terraza del bar de la playa, cegados por la luz del sol que habia salido aquella manana mas contundente, mas mortificante, mas intenso, y Andrea en contra de lo previsto le siguio por la noche del dia siguiente en su coche y le llamo nada mas llegar con una voz todavia sorprendida, premiosa y suplicante que no le habia oido mas que en la oscuridad del tambucho de la Manuela, donde tuvieron el resto del verano su punto de encuentro mas alla de la medianoche. Para siempre el olor a salitre habria de quedar unido en su memoria al primer paso de esa relacion imprevista, desordenada, que habian iniciado sin objetivo, sin camino casi, libres pero sin rumbo como voces errantes a la deriva, y que habia de interrumpirse un ano mas tarde cuando ella planteo una ruptura de la que, tal vez para paliar esa injustificada separacion, tal vez para asegurar su conclusion definitiva, tenia previstos todos los detalles.

Pero por una de esas imprevisibles trampas del tiempo, aquellos meses del inicio -como una edad de oro recuperable o por lo menos repetible- ocupaban mucho mas espacio en su memoria que los anos que les siguieron en que se mezclaron y confundieron las horas vacias, los proyectos dejados a medias y las desavenencias y reconciliaciones y su complicada evolucion sustituidos dia a dia por otras que borraban las anteriores sin dejar apenas mas rastro que el de ir avanzando en el inexorable camino hacia la rutina y el reproche, sin comprender tampoco como iban llegando a el, igual que los padres no pueden recordar el rostro de su hijo suplantado en cada instante por el nuevo, de tal modo que si una fotografia no hubiera inmovilizado en la memoria la imagen de una expresion determinada o no contaran con el recuerdo fosilizado de la narracion repetida hasta la saciedad, no podrian rememorar el rostro ni el proceder del nino que contemplaron durante tantas horas.

Aquel primer ano, en cambio, habia quedado tan petrificado en el recuerdo que nada ni nadie habia podido suplantar ni borrar ni desfigurar. Era capaz de recordar con detalles y pormenores cada una de las veces que se habian visto durante el verano, el brillo de una manana no se confundia con el de ninguna otra de las muchas que se habia sentado en el bar de la playa a esperarla -el pueblo vacio aun, las barcas inmoviles sobre el mar plateado que se despertaba bajo el palido sol apenas desgajado del horizonte, una mujer barria frente a la puerta y regaba despues rociando el suelo con la mano y el brillo perdido de alguna ventana al abrirse cruzaba como un rayo la bahia-. La reconocia por su forma de andar en la lejania cuando doblaba un recodo del muelle, un poco echadas las caderas hacia adelante, con esas camisas blancas que siempre eran las mismas y ese cabello exagerado y rizado como largas virutas de metal, mientras aspiraba el aroma de los primeros cafes de la maquina y el chorro de aire imitaba una locomotora de juguete. Y ese inmitigable deseo de volver a verla apenas habia desaparecido, tan intenso y que conocia con tal precision y esperaba con tal temor que a veces asomaba antes incluso de que ella se hubiera ido -la espalda tan expresiva o mas que su rostro- apremiada por unas obligaciones a las que sin embargo parecia no otorgar ninguna importancia, quiza para tranquilizarle a el que vivia atemorizado por la existencia y la posible e imprevista llegada de un marido al que no habia vuelto a ver, y afloraba con tal fuerza que acababa confundiendo la presencia con el anhelo, fundidos ambos en un artificio que apenas podia desterrar el contacto o la voz o la seguridad de saber que estaba ahi mismo.

No hay mas complicidad que la de la madre con su hijo en los primeros meses y la de los amantes durante ese periodo en que no es posible dilucidar donde comienza la piel del uno y termina la del otro, o el calor, y donde se funden los personajes y adquieren alternativamente el papel uno del otro y a veces ambos el mismo confundiendose en la anoranza del que han dejado desasistido y sin ropaje. Todo lo demas son transacciones, pensaba Martin.

Y tal vez porque vivia sumergido en esa inexplicable trabazon no atino a pensar hasta mucho despues que la facilidad con la que lo habia seducido y el sosiego con que se desenvolvia ella en esa nueva situacion por fuerza habian de suponer un pasado tumultuoso que le convertia a el en el simple eslabon de una cadena en la que preferia no pensar. Porque ?como estar seguro de que, protegida por una coraza de bienestar y seguridad, estaba apostando lo mismo que el?

A la hora de cenar, aquel primer domingo solos en la ciudad, no hubo lugar a preguntas. Ninguno de los dos, envueltos ambos en una misma aureola de ternura y de cansancio, podia apartar los ojos del otro ni dejar el contacto de sus manos sobre la mesa y de las rodillas bajo el mantel como si les quedara todavia un punto del cuerpo que no hubiera entrado en contacto con otro del otro cuerpo. ?Donde estaba la separacion, se preguntaba Martin anonado sin reparar en la fuente de gambas que al cabo de una hora, obedeciendo a un gesto de Andrea, se llevo intacta el camarero? No fue hasta mas tarde, en las largas horas de espera que definirian el invierno lluvioso que siguio, cuando habria de intentar descubrir el misterio que habia tras aquella mujer alegre y desenfadada, pero tan cauta, tan reservada, capaz de crear una intimidad tan profunda y al mismo tiempo tan poco dada a la confidencia, que hacia incomprensible su modo de proceder. Sin embargo en raras ocasiones se atrevio a preguntar, no solo porque temia que ella le impusiera sin ambages la barrera que tacitamente habia levantado desde el primer dia, sino porque algo le decia que esos eran otros usos y costumbres, distintos de los que el conocia, donde no quedaban en absoluto delimitados la juerga, el placer, el trabajo, la fidelidad y la vida social. Habia caido en un lugar donde no parecia haber diferencias entre una cosa y otra y donde no forzosamente el amor ilegitimo era vergonzante ni tenia por que ser infidelidad. Le costaba entenderlo porque habia sido educado y habia vivido de otro modo, y nada estaba mas lejos del hogar cerrado, cenudo casi, que el habia conocido, ni ese entresijo de relaciones en el que ella se movia tenia nada que ver con las escasas visitas que se acercaban por la casa del molino, y menos aun la de Siguenza, donde apenas conocian a nadie. Y en los pocos meses que llevaba en la ciudad habia sido testigo de comportamientos tan libres y despreocupados que de no haber ido acompanados por la sonrisa y la indiferencia habria creido que anticipaban verdaderas hecatombes.

Pero durante las primeras semanas de aquel largo verano no hubo lugar para la duda porque no habia mas evidencia ni mas verdad que la exaltacion, la turbacion y la ternura de las horas robadas, el divertimiento y la risa y tambien el brillo de unas lagrimas en sus parpados que en cierta ocasion desvelo el fulgor momentaneo del mar y sus reflejos en la oscuridad del tambucho y que emocionado sorbio como habia aprendido a sorber aquella misma manana los erizos de las rocas, pero cuyo significado ni comprendio ni se atrevio a indagar.

Cuando se ponia a pensar en aquel primer ano que se habia alejado sin nublarse ni fluctuar, se negaba a aceptar aun que tambien las pasiones intensas igual que las medrosas e indecisas estan abocadas a la desintegracion, aunque dejen a veces terribles secuelas, la peor de las cuales es sin duda la de negar esa ley general e inmutable, porque entonces la memoria de lo que ha significado confundida con la conviccion de que por ser de tal calibre ha de perdurar eternamente, impulsa, condiciona y alienta las biografias y todos los actos que la definen en un vano intento de que prevalezca la pasion ya desintegrada y vencida frente a la nada y muestre, contra toda evidencia, su inexistente vitalidad.

Pero mucho antes de que esto ocurriera, Andrea habia recibido ya la segunda de la infinita coleccion de cintas que habria acumulado al cabo de los anos de no haberlas perdido todas como perdio aquella primera apenas un par de semanas despues y como, Martin estaba convencido, habia de perder tambien la elastica de color azul que les acababa de vender el tuerto del mercado.

Ya se habia puesto otra vez las gafas con la cinta cuando resono en el ambito umbroso, desgarrada como un lamento, incierta como un maleficio, la carcajada del hombre que, agotado al rato por sus propias convulsiones, se tumbo de nuevo sobre las losas, se cubrio con la misma tela oscura y enmudecio de repente. Ellos salieron a la luz y amedrentados enfilaron por la pendiente que llevaba a la playa de sarga. No corria el aire y el calor se habia petrificado sobre el suelo de asfalto. Ninguno de ellos hablo mientras se perdian por las callejas vagamente insinuadas por las ruinas con alguna casa reconstruida, incluso con flores en las ventanas, silenciosa y cerrada como una ruina mas. Habian tomado un camino y subian por unas escaleras construidas con piedras que bordeaban el acantilado, pero al llegar a lo alto se dieron cuenta de que no habia salida.

– Volvamos, por aqui no se puede continuar -dijo Martin.

– Si, alla esta el mar otra vez -dijo Chiqui, que llevaba la delantera y senalo la plaza de la mezquita, desierta ahora.

A media ladera Martin se habia detenido.

– Ven, Martin -dijo Andrea entonces-. ?Que estas mirando?

Desde la esquina de un callejon se veia una casa con una parra sobre la puerta. Dos hombres y una mujer sentados a una mesa de marmol bebian vino y en aquel momento la mujer se levanto, tomo consigo la botella vacia y entro en la casa. Apenas pudieron verle mas que la larga cola de caballo cuando la puerta se cerro tras ella. Martin volvio la cabeza hacia el frente, Andrea le estaba mirando a el.

– ?Que estabas mirando? -insistio.

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