desperdigada y movida por otros usos, habia acabado aceptandola otra vez. Desde su llegada se habia lanzado a esa imparable vida social y casi no atendia el trabajo a media jornada que habia comenzado en un periodico local. Parecia haber perdido interes por la profesion porque jamas hablaba de ella y al cabo de unos meses, pretextando que habia de ocuparse de los asuntos de Martin, tan poco atento a esas cosas, y queria acompanarle en sus viajes, y que necesitaba ademas tiempo libre para visitar a los hijos que ahora vivian en Madrid, donde Carlos ocupaba un alto cargo en el nuevo gobierno de la democracia, dejo el periodico y le dedico todas las energias. Vivia pendiente unicamente de sus rodajes y desplazamientos, en contacto diario con Leonardus, y con la obsesion de organizar ese torbellino imparable de citas y cenas a las que no queria renunciar pese a las protestas de Martin a quien bastaba y sobraba con los montajes publicitarios de la productora, del progresivo deterioro de su salud y de su humor, y de sus visitas al psiquiatra para encontrar la razon oculta del vertigo que efectivamente en los peores momentos apenas le permitia bajar las escaleras.
Martin sentia curiosidad por conocer que veredicto habia merecido en esas gentes la fuga de Andrea y su reincorporacion a la vida ciudadana con el muchacho de Siguenza que habia venido a sustituir al brillante marido de antano y le habria gustado saber si realmente se preguntaban como el mismo si su exito fulminante y su fama de joven genial bastaban para representar un papel para el que no tenia ni los atributos ni el caracter ni los conocimientos ni la edad ni el origen. Pero ?como saberlo? De hecho nos morimos sin conocer que piensan de nosotros los demas, ni acertar nunca a descifrar como han interpretado los actos de nuestra existencia, ni sospechar cual es nuestra imagen oficial, una trama y urdimbre que van tejiendo entre todos hasta cimentar la personalidad inamovible con la que anclamos y vivimos y llevamos a cuestas sin saber aun asi en que consiste. En realidad eran todos, y todos fueron durante anos, tan extranjeros para el como el para ellos y al no poder hacer otra cosa, ni ser capaz de comunicarse con nadie ni de establecer una relacion social por superficial y frivola que fuera, para la que ni habia nacido ni estaba dispuesto a hacer mas esfuerzo que el de aportar su pasiva asistencia, pululaba por los salones tras los pasos de Andrea, que prodigaba entonces lo mejor de si misma, feliz de mostrar que contra todos los pronosticos habia valido la pena la sustitucion y exhibir radiante la situacion de prestigio en la que inconcebiblemente Martin la habia encumbrado a los pocos meses de su llegada.
Fue por aquella epoca cuando comenzo a hablar en primera persona del plural. Exponia una opinion como si ella expresara en nombre de los dos la de su joven y famoso acompanante, tan timido y adusto que por si mismo nunca se habria atrevido a hacerlo, como una prueba mas del entendimiento que habia de afianzar el mito de su historia de amor.
Martin entretanto la buscaba entre la gente como la habia buscado durante aquel primer ano de amores clandestinos en esa misma ciudad que era entonces una promesa, convencido de que de todos modos la complicidad que habia de encontrar bastaba para contrarrestar sus recurrentes sospechas y las violentas escenas que precedian a sus reconciliaciones y las lagrimas de ella y sus vertigos de origen oscuro, y al descubrir entre una amalgama de risas y voces y peinados con brillo de navaja su mirada azul que filtraba la ternura o la intencion a traves de los cristales de sus grandes gafas, se sentia aprisionado por el mismo indestructible vinculo, mas fuerte que todos los que se exhibian en aquel salon y en aquella ciudad, tan tiranico como la pasion mas perentoria a la que ademas y sin embargo daba pabulo, y lo unico que queria es que las agujas del reloj se precipitaran enloquecidas a dar vueltas sobre si mismas para que todos se fueran a casa y dejaran el salon desierto y volvieran los dos al reducto de su intimidad donde el deseo se mantenia tan despierto y apremiante como en el tambucho de la
Nadie nos ama como quisieramos ser amados, quiza en eso reside la busqueda inutil.
Pero nada significaban ahora esas fantasias ni los exitos obtenidos. Nada frente a esa morada donde gravitaba la luna naciente que asomaba por el horizonte, tan exigua como un rasgo o un dibujo y tan palida que no alcanzaba a iluminar la esfera del reloj, o esa tierra apagada y muda que no veia, o el ruido sordo del mar revolviendose en si mismo por falta de aire, por el peso de una temperatura que se habia solidificado sobre el balanceo de metal de sus olas escasamente insinuadas. No, no solo la luna, la tierra, el mar que durante anos ignoro sustituyendolos por lenguajes que a ellos se referian. No solo ellos, el mismo, su profesion, la mujer que habia dejado en el barco retenida por su propia cobardia, el dinero que habia de ganar, esos seres extranos que dormirian en el camarote, su propia madre olvidada en su lejana patria.
Un ruido le sobresalto. Eran voces en algun lugar muy por debajo de donde se encontraba. Se levanto inquieto y con cuidado fue deshaciendo la pendiente. Si me caigo aqui, penso, nunca me encontrara nadie, y miro el precipicio a sus pies donde, doscientos metros por debajo de el, se encrespaba el rumor del oleaje al chocar contra las rocas. Siguio descendiendo. Se detenia de vez en cuando para escuchar y en los cruces se demoraba y atendia, no fuera a caer sobre los que buscaban al perro en cualquier esquina. Torcio a su izquierda y llevado de nuevo por la urgente necesidad de encontrar la cartera anduvo en direccion contraria el recorrido que habia hecho una hora antes, paso ante la parra oscura y silenciosa y descendiendo a trompicones el camino pedregoso llego a la plaza de la Mezquita. El agua de la bahia seguia inmovil y el calor era todavia mas sofocante, se ahogaba casi. Recorrio la riba bordeada de ruinas hasta llegar a las primeras casitas y se metio en un callejon intentando reconstruir otra vez los pasos de la vieja. Pero con ser tan pocas las calles tras el frontal del mar no logro orientarse y deambulo por ellas empujado por la inquietud, sin saber que hacer. El aire pesaba como una losa, maullo un gato casi junto a su cabeza, dio un respingo y siguio caminando. Se detuvo al poco porque le parecio que alguien le seguia pero no oyo mas que un ronquido apagado que salia del hueco negro de una ventana abierta casi a ras del suelo y se escurria por las paredes pedregosas de la casa. Al poco rato y llevado de la misma obsesion se detuvo de nuevo y esa vez siguieron resonando las pisadas en las losas de la calle. Entonces se quedo inmovil arrimado a un muro sin osar secarse la frente humeda por temor a verse descubierto ni saber como apaciguar los latidos de su corazon. Un pajaro asustado quizas por ellos o por las pisadas que se alejaban, salio revoloteando de un voladizo y en el silencio de la noche el aleteo se multiplico como si una bandada de patos se hubiera echado a volar. Solo deseaba volver al barco. Dio unos pasos casi de puntillas y se apoyo en la esquina de una ruina cuyas aristas habia carcomido y resquebrajado el tiempo y espero encogido sin atreverse a correr hacia el muelle que ni veia ni sabia como alcanzar. Ya no se oian los pasos sobre el pavimento, cruzaban a veces la noche sofocante ruidos esporadicos, el ladrido de un perro o la respiracion tras una ventana, u otros indefinibles de origen desconocido imposibles de situar o descifrar que crepitan en el material que configura la noche: crujidos en las cuadernas, maderas en los desvanes, puertas en las alcobas.
Se puso en marcha otra vez. Le parecio reconocer una calle desde la cual habria de ser facil dar con una salida pero volvia a encontrarse en el callejon donde el ronquido seguia su paso hacia el amanecer, y por mas que intentaba alejarse acababa siempre en el. A la cuarta o quinta vez, cuando ya la frente le chorreaba sudor y angustia creyo ver una luz en el fondo de una calleja que no habia descubierto aun. Chirrio el marco de una ventana y un fulgor, vicario de quien sabe que otra luz, recorrio el espacio. Se detuvo sin embargo, como si en su entorno vibrara la anticipacion de un sonido que no se haria esperar, y de pronto a su espalda estallo una carcajada. Se volvio y alli estaba el hombre, apenas a unos metros de distancia, salido de la oscuridad como un aparecido, con una linterna en la mano. En un instante cruzo su mente la idea de que era el quien habia recogido la cartera y venia a ofrecersela a cambio de dinero y sin pensarlo mas saco un billete de diez dolares del bolsillo y se lo mostro indicandole por senas que le ofrecia un intercambio. El hombre dejo de reir y parecio haber comprendido. Alargo a su vez la mano para recoger el billete y se lo metio en la bolsa que llevaba colgada del hombro. Martin le veia manipular en su interior y mantener firme la linterna al mismo tiempo pero no hizo sino cerrar la bolsa y echarse a reir de nuevo, esta vez con mas ganas levantando aun mas al cielo su rostro congestionado. Alguien siseo desde una ventana en la oscuridad conminandole a callar y Martin espero a su lado a que dejara de reir y le devolviera la cartera. Pero el hombre levanto la linterna, le cego unos instantes, la apago enseguida dejandole doblemente a oscuras y echo a correr. Martin se lanzo en su persecucion cuesta arriba. No podia verle ahora sin luz pero oia el trote unos pasos por delante y al llegar a un camino de pendiente mas pronunciada el ruido de las piedras le indico que seguia tras el. Habian salido a un descampado y el cielo en toda su amplitud brillaba cuajado de estrellas pero el no veia mas que la sombra que le precedia, que sin darle apenas tiempo se detuvo subitamente. Martin fue a echarsele encima pero en ese momento se encendio la linterna bajo un rostro torturado y aparecieron encarnizadas por el sesgo de la luz las facciones del hombre tuerto que lanzo a la noche un rugido, ?aaaahhhh!, levanto la mano para que fuera visible el cuchillo que blandia sobre la cabeza e hizo el gesto de iniciar a su vez la persecucion. Martin se volvio y descendio la cuesta dando tumbos hasta la zona de calles silenciosas sin mas obsesion que salir de una vez al muelle y saltar a bordo. Tras el los pasos y el rugido con que el hombre acompanaba el rastreo le parecian mas cercanos cada vez. Pero hasta que encontrara la salida recorria las callejas volviendo siempre al mismo lugar con la intencion de despistar a su perseguidor y dejarlo en