslizo por una rampa profunda, siguio a marcha lenta por un pasillo casi a oscuras y se detuvo ante una puerta escondida entre cortinas. Al momento aparecio un camarero con la mirada en el infinito que no pudo evitar un leve sobresalto al darse cuenta de que abria la portezuela a un caballero. Andrea dejo las llaves en el contacto sin apagar el motor y salio del coche, y riendo como si estuviera haciendo una travesura, se colgo de su brazo y entro con el tras el camarero.

Aquel dia no volvio a la redaccion y hacia las ocho salto de la cama y desde el telefono de la pared llamo a casa para decir que llegaria tarde y no la esperaran a cenar.

Cuando se tumbo de nuevo a su lado, Martin cogio uno de sus rizos negros y se entretuvo en enrollarlo en el dedo, y con la mirada abstraida en lo que hacia le pregunto:

– ?Y tu marido? ?Que le vas a decir a tu marido?

Ni el uno ni el otro lo habian mencionado abiertamente en todo el verano y ella no parecia relacionar la deslealtad con las noches secretas y prolongadas que habian pasado en la Manuela, unas citas que ni siquiera interrumpieron cuando volvio Carlos de la Argentina a mediados de septiembre, aunque, como si su regreso hubiera impuesto un toque de queda a la fantasia, ella se apresuro desde entonces a volver a casa antes de que amaneciera. Y aunque a mediados de septiembre las noches comenzaban a ser mas largas, ya no les daba tiempo a salir a cubierta para contemplar el fulgor de la luna sobre el mar, ni descifrar los caminos misteriosos de las estrellas, ni ver clarear, ni se durmieron mas al primer calor del sol como cuando eran duenos de un tiempo que les pertenecia hasta por lo menos las nueve de la manana. Martin se maravillaba de la poca importancia que Andrea concedia a lo que su madre, en Siguenza, habria llamado los respetos humanos, y de cuan poco se preocupaba de esconder sus pasos, hasta el punto de que, ya casi desvanecido el verano, en un momento de duda y soledad llego a vislumbrar la posibilidad de que cuando volvian a tierra y el se iba a la pension, ella corria a casa y le contaba al marido lo que habia ocurrido entre los dos, igual que le habia hablado a el de sus proyectos hacia media hora, apoyada la cabeza en sus rodillas, la Manuela a la deriva y el motor parado -nunca hagas esto si algun dia tienes una barca, decia, si me vieran los pescadores perderia el poco prestigio que tengo ante ellos-. Algunas noches de mar rizada, Martin, sentado en la banera, acusaba el incontrolado balanceo de la falta de gobierno y sentia un peso en la boca del estomago que por nada del mundo se habria atrevido a confesar, que intentaba paliar mirando un punto fijo como le habian ensenado cuando era nino y se mareaba en el coche de linea camino del molino de Ures. Luego, cuando ella se levantaba para poner el motor en marcha escondia tambien el indefinible e intenso terror a que no arrancara como habia ocurrido otras veces, aunque nunca de noche, sin poder descubrir si lo que temia era que quedara al descubierto su secreto o andar a la deriva en ese cascaron a merced del mar y de las entradas de viento del norte, o peor aun, decian, del de levante, de las que tanto habia oido hablar y aun no habia conocido. Pero ella, que sabia leer en su rostro, se sentaba en sus rodillas y le decia al oido como si se tratara de una importante revelacion: «No sufras, el mar esta en calma y no va a entrar el viento. Y si el motor no arranca la corriente nos llevara a la costa, o algun pescador nos recogera cuando salga al amanecer. Pero arranca -y se levantaba y apretaba el boton-, ?ves?», y las explosiones colmaban el silencio y tranquilizaban su mente y su estomago cruzado de vahidos. Andrea triunfante se ponia al timon y enfilaban con parsimonia la bahia dormida aun.

Incluso cuando, quiza por mostrar que nada tenia que ocultar a su marido, invito a Martin a pasar el ultimo fin de semana del verano en aquella casa que no habia pisado desde que fuera con Federico a mediados de julio, la misma noche, al salir de una fiesta, se zafo del resto de la gente, le tomo de la mano como la primera vez y fueron a nado a la Manuela. Martin interpreto tal audacia como un alarde de su amor por el riesgo, de la necesidad de llevar los acontecimientos a su punto limite como el funambulista solo se siente

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