gustarle en Nueva York, ni de nuevo en Barcelona. Y si anos despues se habia doblegado y asistia a muchas de las cenas a las que era invitado lo hacia como concesion al exito pero nunca le encontro el menor placer. Era adusto, callado y en aquellos primeros meses se creia en posesion de un espiritu critico demasiado acerado para soportar tantas horas de conversacion inutil. Ademas el alcohol en lugar de animarle a hablar le sumia en un mutismo en el que sus anhelos y fantasmas cobraban vida a medida que aumentaba la dosis y cuando llegaba a la quinta copa se habia encerrado en si mismo y habia construido un impenetrable reducto de silencio en medio del bullicio de voces y musicas donde la espera se le hacia mas insoportable aun. Lo unico que queria era ver a Andrea. Porque en aquellos meses de verano a verano apenas si penso en algo mas, de ahi que aceptara el papel de esperar que ella, que todo lo dirigia y de quien todo dependia, le habia adjudicado: esperar que sonara el telefono, esperar un encuentro casual, esperar a que se acercara, a que volviera de sus fines de semana, a que encontrara un pretexto que les permitiera pasar juntos unos pocos dias, y esperar a que decidiera que iba a ser de sus vidas. Y como si el tiempo que no paso con ella, pensando en ella, se hubiera borrado de su memoria y de su vida, apenas podia recordar en que trabajo porque ya se sabe que escasa existencia tiene aquello de lo que no se habla y menos aun aquello en lo que no se piensa y con los anos la memoria, que no registro las razones que le hacian hablar o pensar, le dio una version tamizada y parca en la que no aparecian, por ejemplo, las mentiras que inventaba para crecer a sus ojos y olvidar el mismo hasta que punto estaba lejos de ser el hombre seguro con un destino trazado y un porvenir que ofrecerle que hubiera querido ser para ella.
Mentia porque de ningun modo queria que conociera su precaria situacion laboral y fingia a veces tener otros trabajos, ademas de su contrato con la productora de Federico, y hablaba de ellos con indiferencia como dando a entender que no eran exactamente lo que le habria gustado pero los habia aceptado por la insistencia con que se los habian ofrecido o simplemente por hacer un favor a un amigo y sin darse cuenta empleaba el mismo tono y la misma doblez que tantas veces habia recriminado en su interior a las personas que le rodeaban cuando se referian a una cena o a un acontecimiento social a los que pretendian haber sido requeridos con esa misma insistencia, no tanto por convencerse a si mismos de que asi era cuanto por olvidar los esfuerzos y horas que habian perdido para no quedar al margen, sabedores, como el mismo, de que solo esas palabras habian de darles ante sus propios ojos, y ante los de algun inocente despistado, el prestigio que no tenian y que no podrian jamas alcanzar de otro modo. Llamame manana a las diez en punto, le decia cuando se separaban, despues tengo ese trabajo que me retendra hasta tarde. No te olvides. Y para evitar la espera, la inagotable espera junto al telefono, descolgandolo cien veces para comprobar que tenia linea y estaba bien colgado porque no podia comprender que habiendo convenido que llamaria a esa hora no lo hiciera, se ponia a escribir para que fuera cierto que tenia algo que hacer y de ningun modo su inactividad pudiera aumentar en ella la seguridad de que le tenia siempre a mano. Pero no lograba concentrarse en un guion que de hecho no termino hasta un ano mas tarde, en Nueva York, porque era demasiado consciente de que solo estaba haciendo un esfuerzo para enganar la espera, y aunque habria querido apasionarse hasta el punto de olvidar el telefono para que cuando finalmente sonara le cogiera desprevenido, nunca lo consiguio. La espera anulaba cualquier otro proyecto y en eso residia una parte del tormento, bien lo sabia. Sin embargo nunca le dijo lo que habia sufrido ni por supuesto lo que estaba dispuesto a sufrir. Y no por temor a que no llamara que, estaba seguro, indefectiblemente lo haria sino porque mucho antes de la hora la incertidumbre ya llenaba el ambito de su conciencia con un fermento de angustia que podia palpar con las manos, unos monstruos y fantasmas que se sucedian y se superponian y crecian con cada minuto, que tomaban formas precisas y le herian a embestidas y dentelladas: se sentia olvidado, abandonado, ultrajado y finalmente le atribuia tal doblez o tan estudiada estrategia de equilibrio -o de represalia quien sabe por que desconocida razon- que el mismo habria estado dispuesto a poner en practica de no haberselo impedido la duda y la suspicacia que se adherian y permanecian en su conciencia, incluso despues de haber cedido la tension con la llamada, prolongando el dolor y la amargura. Andrea, que parecia conocer y ademas no importarle el pretexto, llamaba a las nueve de la noche pidiendo vagamente disculpas y a veces ni siquiera eso.
Otras veces, no pudiendo soportar mas la espera, era el quien llamaba y despues de haber intentado hacerla descender de sus fantasias, de sus zalamerias y de sus suenos lograba arrancarle unos minutos al final del dia que la mayoria de las veces no iban mas alla del tiempo de tomar una copa en el bar del hotel Colon, donde por un motivo u otro siempre habia de pasar antes de cenar para entrevistarse con algun personaje, o la vaga promesa de que quizas se encontrarian en Boccaccio despues de la medianoche.
No era mucho, pero le tranquilizaba. Era como poner un limite al tiempo infinito, como fabricar un objetivo preciso al final del dia, como enmarcar un paisaje o vislumbrar el punto final de las horas interminables que tenia ante si. Entonces llamaba a la productora con la seguridad de que nada habia de ocurrir porque a Federico cada vez le era mas dificil conseguir los permisos, y salia a la calle y caminaba por la Gran Via hasta internarse en el barrio de Santa Catalina bordeando callejas empedradas, evitando el ruido de la Via Layetana sumida siempre en la penumbra y por el barrio umbroso de Santa Maria del Mar salia a la plaza de Palacio y al paseo de Colon. La tarde se estaba velando y un sol tibio, oreado, trataba de abrirse paso entre las nubes. El cielo movido de invierno se oscurecia a veces cobrando el ambiente la humedad oscura del asfalto. Se desperezaban las palmeras con la brisa del mar y los claros de luz que el viento dejaba en la ciudad le confundian. Cuando sea rico, pensaba desde el pedestal de su inactividad, vivire en el piso mas alto de una de esas casas solidas y patriarcales de grandes portalones y escaleras de amplio vuelo, y tras las persianas de mi habitacion descubrire todos los dias a lo lejos el mar mas alla de los tinglados y los mastiles de los veleros y cuando se ponga el sol contemplare desde mi casa la linea nitida del horizonte rojo de atardecer. Volvia a mirar el reloj para convencerse de que faltaban solo dos horas para esa copa al final de la tarde porque de repente el paseo adquiria con la luz un tono de manana de fiesta que duraba unos instantes antes de caer la lluvia. Poco a poco los claros se hacian mas escasos, las palmeras se calmaban, se oscurecian las fachadas ya de por si oscuras del paseo y al poco rato se encendian las farolas, los faros de los coches coincidian con un guirigay de bocinas porque habia comenzado a caer la lluvia suave, sin gotas ni goterones, tan tenue que se confundia casi con la humedad densa que la habia precedido.
Otras veces subia hasta Consejo de Ciento y hacia finales de marzo se quedaba arrobado con la luz que se filtraba por las diminutas hojas de los platanos, o bajaba hasta la Rambla y se sentaba en una silla de madera y se entretenia en tejer y retejer suenos que le redimian de esa pasividad a la que le habian sometido un arrobamiento y dulzura tan profundos que se habian llevado sus deseos e inmovilizado su ambicion. Luego se iba al Colon.
Le habria gustado que alguna vez ella estuviera ya esperandole pero llegaba siempre cuando todavia faltaban quince minutos y aunque antes de entrar contaba hasta cien y a veces hasta mil, daba diez vueltas a la manzana o subia y bajaba las escalinatas de la catedral para darle tiempo al tiempo a transcurrir, la aguja del reloj apenas si avanzaba. Un solo dia llego con retraso, incluso se habia visto obligado a tomar un taxi, un lujo que apenas podia permitirse porque el dinero se le iba terminando pero la angustia de que ella siempre con prisas se hubiera marchado se unia a la emocion de verla sentada por una vez ante su
Ahora al cabo del tiempo le era dificil saber si iba todos los dias al Colon o fue solamente de tarde en tarde. El tiempo habia elaborado su propia version de ese ano que estuvo en Barcelona pendiente del permiso de rodaje que habia de llegar de un momento a otro y del telefono, o de esa hora robada al trabajo que Andrea de una forma u otra le regalaba entre entrevistas, reuniones y cenas.
Cuando pensaba en esos paseos no era capaz de saber si fueron tantos o unos pocos y no acertaba tampoco la memoria porque la manana invernal y clara de la ciudad no casaba con las hojas incipientes en la calle de Consejo de Ciento o con las gotas de humedad que vibraban en el haz de luz de las farolas a las cinco de la tarde, y solo veia imagenes superpuestas sin lograr mas que una secuencia entera con un unico epilogo: la vuelta a casa una vez terminado el dia y perdida la esperanza para ese hoy que se escurria en el amanecer y en la soledad de su cama colonial.
A veces una sola imagen en el recuerdo abarca un periodo completo y acaba definiendolo de forma distinta a lo que fue en realidad. A veces basta evocar una tormenta de verano con el cielo oscuro, movido y amenazador, con indicios de rayos que apenas estallaron en truenos y dejaron en el aire un fragor sordo y lejano, para que desaparezcan de ese verano los dias soleados, los placidos crepusculos, las noches con grillos y cigarras y nosotros mismos buscando en la calma del cielo de agosto las estrellas que cayeron en la oscuridad.
Decimos: fue la epoca en que todos los dias me sentaba en el cafe Doria de la rambla de Cataluna cuando de