el papel de hijos de Andrea, cuando aparecio ella con el traje de bano del primer dia y, como si fuera lo mas natural que el estuviera tumbado en esa playa porque era el lugar que sus designios ocultos le habian adjudicado, con un gesto de apremio pero asomando a la vez en la comisura de sus labios o en la ternura de sus ojos entornados una expresion de burla hacia si misma quiza o, penso, hacia el que no lograba adecuarse al tiempo y propositos de esa mujer sorprendente, le alboroto el pelo con la mano al pasar y le pregunto cuando ya casi habia llegado al agua con los ninos:
– ?No habras visto por casualidad mis gafas en la sala, corazon?
Se acordo de la cinta en aquel momento y fue al pretil donde habia dejado la ropa, y aunque nada era como habia imaginado le embargo una urgencia feroz por darsela, quiza por borrar asi la zozobra que le habia producido esa inesperada palabra cuya indole no queria dilucidar ahora, ni saber si se debia a la ligereza con que la habia dejado caer o a la presuncion de dar por consumadas en esa historia mas etapas que las que el, en su impaciencia, habria estado dispuesto a aceptar. Volvio hacia ella, que se habia agachado sobre las piedras junto a los ninos, y sin apartar con la mano el pelo que le caia por la frente, se la alargo y dijo:
– Es para ti.
Tampoco habia previsto la mirada de sorpresa ahora al levantar la cabeza, ni el beso breve en los labios asiendole las orejas, ni que le dejara solo con aquellos ninos minusculos que se adentraban en el agua y se zambullian y se alejaban, ni que se tumbara a su lado despues poniendo la cinta en las varillas de las gafas que habia recuperado y las dejara caer sobre el pecho, alargando el cuello para ver que efecto producia ese nuevo e inesperado collar. Y sin embargo todo ocurrio de forma tan natural que esta vez olvido la existencia del marido.
Lo vio luego, casi a la hora de comer, cuando Andrea ya habia vuelto a entrar en la casa.
– Echa una ojeada a los ninos, ?quieres? -le habia dicho al irse.
– Pero…
– No te preocupes, saben nadar, y nunca van demasiado lejos. -Y se fue.
Entonces, doblando el cabo que cerraba la playita por el norte, aparecio el, solo al timon de la
«Yo no soy mas que un nino», penso Martin.
Y no era en verdad mas que un nino, un adolescente con un cuerpo todavia sin acabar que habia crecido demasiado deprisa y que seguia arrastrando la misma pereza de cortarse el pelo que cuando vivia en Ures y su madre le llevaba a rastras a la barberia cada dos semanas para salir con el cogote rapado y oliendo a colonia de alcanfor. Un pelo claro que ahora le cubria la frente y el cuello de la camisa cuyo color no habia acabado tampoco de definirse, igual que no se habia curtido la piel y apenas habia aparecido una pelusilla de barba en la cara. Tienes la piel lisa de los asiaticos, debes de tener un antepasado asiatico o africano, habia de repetirle Andrea aquel mismo verano tantas veces que acabo adquiriendo conciencia de su propia singularidad, y se agarro a ella para prevalecer sin desazon frente a todos los privilegiados que le rodeaban, mayores que el, con andares mas seguros o torsos mas robustos y que, en lugar de sus dos camisas de ciudad cuyas mangas enrollaba hasta los codos para darles un aspecto veraniego que no podia lograr de otro modo, vestian en cada momento la prenda adecuada -el jersey blanco echado displicentemente sobre los hombros al atardecer, pantalones cortos por la manana y viejos pantalones descoloridos por el uso y el salitre cuando salian a pescar.
Le vio luego a la hora de comer y por la tarde en alguna parte. Era un hombre silencioso pero no adusto y en realidad lo unico que no le gustaba de el es que fuera precisamente quien era. O tal vez esa disimulada atencion que prestaba a Andrea, una cierta indiferencia en el trato sin que se le escapara un detalle de lo que hacia o necesitaba, igual que los padres pueden atender a los movimientos del hijo mientras mantienen una compleja discusion y solo intervienen en el momento preciso en que va a caer el objeto que han agarrado o cuando hay que cerrar el grifo o apartarle del enchufe. Y esa forma de ponerle la mano en el hombro, de cobijarla casi, y con la otra llevarse la pipa a la boca con el aire de un profesor de literatura inglesa que hubiera salido a la puerta con su mujer a despedir unos amigos. Se movia por la casa y por la playa con tal naturalidad, dando ordenes y sirviendo copas que, cuando a su vuelta de Nueva York se entero de que la casa le pertenecia a el y no a Sebastian, comenzo a atisbar la verdadera relacion que le unia a su suegro, aunque ni incluso ahora, despues de tantos anos de vivir con Andrea, podia aun comprender en que habia consistido el vinculo que le habia unido a su mujer.
Pero aun asi y en contra de los funestos presentimientos que la aparicion imprevista de aquel hombre rubio le habia hecho albergar ese mediodia en la playa, antes de acabar el mes de agosto habia aprendido a nadar con la suficiente habilidad como para, al socaire de la noche, llegar hasta la
Aquel habia sido un verano de grandes calores. Ni un solo dia entro el viento del norte cuya indomable tenacidad durante siglos habia dejado sin vegetacion, yermas y escuetas, las terrazas de pizarra que se perdian bajo el mar. A mediodia, cuando los tenderos cerraban para tomarse el tiempo de dormir la siesta en las profundidades umbrosas de la trastienda, no se oia mas que los gritos de los ninos en las playas, redoblandose su eco en la calina suspendida sobre el mar, y no volvian a levantar la persiana hasta que en el cielo los vencejos piando alborotados salian de la espesura de las grandes catalpas del paseo y rasgaban el cielo anunciando el atardecer. Por la noche el agua caldeada por el implacable sol del dia entero era tibia y espesa y al nadar a brazadas para no hacer ruido y mantener alta la cabeza se maravillaba de la fosforescencia que creaban en el mar sus propios movimientos.
La primera vez sin embargo no habia ido a nado sino que Andrea le habia recogido en la playa. Ocurrio durante el tercer fin de semana. El miercoles no tenia idea aun de como ir al pueblo, ni siquiera sabia, en contra de lo que habia decidido la primera vez, si realmente podria ir porque Federico estaba de viaje y habia un trabajo urgente en las playas de la Barceloneta el sabado por la noche. Pero Andrea, a la que el creia navegando bajo el sol de sus vacaciones de agosto, le habia llamado por la manana desde la ciudad para invitarle a una cena esa misma noche con una pareja de actores a los que despues ella tendria que hacer una entrevista. El resto del dia se le fue en hacer cabalas y construir proyectos adecuandolos a la evolucion de los acontecimientos que siempre parecian venir a desmentir los supuestos anteriores. Se presento acompanada del amigo de su madre que habia comido con ellos el primer dia que estuvo en la casa de la playa. Llevaba un chaleco blanco y la corbata ancha con grandes flores chillonas mas espectacular aun sobre el inmaculado traje de hilo, la piel morena y el mostacho que le llenaba la cara.
– Es Leonardus, ?le recuerdas?
Desde la mesa del restaurante a donde habia llegado con demasiada antelacion les vio venir riendo y vociferando. Andrea llevaba las gafas colgadas de la cinta y ni la falda estrecha y cortisima ni los altisimos tacones le impedian moverse con la misma soltura con que descalza bailaba sobre las piedras de la playa. Llegaron despues los dos actores, un matrimonio entrado en anos que cumplian las bodas de oro en la profesion esa
