Ben Amar estaba casado y tenia cuatro hijos, la mujer no habia cumplido aun los treinta anos porque se caso, dijo, a los catorce.
Era rubia, languida y tenia los ojos grises, y llevaba con soltura un velo blanco de encaje, sin anudar, que se arreglaba a cada rato con coqueteria. Su hija mayor, vestida con tejanos ajustados y camiseta, vino a saludarnos sonriente y luego volvio a grandes pasos a sumergirse en los libros porque al dia siguiente tenia examenes. Iba a cumplir catorce anos, me conto su madre, pero aunque tenia cara de nina, aparentaba dieciocho o veinte, tal vez por ese pelo rizado y largo al gusto arabe mezclado con los peinados de las actrices de las series de television americanas. Cuando ya nos ibamos llego un matrimonio amigo y tuvimos que volver a sentarnos y compartir el te y las galletas que nos trajo Ben Amar. El era un hombre gordo de unos cincuenta anos, con un gran mostacho, sonriente y bondadoso; ella llevaba un velo negro que le cubria toda la cara como si fuera lo mas natural.
Para beber levantaba con cuidado el extremo delantero y sorbia el te, luego lo dejaba caer de nuevo y continuaba la conversacion. Los labios temblaban tras las sombras y la voz salia tamizada, melodiosa, sumisa.
Volvimos al coche y a unos cinco o seis kilometros nos detuvimos en un restaurante construido junto a la carretera que corria a media ladera del valle. Se oia el rumor del rio entre los arboles y los arbustos que se entrelazaban formando una barrera de verdor; por encima de nosotros en cambio no habia mas que el monte desnudo y tostado. El restaurante escarbaba en la loma sus terrazas y pasillos que se comunicaban por una serie de escaleras casi verticales adosadas al muro y se sostenian sobre columnas de donde colgaban toldos y cubiertas, de tal modo que en ningun punto de los veinte metros o mas de altura, sobresalian mas de cinco o seis, siguiendo siempre la inclinacion de la pendiente.
El dueno del restaurante nos lo mostro orgulloso y se empeno en invitarnos a comer.
– Gracias -dijo Fathi-, muchas gracias, nos es imposible, tenemos que volver. -Pero fue inutil, todos sabian que de nada sirven en esos casos las excusas sean o no ciertas, porque mayor es el temor de un arabe a ofender a quien le invita declinando la invitacion.
Nos acomodaron en una mesa puesta con manteles blancos y enseguida nos trajeron un te.
Debian de ser ya las cinco o mas y el restaurante seguia lleno, sobre todo de familias con ninos.
Y yo no comprendia muy bien si es que comian a la hora de Madrid o cenaban a la de Bonn.
– Las fiestas no tienen horas para los sirios -me conto Fathi-.
Pueden pasarse el dia entero en el restaurante, comiendo y tomando te o refrescos mientras los ninos juegan en las terrazas. Al caer la tarde iran al rio, y volveran despues a cenar y a charlar al fresco de la noche, hasta que de madrugada regresen a casa con los ninos dormidos a cuestas. Todo este valle esta lleno de restaurantes populares, hay muchos, muchisimos, ya los veras. Y no te preocupes por la hora. Ya llegara manana.
Nos trajeron unos excelentes pinchitos de higado de cordero, pimientos asados, yogur, pepinillos y una cerveza.
– ?Podeis tomar cerveza vosotros? -pregunte al dueno del restaurante que se habia sentado con nosotros.
– ?Por que no?
– Crei que vuestra religion os lo impedia -replique.
– Es que yo no soy creyente, en Siria la gente no lo es especialmente.
– Pero hay muchas mezquitas y siempre estan llenas.
– La mezquita no es solo un lugar para rezar sino tambien para descansar, para aislarse, recogerse, comer o hablar con los amigos.
Debe de ser como el dice, pense, debe de ser cierto que hay gente como el todavia, pero tambien lo es que cada dia hay mas sirios religiosos quiza no tanto por la fe como por seguir una forma de vida y unas tradiciones que temen perder.
E incluso en paises laicos como este los integristas se abren camino con sigilo.
En la mayoria de los restaurantes populares no se sirve mas bebida que el Seven Up, o una cola de fabricacion nacional, y grandes vasos de ‘labne’, yogur liquido que se bebe con fruicion una vez se ha tragado el pimiento picante con que acompanan las comidas, en comparacion con el la guindilla es pura nata. Siria es uno de los pocos paises del mundo donde no se encuentra ni cocacola ni pepsicola, lo que le da un aire un tanto exotico y distinguido.
Antes de llegar a la casa de Nayat y Fathi todavia dejamos el coche otra vez al borde de la carretera y descendimos al fondo del valle junto al rio. Avanzamos los tres en fila sin poder hablar por el fragor de la corriente que se precipitaba en torbellinos junto a nosotros repitiendo una y otra vez su propio eco y creando una atmosfera de humedad y frescor. En ambas margenes, escondidas en una espesura de altisimos chopos y nogales, una retahila de pasos, plataformas, puentes y terrazas de madera sobre el agua, bajo la penumbra recoleta de parras o toldos agarrados a los troncos de los arboles o de cubiertas de obra o de uralita, formaban un laberinto tan inextricable como las callejas de la ciudad antigua. Eran pequenos restaurantes, o tan solo espacios con mesas bajo la parra y junto al rio, escondidos todos en el interior de esa jungla espontanea y domesticada que se extiende umbrosa y humeda a veinte kilometros escasos de la capital.
Nos detuvimos en la terraza mas baja de un pequeno restaurante casi sobre el rio.
– Sobre los dos rios -me gritaba Fathi al oido senalando las dos corrientes.
Efectivamente, el Barada y el Fiji, cada uno de un color y una consistencia distintos, se unen en un esfuerzo brutal de ruido y furia incontenibles. El rio resultante se precipita por su cauce entre el estruendo de sus propios estallidos y arrastra consigo ramas y hojas y piedras con las que tapizara y rellenara las margenes de los remansos y las riberas cuando ya cerca de la ciudad alcance de nuevo la calma.
– A veces -nos dijo uno de los camareros- el rio crece por las lluvias o el deshielo e inunda los comedores que estan junto al agua.
Entonces aprovechamos para limpiar a conciencia los suelos.
Subimos despues a una terraza mas silenciosa y fuimos a saludar a la propietaria, una anciana de piel lisa, ojos azules en un rostro enmarcado en un ovalo perfecto que se cubria el cabello blanco recogido en un mono con un velo de blonda.
Habia paz en sus ojos y era hermosa. Tambien ella tenia soltura en la forma de arreglarse el velo colocado con tal elegancia que mas parecia la inmovilizacion de si misma en el instante de inspiracion del artista que la antigua cocinera del restaurante, una mujer que a los setenta y siete anos tenia siete hijos y tres hijas, doce nietos y cincuenta y seis bisnietos. Y por supuesto nos invito a tomar un vasito de te con menta.
Llegamos por fin al jardin y la casa de Nayat y Fathi. Era un terreno en pendiente de unos dos mil metros cuadrados que ellos mismos habian vallado. En lo alto habian construido una pequena casa con una de las paredes arrimada al muro superior y las demas sostenian estructuras metalicas donde se encaramaban las vinas virgenes para que en verano quedara sumida en la sombra. Era una casa de techo plano como todas, con una cocina y un bano y una sola pieza que hacia las veces de sala y dormitorio.
Nayat tenia pasion por los animales y las plantas. Y entre los dos habian logrado plantar mas de doscientos olivos, albaricoqueros, cerezos, melocotoneros, laureles, alineados en perfecto orden en las cinco terrazas que se sostenian por muros secos construidos tambien por ellos con las piedras que habian ido recogiendo al limpiar la tierra. La casa contigua tenia mas o menos la misma estructura, y las de mas abajo tambien, asi que toda la loma, hasta llegar al fondo del valle era un verdadero vergel. El rio corria escondido bajo los chopos en el fondo del valle, y en la lejana ladera de enfrente, tapizada tambien de pequenas casas y huertas, una mezquita levantaba su alminar y anunciaba cada seis horas la presencia de Ala. Mas lejos, hacia occidente, se alzaba la mole del Antilibano que en esta tarde de nubes movidas y rayos celestiales, con el viento que sucede a veces a las grandes tormentas, tenia reminiscencias biblicas.
El hombre que ayudaba a Nayat y Fathi en la construccion de la casa y en el cuidado de la finca detuvo su labor y nos preparo te y galletas. Al poco rato llego un campesino con la cabeza cubierta con el ‘kufie’, el panuelo a cuadros, y vestido con una chaqueta de paracaidista sobre la chilaba. Habia visto llegar el coche y venia a fumarse un cigarrillo con nosotros y a tomar una taza de te. Luego aparecio una muchacha con sandalias, falda larga, bajo la cual asomaban unos pantalones de chandal oscuro, y panuelo blanco en la cabeza, con un inmenso ramo de mimosas que entrego a Nayat y se sumo en silencio al te. Tenia las mejillas tostadas y grandes ojos negros, sonreia cuando se le hablaba y aceptaba la galleta que se le ofrecia, pero no decia nada. Luego supe que solo tenia trece anos aunque aparentaba dieciocho o veinte.
Mas tarde, ya de vuelta, pregunte a Nayat si el panuelo con que se cubren algunas mujeres puede ser de