ancestros.
Se trata en realidad de los banos turcos que, con infinidad de matices propios y de tradiciones concretas, pueden encontrarse en otros muchos paises arabes y mediterraneos. Estos banos de la ciudad antigua, en general los ocupan en dias alternos hombres y mujeres.
Empujamos la doble puerta y nos encontramos en una sala principal con un surtidor en el centro, flanqueada en los otros tres costados por habitaciones abiertas y alfombradas tambien, ‘liwanes’ elevados del centro por unos tres o cuatro peldanos, cada uno con un largo banco y perchas en las paredes.
Alli es donde las mujeres se desnudan y dejan sus ropas para pasar luego por pasillos estrechos con suelo de losas de marmol y luz cenital, al recinto de los banos.
El bano es ademas de un acto higienico indispensable, un acto social. Para muchas mujeres la vida social se reduce a salir algun dia con sus maridos a la caida de la tarde, y con los ninos o la familia siempre, los rezos en las mezquitas, y los banos. Poco mas.
Pero los aprovechan. Grupos de mujeres y ninos forman corros en el suelo ante las piletas de agua caliente que manan sin cesar y con cuencos se la echan sobre el cuerpo unas a otras. Se lavan el pelo, se restriegan hasta quedar coloradas, juegan y charlan y hasta se llevan la comida que extienden en el suelo y comen con calma, borrosas por el vapor de agua que llena todo el ambito. Los anos han dejado lisas y lustrosas las paredes de piedra que tienen ahora la calidad de marmol tostado y brunido. El vaho y la luz que entra en rayos oblicuos y altos por las lumbreras de las pequenas cupulas que se levantan sobre las salas encadenadas, darian al lugar, con sus entradas y sus recovecos y las mujeres tumbadas en los rincones, un aire misterioso, si no fuera porque los gritos de los ninos, las voces de ellas, el choque de los cuencos contra el suelo o las piletas, e incluso el olor a pepino, retumban como ecos superpuestos contra los muros y el lugar se convierte en un caos monumental. Para entenderse no queda mas remedio que chillar tambien.
Las mujeres estan distendidas, entre ellas ya no tienen que cubrirse, y me dice Teresa que sus conversaciones son tan libres e incluso a veces tan procaces, que rien a carcajadas sin temor ni pudor y nadie diria que son las mismas que caminan por la calle con los ojos bajos y la cabeza cubierta. Ahora, solo con bragas o desnudas, van echandose cuencos de agua y cuando la piel se reblandece ya esta dispuesta para el masaje.
Una vieja beduina con la cara tatuada, el pelo mal recogido en un mono del que se escapan guedejas mojadas, con un lienzo negro chorreando atado a la cintura y los pechos colgando vacios, rasca espaldas y piernas con un guante de crin hasta arrancar las escamas muertas y dejar la piel roja pero lisa y suave como la seda.
Nosotras compartimos la pileta con una mujer damascena que trabajaba en una empresa extranjera y llevaba biquini porque su pudor ya era occidental, y habia venido por primera vez a los banos para acompanar a una muchacha neoyorquina cuyo aspecto androgino contrastaba con los grandes y blandos volumenes de las madres arabes desparramados por el suelo. La americana, una vez que se echo varios cuencos y se lavo el pelo, ya no sabia que hacer. El tiempo para ella era de otro orden, volvia a aclararselo una y otra vez porque no entendia estar tumbada sin otra cosa que hacer que echarse agua y hablar, mejor dicho gritar. La mujer arabe reia y chillaba enloquecida cuando la americana le pregunto donde estaba la ducha de agua fria. Nunca me he duchado con agua fria, decia, y Dios me libre de hacerlo. La americana le conto que no podria ducharse sin acabar con agua fria, sobre todo al volver de esquiar, y como una vez en Suecia tuvo que romper el hielo para meterse en el agua helada de un lago despues de una sauna. Resultaba ahora tan exotico lo que contaba a gritos para hacerse oir, con una voz que sin embargo, quiza por falta de costumbre quiza por el temblor de los ruidos en ese espacio cerrado, no alcanzaba a hacerse un lugar en el bullicio, ni en el vaho humedo y caliente, ni en la luz de rayos altos y horizontales que dulcificaba las figuras y los rostros y convertia el lugar en un sueno. Aqui no cabia hablar de mas nieve que la de los esplendorosos tiempos del pasado, la nieve para el deleite, para el placer, para conservar los manjares o atemperar la piel, no para la brutalidad y la agresion del deporte: nieves que los arabes traian desde los paises septentrionales viajando de noche y ocultando de dia los mulos cargados de hielo en las grutas profundas que jalonaban los largos recorridos, para llegar a los palacios de los califas con una minima parte de la carga inicial. Una entre las mil exquisiteces de que disfrutaban los arabes cuando los occidentales estabamos sumidos aun en las llamadas tinieblas de la Edad Media.
Habiamos pedido a la vieja beduina que viniera a masajearnos.
Tres veces juro por estos ojos que las proximas seriamos nosotras, pero otras mujeres se le ponian delante y aunque ella juraba, chillaba y protestaba, a nosotras nos olvidaba. Llevabamos tres o cuatro horas, quien podria saberlo, en este lugar y habiamos comenzado a perder el sentido del tiempo. Ya no molestaban los gritos de los ninos, ni el eco de las conversaciones que se deformaban de pared a pared. El placer del agua tibia, el cuerpo distendido, tumbadas y apoyadas contra esas paredes del siglo XI donde tantisimas mujeres antes que nosotras habian hecho lo mismo, dejamos correr el tiempo y perderse su nocion sin reparar en que quiza este fuera despues de todo el gran placer que ya casi nos esta vedado a los occidentales.
Cuando volvimos a la sala principal para vestirnos, estaba llena.
Junto a nosotras dos chicas jovenes parecian esperar a alguien y una de ellas con un nino comenzo a interpelar a Teresa. Estas casada. Quien es tu marido. Ah, es sirio. De que aldea, de que familia, de que clan. Paso luego a interesarse por el mundo occidental y se reia al oir las respuestas.
La hermana que estaba a su lado tenia esos ojos grises que solo he visto en Siria, gris transparente, felino y misterioso, pero eran ojos tristes, ojos sin proyectos, pense, o tal vez son los ojos de una mujer cansada porque acaba de parir su primer hijo y tiene a la madre y a la suegra junto a ella marcando su camino y su destino. Pero aun asi eran tan hermosos que le pedi permiso para hacerle una foto. Me dijo que si con la cabeza y enseguida fue a ponerse el panuelo, pero yo lo interprete como una coqueteria y dispare. La chica al darse cuenta se sento desolada a punto de llorar mientras la suegra y la madre la reganaban, me dijo Teresa, por haberse dejado fotografiar sin panuelo. Ella apenas protesto y no intento siquiera defenderse. Yo no sabia que hacer y no podia comprender que cosa tan grave habia ocurrido. Teresa me lo conto tras salir en defensa de la chica, porque para esas mujeres no importa andar desnuda ante las otras mujeres, pero ante los hombres, con excepcion de los que no se pueden casar con ella, marido, hijos, padre o hermanos, no hay que mostrar jamas ni un solo cabello, y una foto quien sabe quien puede verla.
Sin embargo hice una foto a la matrona que regentaba el lugar, sin velo, y a su hija, que a todas luces estaba a sus ordenes y seria su heredera. Hijas sumisas, a la sombra de sus madres, que jamas tendran ocasion de rebelarse, sin otro destino que ensenar a su vez a sus hijas el recto camino de la docilidad, el inamovible sendero de la vida, el que los musulmanes han dictaminado que escogio para ellas el Profeta hace ahora dieciseis siglos.
Mi destino en la taza de cafe.
Adnan me habia prometido llevarme aquella misma tarde a ver a Yamid, un amigo que me leeria el destino en el poso que el cafe deja en la taza. O sea que cuando Teresa y yo volvimos a su casa, ya estaba el esperandonos para salir.
Teresa se quedo a preparar sus clases y el bajo conmigo a la calle y tomamos un taxi.
Cuando logramos salir del atolladero del centro nos metimos por la avenida Bagdad desde donde entramos en el barrio cristiano, nos apeamos en la plazoleta Al Itiyad junto a Bab Tuma y nos acercamos caminando a la peluqueria donde Yamid trabajaba. Pero Yamid no estaba. Estara en su casa, nos dijo otro peluquero, en la ciudad antigua.
El barrio estaba muy animado, eran las siete de la tarde y en la calle no cabia una persona mas, lo que no impedia que siguieran circulando a marcha de hormiga los coches que se abrian paso con el sonsonete ritmico de sus bocinas. Parecia un dia de fiesta. Habia pocas mujeres con panuelo, pero las habia, musulmanas que habian venido a comprar, porque las tiendas, resplandecientes, abiertas y animadas, tienen fama de ser las mejores del pais. Los chicos, de dos en dos o de tres en tres, paseaban cogidos de la mano saludando a los amigos y deteniendose a charlar. Y las mujeres con mujeres tambien, aunque fueran cristianas, con el cabello al aire, largo, encrespado y rizado, y a veces incluso con tejanos.
Las peluquerias cierran los lunes porque son las unicas tiendas que estan abiertas los viernes, me dijo Adnan, y para que la gente lo sepa dejan el tendedero para secar las toallas en la puerta.
Los viernes cierran los musulmanes, los judios cierran los sabados, los domingos cierran los cristianos, los