una esquina cuando, mas por agotamiento que por saber si aun le seguia, se metio en el quicio de un portalon y se arrebujo en el ahogando la respiracion. No se oia nada. La calle se habia ensanchado un poco y formaba una plazoleta cerrada por el muro medio derruido de una iglesia que cobijaba a media altura la imagen de una virgen blanca. Cascotes y ruina que nadie habia retirado se habian amalgamado con el tiempo hasta formar un monumento de huecos, protuberancias y sombras que temblaban al soplo apacible de la llama de la hornacina.

De algun lugar se desprendio una piedra que rodo dando tumbos y fue a caer a sus pies. Martin se arrimo mas aun al portal y permanecio inmovil escrutando en el silencio una senal que le dijera de donde venia el peligro. La camisa empapada le ardia sobre la piel y el aire enrarecido de ese ambito cerrado, cargado de olores densos a sustancias indefinibles, lo mismo podia venir del acre olor de la leche que de un monton de mondas de fruta y legumbres que hubieran iniciado el proceso de putrefaccion, apenas le dejaba respirar. Apoyo la cabeza en la puerta y cerro los ojos sin dejar de jadear. De pronto oyo los pasos precipitados que se acercaban, pero antes de que hubiera decidido por donde huir, rechinaron los goznes de la puerta y apenas tuvo tiempo de comprender que una mano le agarraba por el brazo y de un tiron lo entraba en la casa. Volvieron a rechinar los goznes y al golpe seco siguio la oscuridad y el frescor de un interior de muros espesos. Sin saber por que se sintio seguro. Se dejo llevar de la mano que le asia hasta que otra mano abrio una puerta y entraron en una habitacion. Chasqueo el interruptor y se encendio en el techo una bombilla macilenta. La mujer era casi tan alta como el y tenia una frente desmesurada y unos grandes ojos negros. A todas luces se acababa de levantar de la cama porque se habia echado sobre los hombros una panoleta floreada que apenas le cubria la enagua negra. Estaba despeinada y le miraba sin sonreir. Ni siquiera sintio curiosidad cuando comenzo a hablar y como no entendia lo que ella le decia permanecio en silencio. Tampoco reacciono al notar el contacto de la mano sudorosa que resbalaba por la piel de su cuello, y cuando murmurando palabras incomprensibles le arrastro hacia la ventana la dejo hacer. Se asomo sin embargo, no con miedo ahora sino por saber si todavia merodeaba por alli el hombre tuerto, pero solo rasgaban brevemente el aire aquellos amagos de ronquidos y movimientos inquietos de los mismos invisibles durmientes tras las ventanas abiertas. Ella le tomo de la mano y le llevo a la cama calida aun.

Antes de recostar la cabeza en la persistente oquedad del gran almohadon blanco, saco un billete del bolsillo, lo dejo sobre la mesa de noche y con gestos le indico que queria dormir. Pero ella no le comprendio o no parecio hacerle caso; torcio los labios con indiferencia, tomo el billete, lo guardo en el cajon de la mesita y se tumbo a su lado sin apagar la luz del techo.

De esa noche y del tiempo que permanecio en esa casa habia de recordar poco mas que el inmisericorde y metalico gemido de los muelles del somier y los grandes ojos de la mujer, que permanecieron fijos en los suyos hasta que, agotado ya, los cerro. Debio de echar entonces una cabezada porque cuando los abrio de nuevo apenas pudo reconocer el escenario. Aparto a la mujer que yacia a su lado y se levanto. Ella se sento a los pies de la cama y comenzo a gesticular, y el al verla abrir y cerrar la boca, aunque era consciente de que estaba hablando, incluso gritando, no le oia la voz, como si solo estuviera en ese lugar con parte de sus sentidos y otra parte hubiera salido de la casa para abrirle el camino. Tenia mechones de pelo negro pegados a la frente y la combinacion que le estrangulaba las axilas mostraba un cuerpo que parecia ensamblar las mitades de dos personas distintas. Y penso aun con una cierta ternura: nunca he visto un ser tan extrano. Dejo unos dolares mas sobre la mesa y la expresion de la mujer se dulcifico: siguio hablando pero ya no tenia esas lineas largas y profundas que un momento antes le cruzaban el rostro. Con ambas manos se echo hacia abajo la combinacion que apenas se movio y el pelo de la frente hacia atras, cogio la panoleta del suelo y se cubrio con ella recomponiendo la imagen que, sin embargo, no adquirio significado. El fue hacia la puerta pero ella le detuvo y le abrio el camino hasta el portalon por el pasillo oscuro. Oyo chirriar de nuevo los goznes y salio a la calle, que no logro aligerar el peso y el calor que tenia pegado a la piel.

Esta vez no le costo encontrar el muelle siguiendo la calleja estrecha a su izquierda que la mujer le habia senalado. El calor no habia amainado y penso que al llegar al mar correria el aire pero el agua seguia espesa, viscosa y negra como aceite y tan inmovil que sobre ella el Albatros se desdoblaba y se reproducia en una sombra igual a si mismo. Hacia horas que debian de haberse apagado las luces del cafe de Giorgios y no habia mas que una bombilla colgada de un alambre frente al estanco del otro lado de la plaza.

Bajo la escueta luz del palo mayor advirtio a Andrea acucurrada y envuelta en si misma, que con un gesto de frio impensable bajo aquel bochorno pegajoso se protegia las rodillas en un abrazo como si quisiera abarcar su cuerpo entero. Asi ovillada parecia todavia una nina aterrada y confundida que no se atreve a moverse a sabiendas del castigo que le espera. Y por primera vez en su vida domino el impulso de correr hacia ella, como tantas otras veces, armado con el ultraje de su inutil traicion que habria de recomenzar -o quiza solo continuar- ese ciclo sin fin que se alimentaba en si mismo.

Confundido al comprobar finalmente el exiguo ambito al que habia quedado reducida su querencia, tan evidente por primera vez como que ese atisbo de luz opaca que asomaba timidamente por el horizonte habria de confundirse dentro de poco con el amanecer, se sento en el suelo del muelle a una cierta distancia del Albatros con las piernas colgando sobre el agua. Lucharon en vano por brotar las lagrimas de algun lugar recondito y oscuro de si mismo y solo un velo humedo se poso en las pupilas sin caer ni resbalar, cegandolas. Habria querido llorar por si mismo y por ella, por su transformacion, por su complicidad convertida en encadenamiento, por el infierno de anoranza de lo que habia dejado de ser, o por la felicidad preterita que de un modo u otro se las arregla siempre por esfumarse y desaparecer.

No comprendia aun cabalmente lo que le habia ocurrido, que extrano camino habia recorrido esa noche ni a donde le llevaria, pero angustiado por la clarividencia con que se le presentaba esa conviccion presionandole con una exigencia ineludible que no sabia de donde procedia, vislumbro en un instante la carrera de escollos y tropiezos a los que tendria que hacer frente. Y de repente le invadio una pereza infinita que le dejo el alma vacia y hambrienta de un descanso y una paz que, comprendio, no habia de encontrar en mucho tiempo.

Canto el gallo desafinando en el bochorno, asomo la primera luz en el horizonte, el chasquido de un motor alejo una barca todavia invisible, en el aire temblaba la asfixia como las ondas del lago al echarle una piedra y la luna de papel se escondia tras la roca.

Se levanto y cansinamente se dirigio al Albatros, sin temor a pasos ni gritos ni crujidos ni risas. Tom habia retirado la pasarela, asi que cobro el cabo de popa y al tiempo que lo soltaba dio un gran salto hasta cubierta. El barco se balanceo y Andrea levanto la cabeza. Al pasar por su lado le revolvio brevemente el cabello ensortijado sin mirarla ni querer percatarse de que ese gesto tan inofensivo habia tenido sus ojos con el brillo de la humillacion y el despecho. Sin detenerse se dirigio a las escalerillas, bajo a la cabina, abrio la nevera, bebio agua y se metio silenciosamente en el camarote cerrando la puerta sin hacer ruido.

Se quito la camisa y los zapatos y se tumbo en la cama a oscuras. No reparo en el calor sofocante del camarote y cerro los ojos cansados y doloridos por las lagrimas que no habian podido brotar. Y en la oscuridad violeta de los parpados aparecio entonces la gran mancha de su vestido blanco envolviendo la figura vencida, la cabeza coronada de largos rizos menudos y tercos cuyo volumen habia multiplicado la pegajosa humedad de una noche a la serena, y el profundo reproche de su mirada.

Azul, como el azul del mar al atardecer, como la hora azul del crepusculo o las sombras superpuestas de los telones de la Capadocia frente al sol; azul como la brisa que cae sobre la tierra cuando entra el viento de mar por el horizonte, azul como el descanso, como las fuentes, como las sabanas frescas, azul como la luz del alba, como las velas al viento, como los ojos azules de las muchachas en flor. Y sin embargo.

VI

El camino de salida es la puerta. ?Por que sera que nadie utiliza ese procedimiento?

Confucio

Se abrio la puerta de golpe y Andrea encendio la luz. Habia dejado caer las gafas sobre el cuello y los surcos de la cara se le habian acentuado por el cansancio y la vigilia. De pie en el quicio de la puerta abierta, era

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