misma semana, tan habladores que durante la cena estuvo silencioso escrutando con disimulo la direccion de su mirada.

– ?Cuantos anos tienes? -le pregunto ella en un aparte.

– Veintidos.

Le dedico una sonrisa fugaz, un tanto indulgente, consciente de su incertidumbre y timidez.

– ?Que mas da! -dijo al fin respondiendo a una pregunta que en cambio el no le habia hecho.

Y eso fue todo lo que se dijeron en aquella cena interminable que sin embargo ella y Leonardus parecian disfrutar. Despues, cuando le dejaron en casa e iba ya a meterse en el portal, le habia preguntado desde la ventanilla del coche a que hora llegaria ese viernes, con la misma dicharachera naturalidad con que habia querido saber si habia visto sus gafas en la sala, corazon, y el no supo que responder. Fue ella la que, con el tono de quien sabe que sus ordenes por la coherencia y el tono en que han sido dictadas no admiten apelacion, le organizo el viaje con Leonardus, que tenia intencion de ir el tambien a Cadaques el viernes por la noche.

– Yo ire manana -anadio como si diera un detalle sin importancia pero segura de que el habia de oirla-, despues de dejar en el aeropuerto a Carlos que sale para la Argentina.

El viernes a la hora convenida Leonardus ya estaba en la puerta cuando el bajo. Venia en un gran coche negro con chofer y una chica rolliza y silenciosa a la que durante todo el viaje estuvo dando palmadas en los muslos para corroborar cuanto decia. A medio camino se detuvieron a cenar y le bombardeo a preguntas sobre su trabajo y su tiempo libre, como habia comenzado y por que habia ido a trabajar con Federico, y a cada cuestion cerraba los ojos frunciendo los parpados como si quisiera concentrar mas la mirada. La chica apenas hablo en toda la noche.

– ?Cuantos anos tiene Andrea? -pregunto de pronto Martin con la brusquedad y la poca oportunidad de los timidos.

Leonardus rio y dio otra palmada al muslo de la chica, que permanecio inmovil.

– ?Cuantos dirias tu? -pregunto el a su vez.

– Quiza veinticinco, veintisiete -una edad calculada por la que les suponia a los gemelos porque de hecho no habia pensado en ello hasta la noche de la cena.

– Si esos son anos que crees, esos son los que tiene. Yo se los mios, tengo cincuenta y dos. Soy un anciano a tu lado.

Al despedirse, cuando lo dejo en el bar de la playa, le dijo distraidamente:

– Te llamare un dia y a lo mejor hacemos algo juntos.

Martin pidio un cafe y se dispuso a esperar con el convencimiento de que de algun modo Andrea sabria que el habia llegado. Pero a las dos de la madrugada no habia aparecido. Entonces tomo la cuesta de la iglesia donde el mozo del cafe le habia dicho que su padre tenia una pension y se disponia a entrar en ella cuando un grupo de diez o doce personas salio de un bar cercano. Martin no la vio entonces pero ella si, se aparto de los demas y sin que se diera cuenta se colgo de su brazo.

– Te estuve esperando -le dijo.

– ?Donde? -pregunto el-. No veo yo que seas tan impaciente como dijiste en el mar.

Andrea, tal vez por el efecto de las copas o porque el subito encuentro no le habia dado tiempo a hacerse con la situacion, se echo a reir tan sonoramente que en el balcon de la casa de enfrente asomo la cabeza una mujer chillando y conminandoles a callar.

– Ven -dijo entonces en un susurro, y se arrimo a el como si de repente con el silencio le hubiera entrado frio-. Ven -repitio.

– Espera -dijo el apartandola con cuidado, entro en la pension, pidio una habitacion, dejo la bolsa y volvio a salir.

Andrea se habia apoyado en la pared y parecia haber perdido toda iniciativa. Llevaba una casaca muy corta de mangas largas y anchas y unas sandalias con una tira apenas visible, las gafas le colgaban de la cinta azul sobre el escote y la humedad habia encrespado tanto sus cabellos que cuando Martin le tomo la cabeza para acercarla a la suya, por un momento el contacto de esa masa esponjosa borro cualquier otra sensacion. Despues le beso un parpado, luego el otro y le dijo muy quedo al oido: «Vamos».

El mar en calma a los reflejos de las luces de las ribas mostraba el fondo cubierto de algas. Brillaban como manchas en la oscuridad las balizas y los cascos blancos de las primeras barcas fondeadas y tras ellas quiza la intensidad de zonas mas oscuras hacia adivinar otras y otras como telones borrosos superpuestos. Andrea se quito la casaca de algodon y las sandalias y lo dejo todo en el suelo con las gafas, sin apenas preocuparse de ellas, igual que su madre se habia puesto un cigarrillo en la boca segura de que alguien habria de encenderlo, le susurro al oido espera un minuto, vuelvo al instante con la Manuela y se metio en el agua tibia aun de sol. La estela de su cuerpo al alejarse fue ensanchandose hasta que abarco la totalidad de la pequena bahia y el vertice desaparecio en la oscuridad y solo quedo en el aire el rastro de un chapoteo acompasado que al poco rato dejo de oirse.

Se sento en el suelo. El cielo era negro, el agua oscura tenia la calidad espesa de petroleo que adquiere a veces en las noches de bochorno. Le habria gustado saber cual era la Manuela pero para los de tierra adentro, penso, todas las barcas son iguales como son iguales para los miembros de una raza los rasgos de los de otra. En los fines de semana siguientes, cuando ya formaba parte del grupo heterogeneo que se reunia todos los mediodias en la terraza de la playa, y cuando sin saber muy bien que decirles, porque era reservado, silencioso y timido y no tenia ganas de hacer esfuerzo alguno para desmentirlo, asistia pasivo a sus inacabables conversaciones y debates, habria de intentar descubrir los detalles precisos que segun Andrea caracterizaban cada una de las barcas que cruzaban la bahia. ?Ves esa con la proa levantada y popa de espejo? Asi son las barcas de Tarragona. Pero Martin nunca supo que era el espejo de una barca ni una popa de reves, ni logro percatarse de esa diferencia en la altura o el lanzamiento de las proas que al parecer constituia una forma inequivoca de conocer las barcas por su origen. Y al terminar el verano no era aun capaz de distinguirlas mas que por el color de la pintura, por la escalerilla que llevaban adosada, o como mucho, por la altura del cambucho. Nunca pudo, como ella, reconocerlas por la forma de navegar y afrontar la proa la marejada con el sol de frente que oscurecia el contorno de las siluetas lejanas o cuando a la hora del crepusculo se confundia el mar con el cielo y eran apenas una mancha que avanzaba medio escondida por la marejadilla.

Tras el horizonte se adivinaba un palido resplandor de la luna que no tardaria en aparecer. Al poco rato en la lejania rompio el silencio el leve zumbido de un motor y en unos minutos mas aparecio de frente la Manuela acercandose lentamente hasta que la quilla rozo la arena. Desde el suelo la proa se alzaba contra el cielo y ocultaba a Andrea, que al poco asomo la cabeza y le dijo quedamente:

– Anda, sube.

Martin se quito los zapatos y se los dio con la casaca, las sandalias y las gafas, se agarro al botalon con una mano y salto a cubierta.

La Manuela se aparto de la playa en marcha atras. Andrea accionaba la cana del timon y la hizo serpentear entre otras embarcaciones y balizas hasta que tuvo el espacio suficiente para maniobrar, cambio entonces de sentido la cana, la helice bajo el agua hizo un pequeno ruido de remolino y dando un giro casi en redondo la Manuela enfilo las tinieblas.

Desde su asiento, apoyada la espalda en el tambucho, Martin tenia las luces del pueblo de cara y apenas podia ver mas que la silueta de Andrea desnuda, su cuerpo borroso como un sueno y la barbilla levantada para descifrar la oscuridad que se abria desde la proa hasta el horizonte. Cuando al doblar el cabo que cerraba la bahia salieron a mar abierto aparecio la luna, y la vision fantasmagorica de la mujer fue adquiriendo forma hasta convertirse de nuevo en un ser tangible que tenia al alcance de la mano.

El amanecer les sorprendio en una cala cerca del cabo de Creus donde habian fondeado hacia un poco mas de un par de horas. Habrian dado la vida por un vaso de agua y a la brutalidad de la primera luz que no habia logrado devolverles el sentido de la orientacion y del tiempo, los dos tenian la cara desencajada, los ojos rodeados de sombras y la piel temblorosa. Tienes la piel lisa de los asiaticos y los africanos, decia ella y recorria con los dedos la barbilla, y el: ?hasta cuando me vas a querer?, tomandola por las palabras que habia pronunciado aquella noche, ?hasta cuando?, para arrancarle una promesa, un compromiso, para alargar en el futuro el incipiente presente de esa noche magica. ?Hasta cuando me vas a querer? Ella hizo un gesto evasivo con la mano y le lanzo una mirada que le devolvia la pregunta, como si hubiera querido decir, eso depende de ti o a ti me remito o, como llego a pensar alguna vez, hasta donde tu estes dispuesto a soportar.

Martin volvio a la ciudad en el coche de linea del mediodia despues de que hubieron tomado un cafe en la

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