las condiciones, tomo la iniciativa y me invito a su casa a tomar un cafe.
– Esta a la vuelta de la esquina -dijo en su peculiar, casi anticuado frances que de todos modos hablaba muy bien-. A mi mujer le gustara conocerla y sera para nosotros un verdadero honor -anadio con una tonadilla que me sono a ritual.
Y despues de mantener la vista fija en la mia aclaro-: Somos armenios -como dando a entender que no tenia por que preocuparme.
Recorrimos las intrincadas callecitas del barrio Chaalan sorteando transeuntes y puestos de verduras y frutas, el unos pasos delante de mi, yo siguiendole sin lograr alcanzarle, no se si debido a que no sabia caminar junto a una mujer que no fuera la suya o porque tenia los pasos mas largos que los mios. Las calles estaban atestadas y las tiendas abiertas acogian frente a las mercancias a multitud de mujeres y hombres charlando y comprando. Nos metimos por una puertecilla angosta y subimos una escalera tan empinada que tuve que detenerme a la mitad para tomar aliento. En el techo altisimo de la sala de entrada funcionaba un ventilador de aspas aunque no hacia demasiado calor, y de un tubo de calefaccion, casi tocando a la historiada moldura de yeso, colgaban los retratos de los antepasados en distintas y solemnes ocasiones.
Desde la puerta me senalo a su mujer, que cosia en el balcon que daba al mercado y que al vernos se levanto y vino a saludarme. La hija salio por otra puerta y me dio la mano. Habia en las dos una rara sumision, no ante el jefe indiscutible de la familia, sino mas bien ante quien hay que complacer por temor a que cualquier detalle pueda irritarle. Lo descubri por la mirada de Setrak que no dejaba de escudrinar el ir y venir de las mujeres de la sala a la cocina con la tetera, las tazas, una fuente de galletas caseras y otra de frutas e incluso cuando se retiraron discretamente al balcon. Ante este despliegue de atenciones no me atrevi a regatear y cerramos con facilidad el trato para un viaje de cuatro dias. Cuando me levante para irme me sentia un poco incomoda: por una parte estaba convencida de que Setrak me habia dado un precio excesivo y por otra me echaba en cara a mi misma dudar de su buena fe y de su hospitalidad. Y para rematar mis dudas, la mujer al despedirme me obsequio con una cafetera armenia de cobre con soporte incluido que envolvio en grandes cantidades de papel de periodico.
Setrak me acompano muy serio a casa en un taxi para saber con exactitud donde vivia, me dijo, porque las senas que le habia dado no le bastaban y del plano no se fiaba, y anadio:
– Asi me sera mas facil ir a buscarla el martes a las nueve como hemos convenido.
Yo tenia la vaga sensacion de que en algun momento habia cometido un error o habia dejado algo por hacer, pero nunca imagine que lo que veladamente se me recriminara, como Setrak habria de echarme en cara varios dias despues, fuera que hubiese aceptado sin rechistar su tarifa y ni siquiera me hubiera tomado la molestia de proponerle un nuevo precio, es decir, de regatear.
Mas tarde lo comprendi: el regateo no es un sistema para practicar o evitar la estafa y el abuso, sino una forma de establecer la equidad, de encontrar el punto que conviene a uno y otro, el sistema de saber hasta donde se puede llegar en los dos sentidos, de saber los medios y las intenciones del contrario, y de darle a conocer los nuestros. En definitiva, un arte del que tras ofrecer, objetar, rechazar y volver a ofertar, emerge un precio que no deja en el vendedor la sensacion de depredador ni en el comprador la de haber sido enganado. En su primera propuesta Setrak habia subido la tarifa, seguro de que yo iba a hacerle la consabida contraoferta, y por esto me invito a su casa, para que con una taza de te y tiempo por delante yo pudiera regatear y oponerme, y a mi en cambio, con mi mentalidad occidental, el hecho de haber sido tratada con tanta deferencia me habia provocado el efecto contrario. De ahi que se mostrara malhumorado, porque ahora se veia obligado a cobrarme un precio excesivo que de ningun modo habia tenido intencion de imponer. Y por mucho que durante el viaje quiso arreglar su parte del desaguisado con los pistachos, las frutas confitadas, los cacahuetes con que lleno el portamaletas, y las bebidas e incluso la charla, como en el fondo de su corazon me consideraba la verdadera culpable, dejo aflorar a todas horas su resentimiento, y yo que desconocia el origen de tanta aspereza no pude dar pie a la reparacion: el mal estaba hecho y ya o habia lugar para que germinara la cordialidad y la amistad.
IX. La costa del Mediterraneo.
Lo encontre limpiando la carroceria de su coche color crema en la puerta de mi casa a las nueve en punto de la manana. Segun las condiciones que habiamos establecido, el viaje habia de durar cuatro dias y si todo funcionaba bien le contrataria para visitar todo el pais.
Aunque me habia parecido una persona de trato poco facil tenia la esperanza de que ante esta perspectiva reprimiria su mal talante.
Pero ni siquiera cuando comprendi lo que le tenia tan irritado, pude apearme de la conviccion de que el caracter, como las ideas y las creencias, acaba por aflorar y no hay intereses de ningun tipo que puedan con el. Lo supe en aquel mismo instante, cuando le di la bolsa de viaje y me sente en el asiento delantero. Me fulmino con la mirada sin anadir una palabra al escueto buenos dias que, sin embargo, habia dicho en espanol. Fruncio el ceno y su rostro adquirio una mueca rigida de malhumor que durante esos cuatro dias habia de alternarse a partes iguales con la conversacion.
Salimos hacia el norte por una hermosa autopista que corre en parajes amplios al pie de los 2.814 metros de la cordillera del Antilibano despues de haber recorrido de este a oeste la falda del Casiun en la zona norte de Damasco.
Habia chicos y chicas a la puerta de las escuelas, vestidos con el mismo uniforme que en Europa utilizan los soldados, de color caqui oscuro, casi verde, con pantalones y camisa con charreteras. La educacion en este pais es laica, mixta y obligatoria, y en la universidad hay mas o menos el mismo numero de chicos que de chicas, decia uno de los folletos que me habian dado en el Ministerio de Turismo.
El cielo estaba neblinoso, la gran fabrica de cemento extendia el polvo sobre las inmensas ciudades dormitorio que rodean Damasco por el norte, formando un telon de fondo los edificios de hormigon de veinte pisos, con las universales y raquiticas terrazas que el progreso concede a los marginados de la sociedad. Tras ellas los vergeles, las lineas de cipreses y eucaliptus, dibujaban corrientes de agua en lo que quedaba del oasis.
A medida que avanzabamos hacia el norte, los montes a nuestra izquierda, coronados por una piedra mas oscura y mas dura de aristas descubiertas por las lluvias y los vientos, se perfilaban frente al sol como sombras de castillos en la cumbre. Aparecieron despues amplias laderas con cipreses, pinos y abetos recien plantados en una campana por ganarle la batalla al desierto que, sin embargo como en nuestras latitudes, avanza todos los anos. Algunas torres de agua lejanas y las canteras despanzurradas y huecas van modificando el perfil de las montanas. El resto es desierto, y mas alla montes sin arbolado.
Setrak llevaba cincuenta kilometros sin hablar y apenas respondia a mis preguntas. De pronto alargo el brazo derecho sin dejar de mirar al frente y exclamo:
– ’Jan, Jan’, alli.
Mire en la direccion que me indicaba y vi en una vaguada de arena y tierra ocre, una solida construccion cuadrada con un gran patio central, en piedra bien conservada y con portalones cerrados.
Setrak se limitaba a dar informacion con monosilabos:
– ’Jan’, posada para hombres y animales. Muy antigua. Abandonada.
?Vaya viaje!, me dije sin hacerle demasiado caso.
Maalula.
En un cruce nos desviamos hacia el oeste por una carretera mas estrecha que asciende a los montes Calamun, a 1.500 metros sobre el nivel del mar donde se encuentra la ciudad de Maalula. Es un pequeno pueblo cuyas casas, construidas unas sobre otras y pintadas en distintas intensidades de azul cuelgan de las escarpadas paredes de roca como “un nido de aguilas”, dicen las guias. Una zona que a pesar de las invasiones sigue siendo catolica y donde se habla todavia el arameo, la lengua de Jesus, repiten sus habitantes muy ufanos, la lengua que domino el Oriente desde el siglo I a.C. hasta el siglo VII de nuestra era. De los muchos conventos, santuarios y sepulcros que excavados en la roca se mantienen en pie, dos son los mas visitados: el de San Sergio, construido a raiz del Edicto de Milan por el que se concedio libertad religiosa a los ciudadanos del Imperio romano, y el de Santa Tecla.