hecho nos sentamos alli una tarde por casualidad o porque teniamos una cita con alguien que no aparecio y nos quedamos mirando las hojas de los platanos y los adoquines de la calle y los coches atropellandose y los chicos y chicas de la academia de la esquina caminando arracimados, con el fondo de edificios y tiendas que hemos visto no solo permanecer sino tambien variar y sustituir conformando las capas y velos de nuestro recuerdo sin apenas ser conscientes de los cambios que se suceden a golpes silenciosos, un balcon convertido en ventana, una merceria desaparecida o un banco de madera sustituido por el desapacible banco de diseno de metal. Y permanecemos extasiados ante el pulso de la ciudad a las siete de la tarde que casi nunca tenemos tiempo de contemplar, comienza a oscurecer y la luz adquiere una tonalidad marina y recala en el aire, sobre las copas de los arboles y entre el chasquido de las ruedas de los coches contra la humedad de los adoquines del pavimento, el desgarrado lamento de la sirena de un barco: un canto para quien ha nacido junto al mar que se escurre entre nubes y humos y arboles y casas y sube por las calles hasta las laderas del monte, y nos devuelve a la tarde de nuestra infancia en que otro lamento como ese abria el camino hacia la fantasia y la aventura, la vaga inquietud de descubrir una senda desconocida que venia a intranquilizar la somnolencia de la tarde inmovil y del libro al que no habia forma de volver la hoja y que convertia en un chirrido huero y sin sentido la voz monotona del maestro. Asoma entonces un estremecimiento de nostalgia por lo que nunca hemos de vivir y respiramos entre humos el aire denso de salitre de nuestro puerto que hemos olvidado porque llevamos anos sin ver. Pero ese instante -un amigo quizas pasa saludando o se destaca la conversacion de la mesa contigua- logra reunir recuerdos postergados y se nos presenta la esencia de nuestra ciudad mientras recorremos con el dedo la humedad condensada en el cristal del vaso de cerveza retrasando extasiados el momento de beberla. Y es tan intensa la sensacion que basta en si misma para invadir las etapas adyacentes, los espacios y el tiempo que se extienden antes y despues de ella, y ese mes o ese ano o esa epoca regidos por el instante del crepusculo ciudadano quedaran como el titulados para siempre con el aroma de un latido indescifrable.
Asi es la ciudad, asi es mi ciudad, decia ella en las raras ocasiones que caminaba con el descubriendole casas vetustas, cada una con su historia que anadia a las oidas y heredadas de varias generaciones entreveradas con la historia de la ciudad.
– Aqui vivia mi bisabuelo con uno de sus hijos que fue alcalde durante la dictadura. Y cuando vino Alfonso XIII, mi bisabuelo, que era republicano, cerro los balcones al paso del rey al que acompanaba su propio hijo. Mi abuelo, que era hermano del alcalde, contaba que estuvieron comiendo y cenando en la misma mesa durante mas de un ano sin hablarse.
Martin sabia que Andrea repetia una anecdota mil veces oida pero habia en ella el tono inconsciente de contar la propia historia, con sorna quizas, con burla, pero con el intimo convencimiento de que de un modo u otro estaba mostrando sus trofeos.
Tenia que volver, debia de ser muy tarde ya. No podia saber que hora era porque no habia luz suficiente para mirar el reloj y estaba tan cerca que de haber prendido una cerilla le habrian descubierto. Si no aparecia dentro de poco saldrian a buscarle.
Martin la vio mirar en direccion a la mezquita y aunque no oyo lo que decia ni pudo ver el movimiento de sus labios supo que estaba buscandole. Vestia de blanco, siempre vestia de blanco, con esas faldas languidas de amplio vuelo que se movian al menor gesto y al mas leve soplo de aire, faldas blancas como un plagio de las de entonces, como ella era ahora una copia de si misma, de la mujer que fue en los tiempos en que su sola presencia era un alarde de libertad e independencia.
Salio de la zona de sombra y avanzo lentamente fingiendo una calma que no tenia. Andrea al verle se levanto, fue a su encuentro y le tomo de la mano.
– ?Donde has estado? -pregunto con ansiedad, aunque habia en su voz recriminacion por la ausencia demasiado prolongada, y ese punto de inseguridad en la censura que asomaba a veces por la entonacion escasamente mas debil, o por una pausa en el discurso o en la pregunta para volver hacia el la mirada buscando su aquiescencia o tal vez intentando descubrir intenciones ocultas. Una atencion por la que tanto habria dado al principio y que ahora, en cambio, le agobiaba y le sumia en una perpetua confusion.
– Anda, ven, sientate y cena, corazon.
Y esa forma de acabar las frases anadiendo «corazon» que utilizaba en publico con un tono desenvuelto y natural y que diez anos despues todavia le producia un vago escalofrio de desazon como el chirrido del tenedor en la porcelana o el rasguno de la tiza en la pizarra. Nadie se daba cuenta del leve gesto de impaciencia visible unicamente por un conato de mohin en la comisura del labio superior, o por el cambio de una mano a otra del objeto que estuviera sosteniendo, tal vez porque los anos los habian convertido en una reaccion automatica, un simple resorte de respuesta despojado ya del desagrado que lo provocaba. Quizas solo ella lo captaba, quizas era ese breve y casi agotado movimiento de rebelion lo que la hacia insistir con una tenacidad que solo cederia cuando el temblor involuntario del labio superior no fuera visible ni siquiera para ella.
– Sientate a cenar, corazon -repitio dulcemente-. Te estabamos esperando.
Pero antes de que ocupara la silla cambio el tono:
– ?Dios Santo! ?Como te has puesto! -Y mas inquisidor aun-: ?Que has estado haciendo?
Tenia todavia polvo en los brazos y el agua de la fuente no habia hecho mas que convertirlo en reguerones de lodo que el calor habia secado dibujando arabescos en la piel.
– Nada, no es nada, tropece y cai, eso es todo. -Y para que nadie pudiera verle la pierna se sento a devorar los pimientos y berenjenas que Giorgios le acababa de servir. Pero antes bebio un gran vaso de vino de resina para calmar la sed y porque queria tranquilizarse.
Con la pierna herida bajo la mesa, oculta la mancha de sangre, habia apenas recobrado la calma cuando por una callecita del fondo de la plaza aparecio la vieja. Caminaba al mismo compas que durante la subida y el descenso y por un momento creyo que se dirigia hacia ellos. Pero paso de largo sin ni siquiera mirarlos. Tras ella, con cautela, como si temieran alcanzarla, la seguia un grupo de gente y mas lejos caminaba en la misma direccion el pope que ahora, entre el griterio y sus propios aspavientos y voces, habia perdido la ebria majestad de unas horas antes cuando su paso por la plaza mas parecia un desafio al universo entero que el camino rutinario hacia su deber de campanero. Le acompanaban el jefe del destacamento y un soldado, ambos con el rostro brillante de sudor, abierta la camisa caqui del uniforme y desgarradas las charreteras por el uso y el tiempo.
Fue Pepone, que se habia levantado de la mesa para acercarse a ellos, quien al volver les conto lo que ocurria: habia desaparecido uno de los perros del pope, dijo, y ahora corrian todos tras la vieja porque decian que ella era la culpable. Martin bebio otro vaso de vino pero no hablo y apenas miro lo que ocurria; como si estuviera ocupado en quitarse un pellejo de la una mantenia la vista fija en el dedo y parecia oir distraidamente las explicaciones de Pepone.
– Son perros que excepto cuando pasean con el pope o le acompanan al campanario rondan por el pueblo. Conocen a todo el mundo y solo ladran a la vieja, quien sabe que es lo que les turba o molesta en ella. -Se detuvo un momento satisfecho de la atencion que provocaba. La plaza estaba silenciosa de nuevo pero aun podia oirse a lo lejos el griterio que se alejaba tras la mujer-. Aunque tienen aspecto de perros fieros no lo son -anadio- y estoy convencido de que el pope los lleva a su lado no como proteccion sino para hacerse respetar y temer, del mismo modo que se pone las vestiduras para los oficios y adquiere asi la majestad que la naturaleza le ha negado. El pope es quien manda en esta isla -continuo-, el pope y su amigo, el jefe del destacamento, uno de los que iban con el. Aqui no hay mas policia que ellos.
– ?Y por que suponen que la vieja ha matado al perro? ?Que puede haber hecho con el? -pregunto Andrea.
– Dicen que la vieja es bruja -explico Pepone, que apagaba ahora su cigarrillo y recogia la gorra dispuesto a irse-, y que tal vez harta de que le ladrara le ha echado mal de ojo o un sortilegio, quien puede saberlo. Lo cierto es que el perro ha desaparecido y ella tiene sangre en la orla de la saya. -Se levanto y saludo con la mano-. Volvere manana. Adios. -Y desaparecio por la misma calleja que los demas, perdido como ellos en el silencio y el bochorno de la noche.
V
– ?Nos vamos a dormir? -pregunto Leonardus-. No parece que en este pueblo haya mucho mas que hacer. -