demasiado pequeno bajo el cual asomaban los pies descalzos: el tuerto. El miedo le paralizo, un miedo que creia haber desterrado despues de la persecucion, apaciguado quiza por otras angustias y terrores que habian suplantado al tuerto, al perro muerto, a su cartera extraviada, como si pertenecieran al reino de la invencion o la pesadilla; pero ahi estaba de nuevo ese miedo confuso a ser descubierto o tal vez a que se hiciera publica esa parte de si mismo en la que ni el ni nadie habia reparado jamas. Se levanto casi de puntillas para no ser visto, a paso ligero recorrio los primeros metros y una vez alejado de aquella rada hedionda se puso a correr y no se detuvo hasta llegar al Albatros, el unico lugar que le ofrecia proteccion. Salto a la pasarela sin preocuparse de quien habia a bordo, se metio en su camarote, corrio las cortinas de la escotilla, se tumbo en la litera revuelta y se cubrio la cara con la almohada. Solo queria que pasara el tiempo y que el Albatros zarpara de una vez.

Al poco rato oyo pasos en cubierta y voces, y el motor de una barca que se acercaba por la proa. La voz de Pepone que daba instrucciones a Andrea para ayudarle a saltar. Leonardus llamandole, Martin, sal del camarote de una vez. Y la de Chiqui, no seas perezoso, Martin, anda ven, vamos a la cueva azul, llevamos comida y vino. Date prisa.

Habria querido no responder, quedarse encerrado hasta la hora de zarpar, pero de todos modos le descubririan y le forzarian a ir y, sin pretexto para negarse a una insistencia contra la que nada podria, salio a cubierta y se descolgo por la borda hasta poner los pies en la barca.

Tom y los dos mecanicos llegaban a bordo en aquel momento cargados con las cajas de herramientas y mucho antes de que Pepone se alejara, ellos ya habian comenzado a despanzurrar la cubierta para adentrarse en las entranas del motor.

Miro el reloj y no eran mas que las dos de la tarde.

– ?Cuanto tardaran en arreglar la averia? -pregunto a modo de saludo.

– Dos o tres horas -dijo Leonardus-. Entre una cosa y otra no creo que zarpemos antes de las siete o las ocho. Pero podremos llegar a Antalya y tomar el taxi que nos estara esperando con tiempo para llegar a Marmaris aunque sea sin dormir, embarcar en el primer avion a Estambul y no perder la conexion de Barcelona ni de Londres.

– No tengas tanta prisa -le dijo Andrea que se habia sentado a su lado-. Todavia no has salido de la isla y aun pueden ocurrir muchas cosas.

La oyo perfectamente aunque le hizo un gesto dandole a entender que las explosiones del motor habian borrado sus palabras. Andrea le respondio con una mueca de incredulidad, se embutio el sombrero hasta las cejas y se volvio hacia Pepone, que mientras se separaba del Albatros y enfilaba hacia la salida del puerto, proclamaba a voz en grito las aventuras por las que habia pasado el pueblo aquella noche.

– Fue la vieja -bramaba-, encontraron al perro muerto en una de las calles de la colina frente a la huerta donde ella va todas las tardes a recoger hierbas para sus remedios y unguentos. Y no lo ha negado. De hecho ni siquiera ha respondido a las acusaciones del pope, ni siquiera ha dicho con que se habia manchado la saya de sangre.

El tuerto no ha hablado, penso Martin. Nos iremos y se habra terminado. ?Que pueden hacerle a la vieja? Y aunque le hagan ?que puede importarle?, apenas se entera de nada.

– Si no la encierran por eso sera por otra cosa. Hace tiempo que la andan buscando -seguia Pepone-. De hecho no le hace dano a nadie, pero el pope le tiene ojeriza. De todo lo que ocurre en el pueblo tiene la culpa ella. -Con una patada volvio a su sitio la tapa del motor que el traqueteo habia desplazado y continuo-: A poco la matan ayer. Primero la siguieron en sus correrias y luego abandonaron, pero cuando pasada la medianoche los soldados encontraron el perro muerto a golpes de piedra, se reunio un grupo mas numeroso esta vez y comenzaron a buscarla como si fueran de caza. La encontraron casi al amanecer, acucurrada bajo un cimborrio caido en las ruinas del antiguo monasterio. Lloraba sin dejar de canturrear y se secaba las lagrimas con la saya. Dos mujeres la cogieron y la sacaron de alli a empujones y ella, entumecida quiza del tiempo que habia pasado en esa postura, no se tuvo de pie y cayo en medio del corro que se habia formado. La gente comenzo a gritarle y alguien le dio un golpe con un palo. Enardecidos por ello o quiza porque en este pueblo nunca ocurre nada que nos saque del sopor y del aburrimiento, una de las mujeres se lanzo sobre ella: bruja, la llamo, bruja mas que bruja. Los demas gritaban tambien y un hombre, el del estanco, le tiro una piedra. En aquel momento llego el cabo, el jefe del destacamento, y la emprendio a golpes contra la gente que en un minuto se disperso. Si no, la matan.

– ?Tu estabas alli? -pregunto Leonardus.

– Claro que estaba alli, por eso lo se. Pero yo no le eche piedras a la vieja. No tengo nada contra ella, la he visto ronronear y deambular por las calles y hurgar en las pilas de basuras durante anos. No le hace mal a nadie. -Se calo la gorra y continuo-: Se la llevaron al cuartelillo y por lo menos una noche en su vida habra dormido bajo techo. Aunque no duerme. Dicen que ha estado de pie todo el tiempo y que no ha parado de cantar y llorar.

– ?Que le ocurrira ahora? -pregunto Chiqui aunque no espero la respuesta para ir a tumbarse sobre el exiguo sector de la cubierta que quedaba libre en la proa y untarse con aceite y tomar el sol.

– Dicen que el pope la juzgara y que aprovecharan para meterla en la carcel porque por ahi no puede andar mas. Es muy vieja ya, quien sabe los anos que tiene y lleva mas de cuarenta buscando a sus hijos. Por eso lloraba, dicen, porque no la dejaban seguir buscando.

Hasta la hora de cenar no se volvio a hablar de la vieja. Fue el propio Giorgios quien lo hizo aunque poco mas pudo anadir a la version de Pepone. Habia mas gente en el restaurante esta noche, se habian encendido dos bombillas verdes en el emparrado de hojas de vina virgen y la animacion parecia mayor por las voces de los marineros desde la cubierta del barco de Rodas. No eran mas de las ocho pero era ya noche cerrada.

Habian vuelto tarde de la cueva azul entretenidos con las historias fantasmales de Pepone y por ese bano que quiso darse a pesar de todo Chiqui en el agua fria del interior de la cueva, pero el repentino y precoz ocaso del final del verano no les habia sorprendido mas que cuando ya se dirigian a cenar al Giorgios. Les habia dado tiempo aun de desembarcar con luz de dia, saltar al Albatros, recorrer la cubierta esquivando las manchas de grasa que habian dejado los mecanicos y sentarse en la banera a tomar una copa antes de anochecer.

Andrea se habia quedado a bordo y Martin, que habria querido hacer lo mismo, apenas podia atender a lo que se hablaba. Y cuando media hora despues aparecio Tom y les dijo que todo estaba a punto y en orden para zarpar dejo el postre de yogur a la mitad y tampoco espero a que hubiera terminado de cenar Chiqui para levantarse, ni hizo caso de los gritos de Leonardus que habia perdido de repente la prisa y queria abrir otra botella de vino. Se fue con Tom al Albatros a esperar. Los diez minutos que tardaron Chiqui y Leonardus en regresar se le hicieron interminables, aunque no dio muestras de impaciencia por eso ni por la lentitud con que se llevaban a cabo las ultimas diligencias y pagos y despedidas. Hizo esfuerzos por no consumirse ni oir esa voz de la mala suerte murmurando en su oido que todo puede ocurrir aun en el ultimo instante. Y cuando finalmente Pepone desde el muelle solto las amarras y el ruido de la cadena por la proa le indico que podia dejar de mirar la calleja por la que toda la noche habia esperado que apareciera el pope o el cabo o tal vez el tuerto con su cartera porque el Albatros se iba separando de tierra, apenas encontro alivio a su inquietud.

VII

«Verra la morte

e abra i tuoi occhi

Cesare Pavese

Contrariamente a la actitud distante y decidida que se habia prometido mantener y que habia adoptado desde la noche anterior y durante todo el dia, y tal vez movido por un temor o una premonicion que no lo habian abandonado desde que Andrea apareciera en cubierta por la tarde vestida y maquillada, o antes quiza, cuando en la cueva azul habia pronunciado aquellas enigmaticas palabras, asomo la cabeza por la escotilla. El Albatros casi sin balancearse se abria paso en la noche sobre la leve ondulacion de las

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