seguro sobre el precipicio. Quiza Carlos, que la conocia bien, debia de saber que la fidelidad esencial era la que le dedicaba a el. Quiza ninguno de los dos traspasaba los limites de lo que tacitamente se habian permitido. Pero donde estaban esos limites Martin no pudo saberlo jamas. Porque al dia siguiente a la hora de cenar no mostraba el menor asomo de violencia ni de tension, cuando era evidente que de los tres, por lo menos uno y en alguna medida dos, eran los enganados. Por eso, la segunda noche, no queriendo prolongar mas una situacion en la que no sabia que papel estaba jugando, se retiro pronto y desde su habitacion en el piso superior les vio juntos leyendo la prensa en la terraza que daba sobre el mar en una escena de placidez perfecta que parecia escrita para mostrar en un guion la indisolubilidad de dos complices amantes y seguro de que ellos a su vez le habian visto asomado timidamente a la ventana, se preguntaba con amargura cual de los dos se la estaba dedicando.
Porque desde el principio Andrea -como hacen los hombres cuando conquistan una mujer para acallar los remordimientos de su infidelidad, segun habia dicho Chiqui dias antes en el barco, o para que comprenda que no puede aspirar a mas, habia anadido Leonardus- le habia dado a entender que a su modo amaba a su marido, quiza por marcar el tono de su relacion y dejar claro hasta donde estaba dispuesta a llegar. Y nunca rectifico su posicion. Jamas, ni en los momentos de mayor intimidad dejo escapar una confidencia que le mencionara, un resquicio por el que el pudiera comprender la naturaleza de esa union que parecia indestructible y que en cualquier caso no parecia dispuesta a poner a prueba. Pero ?no era acaso ponerla a prueba estar con el? Cuantas veces, mientras el sol del mediodia entraba por las persianas entornadas del meuble, en lugar de vestirse porque el tiempo habia terminado, parecia tener una inspiracion, descolgaba el telefono y llamaba al periodico para avisar que el almuerzo terminaria mas tarde de lo previsto y no llegaria a la redaccion hasta las seis. Y volvia a la cama contenta como una nina que hace novillos porque habia aranado un par de horas al trabajo. Tenia tal inventiva e imaginacion para el engano que se preguntaba a veces, en los momentos de mayor soledad, si no le estaria enganando a el tambien en una telarana de argucias y falsedades encadenadas que quien sabe si siquiera ella misma sabia donde estaba la verdad. Pero cuando se trataba de su marido no titubeaba. Sabia exactamente a la hora que debia partir y no se demoraba un instante mas, fueran cuales fueran los pretextos que el inventara, como si esa zona de su vida fuera un jardin escondido que queria preservar y al que solo ella tuviera acceso.
Martin entonces se quedaba mucho mas solo, sin compania ni casi esperanza. Asi transcurrian todos los viernes, sabados y domingos y todos los periodos de vacaciones. Y cuando un dia del mes de febrero, despues de un fin de semana que se habia convertido en un viaje de varios dias sin previo aviso, la vio aparecer finalmente a las siete de la tarde en el bar del hotel Colon, y convencido de que no le seria posible resistir otra prueba como la que acababa de pasar le propuso en un arrebato de pura inconsciencia no un fin de semana con el sino toda la vida, fue la unica vez que ella se refirio a su marido acercandose al fondo de la cuestion con una gravedad que dio por terminada la conversacion: «No puedo. Eso no puedo hacerlo. No le amo mas que a ti pero esto no puedo hacerlo».
– ?Que le vas a decir a tu marido? -repitio al ver que ella no le respondia, consciente de que se internaba en terreno vedado pero con la voluntad de hacerlo, ahora precisamente que con el fin del verano parecian entrar en una nueva etapa mas perenne, mas definitiva que, sin embargo, por la insistencia de Andrea en no hablar mas que del presente no atinaba a saber aun a donde les iba a llevar.
Ella se volvio, se acerco cuanto pudo hasta quedarse pegada a el y con la mano que le quedaba libre le puso el indice en la boca y susurro: «Pssssst, pssst». Luego se levanto de un salto y comenzo a recoger sus ropas, se fue al cuarto de bano y mientras esperaba a que saliera el agua caliente asomo la cabeza, y riendo, siempre riendo, dijo:
– Vamonos por ahi a cenar. -Y al ver como el se incorporaba, o quizas al adivinar por la sorpresa del gesto la pregunta que iba a hacer, salto sobre la cama, se quedo en cuclillas frente a el, volvio a ponerle el dedo en los labios y repitio el mismo sonido conminandole al silencio-: Psssst, psssst.
Cuando aquella noche despues de la cena, vencidos de sueno y de cansancio, Andrea le dejo en la puerta de casa, el dio la vuelta al coche y se puso en cuclillas frente a la ventanilla donde ella seguia con las manos inmoviles sobre el volante:
– No quiero dejarte -susurro, besandole la nariz y los ojos-, no solo quiero hacer el amor contigo, quiero desayunar, comer, pasear, sin miedo, quiero decidir que vamos a hacer, que sera de nosotros, quiero saber que es lo que quieres tu. -Pero ella le miraba y sonreia, y el no entendia si le estaba pidiendo que tuviera paciencia o si se abstraia melancolicamente en proyectos que tambien a ella estaban vedados-. Dejame por lo menos que te acompane a casa, yo puedo volver caminando.
– No -respondio Andrea cerrando los ojos y dejandose besar-, no tiene sentido. Cuando hayas aprendido a conducir, cuando tengas un coche, cuando seas rico y famoso.
– ?Famoso yo? -Martin se puso en pie-. ?Que es lo que te hace suponer que quiero ser rico y famoso?
– Todos lo queremos -respondio ella, y despues de un momento-: Buenas noches -dijo y puso en marcha el motor. Y antes de arrancar, recuperado a pesar del cansancio el aire desenvuelto que utilizaba para hablar en publico, anadio-: Te vere manana en la galeria del paseo de Gracia, corazon, ire un poco tarde pero no te vayas hasta que yo llegue.
Martin permanecio de pie en la calzada recien regada que el calor casi estival de octubre habia revestido de vaho a la luz vacilante de las farolas. Tenia en las manos todavia el olor a su piel y a su pelo, y mezclado con el sabor incierto de esa absurda palabra habia irrumpido en su mente la conjetura de un desencanto aunque en su alma persistia la tristeza por la separacion repentina, como si todo aquello no hubiera sido, como si el mismo hubiera inventado la historia mas hermosa. Y con un escalofrio de destemplanza y soledad abrio el portal de rejas de hierro y cristal que se cerro con estruendo tras de si dejando la noche temblorosa.
Al dia siguiente en la galeria aparecio Andrea con su marido y tres amigos. No era excesivamente alta ni particularmente hermosa pero, decian, llenaba un local con su presencia. Y era cierto, al verla tan segura de si misma, tan radiante, intuyo que esa gracia tal vez se originara en su capacidad de recrearse y estar atenta de una forma especial a la relacion que tenia con cada uno, y distinta siempre de la que tenia con los demas, esa forma de crear un mundo tan denso y compacto que multiplicaba por si misma el placer y la complicidad: en esa certeza radicaba su seduccion y su soltura.
Aquel invierno se le fue esperando. Habia conseguido quedarse n Barcelona otro ano como segundo camara de la serie documental sobre la ciudad para la television italiana que Federico queria poner en marcha cuanto antes, pero los permisos tardaban en llegar y el equipo perdia las horas esperando. Martin tambien esperaba la orden del productor para ponerse al trabajo pero sobre todo esperaba la llamada de Andrea. Por la noche, hacia las once, se sentaba a una mesa de Boccaccio cuando el local aun estaba vacio y, con una copa en la mano, esperaba a que llegara. A veces estaba sobre aviso, otras confiaba en el azar. Ella aparecia mucho despues de la medianoche siempre rodeada de un grupo de amigos y una vez se habia instalado en su mesa a el no le quedaba mas que seguir esperando a que volviera la cabeza en la direccion donde se encontraba el porque, contrariamente a lo que habia ocurrido en el verano, ahora se veian siempre a escondidas fingiendo en publico una distante y fortuita relacion.
Otras veces la veia entrar en el local buscando en el bolso sus gafas de grandes aros negros. Sabia entonces que aun no lo habia descubierto. A veces el marido estaba con ella. Otras veces no. Se acercaba entonces con el pretexto de saludarle o le hacia una senal y se encontraban en la calle, lejos de los amigos.
Martin sabia que nunca formaria parte de esas gentes porque tenia un ritmo mas lento que aquella voragine nocturna de entradas y salidas, y de haberles querido seguir habria ido siempre rezagado. Poco a poco fue conociendolos a todos, pero era tan silencioso y solitario que no logro hacerse un hueco en una forma de vida que le era demasiado ajena, aunque en aquel momento cualquiera con un par de ideas nuevas y cierta gracia podia. Nunca sabia si debia aceptar una invitacion hasta estar seguro de que Andrea iba a asistir. Y como se imponia siempre la improvisacion, cuando el se decidia la cena ya habia tenido lugar y los invitados se habian esparcido por otras tantas fiestas tan inesperadas como la anterior sin que lograra adecuar su paso al ritmo de la noche de la ciudad.
– Es muy facil -decia Andrea-, dejate llevar. Ve si te apetece, si no, no vayas.
– ?Y si voy y tu no estas? -preguntaba el.
– Que mas da, me veras al dia siguiente, o llegara un momento que sabras si voy o no sin que yo te lo diga.
Pero ni le gustaba ahora ni le gusto nunca la vida social, ni siquiera la de entonces que tenia siempre un tono menos reposado, menos interesado, menos de invitacion a plazo fijo, como la de la Europa profunda, ni habria de