Chasqueo la palma de la mano en el muslo de Chiqui y se echo a reir.
– Quita, ya -dijo ella de malhumor.
Martin echo mano de la cartera para ir a pagar la cuenta pero en el bolsillo del pantalon no habia mas que unos billetes arrugados y varias monedas. Recordaba muy bien haberla cogido del estante de su camarote cuando Chiqui habia ido a buscarles aquella tarde. Ademas, habia pagado la cinta al hombre del mercado, ?donde la habria metido?
De repente sintio un frio intenso en las sienes porque la memoria enarbolo lo que la conciencia no habia recogido entonces y oyo distintamente el chasquido de un objeto que caia al suelo en el mismo momento en que habia sacado el panuelo del bolsillo para limpiarse la herida sin atender a nada que no fuera el dolor en la pierna. Alli habria quedado la cartera. Hizo un gesto a Leonardus para indicarle que se habia olvidado el dinero en el
– Esos debates feministas, esas excusas para esconder la debilidad, no pueden interesarme menos -habia dicho al levantarse.
– No son excusas ni debates feministas -replico Andrea un poco tensa-, son la verdad. Lo digo y lo repito, una mujer sola ha de trabajar dos veces lo que trabaja un hombre para sobrevivir, en todos los sentidos.
– Pues no tiene mas que buscarse compania -dijo el sonriente ya casi en la puerta-, y eso es facil. -Y anadio volviendose-: Os espero fuera, tomando el fresco.
Fue entonces al ir a pagar al mostrador cuando Martin habia sacado la tarjeta de la cartera, lo recordaba bien, agradecido casi de tener un pretexto para alejarse de la mesa.
– Y ademas -seguia enfurrunada Andrea por la partida de Leonardus, como si continuara un debate iniciado muchos anos antes- una mujer sola, socialmente no existe.
Chiqui la miro con sorna:
– Eso sera entre la gente de tu edad y en tu mundo. Yo estoy sola y existo -dijo.
Y respondio Andrea con la invectiva suspendida en la voz:
– No parece que estes tan sola.
– No estoy sola en vacaciones, pero sigo sin marido ni amante ni siquiera novio, si es de eso de lo que estamos hablando, y aun asi sigo existiendo. -Y se alejo tambien.
Entonces Andrea, sola en la mesa, para ser la ultima en hablar, levanto la voz mas como una amenaza que como una premonicion y dijo casi para si misma:
– Espera y veras -y se puso a hacer barcos y pajaritas con la servilleta de papel.
Desde el mostrador Martin habia temido que Andrea se echara a llorar como habia ocurrido la tarde de los delfines. Pero al poco se levanto y salio afuera con los demas ya calmada.
El habia pagado entonces en el mostrador y se habia guardado la tarjeta y el comprobante en la cartera. Andrea habia estado demasiado enfrascada aun en sus pajaritas y en su propia irritacion para recogerla como hacia a veces cuando insistia en que el la iba a perder o a olvidar sobre la mesa como habia ocurrido en tantas ocasiones.
– Andrea, ?tienes tu mi tarjeta de credito? -le pregunto aun asi.
– No -dijo ella que se habia adelantado con Chiqui y se habia colgado del brazo de Leonardus-. Tu la utilizaste para pagar la cena hace un par de dias, ?recuerdas?
Sobre la mesa entre los pedazos de pan y los vasos a medio vaciar habia quedado una caja de cerillas. Martin se la metio en el bolsillo y siguio a los demas.
El calor no habia amainado. Caminaron lentamente hacia el
Al llegar a la pasarela salto Leonardus, que se volvio y tendio la mano.
Andrea miro a Martin.
– Pasa tu -dijo.
– No -dijo el-, pasa tu.
– Anda, dame la mano. Tienes vertigo, ?recuerdas? -se impaciento Leonardus.
Ella puso un pie, tomo la mano que esperaba y salto riendo otra vez su propia gracia.
– Siempre da miedo -dijo para disimular.
Pero el no la oyo. Dejo que Chiqui pasara y desde el muelle, apoyado en un bidon que le ocultaba la pierna, dijo:
– Me voy a dar una vuelta.
– ?Otra vez? -pregunto Andrea-. Es tarde ya. Ven.
– No -dijo el-. Voy a caminar.
– Lo que habia que ver ya lo hemos visto. Anda, ven -repitio.
– No me apetece ahora meterme en la cama.
– Estaremos en cubierta tomando una copa -grito Leonardus y bajo a la cabina a buscar hielo.
– Ya he tomado copas suficientes, ahora quiero caminar.
Se alejo unos pasos hasta caer fuera de la luz de la farola pero se detuvo y solo reanudo la marcha cuando ella, con la incertidumbre en la voz, grito:
– Espera, voy contigo, dame la mano.
Entonces sin hacerle caso le dio la espalda y echo a andar hacia la calleja que se abria casi bajo el balcon de madera, echadas ya las persianas y cerradas las cristaleras. Y desde la zona de sombra la vio de pie en la pasarela con el arco de su falda blanca que el inicio de un paso habia dejado suspendido un instante, la mano izquierda aferrada a una jarcia y la derecha extendida en un gesto sin sentido, y tras el destello de la farola en los cristales de las gafas el pavor de la mirada sobre el vacio que la separaba del agua.
Todavia oyo su voz volviendose hacia Chiqui que contemplaba la escena.
– Se que se va con ella -dijo en un susurro.
– ?Que ella? -pregunto Chiqui sin interes.
– Esa de la casa de la parra.
– No digas tonterias. Ni siquiera la conoce.
– Da igual. Lo se.
– Eso es como tener celos de los muertos -dijo Chiqui y entro a su vez en la cabina.
Andrea cerro los ojos y sin soltar la mano se deslizo hasta quedar sentada en el suelo con el brazo todavia en alto, y como el punto final de un arabesco inclino la cabeza sobre el pecho y se quedo inmovil, tal vez tratando de convencerse a si misma de que nada podia ocurrir, que nadie habia en esta isla maldita a quien el pudiera acudir porque habia sido casual su llegada a ella. Pero aun asi debio de sentir efectivamente una punzada de celos, de los verdaderos celos, de los que no tienen rostro ni espalda, los celos de lo intangible, quiza de los muertos, como acababa de decir Chiqui, de los olvidados, de los irrecuperables, de las sombras, porque de otro modo, penso Martin, habria entrado en el camarote segura de que el habia de volver inmediatamente.
Entonces, sabiendo que nadie iba a seguirle, se adentro en la calle y acelero el paso. Poco a poco sus ojos se hicieron a la oscuridad. De vez en cuando una farola empotrada en el muro daba una luz amarilla tan tenue que su resplandor apenas llegaba al suelo. Vio una ventana abierta y otra bombilla colgando del techo y escasamente adivino el tono de la pared. Siguio caminando por una callecita tan estrecha que extendiendo los brazos habria tocado las casas con ambas manos. Para evitar el muelle recorreria el pueblo por la parte alta contorneando la bahia y buscaria el camino hasta encontrar el lugar y recuperar la cartera, que debia de estar en el suelo junto al perro. Pero tenia que ir con cuidado para no toparse con los hombres que lo buscaban. Tal vez alguien le seguia. Se detuvo un momento y escucho. Silencio. Avanzo de nuevo pero fue a dar a un descampado, tuvo que volver sobre sus pasos y se encontro entre casas deshabitadas de techos desplomados y ventanas vacias donde las hojas de un arbol que no alcanzaba a ver se movian balanceadas tal vez por las correrias de las ratas o por el peso de los mochuelos escondidos en el ramaje. Siguio caminando y supo que pasaba tras el viejo mercado por el olor a