Cuando llegue al hotel no era mediodia aun pero ya habian almorzado y tenian una prisa exagerada por visitar el valle del Orontes.

– El Orontes es un rio muy largo, de unos 366 kilometros, que nace en las montanas del Libano y desemboca en Turquia, carino -dijo Teresa mientras se abrochaba el cinturon.

– Asi es -asintio un poco burlon Adnan.

A Teresa se le desperto de pronto ese sentimiento vago de querer demostrar cuanto sabemos sobre un asunto determinado con la intencion no tanto de informar, como de mostrar lo poco que saben los demas. Y continuo:

– El Orontes, que en arabe se llama Nahr al Assi y significa rio rebelde, nace en las montanas del Libano cerca de Baalbeek, y desciende hasta entrar en Siria donde le detiene al sur de Homs una presa construida en el segundo milenio a.C. Hoy dia, convenientemente modernizada, se llama lago Qatina. El Orontes sigue en direccion norte, atraviesa Homs y mas tarde Hamma, y alli se diversifica en mil corrientes que antano dieron lugar a una zona pantanosa, cuya desecacion y canalizacion iniciaron los griegos, siguieron los arabes y hoy han terminado los holandeses y los rusos con un credito del Banco Mundial. Es ahora una de las zonas mas fertiles de Siria donde se cultiva el trigo, la cebada, la remolacha azucarera, el garbanzo, el girasol, el comino y toda clase de arboles frutales. En su ultimo tramo, el rio llega a la parte turca que los sirios no reconocen, pasa por Antioquia y desemboca en el Mediterraneo.

– ?No querias informacion?

– pregunto Adnan volviendose hacia mi-, pues ahi la tienes -y anadio-: Ahora entraremos en el valle del Orontes.

– Tambien el valle es muy largo -interrumpio Teresa- de hecho es una region que se extiende de norte a sur en una superficie de cuarenta kilometros cuadrados. No podremos visitarlo de arriba abajo, ya lo sabes. Hemos de estar en Salamiye a las ocho de la tarde y ya son cerca de las dos, asi que vosotros vereis.

– Podriamos ir a Afamia, ?quieres? -dijo en tono conciliador Adnan, pero no pudo resistir la tentacion de disparar un dardo a su mujer-: Afamia no es tan larga.

Teresa no se arredro:

– Ni tan larga ni tan ancha.

Las ruinas de la antigua ciudad de Afamia -y se le puso la voz un poco nasal- se encuentran a unos cincuenta kilometros hacia el norte, una cordillera en la extremidad mas oriental del valle.

– ?Todo esto lo has aprendido de memoria en la guia antes de salir? Ahora comprendo por que hemos tenido que esperarte -dijo Adnan solo por molestar, estoy segura, porque el sabia de sobra como conocia su mujer este valle, Afamia y el pais entero, y tanto ella como el solo estaban aqui por deferencia hacia mi. Y sin embargo…

– ?Esperarme a mi? Fuiste tu el que perdiste…

Me eche hacia atras para no verme obligada a descifrar los misterios de la convivencia, volvi la cabeza hacia la ventanilla y deje que el viento se llevara sus palabras. Habiamos salido de la ciudad y corriamos por una carretera muy estrecha y concurrida que en direccion norte corria paralela al rio y bordeaba el ancho valle en su parte oriental. La fertilidad de las tierras bajo el sol heria los ojos, los chopos despeinados por el viento se levantaban en larguisimas barreras junto a los canales escondidos bajo los lirios y los junquillos. Tras ellos, grandes extensiones de campos amarillos del sol de junio habian quedado desiertos por la fiesta y el trigo, en buena parte segado ya, yacia amontonado sobre los rastrojos. Mas alla extensiones de girasoles levantaban como un ejercito sus tallos duros y ufanos y sus corolas abiertas porque este habia sido un ano de lluvias. En las aldeas algunas casas tenian pintada la ‘kaaba’ como senal de bienvenida a los que habian ido a La Meca y habian de volver esta semana. La carretera y los caminos estaban llenos de coches, de carros, de motos, camiones y camionetas y del trotecillo de las mulas: las familias iban a visitarse y se obsequiaban unos a otros con bebidas a la sombra de las higueras, junto a la ropa tendida y las pieles de cordero que seguian ondeando al sol y secandose en las azoteas. Al campo no habian llegado los fundamentalistas: las mujeres no iban veladas sino muy pintadas, todas vestidas con trajes largos de saten o damasco de colores vivos y tocados en la cabeza, y los hombres llevaban chilabas impolutas con la chaqueta encima y se cubrian con grandes turbantes de colores, o con el panuelo a cuadros, el ‘kufie’.

En Damasco no habia visto una sola moto. Al parecer estaban prohibidas debido a que alguien considero que eran peligrosas. Aqui en cambio las habia de todas las epocas y de todos los modelos. Nos seguian las motos adornadas como caballos enjaezados y las madres montadas en ellas nos mostraban orgullosas a los bebes que llevaban en brazos. Algunas motos llevaban familias enteras, padre, madre y cuatro hijos. Vi a un tipo conduciendo con una sola mano porque en la otra llevaba una nina en brazos.

Los que montaban las mas grandes, las carenadas, zigzagueaban apabullando al trafico con la cara envuelta en lienzos como los tuaregs del desierto, o los antiguos beduinos cabalgando en sus camellos.

Afamia.

Se dice que en los tiempos antiguos el faraon Tutmosis II venia a este valle y a estas tierras a cazar elefantes y que fue aqui donde mil anos mas tarde Anibal enseno a los sirios a utilizarlos con fines belicos. Fue tambien aqui, en el extremo este del valle y sobre una pequena cordillera, donde Seleucos I, lugarteniente de Alejandro Magno, fundo hacia el ano 300 a.C. la ciudad de Afamia, que en la epoca romana llego a tener mas de 120.000 habitantes. Entre sus grandes glorias que conocen todos los vecinos figura la visita de Marco Antonio y Cleopatra a su vuelta de una campana contra los armenios en el Eufrates. No quedan sino ruinas de aquella ciudad que incluso ha perdido su nombre glorioso. Hoy dia Afamia se llama Qalat al Mudiq.

Las ruinas son en su mayor parte de la epoca griega y romana porque, poco antes de la invasion arabe, en el 636, la ciudad fue arrasada por los persas. En un monte cercano se mantienen aun en pie las fortificaciones de la epoca de los cruzados que dominan todo el valle, el rio y los canales que desecaron los holandeses, los altos montes tras los cuales se extiende el llano y mas alla el mar, y al frente sobre la cumbre de la montana, los dos kilometros de la columnata de Afamia del siglo II se destacan en la linea del horizonte como un desfile de hormigas.

Poco recuerdo de este primer viaje a Afamia. Adnan y Teresa, con una prisa de ningun modo justificada, me hicieron entrar en primer lugar en el edificio del museo, un antiguo y monumental ‘jan’, la posada arabe para hombres y animales, y casi a paso de marcha recorrer sus cuatro naves abovedadas.

Apenas tuve tiempo de sorprenderme por el aspecto escorado y asimetrico de la arqueria, ni por las losas bizantinas del patio donde crecian las flores amarillas de la manzanilla olorosa. Ni menos enterarme de la historia del acueducto y de la princesa de Afamia que un guia estaba contando a una pareja de bulgaros.

– ?Como sabes que son bulgaros?

– me pregunto Teresa.

– Son bulgaros que trabajan en una presa nueva del Eufrates, he oido que se lo contaban al guia -replico Adnan-. Pero no nos entretengamos, vamos a llegar tarde.

– Si, vamos a llegar tarde -repetia ella.

– Pero, ?a donde hemos de ir?

– preguntaba yo-. Dejadme que oiga la historia de la princesa de Afamia.

– No es mas que un cuento -dijo Adnan-, el cuento de siempre. El cuento de la princesa que ofrecio su mano a quien llevara agua a su palacio y a su ciudad.

– Y ?quien se la llevo?

– El principe de Salamiye hizo construir el acueducto, llego el agua a palacio y se caso con la princesa.

– En aquel momento, y mas tarde tambien, para ser principe bastaba con tener varias docenas de ovejas - anadio Teresa que no tenia el dia romantico.

Nos habiamos metido en el coche y estabamos subiendo la cuesta hacia las ruinas. Fue un paseo rapido por la columnata donde vuelan los vencejos y anidan las aguilas bajo los capiteles, plagado el suelo de tiernas amapolas rojas y piedras milenarias que fueron una vez el templo de Baco. Tuve un instante para abandonarme a esa sensacion de plenitud que provocan los grandes espacios abiertos, las cordilleras y el eco de los cantos en los valles profundos, cuando son escenario y continente de unas ruinas que mantienen incolume la armonia a traves de los siglos y la destruccion.

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