lo habia hecho en su ausencia y Andrea se lo habia ocultado. No podia saberlo porque tampoco se atrevia a preguntar.

Bajo al piso 14 a una hora en que habitualmente estaba en casa, se detuvo en cada peldano por buscar las palabras que iba a pronunciar y se quedo de pie ante la puerta indeciso. Finalmente llamo.

Al poco se abrio y aparecio un hombre alto y corpulento que vestia una camiseta, estaba sudoroso y sostenia un martillo en la mano. Tras el, el apartamento estaba vacio. En su confusion creyo haberse equivocado de piso, pero cuando efectivamente localizo el numero 14 sobre la puerta de los ascensores pregunto por ella.

– Se ha ido. Aqui vivo yo ahora -dijo el hombre y cerro la puerta.

Llevado de un panico subito y violento bajo a la planta baja y pregunto a Osiris, que leia el periodico sentado tras el mostrador:

– ?Donde esta Katas?

– Ella se fue. Ella termino sus estudios.

– No tenia que irse hasta Navidad. Faltan todavia mas de dos meses.

– Pues ella se fue ayer. Yo creia que tu sabias.

– ?Dejo una direccion?

– No, ella no dijo nada. Ella llevaba muchos bultos…

Volvio a la biblioteca a horas distintas, pregunto en la universidad y el hospital, fue al gimnasio y recorrio las calles del barrio buscandola hasta que se convencio de que habia desaparecido para siempre, aunque incapaz de reconocerlo se aferraba al convencimiento de que aun contaba con el azar para volver a verla, y para tranquilizarse mantuvo indecisa en el alma la premonicion de que un dia, en algun lugar, habia de encontrarla. A veces en el metro o en la calle volvia sobresaltado la vista tras la chica con cola de caballo que habia salido en esa estacion o habia doblado la esquina. Pero dejo de sufrir por ello, quiza porque estaba tan pendiente de Andrea, era tan nuevo todo lo que le estaba ocurriendo y trabajaba tanto y tantas horas que apenas tenia tiempo de mas.

Vivia enloquecido para construir una vida en comun en la que, tras la sorpresa, no parecia haber mas nube que sus dudas recurrentes. A veces cuando Andrea ya se habia dormido a su lado se quedaba con los ojos fijos en el techo pensando en ella. Le llenaba de orgullo que hubiera renunciado a su profesion, a su marido, a sus hijos y a su ciudad por el pero al mismo tiempo le abrumaba, y habia sido tan inesperado y el desplazamiento de intereses era tan desmedido que no podia sino pensar que Carlos, aun siendo el ejemplo de hombre civilizado que siempre habia descrito Andrea, habia descubierto su viaje del mes de junio a Nueva York y se habia cansado de tanta infidelidad. Y en la soledad que inflige la suspicacia imaginaba lo que habia ocurrido. Conocia el escenario: el salon de la casa con el mar al fondo. Era por la tarde y la ultima luz del ocaso acentuaba la penumbra del interior. Andrea entraba con la maleta en la mano y cerraba la puerta con cuidado para evitar que golpeara. Carlos dormitaba en un sillon con el periodico en las rodillas. Ella se deslizaba furtivamente hacia la escalera que subia a las habitaciones. Carlos se desperezaba vagamente con el ruido de la puerta y se levantaba hecho una furia. Una furia, no, nunca le habia visto enfadado. No era ese tipo de hombre. Se levantaba y torciendo el gesto de la boca en un rictus amargo y un tanto cinico… No, tampoco habia de ser asi. Quiza lo que no funcionaba era el escenario porque era junio cuando Andrea fue a verle a Nueva York y ellos no iban a Cadaques hasta julio por lo menos. Debia de ser en su casa de Barcelona. Ella llegaba del aeropuerto. Eran las ocho de la manana. La entrada de puntillas servia igualmente. El marido ?estaba desayunando? No, era demasiado temprano. Estaria todavia en la cama, o mejor en el bano, con lo cual ella tendria ocasion de dejar la maleta en la entrada, cambiarse, o meterse en su cuarto con el pretexto de un terrible dolor de cabeza. ?Que es lo que le hacia suponer que Andrea habia entrado subrepticiamente en la casa? Lo mas probable es que Carlos hubiera ido a buscarla al aeropuerto. ?Que habria ocurrido pues? ?Que habria producido la ruptura?

La noche de su llegada, Andrea, escondida aun la cabeza en su regazo, le habia contado con muy pocas palabras que habia sido ella la que a raiz de la visita del mes de junio y no pudiendo hacer frente por mas tiempo a su propia doblez se habia visto obligada a elegir. Pero no dio mas detalles que las disposiciones legales que su marido como abogado habia convenido a su modo, eso si lo insinuo, y a los acuerdos que habian llegado sobre los hijos que vivirian con el.

Durante todo el tiempo, casi dos anos, que estuvieron juntos en Nueva York y aun despues, incluso ahora en las largas horas de navegacion sin saber que hacer, habia ido cambiando los escenarios y los dialogos y los habia elaborado mucho mas que cualquiera de aquellos guiones que escribia antes de que ella llegara, pero ni siquiera al cabo de los anos habia logrado una version firme y convincente que le disputara la oficialidad a la de Andrea. Y cuando recrudecia la duda no le hacia falta cerrar los ojos para asistir a una escena tormentosa en la que el marido la esperaba en casa paseando por la habitacion como un leon enjaulado, dolido por una infidelidad tan prolongada que mas que uno de tantos devaneos suponia una traicion; porque como bien repetia a lo largo de la noche interminable era ella quien habia roto el pacto que habian establecido entre los dos, y el por tanto estaba decidido a tomar represalias. Andrea entonces, derrotada, perdido el trabajo en la empresa de el, no queriendo estar sola como habia dicho tantas veces, e incapaz de hacer frente a una sociedad que la habia conocido triunfante, no encontraba otra solucion que ir a Nueva York a reunirse con el. Porque en realidad, se decia remachando su propio dolor, ?que podia importarle un muchacho vagabundo, sin futuro, sin dinero, diez anos mas joven que ella y que no tenia mas que devocion que ofrecerle? ?Como, voluntariamente, podia haberle elegido a el?

A veces estaba tan convencido de la version que habia tramado su propia imaginacion y se dejaba llevar de tal modo por la desconfianza, que se sumia en un mutismo prolongado y profundo, se iba alejando de ella y la dejaba sufrir como si el destino le hubiera adjudicado el papel de justiciero.

Asi fue como a las pocas semanas de llegar Andrea a Nueva York desaparecio dejando un simple mensaje sobre la mesa de la cocina para que no se le ocurriera avisar a la policia. Tres dias estuvo ausente, tres dias que paso encerrado en un motel de New Jersey perdido en una carretera entre tinglados cerca del Hudson con una actriz que habia conocido hacia varios meses en un rodaje, amandola con brutalidad e insistencia como si con ello hubiera podido paliar su despecho.

Cuando volvio encontro el cuarto cerrado con llave. El apartamento era reducido y oia su respiracion tras la puerta sobre el fondo de frenazos, bocinas y sirenas. Sacudio el tirador no por querer forzarlo sino por darle a entender que habia vuelto.

– Andrea -dijo quedamente haciendo bocina en el quicio de la puerta-, Andrea, abre.

Pero no hubo mas respuesta que el chirrido de un muelle del colchon. Se ha dado la vuelta, penso. Miro por el ojo de la cerradura: el anuncio luminoso que recorria la esquina del edificio lanzaba intermitencias de color sobre un segmento de la pared, los pies de la cama y el suelo. La cabeza estaba en la penumbra pero alcanzo a ver como metia el brazo bajo la almohada y se cubria el hombro con la sabana, como hacia siempre, incluso los dias en que no se podia soportar el calor de la calefaccion, porque decia que necesitaba peso para dormir.

– Andrea -repitio-, abre, por favor, abre. -Golpeo la puerta-: Abre. Te lo ruego, te lo contare todo. Dejame que te lo cuente.

Chirrio el muelle otra vez.

– Andrea -repitio aun, casi en un susurro, pero cuando se convencio de que era inutil seguir llamando y se vio a si mismo aplastado contra la puerta recitando una suplica que se habia convertido en estribillo, se dejo caer en el sofa desvencijado que ambos habian recogido de la calle a los pocos dias de su llegada cuando solo las lagrimas de sus ojos miopes enturbiaban un presente que ahora le parecia irrecuperable y permanecio atento al indescifrable sonido del aire, concentrado en la habitacion, en las sabanas que tan bien conocia y en la mujer que yacia entre ellas a la que nunca habia amado tanto.

Nada rompio la densidad de aquel silencio que alejaba el metalico rumor de la calle, y rendido de cansancio y de dolor y de la carencia que trascendia la medida de su deseo, se le cerraron los parpados y sucumbio a la duermevela del que no quiere dormir pero le vence la somnolencia a cabezadas, hasta que casi al amanecer traspaso la puerta un breve suspiro o quiza un sollozo contenido. Solo entonces se abandono al sueno mecido por el balanceo consolador del dolor ajeno.

Aunque al dia siguiente ella amenazo con irse, la reconciliacion que siguio fue tan esplendorosa que se convirtio en una pauta, un modelo de comportamiento al que el habria de recurrir avido no tanto para desterrar el remordimiento y alcanzar el perdon por las infidelidades a las que se lanzaba cuando aparecia de nuevo el fantasma de la duda que ya no habia de dejarle en paz, cuanto por recobrar la seguridad y disponer una vez mas de la confirmacion de su amor que en esas ocasiones desbordaba la plenitud de los primeros tiempos y aun

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