aguas en alta mar. La calma era completa, lejanas estrellas deslumbradas por la exigua luz que temblaba en lo alto del palo mayor no hacian sino incrementar la inmensidad de su distancia. La trepidacion continua del motor engullia el rumor de las olas y el batir del aire sobre la arboladura, y la monotonia de su ritmo dibujaba una linea recta en la interminable tiniebla del mar. Martin sabia donde estaba Andrea pero tuvo que acomodar la vista para descubrirla en la proa, arrebujada en si misma, cubiertas las piernas con un manton. Ella si podria haberle visto porque llevaba en la misma posicion y en el mismo lugar desde antes de la cena y sus ojos se habrian ido habituando a la paulatina penumbra y a la oscuridad, y finalmente a la apocada claridad de la noche, pero no levanto la mirada ni se movio. Tenia la cabeza baja y al cruzarse la luz con su rostro en un vaiven inesperado vio en su mejilla un reguero de lagrimas brillante, aunque seco como el rastro que dejan tras de si los caracoles.
– Andrea, ven a dormir. Es tarde -dijo en un susurro. Estaba seguro de que le habia oido pero por si el motor hubiera apagado sus palabras repitio con mas fuerza-: Andrea, anda ven.
Mas que desear que fuera al camarote Martin queria obligarla a dejar esa actitud, a decir alguna palabra aunque solo fuera por borrar y desmentir aquellas otras que habian incrementado y distorsionado en el silencio la amenaza que el eco habia estampado contra los muros humedos y viscosos de aquel escenario wagneriano. Un ambito de proporciones desmesuradas y casi tan fantasmagorico como el que les habia descrito Pepone con pomposos adjetivos y elocuentes aspavientos una vez hubo acabado de contar la historia de la mujer de los harapos. La cueva azul, dijo, es un lugar embrujado que encierra todavia misterios por desvelar y fragmentos de historia por investigar. Se dice, y se agachaba bajando la voz al tiempo que reducia la velocidad para que se oyeran mejor sus palabras, se dice que por un extrano fenomeno que ningun cientifico ha podido descubrir aun, el agua que encierra la cueva contiene la mayor densidad de sal que se conoce: no viven en ella ni peces ni aves, ni anidan crustaceos en sus bajios, ni en los escollos se agarran caracolas, ostrones o lapas. Es un agua viscosa, oscura, que deja el aire inmovil de frio, de un frio compacto que no cala, que permanece como un aposito en la superficie de la piel y transforma el bramido del mar exterior en un eco sordo de concha marina gigantesca, en un sonido aterciopelado, envolvente, que cierra el espacio con mayor contundencia aun que las mismas rocas que lo componen. La boveda y las paredes lisas, sudadas y rezumadas, de un azul intenso y oscuro, irisado por la refraccion del haz de luz que se concentra en la monumental arista horizontal de la entrada, fueron carceles donde los turcos llevaban a morir a sus prisioneros. Los dejaban en las resbaladizas plataformas de la cueva con grilletes en los pies y cuando tras dos o tres semanas de haber cerrado la salida con sus naves ponian rumbo a la costa, no quedaba en ella mas que quietud y silencio. Se dice, y reducia aun mas la velocidad al tiempo que bajaba la voz como si fuera a desvelar un secreto oculto durante anos, que se mantienen aun incolumes en el fondo de las aguas sin que ser vivo alguno se haya acercado a roerles el rostro o el cuerpo ni a desgarrarles los ropajes, y que en las noches de tempestad si cae el rayo por levante en el momento que por la misma fuerza de su embate una ola se retira y deja la entrada exenta se produce un instante de transparencia tan diafana que alcanza las simas mas profundas, y el pescador perdido en la tormenta que asista por azar al milagro contemplara un ejercito de hombres y mujeres que oscilan bajo el agua sujetos al abismo por el peso de los grilletes, con los cabellos y las ropas y los brazos flotando al influjo de la corriente, abiertos aun los ojos con el estupor del ultimo instante.
– ?Basta! -habia chillado Chiqui que se habia unido a los demas para escuchar la historia.
Andrea en cambio no se habia alterado, y cuando mas tarde aprovechando la bajamar Pepone habia deslizado la barca al interior de la cueva con un golpe de remo, Martin habia sentido por primera vez esa inquietud que confundio entonces con una nueva arremetida del mismo miedo a volver al puerto y ser descubierto, pero aun asi no habia apartado los ojos de ella. Andrea habia contemplado el azul irisado con extrema frialdad, sin inmutarse ni admirarse, y habia sonreido ironicamente a los gritos de Chiqui al echarse al agua, que retumbaron en las bovedas azules, humedas y espectrales como habia dicho Pepone. Y mientras los demas jugaban con la luz y las voces y se desplazaban con ayuda de los remos y del bichero buscando en vano la transparencia del agua que habia de descubrirles el secreto de sus oscuras cavidades, ella, en un momento de confusion, se habia situado a su espalda. No recordaba exactamente las palabras que murmuro pero la conocia lo bastante para saber que, aunque no explicitamente, le habia venido a decir, y no porque lo creyera sino porque asi queria y habia decidido que fuese, que nuestra suerte esta echada y que por una serie encadenada de errores inevitables vamos configurando nuestro propio destino hasta adquirir poco a poco la certidumbre de que no hay salvacion ni redencion ni siquiera rectificacion. Y no habria podido deslindar donde acababa el consejo y donde comenzaba la amenaza al anadir: «Y yo me cuidare de que asi sea».
Ya no habia dicho una palabra mas, ni en la cueva ni en la barca de Pepone de vuelta al puerto. Habia subido al
Al verla Leonardus, que estaba sentado en el banco de popa haciendo tintinear el hielo de su vaso, sonrio - quedaban todavia en el cielo los tonos rosados que con el fin del verano se inmovilizan en el horizonte a la caida de la tarde y demoran el crepusculo, y a esa luz el blanco de su vestido adquirio tonos de fosforescencia sobre la calidad mate del atardecer- y con la calma de un ave de vuelo lento dejo el vaso sobre la mesa, aparto de sus rodillas con cuidado la cabeza de Chiqui, se levanto, se acerco a ella que se habia detenido en lo alto de la escalerilla y sin tomarle la mano, ni agarrarla por los brazos o los hombros le dio un beso superficial en los labios aunque largo y premioso. Ella le dejo hacer y si cerro los ojos, penso Martin que asistia a la escena sin comprenderla, no fue tanto por concentrarse en lo que estaba ocurriendo cuanto precisamente por quedar al margen de ello.
Luego sin mirar a nadie, con los parpados todavia entornados, paso por su lado con una agilidad parcialmente recobrada, recogio un manton de lino que habia dejado olvidado en el banco y, como si hubiera sido un obstaculo salvado en el camino que se proponia recorrer, desaparecio hacia la proa y de alli no se habia movido. Acepto el whisky que le habia llevado Tom entonces y otro despues de la cena pero no respondio mas que con un gesto vago de negativa a la invitacion de ir al Giorgios a tomar algo antes de zarpar -la noche sera larga, le habian dicho, hemos de navegar hasta el amanecer-, ni levanto la cabeza cuando ya oscurecido se habia puesto el motor en marcha y Tom habia ido a proa a levar el ancla, ni siquiera para mirar como se alejaban las escasas luces del muelle que, aun antes de salir de la bocana del puerto y enfilar hacia Antalya, se habian desmenuzado disolviendo su propio reflejo en una neblina de luz vacilante.
Hasta la hora de cenar Martin no habia caido en la cuenta de que la negativa actitud de Andrea, que despues de la cueva azul parecia vivir para si misma y estar en otro mundo, le inquietaba tanto como el ansia de alejarse de ese escenario donde cada persona podia ser un acusador, cada sombra una amenaza. Leonardus y Chiqui no habian preguntado que le ocurria como si lo habitual en ella fuera no comer, ni hablar, ni siquiera responder cuando se le preguntaba, ni a la hora de cenar Leonardus habia dado explicaciones sobre su extrano comportamiento aquella tarde. Cuando Giorgios, el dueno del cafe, se les habia unido para contarles otra vez la persecucion de la vieja, un acontecimiento inusitado en ese pueblo perdido en el fin del mundo, dijo, Martin, temeroso como estaba, no se tomo la molestia de atender ni de dar conversacion a Chiqui porque no deseaba mas que acabaran de cenar lo antes posible para zarpar de una vez. Pero aun asi, desde su sitio bajo las moreras de la terraza, tenia puestos los ojos en la mancha blanca de la proa del Albatros que no habria perdido de vista por nada del mundo.
Finalmente decidieron zarpar. Sentados los tres en cubierta contemplaron como Tom iniciaba la maniobra y en tierra los hombres soltaban las amarras. El matrimonio habia salido de nuevo al balcon. Habian encendido una luz en el interior de la casa y aparecian ahora a contraluz como sombras chinescas de si mismos ante la humilde bombilla de veinte o treinta vatios, y al separarse la popa del muelle, Leonardus puesto en pie levanto riendo el vaso a su salud. No se dieron por enterados ni cambiaron la direccion de la mirada; inmoviles siguieron el curso del Albatros ajenos a la destruccion a que les sometia lentamente la distancia. Desaparecieron confundidos con la oscuridad y Tom, que habia de estar al timon y ser relevado a las tres de la madrugada por Leonardus, se encasqueto los auriculares, fue a la nevera a por la primera coca-cola, volvio a instalarse tras la rueda y puso proa al mar abierto. Chiqui con cara de aburrimiento y alegando que tenia sueno se levanto y arrastro de una mano a Leonardus. Pero antes de entrar en el camarote se volvio hacia Martin que les habia seguido y le