– No es por Chiqui -repitio pensando en aquel contacto inicial que tal vez consumido en si mismo no habia vuelto a repetirse-, no es por nadie. Solo por mi y tambien por ti. -Desafino de nuevo el gallo en el amanecer que se habia abierto paso en las tinieblas e invadia el mundo. La luz del dia que entraba ahora a borbotones por las escotillas sin que pudieran detenerla las exiguas cortinas de lona, ridiculizaba el mortecino resplandor de la pantalla que Martin habia desviado hacia el techo-. Es por nosotros, por los dos -insistio. Pero Andrea ya no le oia, se estaba desnudando lentamente sin dejar de mirarle y cuando acabo se tumbo placidamente a su lado. Pero no le conmovieron ni la mirada prolongada ni la intencion, ni siquiera la memoria de todas las veces que ella habia actuado del mismo modo cuando desvelaba, recreaba por si misma, la naturaleza de su intimidad tan profunda que borraba los descalabros de su extrana relacion, tan completa que no dejaba lugar para otras voces ni otros ambitos, tan inexorable que auguraba la perpetuidad de su existencia.

Habia llorado y a la luz del dia tenia los parpados rojos e hinchados. Pero por primera vez no vio en ellos el brillo que le incitaba a recuperarla una vez mas, a convencerla, a reducirla, a hacerle confesar hasta que punto estaba en sus propias manos y le pertenecia, ocurriera lo que ocurriera, por grande e infame que fuera el ultraje a que la hubiera sometido. Por primera vez no reconocio en ese rostro el de quien todo lo habia dejado por seguirle, mas bello aun en las lineas de fatiga y dolor, delirio y alcoholismo que el mismo habia impreso en sus rasgos sino solo la cara patetica de una mujer que estaba envejeciendo y dejando el alma en el desmesurado esfuerzo de competir consigo misma.

«Todo termina cuando se agota el deseo, no cuando se nubla la esperanza», recordo y la atrajo hacia si solo por ver como se estremecia, seguro sin embargo de que en un ultimo intento por rendirle iba a fingir una vehemencia que nunca habria podido aflorar espontaneamente ahora, atenazada como estaba por el terror y el orgullo de verse relegada, y porque tambien ella sabia que esas manos ya no eran las que habia visto temblar tantas veces. Y en el juego de simulaciones y distorsiones de un espejo frente a otro reiteraron su doblez hasta el infinito, hasta caer agotados, maltrechos, heridos, avidos aun y humillados ambos por haber dejado patente ante el otro la futilidad de su inutil pantomima.

El potente silbido de una sirena de una sola nota que se habia inmovilizado y horadaba el aire tenia algo extrano, como la insistencia de un cuerno de niebla a pleno sol. Martin abrio los ojos y la memoria dormida aun le lanzo mensajes oscuros e indescifrables que sin embargo le produjeron un dolor agudo y profundo. Alguien habia corrido las cortinas y le cegaba la brutalidad de la luz. Debe de ser mas de mediodia, penso. Andrea no estaba y el desorden del camarote, como una imagen de su propio desaliento, le hirio de forma desacostumbrada. Ruidos confusos llegaban del puerto y del muelle y cuando fueron cobrando sentido recordo que hoy llegaba el barco de Rodas, y entre las brumas de sus ansias dormidas dedujo aun: si asi es traera consigo la pieza que esperamos, con un poco de suerte podremos zarpar esta misma tarde y dejaremos la isla de una vez.

Fue al cuarto de bano y no se ducho sino que se lavo la cara con agua fria porque un papel en el espejo le recordaba que habia que ahorrar el agua hasta que el barco pudiera ir a repostar a la manga, en el otro extremo del puerto.

En la cabina no habia nadie. Habrian ido a comprar provisiones o a acompanar a Leonardus a llamar por telefono, como siempre, penso, nada les gusta mas. Subio un par de peldanos de las escaleras de acceso a cubierta y asomo la cabeza. Un destartalado paquebote levantaba sobre el casco pintado de rojo una chimenea obsoleta, demasiado aplastada, con el anagrama blanco y negro de la naviera que aun le mantenia en vida. Habia iniciado la maniobra dispuesto a abarloarse en el muelle casi frente al restaurante de Giorgios y dos marineros de opereta, con gorros blancos y jerseis de rayas azules, tenian preparada la pasarela desde la borda. En tierra junto a los dos hombres que esperaban para recoger los cabos, treinta o cuarenta personas permanecian inmoviles observando la lenta maniobra. Giorgios habia salido de los confines de su cafe para llevar al barco un carrito de ruedas con que recoger la mercancia. Detras de ellos otras personas se acercaban en pequenos grupos. Se movian todos despacio, como si apenas les dejara avanzar el calor suspendido en unos rayos de sol que a fuerza de exhibir su intensidad habian perdido lustre. El mediodia era turbio y pegajoso.

Martin volvio a la cabina, se sirvio una taza de cafe que encontro aun tibio en un bote sobre el fogon y subio a sentarse en la banera bajo el toldo.

– Este calor nos matara -dijo en voz alta, pero sabia que no era el calor.

Tras el la voz de Andrea le sobresalto.

– Ven -le dijo-, es verdad, hace calor.

No la habia visto cuando se asomo a cubierta ni despues, debia de estar tumbada en un sofa de la cabina.

– Ven -repitio, y le puso una mano sobre las rodillas-, en el camarote hace mas fresco.

Martin, inmovil, se puso en guardia.

– No, estoy bien aqui -dijo, y espero su airada reaccion.

Pero Andrea no insistio. Paso frente a el y fue a sentarse sobre el tambucho apenas protegida del sol por el angulo del toldo que Tom habia amarrado en la cornamusa al costado del palo mayor y como si de repente hubiera perdido el interes por el, se dedico a contemplar el desembarco de gentes y paquetes aunque tenia el gesto despectivo y malhumorado.

En el balcon, el matrimonio habia recuperado su lugar porque el sol alto aun en el cielo metalico habia iniciado un leve descenso y el alero proyectaba sobre el una franja de sombra. La mujer llevaba la bata de flores y el la chaqueta del pijama. Sentados uno frente a otro seguian en la misma tesitura y posicion que el dia anterior, con ese talante irritado, cuajado por los anos en la expresion y en la insolencia con que mantenian ambos el cuello levantado y la cara en direcciones opuestas evitandose; el con las manos cruzadas sobre la mesa estaba atento al barco de Rodas, ella enfrente sin querer verle pero pendiente de lo que hacia suspiraba de vez en cuando y le miraba de soslayo.

Como nosotros, penso Martin. Los humanos nos parecemos demasiado.

– ?Hay cafe hecho? -pregunto Andrea sin levantar la vista.

– Si, queda un poco.

– ?Puedes traerme una taza?

Martin fue a la cocina, le sirvio una taza, puso una servilleta de papel sobre la bandeja y fue a llevarsela. No queria sentarse con ella pero tampoco sabia como irse sin provocar una reaccion violenta que no deseaba, ni queria de ningun modo iniciar la conversacion de la noche anterior. Se quedo de pie apoyado en el palo mayor y penso que en cuanto se hubiera tomado el cafe podria irse con el pretexto de llevarse la taza otra vez. Ella le miro y comenzo a beber a pequenos sorbos como si el cafe estuviera hirviendo.

La aversion se manifiesta a veces imprevisiblemente en minucias que acumulan en si tanta carga como la de las ocultas razones que la motivan. Andrea termino el cafe, se seco los labios con la servilleta de papel, la arrugo y la metio dentro de la taza antes de tendersela, y sin saber por que, Martin la odio por esto.

Se fue de nuevo a la cabina, dejo la taza en el fregadero y, como un nino que escapa a la atencion del maestro, subio las escaleras procurando no hacer ruido, se deslizo por la banera y ya iba a saltar a la pasarela cuando oyo los gritos:

– ?No tienes nada que decirme? ?No decias que hoy me lo contarias todo?

Pero no se volvio, continuo por la pasarela y a toda prisa, sin entretenerse en saber si ella le llamaba, siguio el muelle en direccion contraria a la de la plaza frente a la cual estaba amarrado el barco de Rodas. Camino deprisa por el malecon que por esa parte se iba reduciendo a medida que desaparecian las construcciones hasta deshacerse en un camino cubierto de ruinas y pedruscos, parcialmente invadido por el mar. No habia barcas ni gente y un poco mas alla la central electrica silenciosa y desierta a esta hora condenaba el paso hacia un promontorio que protegia del viento y cerraba la caleta de aguas mansas y turbias donde flotaban y se pudrian los escombros del albanal. Un ponton amarrado de firme que debia servir de almacen mantenia inmovil sobre si una nube de moscas grandes y negruzcas. El puente se habia desmoronado parcialmente y los maderos carcomidos y deshechos por la intemperie invadian el sollado entre sacos y cajones. No habia mas camino que la vuelta, y como no queria volver al barco a quedarse a solas con Andrea o pasar por delante y exponerse a que ella le llamara se sento en el suelo de modo que desde alli no se le pudiera ver y se entretuvo mirandolo para matar el tiempo. Era un barco muy viejo que debio de haber sido una barcaza de pesca, habia perdido hacia mucho la ultima capa de pintura y rezumaba humedad.

De pronto algo se movio entre los sacos y fue entonces cuando fijandose con mayor atencion descubrio un bulto que se desgajaba de aquella extrana amalgama, un hombre enroscado en si mismo, como el que habia visto ayer en el mercado, apoyada la espalda en un cajon y la cabeza doblada sobre el pecho, envuelto en un trapo

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