le dejaba leer mi guia y le hacia mirar el mapa, no lo admitio y tuvimos que seguir buscando. Recorrimos el barrio cristiano de arriba abajo y entramos en infinidad de capillas catolicas y en la sede de las once Iglesias separadas de Roma que conviven en Damasco, rodeamos la ciudad antigua extramuros, conocimos y seguimos el curso del rio Barada junto a las murallas de la parte noreste desde la puerta Bab Salam, pasamos por todos los zocos y los barrios mas alejados de los turistas. A pesar del cansancio, yo me reia de su obstinacion.
Agotados por tantas horas de busqueda volvimos al interior de la ciudad antigua y fuimos al Cafe Naufara tras la gran mezquita, donde bajo una cubierta de parra algunos hombres fumaban el narguile, la pipa de agua que pasan de boca en boca sin prisas y con gran voluptuosidad, mientras otros sorbian cafe espeso, conversaban o contemplaban la tarde y el cambio de las sombras de la luz del sol entre las hojas.
Yo tenia una cita a las seis de la tarde con Solange Nassar, una alta funcionaria del Ministerio de Turismo que habia conocido cuando fuimos a visitar al viceministro y que me habia invitado a un concierto. Eran las cuatro de la tarde y desde el desayuno que me habia preparado entre chorros de agua y montones de muebles mi casera Nayat, no habia tomado mas que aquella breve empanada de verduras. Tenia hambre y estaba cansada y ademas no tenia mucho tiempo. Si, no obstante, el suficiente para sentarme a descansar mientras tomaba un te azucarado que curiosamente me refresco. El tiempo suficiente para que Ralph y yo nos contaramos escuetamente nuestra propia historia, nos felicitaramos de habernos encontrado, y de haber encontrado las plantillas dijo el, nos intercambiaramos las direcciones y nos prometieramos escribirnos y volver a vernos.
– No puedo ofrecerte flores -dijo poniendose un poco solemne-, ni se decirte lo mucho que me ha gustado estar contigo; venimos de mundos distintos, vamos en direcciones opuestas, viajamos por motivos diferentes y ni siquiera nos acerca la edad: solo el azar ha hecho que nos encontremos. Soy muy sensible a esas cosas y me gusta recalcarlas aun a costa de parecer estupido y sentimental. Asi que ten, la sortija de la suerte, este sera mi recuerdo -y me alargo un amasijo de anillos entrelazados de distintas formas que, segun explico, colocados convenientemente formarian una sortija compacta donde cada uno de ellos encajaria con los otros a la perfeccion-. No creo que logres armarla -y anadio con suficiencia-, yo no he podido, pero puedes entretenerte durante siglos.
Me puse a mover los aros para ocultar un extrano rubor y porque no sabia muy bien que decir, y a los dos minutos, uno de los arabes que nos habia estado observando se acerco y me pidio la sortija porque debio de verme tan obsesionada por encontrar una solucion que le parecio una deferencia venir y recomponerla para mi. Mientras yo intentaba aprender, Ralph se habia ido al otro extremo de la terraza a responder una pregunta que le habian hecho a distancia, y el sirio me rogo que me sentara a la mesa que compartia con sus amigos.
– Ralph, cuidado con la bolsa, te la pueden robar -le dije desde mi sitio.
– ?Aqui? -respondio riendose-.
No hay cuidado, todos estan vigilandola.
Un sirio que conoci semanas despues, Adnan, me conto que con esa misma confianza, en un viaje a Madrid dejo la bolsa en un rincon de la estacion de autobuses mientras iba a comprar bocadillos y que cuando volvio al cabo de un cuarto de hora se encontro con la policia, mas tres desactivadores de bombas rodeados en la lejania por una multitud de curiosos que otros policias intentaban desalojar a voces y empujones porque creian que una bolsa abandonada no podia ser otra cosa que una bomba camuflada.
No volvi a ver a Ralph en Damasco y cuando al cabo de unos meses, ya en Espana, recibi su primera carta que habia estado dando tumbos por la geografia persiguiendome, se lamentaba, como yo habia hecho aquella noche en mi casa mientras gracias al espontaneo del Cafe Naufara lograba armar la sortija, de que los cuatro dias que le quedaban no los hubieramos pasado juntos visitando una ciudad que era nueva para los dos. En el momento de despedirnos yo no me habia atrevido a proponerselo, quiza porque, aunque tengo y he tenido siempre fe en el imprevisto, me parecia que tres encuentros en un solo dia era un cupo excesivo para mi capacidad de confianza. A veces olvido que el mundo nos ofrece lo que hay y que solo de nosotros depende aprovecharlo o rechazarlo. En otra carta posterior mas larga me conto las peripecias de su viaje a los Altos del Golan, la estancia en Jordania y la vuelta por Egipto, y me prometio que el proximo ano iria a Espana. En respuesta yo le envie una postal de la ventana ante la que habiamos discutido, en la que venia impresa en varias lenguas la leyenda “Ventana de san Pablo”, que segun me escribio mas tarde le habia convencido por fin aunque el convencimiento no le habia aportado la felicidad ansiada.
Y aun ahora mientras escribo estas paginas, tengo a mi lado la sortija desmembrada como el me la dio, que recompondre con paciencia infinita en cuanto haya terminado las paginas que habia previsto para hoy, porque, aunque con dificultad, he aprendido a hacerlo y conservo intacto el interes de aquella tarde soleada.
Hace tiempo que no tengo noticias de Ralph, andara por los rincones del mundo en busca de quien sabe que conexiones con los objetos, los recuerdos y las gentes.
Algo me dice siempre que todo lo que se espera acaba por ocurrir, y de un modo un tanto confuso me parece saber que un atardecer cualquiera, dentro de meses o incluso anos, llamara a la puerta de donde viva yo en aquel momento para contarme de viva voz su ultimo viaje y sus ultimos encuentros. Y yo le mostrare entonces como se arma la sortija de la suerte.
El concierto.
Solange Nassar me habia pedido que nos encontraramos a las nueve de la noche en la puerta del Cham Palace, el unico lugar de la ciudad que yo era capaz de localizar por el momento. Alli estaba, vestida de rojo con una pechera de volantes que en vano trataba de esconder su voluminoso busto y unas gafas con la montura salpicada de puntas de brillantes. Me recibio con mucha amabilidad aunque llegaba con retraso porque, como le dije, habia tenido que ir a casa a cambiarme desde el otro extremo de la ciudad. Era muy solicita pero yo tenia la impresion de que me acompanaba con la cordialidad distante y respetuosa con que los jefes de protocolo acompanan a los ministros y secretarios. Y con este mismo talante, dandome escueta razon de la direccion que ibamos tomando, me llevo en su coche de fabricacion sovietica al Centro de Conferencias, un complejo de edificios, hotel y magnificos jardines situado a unos dieciseis kilometros al sur de Damasco, camino del aeropuerto.
El conjunto construido sobre un monticulo era espectacular. Amplias escalinatas, flanqueadas por fuentes y gigantescos y esbeltos prismas a modo de lamparas, ascendian hasta la cima donde un atrio rodeado de un claustro rutilante de luz daba entrada al auditorio y servia de enlace entre el Centro y el Hotel. Tuvimos que pasar por un largo y ancho pasillo entre dos hileras de enfermeras vestidas con pantalones y blusa de rayas blancas y azules, cofia y delantal blancos y un clavel rojo en la mano, que debian de llevar horas esperando a las autoridades. Aunque no entendia de que concierto se trataba me di cuenta de que nosotras formabamos parte de los invitados de honor porque hasta que no estuvimos en la sala no dejaron entrar al publico ni a las camaras de television que se apretujaban a ambos lados del pasillo.
Me parecia curioso que desde mi llegada a Siria todo el mundo me tratara con tanta deferencia. Pero quiza porque uno se acostumbra pronto al trato preferencial, o porque debi de pensar que eran otros usos y costumbres, no le di demasiada importancia y mantuve los ojos bien abiertos para no perder detalle de aquel espectaculo al que estaba asistiendo. Y como si mi presencia alli fuera lo mas natural me dedique a hacer grandes alabanzas del lugar que de todos modos las merecia. El inmenso auditorio, con un aforo de unas tres mil personas, acabo llenandose. No vi un solo policia, aunque era evidente que las dos primeras filas -nosotras estabamos en la tercera- estaban ocupadas por autoridades de primer rango, buena parte de las cuales me fueron presentadas por Solange con esa satisfaccion y admiracion que tienen los funcionarios por las categorias de sus jefes, como si de algun modo participaran de ellas. Arriba y abajo de los pasillos entre las butacas corrian apresurados los que debian encargarse de la organizacion. Espias, pense yo, o policias de paisano o algo seran si son tantos.
En efecto, tenian el aire de un batallon cuyos miembros, en cuanto comenzo el acto, se alinearon de pie contra las paredes. El proscenio estaba literalmente cubierto de gladiolos, una flor que yo solo he visto en los barcos anclados en puerto y en los congresos. De pronto se abrieron las cortinas del escenario y perdieron intensidad las luces de la sala. Un telon bajo del techo con una pancarta en la que decia en ingles y en arabe: “Inauguracion del Congreso del Consejo Panarabe de Oftalmologia, y aniversario de la Fundacion de la Asociacion Siria de Oftalmologia”, bajo una monumental fotografia del presidente.
Mire a mi vecina, que sonrio con picardia como si yo hubiera descubierto por fin la sorpresa que me habia reservado, y me tendio entonces un programa de cien paginas en papel cuche, muy bien impreso, con los