evidente que no venia en son de paz:
– ?No vas a decirme donde has estado?
Canto de nuevo el gallo en cuatro notas agudas que terminaron en un chirrido y en la lejania las explosiones de un motor rompieron el silencio del alba.
– Te he esperado durante toda la noche -anadio.
– No debias haberlo hecho. -Martin se desperezo y desvio la pantalla hacia el techo. El camarote quedo a media luz-. Ven a dormir -dijo suavemente-. Es tarde -anadio y sin incorporarse alargo el brazo hacia ella.
– Se lo tarde que es, te he estado esperando.
Hubo un silencio.
– ?No me has oido? ?Que estuviste haciendo?
Martin hizo un gesto de cansancio:
– ?Que mas da lo que hiciera?
– Tengo derecho a saberlo, ?no?
– ?Para que? -pregunto sin demasiado interes.
– Soy tu mujer, ?lo has olvidado? -Cerro la puerta y se sento en la cama. Estaba crispada y no tenia intencion ninguna de dormir.
– No, no lo he olvidado -repuso aunque apenas recordaba el paso por el juzgado, casi recien llegados de Nueva York, sin mas testigos que Leonardus, pocos meses despues de promulgarse la ley de divorcio. Si tenia memoria en cambio de su repentina insistencia y de la prisa con que organizo la escueta ceremonia aunque nunca hasta entonces la habia preocupado, y solo mas tarde comprendio que tanta premura bien podia tener por objeto llevarle la delantera a Carlos que despues de haber acabado con los tramites del divorcio habia anunciado por sorpresa su propia boda para fin de ano.
Andrea esperaba aun a que el hablara. Pero el no dijo mas que: «Tengo sueno», y alargo el brazo para apagar la luz.
– No -grito ella y salto sobre la cama para impedirlo. Tenia la cara congestionada de encono y sudor. El aire del camarote era sofocante.
– Entonces voy a poner el ventilador -dijo Martin pacientemente. Busco el interruptor bajo el cristal de la escotilla y lo puso en marcha. Un ritmico zumbido lleno el camarote.
– Apaga esto -chillo ella.
El alargo el brazo de nuevo, volvio a darle al interruptor y cruzo las manos sobre la cintura. Cerro los ojos y penso: cuando muera me pondran en esta posicion.
– No me estas escuchando -dijo Andrea-. Nunca lo haces, te refugias en ti mismo, no hablas, no dejas un resquicio donde yo pueda entrar. Desde tu torre altiva permaneces al margen de todo y actuas sin saber ni el dano que haces ni a que se deben las lagrimas que provoca.
?Como podria saberlo? ?Como podia comprender, si ella no se lo explicaba, aquel llanto incontrolado con el que habia llegado a Nueva York para quedarse con el? ?Como podia dejar de dar importancia a unas lagrimas que por si solas desmentian el proposito de su presencia alli? Durante semanas enteras estuvo llorando sin que lograra calmarse mas que de vez en cuando, cuando el o quizas los dos, tomando como modelo lo que habian sido, se acercaban temblando el uno al otro para convencerse de que los mismos sintomas ocultan iguales pasiones. Y siguio llorando a veces a escondidas, otras repentinamente sin motivo alguno durante dias, anos, hasta ahora incluso, como si todo ese llanto que habia ido cediendo en frecuencia e intensidad, sustituido paulatinamente por extranas enfermedades o indescifrables dolencias que aparecian con fuerza incontenible y desaparecian suplantadas por nuevos sintomas, vertigos, jaquecas, dolores en la espalda, cansancios tan persistentes que la obligaban a guardar cama y a permanecer dias enteros a oscuras, no fueran sino una vena, un manantial de dolor inagotable cuyo origen y persistencia no acertaba a comprender.
Cerro los ojos.
– No te duermas -levanto la voz ella zarandeandole.
El recompuso la posicion y le dijo:
– No chilles, vas a alertar a los demas. -Y torcio la cabeza en direccion al camarote contiguo.
– ?Que me importa a mi que despierten? ?O crees que no saben que has estado toda la noche fuera?
Un soplo de aire truncado o una ola que se desplazaba desde mar abierto producida tal vez por una embarcacion que salia a la pesca, choco contra el casco del barco y les procuro el anticipo de una brisa que no habia de llegar.
– Ven a dormir. Manana hablaremos. Estoy cansado.
– Y manana con cualquier pretexto tampoco hablaras.
– Manana si -dijo-, manana te lo contare todo.
– Manana -repitio ella con sorna-, manana. No has hablado en toda la tarde, ni en toda la cena, pero manana si.
– Nunca hablo mucho, ya lo sabes.
Se hizo de nuevo el silencio.
Andrea se echo el pelo hacia atras y alargo el brazo para tomar del estante la botella de whisky, que destapo y se llevo a la boca con un gesto voluntariamente desgarrado.
– ?Que es lo que te ocurre? -dijo persiguiendo con el reverso de la mano las gotas que se escurrian por la barbilla-. ?Estas harto del barco? -Y sin esperar respuesta-: Ya falta poco, en cuanto traigan la pieza manana, zarpamos. Tienes otro contrato mejor incluso que los anteriores, esa es la verdad. Mira la parte buena. Yo se la veo a lo tuyo, ?no?
– ?Que es lo mio?
– Todo.
– ?Que quiere decir todo?
– Desde que te conozco no he hecho mas que lo que tu querias.
Martin no respondio, ni la miro siquiera.
– ?No me ocupo de tus asuntos? ?No veo una y otra vez los copiones? ?No he viajado por tus tierras?
– De eso hace mucho tiempo. Crei que te gustaba.
– Pues no me gusta, no me gustaba.
Lo dijo por herir, el lo sabia. Estaba en uno de esos momentos de furia contenida en los que no se dejaba llevar de la ira y media las palabras para llegar mas alla del insulto: la desercion de una memoria comun, la retirada unilateral del recuerdo. No, no podia haber sido todo una mentira, lo sabia, ni siquiera una concesion. Y sin embargo ella negaria ahora incluso el temblor de las hojas de los altisimos chopos que descubrio una tarde tumbada en el suelo con la cabeza apoyada en sus rodillas. Fue un placido dia de verano. Bajo el diafano e inmovil cielo azul de Castilla, mientras la brisa oreaba las lomas doradas salpicadas de pacas se le habia desvelado -de esos descubrimientos se nutre el amor, dijo entonces- una forma de mirar, de entender, de desentranar el paisaje, casi de tragarlo y comulgarlo, tan distinta a la indiferencia o la pasividad con que hasta ese momento habia asistido a la naturaleza. Yo soy urbana, repetia enardecida cuando la conocio, soy de ciudad. Y anadia: El amor a la naturaleza es de inmovilistas y reaccionarios, una frase que quiza habia oido repetir a su marido con una intencion polemica que a ella se le escapaba, pero lo decia de una forma tan personal que nadie le exigio nunca una explicacion, ni se la acuso jamas de repetir lo que oia porque, decian, era logico que compartiera con el sus ideas y creencias, ?que habia de malo en que por su talante apasionado las vociferara con mayor entusiasmo y aplomo aun no siendo suyas? ?Que mujer casada con un hombre importante no lo hace?
Como si quisiera ella tambien recuperar la calma repetia cansinamente:
– Ya falta poco, ya falta poco. -Y anadio en un susurro-: Todo volvera a ser igual.
– No -dijo Martin-, nada volvera a serlo.
– ?Que es lo que ha de cambiar? Y ?por que? ?Que ha ocurrido? ?Crees que no me doy cuenta de que esas ganas de aire que te han tenido ausente tantas horas me atanen mas incluso que a ti? Quiero saber que ocurre. Necesito saberlo, ?me oyes?
Martin no respondio.
– Te estoy hablando.
– Perdona -dijo.
– Perdona nada. Escuchame, o habla. No me tortures de este modo. No lo merezco, bien lo sabes. -El tono de voz se habia dulcificado quiza al anadir-: Todo lo deje por ti, todo. -Y se cubrio el rostro con las manos como si no