edificio vacio ahora y medio en ruinas, y cantaban las adivinas la suerte de los marineros, y mujeres hermosas y altivas envueltas en sedas se acercaban al puerto a despedir a los que partian a paises lejanos. Y del otro lado por la parte de la playa, se extendian hasta el agua huertas bordadas como jardines en cuyos lindes daban sombra higueras, cerezos, albaricoqueros y nisperos, y habia caminos de almendros y vinas verdes hasta el mar, y los pescadores volvian al atardecer cargados de pescado que colocaban como un dibujo sobre las cestas, y de las laderas bajaban los rebanos de ovejas cuya leche agriada envolvian las mujeres con hierbas olorosas y escurrian en panos de lino hasta convertirla en grandes quesos que llevaban envueltos en panos blancos sobre la cabeza, camino del mercado. ?Veis aquello?, y senalo un pilon de cemento en la otra esquina de la plaza junto a una columna medio derruida. Alli habia una fuente con siete canos, y grandes esculturas de la sabiduria, la gracia y el poder, con peces y sirenas y hojas de acanto.

– Este hombre es imparable -dijo Chiqui dando un bufido y al ir a levantarse Martin la retuvo.

– Siempre habia fiesta y alegria -continuo el barquero sin darse por enterado- porque habia dinero -y movio el indice y el pulgar bajo los ojos de Chiqui-, mucho dinero. Veinte mil habitantes tenia esta isla, mas de veinte mil, sin contar con los forasteros que podian llegar a ser dos o tres mil mas. Pero luego vinieron los barcos de vapor y poco a poco fueron pasando de largo, y quedamos abandonados en ese extremo del Mediterraneo. Eso fue el principio. Mas tarde vino una guerra, despues otra. Ahora quedamos apenas doscientas personas. Todos se fueron, a todos se nos llevaron cuando comenzaron los bombardeos. Los italianos nos invadieron, los ingleses los expulsaron a bombas, se quedaron con la isla y la convirtieron en un polvorin. A nosotros nos enviaron a Palestina, al Irak, a Australia. Y cuando todo acabo, aqui no quedo nada ni nadie.

De pronto se callo. Una figura alta y sombria atravesaba la plaza flanqueada por dos perros alanos, fuertes y pardos con las orejas caidas, el hocico romo y arremangado y el pelo corto, que marchaban a su mismo paso vacilante. El hombre llevaba un alto birrete del mismo color de ala de mosca que la sotana raida y una larga barba le llegaba casi hasta la cintura, y aunque caminaba erguido sin mirar mas que al frente era evidente que intentaba conservar el equilibrio. Pero aun asi, formaban los tres un conjunto altivo.

– Es el pope con sus perros que va a tocar la campana de la tarde.

Se hizo un sitio entre Andrea y Chiqui y agachandose como si fuera a contar un secreto jocoso, o quiza temeroso de que el pope pudiera oirle, se tapo la boca con la mano y anadio:

– Siempre esta borracho. Por esto esta aqui, por borracho. Dicen que fue desterrado hace muchos anos pero ahora es el quien manda aqui. -Y recuperando la amplitud de gestos que habia utilizado para cantar los tiempos gloriosos de la isla sentencio-: Como un rey destronado que se erige a si mismo reyezuelo.

– ?Por que lleva esos perros? -pregunto Chiqui a Leonardus.

– Porque le gusta -contesto Pepone-, porque esta loco. En esta isla todo el mundo esta loco. Mira esta -y senalo el muelle-, Arcadia, la visionaria.

Era una vieja alta, delgada, de huesos estrechos y alargados como las sombras, envuelto el cuerpo y la cabeza en un harapo continuo que arrastraba como un manto demasiado largo, del mismo color tostado que la piel de su rostro sin mejillas. Caminaba por el muelle dando someros tumbos y a los pocos pasos desaparecio en un portal o en una bocacalle, era dificil saberlo desde alli.

– Esta buscando su casa. Volvia del pueblo cuando la sorprendio el bombardeo y no logro encontrarla. No habia mas que un inmenso agujero, y desde entonces hurga en las ruinas buscando a sus hijos. -Y se rio-. No come ni duerme jamas, no tiene casa, no habla con nadie la vieja Arcadia, se limita a canturrear y caminar desde el alba hasta la noche cerrada y buscar sin descanso desde hace mas de cuarenta anos.

– Pues vaya isla a la que hemos ido a parar -dijo Chiqui.

Llegaron entonces los dos hombres y el mecanico que Pepone habia enviado a buscar. Saltaron a bordo y se volcaron los tres sobre el motor hablando entre si como si a nadie mas importara la averia. Y entonces Pepone, recuperado su papel de intermediario, se dirigio a Leonardus y despues de reclamarle el pago de la operacion de remolque, le comunico con una seguridad no exenta de cierta alegria que no podrian zarpar por lo menos hasta el dia siguiente, porque no habia en la isla la pieza de recambio que necesitaban. Y anadio que habian tenido suerte, aunque por el tono parecia indicar que no la merecian en absoluto, porque el barco que una vez cada semana hacia la travesia de ida y vuelta desde Rodas, llegaba precisamente los miercoles, es decir, manana. Dimitropoulos, el mecanico, iria a llamar ahora mismo siempre que el telefono funcionara, y ellos, entretanto podian visitar el pueblo, e hizo un amplio gesto con el brazo para dar a entender que algo habria por ver en aquellas calles vacias y aquellas laderas desoladas. El, por supuesto, estaba a su disposicion para llevarles con la barca a donde quisieran. ?Deseaban acaso visitar la cueva azul, la mas hermosa de cuantas cuevas habia en las islas del Dodecaneso? Hoy precisamente era el dia adecuado porque la calma permitiria entrar en ella sin dificultad. ?O preferian manana por la manana cuando la luz del sol, y senalo el lejano segmento de horizonte entre las bocanas del puerto, entrara por la ranura y se polarizara en tonos irisados de color azul? El vivia alla, en la casa ocre junto al cafe. No tenian mas que llamarle y gustosamente les atenderia.

La inmovilidad o quiza la certidumbre de que habian de permanecer al menos un dia en la isla incrementaba el calor que despues del mediodia se habia condensado, y aunque la linea de sombra de la roca se desplazaba ganando terreno a la bahia, faltaba el aire incluso en cubierta. Leonardus se habia quitado la chilaba y habia prendido el ventilador de su camarote, y tumbado en la litera con la puerta abierta de par en par para crear una corriente de aire inexistente, transpiraba y resoplaba como una ballena.

Las dos veces que en el transcurso de la tarde Martin se habia asomado a cubierta no habia visto un alma por el muelle. Chiqui se habia puesto los auriculares de Tom y seguia el compas de la musica con el cuerpo sudoroso mientras los dos hombres hablaban en voz baja como si no quisieran despertar al pueblo sumido en la siesta. Pepone y su barca habian desaparecido.

– Acabaremos deshidratados -grito Chiqui a Martin desde cubierta sin siquiera quitarse los auriculares cuando le vio sacar agua de la nevera.

Hacia las seis dos mujeres con barrenos en la cabeza atravesaron la plaza, como comparsas contratadas para aderezar un escenario hasta ahora desierto y mostrar al publico que la funcion iba a comenzar. Al poco rato el estruendo de la persiana metalica del cafe rompio el silencio de la tarde. Un hombre con delantal blanco sobre la inmensa barriga saco un par de veladores mas y varias sillas que coloco bajo las moreras y un poco mas tarde avanzaron hacia el centro de la plaza tres ancianos apoyados en su baston que tomaron asiento, sacaron de una bolsa un monton de fichas de hueso y las echaron sobre la mesa. El dueno del bar les llevo unas cervezas. Se movian despacio pero nadie hablaba aun, quiza esperando que remitiera el bochorno. Se abrio el balcon de la casa frente al Albatros y un hombre y una mujer ocuparon dos asientos frente a frente separados por una mesa de madera; sin hablar, sin mirarse apenas, se dispusieron a contemplar lo que iba a ocurrir con la inusitada llegada de ese barco al puerto. El vestia una chaqueta de pijama y ella, mucho mas corpulenta, envuelta en una bata floreada, llevaba un panuelo amarillo en la cabeza y se abanicaba con un pedazo de carton.

Entre las brumas del sopor y el sudor, Martin miraba el reloj una y otra vez para cerciorarse de que las agujas se movian, pero el tiempo parecia no tener impulso para avanzar.

Un golpe en la puerta le asusto.

– ?Que ocurre?

– Yo voy a dar una vuelta por ese maldito pueblo -dijo Chiqui con la voz crispada-. ?Alguien quiere venir? Si me quedo un minuto mas en este barco voy a arder.

– No estara mucho mejor fuera.

– Da igual, yo me voy.

– ?Yo no! ?Yo me quedo! -bramo Leonardus desde su camarote.

La sombra de la roca se habia fundido ya con la linea del horizonte. Sin embargo, persistia la luz hiriente del dia sostenida por una humedad viscosa que se negaba a desprenderse de la piel y de los suelos. Graznaron las gaviotas del albanal y como un resorte pulsado por error se puso en marcha la cadencia ritmica de la central electrica.

III

Eran las siete cuando, mas por la esperanza de que con el atardecer remitiera el bochorno que por haber

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