Damascus”, pense: Setrak lleva 80 kilometros comiendo pipas. Yo habia dejado de hacerlo hacia rato en un esfuerzo de voluntad del que me sentia orgullosa.

Al salir de Maalula, Setrak habia puesto entre los dos asientos una bolsa de papel llena de pistachos, garbanzos secos, pipas, almendras y cacahuetes, tan sabrosos y crujientes que era casi imposible resistirseles. Al verme comer durante los primeros kilometros le habia cambiado la cara; luego, cuando me detuve, insistio varias veces para que continuara, y al comprender que yo ya no iba a tomar mas, recupero la expresion hurana.

En Siria, y me parece que en todas partes, a los hombres les gusta ser protectores y amables con las mujeres pero se irritan si no les hacen caso. Y eso no quiere decir que todos tengan mujeres sumisas. Ni siquiera en Siria: hay mujeres casadas que son jefas de empresa, directoras de departamento y hasta investigadoras y ministras.

Pero comienza a ocurrir que algunos sirios se sienten tal vez un poco incomodos al ver que ellas van mas deprisa en el camino de su propia autonomia que ellos en perder el lastre paternalista de los siglos.

Homs.

Llegamos a Homs, una ciudad industrial situada en un valle tan fertil que de pronto el suelo se habia cubierto de verde intenso, pequenos riachuelos descendian por las laderas, y junto a la carretera corria repleto un canal. Antes de llegar a la ciudad se sucedieron en los populosos suburbios las casas con patios cubiertos de hiedra o pampanos, los eternos primeros pisos sin acabar con sus hierros mirando al cielo que se utilizan para sostener la parra. En una plaza y sobre un elevado parterre lleno de calendulas nos recibio un presidente en bronce de tamano natural que levantaba las manos en un gesto de bienvenida.

Homs es una hermosa ciudad con amplias avenidas de platanos bajo cuya sombra deambula la multitud.

Empujados sus habitantes, o su alcalde, por el ansia de modernizacion, han condenado a muerte la gran plaza del zoco: se van a derribar los edificios antiguos, se va a cruzar de avenidas y se van a construir rascacielos de hormigon para albergar a la poblacion que no cesa de llegar del campo. En pocos anos se convertira en un barrio anodino, mugriento y descascarillado, como todos los que forman los cinturones de las ciudades populosas del mundo.

Desde Homs, Setrak tomo la autopista para ir a Crac de los Caballeros, un castillo de los cruzados reconstruido y que visitan los turistas. Me apetecia poco, pero nos cogia de camino y pense que alli podriamos comer. Cuando le pedi que tomara la carretera, Setrak me miro mal.

– No hay carretera -dijo.

– ?Como que no hay carretera?

– le dije mostrandole el mapa. Pero Setrak miro el mapa con displicencia. Conocia el pais como la palma de la mano, dijo, porque llevaba mas de treinta anos recorriendolo, no solo desde que compro ese coche de color crema, sino mucho antes, con las primeras prospecciones de petroleo, luego con los ingenieros rusos que construyeron la presa del Eufrates y ahora con los representantes de todas las multinacionales. Para demostrarmelo saco de la guantera un album enfundado en plastico que contenia las tarjetas de las personas a las que habia acompanado. Insisti en lo de la carretera pero no se dejo convencer. Dijo:

– ?No querias comer en Crac?

Pues vamos a comer a Crac.

Para hacerme obedecer habria tenido que violentarme, asi que como la autopista corria un poco alta por un valle tapizado de verde, con toda probabilidad uno de esos valles biblicos donde mana leche y miel, no insisti y el sonrio satisfecho, no se si por haberse salido con la suya o por haber logrado enganarme.

El paisaje cambiaba. Habiamos dejado la carretera que se dirige al norte para tomar la ortogonal hacia el oeste, hacia el mar, por un valle frondoso y exuberante: teniamos a la izquierda las estribaciones longitudinales de los montes del Libano y de la cordillera del Antilibano con sus picos de dos mil y hasta tres mil metros, que mantenian algunos ventisqueros blancos en las cumbres entre las que se abria un valle estrecho y profundo donde el Orontes se deslizaba hacia el norte; a la derecha las primeras colinas de la cordillera As Sahiliye, que se levanta a poco mas de mil cuatrocientos metros a lo largo de la costa hasta llegar a Turquia, y al frente, no visible aun pero a menos de cuarenta kilometros, el Mediterraneo que no habia visto aun desde mi llegada. La hierba cubria las lomas casi hasta la cumbre, masas de abetos daban al paisaje la calma y la seguridad de los espacios fertiles y sin embargo seguia teniendo ese aspecto de desorden tan caro a los arabes, con las construcciones a medio hacer, las calles de los pueblos y aldeas sin acabar, descampados mezclados con vergeles, piedras y pedruscos tapizando los prados, monumentos en todo lugar y por cualquier motivo con sus banderas como nuestros campings, y plasticos, plasticos por todas partes volando sobre los campos, tapizando los caminos, encharcando los arroyos, temblando prendidos en las cercas y las alambradas que les habian detenido.

El Crac de los Caballeros.

Cerca ya de Tel Kalay se divisa en lo alto de la cordillera la silueta de una fortaleza impresionante. Nos internamos entonces en un valle que asciende serpenteando entre pueblos mas prosperos, aunque el paisaje urbano y rural no cambia. La gente seguia en la calle, los ninos se jugaban la vida ante el coche y a veces teniamos que detenernos porque una vaca se negaba a moverse. Chopos, nogales, frutales en flor, las alfombras en el balcon en una eterna limpieza a la que no importan las basuras desperdigadas en la calle fangosa.

Cantaban los pajaros en las frondosidades verdes de los montes mientras seguiamos ascendiendo, atravesando pueblos y riachuelos y molinos de viento con aspas de metal, como los que todavia se encuentran descascarillados en Espana, apenas una ruina que aparece de pronto en el paisaje. Y me preguntaba si un dia nosotros volveriamos tambien a ellos para ahorrar energia, como los sirios van haciendo, porque pasamos a continuacion por una fabrica de herramientas que produce energia solar para si misma y para suministrar la necesaria a los pueblos adyacentes. Mas casas a medio hacer en espera del hijo o el hermano o el marido que ha de volver con el ansiado dinero para el segundo piso, casas entre vinas, naranjos, olivos, cerezos, adelfas, granados, higueras y ropa tendida y gallinas por los prados y mas calles sin asfaltar. Iglesias, pocas mezquitas ahora, con cupulas sobre columnas y campanarios que dejaban ver las campanas al trasluz. Y como en todo el mundo las mujeres, dobladas sobre la tierra trabajando en el campo, mientras los hombres tomaban te y hablaban con los amigos en la puerta de la casa. Setrak dijo que los hombres han de descansar para poder hacerles hijos a las mujeres, no menos de diez o doce, anadio, y sonrio mirandome por el rabillo del ojo con tal picardia que se le cambio por completo la expresion de la cara.

– ?Para que tantos? -pregunte para desviar la intencion.

– En la ciudad no hace falta tener hijos -respondio-, pero en el campo los hijos son manos para trabajar.

– ?Los hijos o las hijas?

Setrak devolvio su rostro al entrecejo habitual consciente de que habia resbalado y estaba hablando por boca de sus abuelos. Yo miraba a los muchachos que ya desde jovenes, desde ninos casi, aprenden a sacar el taburete y la mesa a la puerta de la casa, bajo la parra, para charlar y comer pipas y pistachos y tomar el te con los amigos, como sus padres. Las chicas, en grupos, iban y venian del campo con bultos y cestas en la cadera o en la cabeza, o se doblaban sobre las lechugas que luego colocarian en cestas y cargarian en el carro para que fueran ellos los que las llevasen al mercado, las vendiesen y guardasen y administrasen a su conveniencia el dinero ganado.

El Crac de los Caballeros me sorprendio. La fortaleza es mucho mas impresionante y hermosa de lo que yo esperaba. Es una excelente muestra de la arquitectura militar de la Edad Media, mejor conservada de lo que cabria esperar por los siglos y los avatares de la historia y debidamente restaurada. Es un testimonio de un importante periodo de la historia de Siria, un periodo de lucha contra la ocupacion de los cruzados durante los siglos XII y XIII con la que acabaron, segun reza mi guia, los llamados movimientos de liberacion de la epoca, en 1271.

La historia vista desde la otra orilla es siempre asombrosa. Para los sirios, el Crac es una prueba mas de que por invasiones que sufran, a la larga ellos sabran como deshacerse de los conquistadores.

Para nuestra historia occidental en cambio, las Cruzadas, ejercitos de hombres que marcharon al Oriente desde distintos paises de Europa a principios del siglo XI, fueron una empresa titanica para recuperar, decian, los santos lugares que, olvidando el origen palestino del propio Jesus, consideraban una pertenencia por derecho propio.

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