Concurso en la Exposicion de Paris”, “Diploma de Honor en 1931”…
El embajador me presento al sobrino del antiguo propietario, un hombre alto de cabellos grises y bigote negro que sonreia junto a su tio anciano ya y casi ausente cuando les hice a los dos una fotografia bajo la efigie de Pio XII y Mussolini. Un hombre que se ha convertido en un habitual de las fiestas sociales de Damasco, acostumbrado a reconocer y charlar con sus clientes como pude comprobar dos dias antes de mi partida, cuando sucia aun del polvo del desierto me acerque a Ghraui a comprar chocolates con pistachos, albaricoques confitados, bombones con sabor a menta y todas las delicias que nunca mas he vuelto a encontrar en los mundos civilizados de los que procedo, mejores que los chocolates suizos, que los finlandeses, en fin, los mejores chocolates del mundo. No solo me reconocio entonces sino que me pidio otra foto, porque en la del primer dia faltaba un personaje de la familia, dijo, otro tio que habia sido el alma del negocio desde siempre. Que un hombre rico, famoso en su ciudad y en su pais, con capacidad de hacerse todas las fotografias que quiera con maquina propia o con las de los mejores fotografos, tuviera tanto interes en que se la hiciera yo, una desconocida que nunca ha hecho mas fotos que las de los viajes y que ni siquiera se toma la molestia de pegarlas en un album, y me rogara encarecidamente que se la enviara, solo podia tomarse por un cumplido de un hombre de mundo. Eran pocas las probabilidades, pero la fotografia salio bastante bien, aunque los cristales del diploma vaticano, quiza avergonzados de mostrar esa connivencia con los fascistas que durante tantos anos la Iglesia se ha empenado en negar, pusieran un pudico velo ante si y el resplandor del flash velara alguno de sus extremos.
Los cristianos.
Desde que san Pablo cayera del caballo en el camino a Damasco hasta nuestros dias, la ciudad ha ido acumulando testimonios de la historia de la Iglesia y de sus vicisitudes mezclados con los de tantas otras religiones. En Damasco como en todas partes las creencias religiosas han sido motivo de guerra, pero ello no ha impedido que durante largos periodos vivieran en paz sus habitantes. Asi en la ciudad antigua, viven aun ahora 3.000 judios mezclados sin problemas con el resto de la poblacion.
En Siria tienen su sede tres patriarcas, y los cristianos que en 1943 constituian el 14%· de la poblacion del pais, apenas llegan ahora al 10%·. En cambio, quiza debido al exodo rural hacia la gran ciudad, en Damasco han pasado de ser 150.000 en los anos cincuenta a 550.000 hoy dia. La mayoria de ellos no han podido instalarse en los barrios cristianos alrededor de Bab Tuma, ni han aceptado las viviendas gubernamentales de los barrios perifericos y se han arrinconado en pequenos arrabales no reglamentados, exclusivamente cristianos, dejando clara no solo la dificultad de integracion de una comunidad cristiana en el conjunto musulman sino sobre todo de la comunidad rural en la comunidad urbana.
En las calles cristianas de Bab Tuma o de Bab Charqui cohabitan once “Iglesias” separadas de Roma, con sus patriarcas y obispos. Hay ademas infinidad de ordenes religiosas con sus conventos y escuelas, casi todas francesas, herederas aun de las de la epoca del Mandato. Los catolicos estan lejos de tener las prerrogativas de entonces aunque viven en paz porque la Constitucion de 1944, promulgada tras la independencia, y mas tarde la de 1955, garantiza la libertad de pensamiento aunque afirman ambas que el derecho musulman es la fuente principal de legislacion, y preconizan que el Estado ha de respetar todas las religiones. Asimismo se garantizan la celebracion de todos los cultos religiosos siempre que no alteren el orden publico. En 1973 el presidente Hafez al Assad, presionado por el auge de los movimientos islamicos, anadio en la Constitucion un parrafo en el que se afirmaba que “el Islam es la religion del Jefe del Estado”. En materia de matrimonio cada comunidad se rige por sus propias tradiciones, aunque a veces, como en el caso de la herencia, se aplica a unos y otros la ley del Coran segun la cual la mujer recibe la mitad de lo que hereda el marido, y un tercio de lo que el marido aporta al matrimonio queda en reserva y va destinado a la mujer en caso de divorcio, asi como las joyas adquiridas por uno y otro durante el periodo que estan juntos. El musulman tiene derecho a repudiar a su mujer, lo que no puede hacer el cristiano que tampoco puede divorciarse. En cuanto a la educacion, puesto que el pais esta regido por el Partido Baaz que es laico, no se admite otra educacion que no sea la del Estado, y los catolicos no pueden tener escuelas a no ser que las dirija un musulman. Hay ministros cristianos en el gobierno, y en general no hay problemas en materia de legislacion en las comunidades religiosas, pero el miedo al avance integrista, tibio aun en Siria, hace temer a los catolicos un fin que segun les parece no puede ser otro que el de abandonar su pais hacia un destino incierto. Sin embargo, a pesar de este sentimiento de inseguridad, los cristianos esperan, como todos, con cautela y temor, el desarrollo de los acontecimientos y aceptan y apoyan a un presidente, dictador bien es verdad, pero que hoy por hoy es el unico capaz de detener una corriente que esta sembrando los demas paises arabes de muerte y de terrorismo.
Era ya tarde para visitar al patriarca maronita y en el sector cristiano de la ciudad antigua, lindando con el barrio judio, las calles se iban vaciando y apenas quedaba un recuerdo del trajin del dia. Nos detuvimos en la iglesia de San Ananias, excavada como una gruta en las rocas con unos dibujos espantosos sobre la aventura de este santo que ayudo a escapar a san Pablo. Entramos despues y nos sentamos como dos fieles mas en los bancos de la iglesia maronita a oir los cantos desganados y un tanto gangosos de las mujeres bajo aquella decoracion recargada y chillona tan cara al catolicismo del siglo XIX, con estatuas dolientes de escayola, flores artificiales, arcos de medio punto decorados con cenefas doradas y luces de neon. Y mientras miraba con disimulo el reloj y esperaba que el embajador diera la senal de retirarnos, repare entre efluvios de incienso que al reves de lo que ocurre en las mezquitas, las iglesias catolicas en general se llenan de mujeres y ninos pero casi nunca se ve a un hombre. El embajador, de pie, alto y corpulento, mas parecia un obispo de paisano que un devoto ciudadano, y antes de cinco minutos se inclino y me dijo en un susurro, ?nos vamos?
Los sufies.
Quedaban en las callejas los hombres que recogian y entraban las mercancias. En el suelo apilados contra las paredes los montones de desperdicios formaban bultos en la penumbra. La ciudad antigua sin la luz de las tiendas tenia un aire un poco fantasmal y el ruido de las puertas persiana rompia el silencio que se iba aduenando de ella.
Algunas sombras blancas se deslizaban silenciosas por las calles desiertas y vimos como una tras otra entraban en un gran portalon que cerraban tras de si con cuidado.
– Son los sufies -dijo el embajador en un susurro-, o los miembros de cualquier otra cofradia mistica que van al ‘Zikr’ o ‘Hadrat’. Casi todas ellas fueron fundadas por poetas y misticos de los siglos XI, XII y XIII, y son muy comunes en todo el Islam. Los hombres visten chilabas blancas y se reunen una vez por semana despues de la ultima plegaria del dia para entonar el nombre de Ala que repiten descomponiendolo en tres silabas una y otra vez, Al-la.ha, Alla.ha, hasta convertir la repeticion en un canto. Y poco a poco por la mera respiracion que brota con naturalidad de su propio cuerpo que balancean al ritmo de la palabra, se unen en una ola de oracion y de comunicacion directa con su Dios que les lleva al extasis. A veces uno de ellos se separa del conjunto y comienza a dar vueltas sobre si mismo, se pierde su imagen en el torbellino de su propio voltear y surgen los tambores y los cimbalos para unirse a la plegaria de un solista que entona alabanzas a Ala y que repiten hechizados los fieles. Hasta que van calmandose los efluvios de piedad y poco a poco vuelven todos a tierra. Entonces el hombre, separado de nuevo de su Dios, emprende el camino de vuelta a casa, tranquilizado y sereno, esperando en paz la proxima union.
Cerca del Palacio Azem, entramos por una puertecita a un zaguan alfombrado y de alli por una estrecha escalera excavada en la roca, al comedor del “Umayad Palace”, una gran sala bajo arcos, atestadas las paredes y el techo de platos, fuentes, lamparas doradas, tapices y objetos de cristal del mas puro gusto arabe donde, mientras cenabamos un ‘kebab’ con pimientos fritos y ensaladas diversas, una orquestina acompanaba a dos hombres y un nino sufies que, vestidos con falda acampanada blanca, amplia faja roja, capelina sobre los hombros y gorro turco, daban vueltas sobre si mismos con los brazos extendidos y transformaban en malabarismo aquel acto de santidad y transporte, ante el asombro de los nacionales y extranjeros que llenaban el local.
Las mujeres sufies.
Tambien las mujeres tienen sus cofradias y se reunen una vez por semana para orar. Fue Teresa, la mujer de Adnan, quien me lo dijo cuando a los dos dias, despues de haberles llamado yo, me invitaron a su casa a