el papel de hijos de Andrea, cuando aparecio ella con el traje de bano del primer dia y, como si fuera lo mas natural que el estuviera tumbado en esa playa porque era el lugar que sus designios ocultos le habian adjudicado, con un gesto de apremio pero asomando a la vez en la comisura de sus labios o en la ternura de sus ojos entornados una expresion de burla hacia si misma quiza o, penso, hacia el que no lograba adecuarse al tiempo y propositos de esa mujer sorprendente, le alboroto el pelo con la mano al pasar y le pregunto cuando ya casi habia llegado al agua con los ninos:

– ?No habras visto por casualidad mis gafas en la sala, corazon?

Se acordo de la cinta en aquel momento y fue al pretil donde habia dejado la ropa, y aunque nada era como habia imaginado le embargo una urgencia feroz por darsela, quiza por borrar asi la zozobra que le habia producido esa inesperada palabra cuya indole no queria dilucidar ahora, ni saber si se debia a la ligereza con que la habia dejado caer o a la presuncion de dar por consumadas en esa historia mas etapas que las que el, en su impaciencia, habria estado dispuesto a aceptar. Volvio hacia ella, que se habia agachado sobre las piedras junto a los ninos, y sin apartar con la mano el pelo que le caia por la frente, se la alargo y dijo:

– Es para ti.

Tampoco habia previsto la mirada de sorpresa ahora al levantar la cabeza, ni el beso breve en los labios asiendole las orejas, ni que le dejara solo con aquellos ninos minusculos que se adentraban en el agua y se zambullian y se alejaban, ni que se tumbara a su lado despues poniendo la cinta en las varillas de las gafas que habia recuperado y las dejara caer sobre el pecho, alargando el cuello para ver que efecto producia ese nuevo e inesperado collar. Y sin embargo todo ocurrio de forma tan natural que esta vez olvido la existencia del marido.

Lo vio luego, casi a la hora de comer, cuando Andrea ya habia vuelto a entrar en la casa.

– Echa una ojeada a los ninos, ?quieres? -le habia dicho al irse.

– Pero…

– No te preocupes, saben nadar, y nunca van demasiado lejos. -Y se fue.

Entonces, doblando el cabo que cerraba la playita por el norte, aparecio el, solo al timon de la Manuela que avanzaba con tan extremada lentitud que cuando dejo el motor en punto muerto apenas acuso la reduccion de velocidad. Fondeo el ancla por la popa y con un par de saltos llego hasta la proa cuando quedaba hasta el muelle poco menos de una braza que salvo de un salto con el cabo en la mano y se volvio con rapidez para detener la barca antes de que chocara con el espolon. Tiro del cabo de proa, lo lazo sobre una argolla, volvio a saltar a cubierta y corrio a cobrar la cadena del ancla para dejar la Manuela amarrada. Nunca le habia visto pero lo reconocio enseguida. Por la seguridad de su parsimonia o de la forma en que levanto la mano y sonrio al saludarle como si las presentaciones ya hubieran sido hechas, o mas probablemente porque tenia los cabellos del mismo color pajizo que los gemelos, Adrian y Eloy se llamaban, le habia dicho Andrea. Estuvo mas de media hora para desarmar el toldo, adujar los cabos, baldear la cubierta, sin prisa alguna ni precipitacion, enfrascado en lo que hacia. Cuando hubo terminado subio por la borda a los dos ninos izandolos por las manos, luego se sento en un banco de cubierta, encendio un cigarrillo, puso una pierna sobre la otra y fijo la mirada en algun punto de la costa a babor sin apartar de el los ojos mientras fumaba con calma y una cierta fruicion. No era muy alto, pero era fornido y tenia el cuerpo solido y la piel tostada.

«Yo no soy mas que un nino», penso Martin.

Y no era en verdad mas que un nino, un adolescente con un cuerpo todavia sin acabar que habia crecido demasiado deprisa y que seguia arrastrando la misma pereza de cortarse el pelo que cuando vivia en Ures y su madre le llevaba a rastras a la barberia cada dos semanas para salir con el cogote rapado y oliendo a colonia de alcanfor. Un pelo claro que ahora le cubria la frente y el cuello de la camisa cuyo color no habia acabado tampoco de definirse, igual que no se habia curtido la piel y apenas habia aparecido una pelusilla de barba en la cara. Tienes la piel lisa de los asiaticos, debes de tener un antepasado asiatico o africano, habia de repetirle Andrea aquel mismo verano tantas veces que acabo adquiriendo conciencia de su propia singularidad, y se agarro a ella para prevalecer sin desazon frente a todos los privilegiados que le rodeaban, mayores que el, con andares mas seguros o torsos mas robustos y que, en lugar de sus dos camisas de ciudad cuyas mangas enrollaba hasta los codos para darles un aspecto veraniego que no podia lograr de otro modo, vestian en cada momento la prenda adecuada -el jersey blanco echado displicentemente sobre los hombros al atardecer, pantalones cortos por la manana y viejos pantalones descoloridos por el uso y el salitre cuando salian a pescar.

Le vio luego a la hora de comer y por la tarde en alguna parte. Era un hombre silencioso pero no adusto y en realidad lo unico que no le gustaba de el es que fuera precisamente quien era. O tal vez esa disimulada atencion que prestaba a Andrea, una cierta indiferencia en el trato sin que se le escapara un detalle de lo que hacia o necesitaba, igual que los padres pueden atender a los movimientos del hijo mientras mantienen una compleja discusion y solo intervienen en el momento preciso en que va a caer el objeto que han agarrado o cuando hay que cerrar el grifo o apartarle del enchufe. Y esa forma de ponerle la mano en el hombro, de cobijarla casi, y con la otra llevarse la pipa a la boca con el aire de un profesor de literatura inglesa que hubiera salido a la puerta con su mujer a despedir unos amigos. Se movia por la casa y por la playa con tal naturalidad, dando ordenes y sirviendo copas que, cuando a su vuelta de Nueva York se entero de que la casa le pertenecia a el y no a Sebastian, comenzo a atisbar la verdadera relacion que le unia a su suegro, aunque ni incluso ahora, despues de tantos anos de vivir con Andrea, podia aun comprender en que habia consistido el vinculo que le habia unido a su mujer.

Pero aun asi y en contra de los funestos presentimientos que la aparicion imprevista de aquel hombre rubio le habia hecho albergar ese mediodia en la playa, antes de acabar el mes de agosto habia aprendido a nadar con la suficiente habilidad como para, al socaire de la noche, llegar hasta la Manuela donde le citaba Andrea cuando apenas quedaban rezagados en las calles y en los bares los camareros habian comenzado a poner las sillas sobre las mesas, cesaba la musica y el pueblo se sumia en el silencio. Lo tomaba con calma y salia de la pension donde se hospedo los demas fines de semana del verano mucho antes de la hora, por la impaciencia pensaba el, pero en realidad se dejaba llevar de la cautela y, consciente de su inexperiencia, queria tomarse su tiempo para echarse al agua, llegar a la Manuela, fondeada apenas a cincuenta metros del muelle y saltar a cubierta sin testigos, porque nunca estaba seguro de no caer cuando, al agarrarse al mascaron, pusiera el pie en el cancamo de la roda como le habia ensenado ella y se aupara para dar el salto sobre la cubierta humeda y resbaladiza. Pero casi siempre ella ya estaba esperandole.

Aquel habia sido un verano de grandes calores. Ni un solo dia entro el viento del norte cuya indomable tenacidad durante siglos habia dejado sin vegetacion, yermas y escuetas, las terrazas de pizarra que se perdian bajo el mar. A mediodia, cuando los tenderos cerraban para tomarse el tiempo de dormir la siesta en las profundidades umbrosas de la trastienda, no se oia mas que los gritos de los ninos en las playas, redoblandose su eco en la calina suspendida sobre el mar, y no volvian a levantar la persiana hasta que en el cielo los vencejos piando alborotados salian de la espesura de las grandes catalpas del paseo y rasgaban el cielo anunciando el atardecer. Por la noche el agua caldeada por el implacable sol del dia entero era tibia y espesa y al nadar a brazadas para no hacer ruido y mantener alta la cabeza se maravillaba de la fosforescencia que creaban en el mar sus propios movimientos.

La primera vez sin embargo no habia ido a nado sino que Andrea le habia recogido en la playa. Ocurrio durante el tercer fin de semana. El miercoles no tenia idea aun de como ir al pueblo, ni siquiera sabia, en contra de lo que habia decidido la primera vez, si realmente podria ir porque Federico estaba de viaje y habia un trabajo urgente en las playas de la Barceloneta el sabado por la noche. Pero Andrea, a la que el creia navegando bajo el sol de sus vacaciones de agosto, le habia llamado por la manana desde la ciudad para invitarle a una cena esa misma noche con una pareja de actores a los que despues ella tendria que hacer una entrevista. El resto del dia se le fue en hacer cabalas y construir proyectos adecuandolos a la evolucion de los acontecimientos que siempre parecian venir a desmentir los supuestos anteriores. Se presento acompanada del amigo de su madre que habia comido con ellos el primer dia que estuvo en la casa de la playa. Llevaba un chaleco blanco y la corbata ancha con grandes flores chillonas mas espectacular aun sobre el inmaculado traje de hilo, la piel morena y el mostacho que le llenaba la cara.

– Es Leonardus, ?le recuerdas?

Desde la mesa del restaurante a donde habia llegado con demasiada antelacion les vio venir riendo y vociferando. Andrea llevaba las gafas colgadas de la cinta y ni la falda estrecha y cortisima ni los altisimos tacones le impedian moverse con la misma soltura con que descalza bailaba sobre las piedras de la playa. Llegaron despues los dos actores, un matrimonio entrado en anos que cumplian las bodas de oro en la profesion esa

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