en la ciudad, barrios residenciales con escuelas, bibliotecas y servicios, y se abrieron grandes arterias para la circulacion, pero ni entonces ni despues ni mas tarde se ha preservado el oasis. Los primeros en desaparecer fueron los jardines entre la ciudad y la falda del Casiun. Se multiplicaron despues los barrios de edificacion espontanea y acelerada donde habia habido vergeles y cultivos y se construyeron talleres en los jardines y en las huertas, e incluso fabricas en la parte oriental del Guta.
El oasis ha cambiado: una distribucion administrativa ha convertido las alquerias en pueblos y los pueblos en ciudades. Las casas ya no son construcciones de piedra en forma de dado, sino edificios de cemento de varios pisos. Los grandes nogales que bordeaban los caminos se han cortado y se ha vendido la madera y los caminos se han transformado en autovias o autopistas por las que discurren cientos de autobuses y coches, perdido para siempre el equilibrio entre Damasco y el oasis, la reserva de hortalizas, frutos y arboles que protege la ciudad del desierto. Enloquecidos los sucesivos regimenes, como los de nuestros paises, por dar a los campesinos una estructura de vida urbana que para ellos no significa mas que una forma de vivir que no comprenden y unos usos a los que no estan hechos, subestimaron el problema y ahora la fetidez de los canales muestra la insuficiencia de las aguas para la ciudad y el oasis que la rodea.
Dos son los rios que arrancan al desierto el oasis de Damasco: el Barada que nace en el corazon del Antilibano y que durante 71 kilometros serpentea hacia el este por las lomas de una planicie a 700 metros de altitud; se precipita despues al pie del Casiun y atraviesa la ciudad para seguir luego su curso y detenerse 40 kilometros mas alla, en el lago Atenbe. Y por la parte sur del oasis, el Aawah que nace en el monte Hermon, se desliza por el Guta y desaparece en la depresion de Hijane, hacia el sureste.
El Antilibano es un macizo calcareo que corre paralelo al mar, cuyas nieves abundantes al fundirse en primavera alimentan seis grandes afluentes y cientos de canales, algunos de ellos de la epoca de los arameos, que se abren en abanico en la planicie creando un semicirculo de fertilidad al pie del Casiun, en el oasis.
Masas de grandes chopos esconden el curso profundo de esos rios silenciosos de aguas grises que no han tenido tiempo de perder el color de los rios de montana, y que dejan a su paso tal exuberancia que se suceden en las laderas de los valles los albaricoqueros, los cerezos y la vina. Crecen las rosas en los bordes de los caminos y las enredaderas floridas se encaraman a los balcones hasta formar sombras espesas sobre puertas y ventanas.
Hasta los anos cincuenta bastaba y sobraba con el Barada para dar agua a los damascenos y para regar las huertas. Pero para compensar la perdida de cultivos debido al avance de la construccion se permitio a los campesinos regar en exceso durante la epoca de calor lo cual, junto con las necesidades crecientes de la ciudad, hace que el Barada sea insuficiente tambien para regar, y aunque este prohibido los campesinos cavan pozos cada vez mas hondos para encontrar agua porque el nivel de la capa freatica va descendiendo de forma alarmante.
Para el consumo de la ciudad ha habido que contar con el agua de otro rio, el Fiji, que en un alarde de ingenieria hidraulica se ha fundido con el Barada aguas arriba de este. Ni el Aawah ni el Fiji nacen tampoco en territorio sirio, sino en el Libano, lo cual demuestra hasta que punto Damasco es vulnerable en materia de suministro de agua, un problema real del que los damascenos no parecen querer darse cuenta. La derrochan en los lavados y regadios como hicieron sus mayores cuando el Barada bastaba con creces para las necesidades de un pueblo tan dado a la limpieza que se abrian las compuertas de los canales para inundar las plazas y los patios de las casas y las mezquitas de la ciudad antigua y dejarlas por lo menos dos veces al ano, como los chorros del oro.
– Solo nos queda la espesura umbrosa del Barada y los pequenos restaurantes para solaz de la poblacion -me dijo Fathi, mi casero, con los ojos llenos de ironia al verme tan preocupada.
Era viernes, la fiesta semanal de los arabes y yo me iba con ellos de excursion. Y anadio:
– Vamos alla y veras que hermosura.
El valle del Barada.
Bajo las antenas de radio y television en lo alto del monte Casiun, que cierra como una amplia concha toda la ciudad por el norte, hay una carretera que corre a media ladera desde la que se contempla la ciudad. En anos anteriores, segun me habian contado y dicen aun las guias, esta carretera estaba poblada de pequenos bares y cafes donde los damascenos iban a contemplar la caida de la tarde sobre la ciudad, a tomar el fresco y el te y a charlar con los amigos o colegas. Pero yo he llegado tarde y ahora no hay mas que las ruinas de las pequenas construcciones que los albergaron, curiosos como yo, y mucho mas alla, hacia el oeste, algunas barracas de familias nomadas o gitanas, cuyas mujeres persiguen a los paseantes para decirles la buenaventura. En vano espera la ciudadania que el estado o las fuerzas vivas de la ciudad les comuniquen por que cerraron esos cafes y que es lo que va a construirse en su lugar. Como en todos los regimenes donde el pueblo no interviene en la cosa publica, los rumores hacen las veces de informacion: construiran un hotel tan bello como no hay otro en Siria, venderan los terrenos a los magnates de las multinacionales que poco a poco van llegando al pais, lo convertiran en un parque donde no se admitira, como antes, el jolgorio y la prostitucion…
Pero nadie sabe de cierto lo que ocurrira.
Esa tarde, la cuarta o la quinta desde mi llegada, el cielo estaba movido y en la lejania, mas alla de los ultimos edificios, caian trombas de agua como cortinas dantescas bajo unos golpes de luz tan precisos entre las nubes que en la planicie que se extiende hasta Jordania el horizonte parecia el horizonte del mar. La lluvia se iba acercando velando el aire hasta que de pronto se desplomo la cortina sobre los alminares de la gran mezquita y todo quedo en la penumbra. Pero fue solo un instante, por el este algunos rayos biblicos se abrian paso ya entre las nubes y rasgaban el cielo, y cuando ceso la tormenta dejo tan ancho sobre nosotros y tan diafano el ambiente, tan impoluta la atmosfera, que podia verse la ciudad como un plano en relieve y las pequenas bandadas de pajaros y las lineas de las calles perdieron la proporcion en la inmensidad del aire. Olia a tierra mojada, a aromas indescifrables y a verdor. Era primavera y Damasco estaba inundada de rosas, rosas de profundo olor, rosas de todos los colores, grandes rosas romanticas, a lo largo de las avenidas, en los balcones y, tapizando parterres, rosas bellas y olorosas que en el mundo occidental solo se encuentran en los concursos, en las postales y en los invernaderos, y cuyo aroma quedo congelado o fue robado para embotellarlo.
Bordeando el Casiun por el este nos dirigimos hacia el valle del Barada por la autopista o, mejor dicho, la autovia que va a Beirut. El monumento al soldado desconocido se levanta en medio de un espectacular llano donde se cruzan en arcos varias carreteras que desaparecen luego cada una por su valle, entre paseos, palmeras, jardines, lomas de montanas talladas en terrazas con arboles recien plantados. En lo alto de la otra montana que protege la ciudad por el sureste, Kenzo Tangue construyo hace unos anos el palacio de recepciones del presidente, que se adapta a la montana como un lienzo para no quitarle una curva, una loma, un angulo y mantener intacto su perfil.
Siguiendo el curso del Barada, visible por la mancha verde que serpentea entre colinas, se llega a la media hora a un minusculo pueblo llamado Jumbraia donde Fathi y Nayat estaban construyendo la casita que querian mostrarme. Pero antes de detenernos en ella se adentraron en el valle para que yo viera la vida que se esconde en sus umbrias profundidades y para visitar a unos amigos.
– Sera para nosotros un honor que conozcas a nuestros amigos -me dijo Nayat que ese dia llevaba los ojos pintados con el cajal negro que compra en el zoco Hamidie.
El aire estaba perfumado con la fragancia de la retama, y salpicaban el paisaje los rojos tenebrosos de los claveles de olor y de las lomas cubiertas de amapolas. A partir de este momento me olvide de los nombres de los pueblos y las direcciones de los caminos, porque Fathi cruzaba aldeas y alquerias por atajos dificiles de encontrar en el mapa.
Nos detuvimos ante la casa de Ben Amar, su amigo y contratista, me dijo Nayat, un oriundo del Iraq que les suministraba el material de construccion. Entramos en una gran habitacion de la planta baja con grandes puertas abiertas a la calle. Tenia en un rincon una mesa de escritorio gigantesca y un sillon, y en la pared de enfrente varios butacones forrados de terciopelo adamascado donde se habian instalado dos hombres que fumaban el narguile. Me hicieron sentar tambien a mi, me preguntaron si queria fumar y trajeron te. Ben Amar me mostro las fotografias de su padre en la pared, un hombre alto y con bigote vestido con chilaba corta y pantalones ajustados junto a una fotografia del presidente. Del techo colgaba una lampara de cristales de colores, plantas, tiestos, y sobre una mesa de cristal un ventilador con un forro de volantes de puntillas, esperaba los calores del verano.