pescado que los siglos habian impregnado en los soportales de madera y pendia aun en el vaho de la noche, y cuando le parecio que mirando a la bahia, el muelle y el Albatros ya quedarian a su izquierda descendio hasta la riba y arrimado a las casas siguio la direccion del faro. Subio y bajo un sinfin de callejas en las que no habia reparado antes pero no logro encontrar la casa de la parra. Sin embargo no era esa casa lo que buscaba ahora, ni la chica del sombrero, irrealidad suplantada por el terror irracional a ser descubierto. Pero aun asi tampoco daba con el lugar. Volvio a la plaza de la mezquita e intento reconstruir el camino que habia hecho esta tarde con la vieja. Tomo la cuesta y comenzo a subir las escaleras. Tras el unos pasos repetian los suyos como un eco. Se detuvo pero el mundo se detuvo con el, no habia mas rumor que el roce del mar lejano contra la riba, y siguio buscando. Al llegar a una loma le parecio que reconocia el punto desde donde el hombre tuerto le habia descubierto y se estremecio de nuevo al recordar su risa. Descendio entonces seguro de encontrar la farola que le habia iluminado y una vez alli bajo casi a tientas el camino de piedras. Se hizo a la tiniebla de los muros y descubrio la verja tras la que habia desaparecido la vieja. Reconocio el lugar exacto donde habia luchado con el perro y encendio una cerilla, pero no habia nada en el suelo. Recorrio la cuesta apurando las cerillas que quedaban hasta quemarse las yemas de los dedos y tampoco encontro la cartera. Alguien habia pasado antes que el y se los habia llevado, y ademas habia allanado el terreno porque no habia la menor huella y parecia tan virgen como la arena del desierto tras la tormenta. Y como si hubiera descubierto testigos ocultos de su propio terror se sintio vigilado y amenazado y precipitadamente, despues de haber mirado por ultima vez el suelo vacio, echo a correr cuesta arriba y no se detuvo hasta llegar a lo alto del promontorio. Jadeaba aun cuando, sin dejar de escrutar los ruidos de la noche, se sento en una piedra y apoyo la cabeza en un muro en ruinas. El aire era alli ligeramente mas perceptible pero no logro desvanecer la inquietud que le agobiaba desde el atardecer, cuyo origen habia atribuido a la asfixia del calor y a la lucha con el perro, incrementada ahora por el temor a ser descubierto. El mar en calma debia de estar muy por debajo. No podia verlo pero a lo lejos oia el choque acompasado y tenue del agua contra la roca.

Una estrella rasgo el cielo hasta extinguirse donde debia de estar el horizonte. Es verdad que en el verano caen las estrellas, penso con indiferencia, pero siguio su recorrido y luego el de otra y otra mas. Clareo levemente en toda la atmosfera y aparecieron las lineas del horizonte marino y el contorno mas oscuro aun de la costa a su izquierda hasta que le envolvio la luz difusa de la magica claridad de la noche. Tras la loma aparecio una tajada de luna sin fulgor ni expansion. En algun lugar volvieron a sonar las campanas oxidadas y en el aire saltaban de vez en cuando atisbos de voces que se perdian en la lejania. Poco a poco, en el fulgor de aquella noche solitaria bajo un cielo que parecia ampararle solo a el, el tiempo adquirio un ritmo distinto del que marcan los relojes, distinto incluso de la morosidad que adquiere al navegar. Y recordo otra vez a la muchacha de la mezquita pero no su rostro, que no lograba precisar oculto bajo la trama del olvido que sin embargo amparaba y atenazaba la confusion en que le habia sumido el perro y su desaparicion y la prueba concluyente de su delito, sino, quiza como recurso por anular la angustia, por escapar del terror en que se encontraba, el inaplazable deseo de reanudar la historia a partir del momento en que la habia perdido, como si el tiempo transcurrido desde entonces hubiera sido un parentesis demasiado largo que quisiera cerrarse ya y permanecer oculto e inamovible en un rincon soterrado de su vida. Era su historia la que habia quedado inconclusa, no la de la chica.

Quiza aquel fue el momento en que sucumbio, porque ?cuando sucumbio y a quien? ?O a que? ?Como saber el momento preciso? ?Donde esta el umbral, el umbral infinitesimal que transforma sin remedio las cosas? El punto en que la caricia a fuerza de repetirse no produce placer sino dolor. El momento en que el clavo que sostiene un cuadro demasiado pesado para el, cae y con el su carga. ?Va cediendo paulatinamente en silencio, o bien lo sostiene hasta el fin con la misma tenacidad y se desmorona de golpe al comprender que no podra soportar el peso por mas tiempo? Quiza la conciencia que es perezosa y tardia, cuando aparece la senal y llega la hecatombe, comprende que lo inexorable habia ocurrido mucho antes de que se manifestara, del mismo modo que al morir un amor sabemos, si queremos saber, que habia muerto hacia tiempo.

Andrea habia vuelto a Nueva York cuatro o cinco meses despues de su inesperada visita del mes de junio, cuando los arboles comenzaban a perder las hojas que dejaban las aceras tapizadas. Habia llegado para quedarse, dijo desde el primer momento de pie en la puerta, casi sin atreverse a entrar. El habia permanecido fiel a la promesa de seguir esperandola y a su memoria, tal vez porque de una forma vaga que no se habria atrevido a definir ni reconocer, comprendio al fin que no podia esperar mas que unas imprevistas apariciones y se habia refugiado comodamente en la melancolia. O quiza fuera que las cosas llegan siempre a destiempo, tal vez.

Por esto cuando se disponia a salir a cenar al New Orleans aquella tarde de octubre dejando una luz de situacion encendida para que al entrar despues de la cena la acogida fuera mas calida, tibia aun sobre el pecho la camisa blanca que acababa de planchar (por la tarde habia ordenado el apartamento, cambiado las sabanas y las toallas y dejado en el lavabo una pastilla de jabon perfumado todavia en su envoltorio como habia visto hacer en los hoteles y en casa de Andrea, y en la nevera una botella de vino blanco, y rosas rojas en un jarron sobre la mesa) y al oir el timbre fue a abrir convencido de que era Osiris que con la excusa de subirle el correo queria charlar un rato y se encontro en la puerta con una Andrea estatica, casi inmovil, oscurecido el rostro por unas ojeras desmedidas y en una posicion un tanto encorvada, creyo que habia tenido una alucinacion y a punto estuvo de cerrar la puerta movido por la desazon. -He venido para quedarme -dijo ella con voz ronca, y apenas pudo sofocar un sollozo.

No era asi como lo habia imaginado pero la tomo en sus brazos como si se hubiera convertido en una nina pequena y el curiosamente en su protector, la hizo entrar, despejo el banquillo de la entrada y se sento a su lado. Parecia tan derrotada que no se atrevio a preguntar que habia ocurrido ni a que se debian esas lagrimas, tal vez porque el habria llorado tambien. Tantas veces habia deseado que llegara ese instante y en tantas ocasiones se habia dicho que no tenia sentido estar separados que no consiguio comprender por que su presencia le abrumaba de ese modo y le producia tal desasosiego. O tal vez su inteligencia temerosa de que la plenitud sonada no existiera, al tenerla al alcance de la mano se desentendia y se retiraba, o simplemente por instinto de supervivencia se negaba a seguirle porque sabia que la realizacion de una esperanza tan firme y remota comporta siempre el desengano y la decepcion que a su vez invalidan el entusiasmo necesario para seguir el camino y alcanzar la meta prevista, y antes de perder esa fuente de energia indispensable para continuar y vivir, preparaba el animo para el fracaso.

Katas estaria esperando. Tendria que bajar y anular la cena con algun pretexto, o tal vez decirle la verdad. Le habia hablado de Andrea muchas veces mitificandola mas aun tal vez con el escondido proposito de que permaneciera en el limbo del pasado, igual que se habla de los muertos, deshumanizados por la ausencia y convertidos con el tiempo en vidriosos y mansos personajes sin garra ni pasion que disfrazamos con sus propias virtudes y recubrimos con nuestra melancolia e indulgencia.

Miro el reloj, habia tiempo aun. Pero ?que le iba a decir? De todos modos tenia que ir, bien lo sabia, asi que cuanto antes fuera, tanto mejor. Pero estaba aturdido: una decision tomada mucho tiempo atras habia desencadenado un proceso que el mismo, su propio autor, no podia ahora detener siquiera el tiempo preciso para comprobar si estaba dispuesto a ratificarla. Mantenia en los brazos la cabeza de Andrea y seguia inmovil; no habria sabido desprenderse de ella y no podia hacer otra cosa que mecerla y acariciarle el pelo y la nuca, por esperar, por esperar que la solucion llegara por si sola porque no lograba concentrarse ni era capaz de encontrar la decision ni la voluntad o, simplemente, porque no hay mas pecado original que la pereza.

Sonaron en la puerta las dos llamadas de Katas que tan bien conocia. Pero tampoco se movio. Una vez mas, quiza dos, se repitieron. Y habria podido descubrir la incertidumbre en los pasos que se perdieron por el pasillo y oir los jadeos del viejo ascensor camino de la planta de no haber sumergido la cara en el pelo rizado que sostenia entre los brazos, inmovilizando el intento de Andrea por incorporarse, y de no haber encontrado un ultimo refugio en la vehemencia de sus propios besos en el craneo, el cuello y las orejas. Pero asi arropado se dejo envolver por el olor y el contacto que dejaron de ser meras reminiscencias y cobraron por fin su exacta dimension: solo entonces se reconocio a si mismo en un tiempo que una vez mas habia perdido su ritmo y su cadencia. Y cuando las campanas del reloj de la iglesia ortodoxa rusa dieron las nueve, ?o las diez?, y se levanto para abrir la botella de vino blanco, recordo vagamente la cita y su decision de bajar un momento al piso 14 y la doble llamada en la puerta pero ya casi no era consciente de lo que estaba ocurriendo, concentrado mas en su propio aturdimiento que en la prolongada inmovilidad de Andrea y su silencio, o el injustificado desaire con que habia castigado a la mujer para quien habia puesto a enfriar ese vino.

Hasta al cabo de tres dias no fue a ver a Katas. No la habia llamado ni la habia visto y no sabiendo aun que decirle ni como, las pocas veces que habia salido a la calle a por pan y periodicos y tabaco habia temido encontrarse con ella en el ascensor. Le agradecia que no le hubiera llamado pero le dolia al mismo tiempo. Quiza

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